Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: 2020

viernes, 11 de diciembre de 2020

La Virgen de la Granada

La Virgen de la Granada, Fra Angelico, 1426. Museo del Prado

   Sirva esta imagen de belleza e inocencia para despedir un año de plaga doliente y desear a todos 

 Felices Pascuas y Próspero A.D. MMXXI



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viernes, 4 de diciembre de 2020

En el otoño de la varonil edad

    Alguna ventaja tiene el otoño. Cría endecasílabos aun en prosa, tal como éste de Gracián:

"el otoño de la varonil edad"

    y sirve de excusa a la vanidad.

    El segundo endecasílabo, mío, revela la excusa para publicar este artículo: la vanidad. Y el deseo de agradecer a Esperanza (Nomen est omen) Ruiz Adsuar que sin conocernos escribiera algo tan hermoso como inmerecido. Bueno, tal vez lo hace porque no me conoce. 

   Muchas gracias en todo caso a la autora y al editor, Gonzalo Altozano, de la revista Centinela. 


Debía de tener unos siete u ocho años cuando la revista Sol y Luna publicó su foto. La leyenda al pie rezaba: “El joven Santiago de Mora-Figueroa, que es, sin duda, el futuro Gary Cooper”.

La anécdota provocó las risas de su madre y la indignación de su padre, acérrimo celtíbero, pero lo cierto es que la publicación no erró del todo en sus predicciones. Santiago de Mora-Figueroa y Williams alcanzó la estatura -y el porte- del actor norteamericano. También su elegancia.

SANTIAGO MORA-FIGUEROA, MARQUÉS DE TAMARÓN


Sin embargo, el jesuita que le entrevistó, casi a esa misma edad, para aceptar su solicitud de admisión en el colegio de Areneros no tuvo la misma perspicacia que el periodista de la revista de sociedad.

Fue su madre, anglicana, la que se empeñó; Santiago tiene que ir al Eton o al Harrow español, y esos son los jesuitas. Su padre, que no guardaba buen recuerdo de los del Puerto de Santa María, se opuso. Además, no sabía lo que era Eton; no hablaba inglés ni le importaba. Naturalmente, acabó imponiéndose la opinión de su madre.

El que sería director del Instituto Cervantes (de mayo de 1996 a abril de 1999) recuerda perfectamente las preguntas que le hizo aquel cura en una especie de prueba de acceso de andar por casa: “Escribe tu nombre y dime cuánto es 36 entre 6”. Santiago, nervioso, se equivocó en las dos respuestas y ahí acabó su carrera con los jesuitas. Finalmente, cursó sus estudios en los Sagrados Corazones.

A los 16 años leyó El príncipe de Maquiavelo. En aquella época el libro estaba en el Index Librorum Prohibitorum. Y Santiago se arrepintió. Por lo aburrido que le pareció, claro: “al menos en la versión española, igual la italiana es mejor”. Posee ese sentido del humor que caracteriza a la gente seria: “El equilibrio exige sentido del humor”. Y sólo hay que leerle, o escucharle, para comprobarlo. Del mismo modo maneja la ironía, aunque su madre le advertía que era una cosa, esta de la ironía, con la que llevar cuidado “pues los niños y los perros no la entienden y pueden ser heridos por ella”.

Así pues, el noble jerezano es irónico, como Gómez Dávila, ejemplo además de ferocidad. Reaccionario, como Gómez Dávila: “El reaccionario no pretende obligar ni convencer a nadie, simplemente hace una invitación graciosa a alguien que pasa por allí y que lo lee, sabiendo que muy pocos van a aceptar lo que dice”. Y, como Gómez Dávila, prefiere el escolio al aforismo.

El Marquesado de Tamarón fue otorgado por primera vez en 1712 por el rey Felipe V a Diego Pablo de Mora y Figueroa Miranda y Morales, caballero del hábito de Calatrava. Santiago de Mora-Figueroa y Williams es el IX Marqués de Tamarón, nacido el 18 de octubre de 1941 en Jerez de la Frontera, licenciado en Derecho, diplomático, ex director del Instituto Cervantes y escritor.

Fue Teniente de Infantería de Marina en la Milicia Naval Universitaria y  recuerda que a causa de unas maniobras de desembarco estuvo a punto de no llegar al bautizo de su hijo. Tiene dos: Diego (Cádiz, 1967) y Dagmar (París, 1973). Su tío y padrino, Manuel de Mora-Figueroa, tampoco asistió al suyo por estar combatiendo en la División Azul, de la que fue precursor.

Santiago de Mora-Figueroa se define como un chico de provincias -como su padre y su abuelo- solo que ha visto mucho mundo desde su metro noventa y cinco.

Dice que no tiene oído pero no hay nadie que pronuncie mejor Shakespeare a ambos lados de Despeñaperros. Y que lo recite. Tan a menudo como la ocasión le es propicia rememora los versos de la arenga de Enrique V la víspera de la batalla de San Crispín:

WE FEW, WE HAPPY FEW, WE BAND OF BROTHERS
[…]
AND GENTLEMEN IN ENGLAND NOW A-BED
SHALL THINK THEMSELVES ACCURS’D THEY WERE NOT HERE,
AND HOLD THEIR MANHOODS CHEAP WHILES ANY SPEAKS
THAT FOUGHT WITH US UPON SAINT CRISPIN’S DAY.

Lo suyo con la literatura también le viene de familia. Su bisabuelo, Manuel Gómez Imaz, era un erudito local sevillano que frecuentaba la tertulia literaria del duque de T’Serclaes. Tamarón cuenta anécdotas y versillos de la época, y, al igual que en sus libros, preña las conversaciones de locuciones latinas, historia, aleluyas, erudición, estrofas de canciones de Cole Porter o sonetos de poetas bucólicos ingleses.

Autor prolífico, la publicación de su primera obra –El Guirigay Nacional– se corresponde con el tiempo en que fue director del Centro de Estudios de Política Exterior. Tras 14 años fuera de España como diplomático, Santiago de Mora-Figueroa se dio cuenta un día de que no entendía a los nativos. Los nativos no eran aymará de la Amazonía peruana o indígenas mauritanos sino sus pares españoles. Altos funcionarios e importantes intelectuales hablaban una jerga para él desconocida. De ese trabajo de campo surgen dichos ensayos sobre el habla de hoy que, en su última edición (Áltera, 2005), recogen, entre otros, sus celebrados artículos publicados en ABC entre 1985 y 1988 sobre asuntos lingüísticos. Su amor por la lengua española le lleva a detestar la pedantería y a procurar, por encima de todo, la precisión en su uso. No abomina, como se cree, de los neologismos: “pero hay que metabolizarlos”.

Dice que los escritores, sus compañeros en la República de las Letras, son vanidosos y envidiosos y para que nos creamos lo primero ironiza con que no tiene tantos exégetas como se merecería. Para la cosa de la envidia habla de César González-Ruano. Un dandi, como él. A su manera, como él.

El caso es que González-Ruano se sentaba en el Café Teide, a pocos metros del Gijón, donde le tenían preparado papel y lápiz. Una hora y tres cafés después tenía escrito, en un alarde de capacidad para improvisar, su artículo para ABC. Tamarón se queja -con su característico humor- de que su ritual era mucho más penoso. El sábado paseaba por la sierra para oxigenar las ideas y el domingo se encerraba a escribir durante ocho horas con café y pan con aceite y ajo. La ingesta del bulbo le permitía que ni siquiera su Fox Terrier le molestase durante “el parto de los montes”.

Evidentemente, es una protesta coqueta la suya. Su obra comprende, además, dos ediciones de El siglo XX y otras calamidadesEl peso del español en el mundo (que firma como director), El avestruz, tótem utópico y tres volúmenes de Entre líneas y a contracorriente, la recopilación de los artículos publicados en su bitácora (la mejor manera de propagar cualquier virus, incluido el que nos acecha en estos momentos, es pronunciar la palabra “blog”) entre 2008 y 2018. Amén de dos libros de relatos y cuentos: Pólvora con aguardiente y Trampantojos.

SANTIAGO MORA-FIGUEROA, MARQUÉS DE TAMARÓN


Y su novela. En El rompimiento de gloria da rienda suelta a su pasión por la naturaleza y clases magistrales. Escrita con un léxico casi inusitado -así lo definiría, con tristeza por la pérdida, Delibes- el lector se encuentra de repente,  sin saber cómo ha llegado allí, recibiendo clases de latín (¡e incluso griego!) en un galayo de Gredos, rodeado de piornos y cantueso. Repensando la Historia y visitando hoteles suizos, salones de té ingleses o palacios rusos. Por utilizar un concepto con el que se juega en el libro, toda la erudición y cultura Tamarón está en El rompimiento de gloria. Y nos la ofrece paseando por la sierra y haciéndonos escuchar cantos de pájaros y observar vuelos de aves rapaces y tonalidades de grises o amarillos.

No oculta que escribir es un exorcismo. Atempera así sus entusiasmos, tan súbitos como sus odios y olvidos. Tan fugaces que coexisten en su cabeza durante toda una vida -un amor memorable puede durar una semana-. En la narrativa, como en los amores, ocurre lo mismo que lo que decían de los albergues españoles: uno encuentra lo que lleva. Por eso acercarse a la literatura es hacerlo a la pasión, sea ésta en forma de amor, deseo, odio o celos. El escritor de ficción no es un notario que levanta acta de lo que ocurre, termina juzgando. Tamarón no necesita la ficción para eso. Desprovisto de remilgos, pertrechado con una cultura inaudita y haciéndose perdonar con antelación por su grato e inteligente humor, vierte en su bitácora (http://marquesdetamaron.blogspot.com) -muy seguida y comentada- lo que le viene en gana. Allí podrán leer desde su mejor artículo, Adiós a la biblioteca ociosa, publicado por primera vez en la revista literaria sevillana Nadie Parecía en 2002, hasta su explicación de por qué Cervantes odiaba al Quijote. En efecto, el otrora director del Instituto Cervantes sostiene, como lord Byron -que para eso era un romántico y murió en una guerra-, que el manco de Lepanto, en un ejercicio de bellaquería, se dedica en su obra a destruir y mofarse de todo lo que de bueno y noble puede haber en un hombre, para al final hacerle recuperar la razón.

La honestidad intelectual, como la elegancia, parece una constante en su vida. Tampoco le tembló el pulso cuando, siendo embajador en Reino Unido, presentó su dimisión tras la victoria de Zapatero en las elecciones de 2004 por “desacuerdo con elementos fundamentales de la política exterior del futuro Gobierno español”. Un visionario.

En el otoño de la varonil edad -citando a Baltasar Gracián– Santiago de Mora-Figueroa se encuentra enfrascado en su última obra cuya temática guarda con celo. Sólo sabemos que no será una autobiografía -“el último que escribió unas memorias con gran sinceridad fue Rousseau. Y le salió algo pueril y exhibicionista. No quiero refugiarme en el silencio ni en el exhibicionismo”- y que la medita en el piedemonte segoviano mientras espera el rompimiento de gloria.

¡Ah! Y ha inventado un nuevo significado para la palabra “bogavante”. Además de ser el crustáceo, también es el que rema en la proa, el primero en las galeras. Para Tamarón los bogavantes son los progres esnobs, ansiosos por ser los primeros en cualquier moda. Con lo que se sufre así. Como en galeras.


Esperanza Ruiz Adsuar para Revista Centinela, publicado el 25 de Noviembre de 2020: 

https://revistacentinela.es/marques-de-tamaron-en-el-otono-de-la-varonil-edad/


viernes, 6 de noviembre de 2020

De utopías y distopías

 Todo arranca de las dos grandes distopías modernas: Brave New World (Un mundo feliz, novela de Aldous Huxley, 1932) y Nineteen Eighty-Four (1984, novela de George Orwell, 1949). Desde que se publicaron, influyeron profunda y extensamente en el pensamiento de su época, que sigue siendo la nuestra. 

  Es curioso comprobar que casi todas las novelas utópicas de los últimos cien años son pesimistas y a veces aterradoras. Por eso merecen el nombre de distopías. También merecerían otro - igualmente construido sobre raíces griegas - que existe en inglés pero no en español: cacotopia o kakotopia (palabra acuñada por Jeremy Bentham en 1818, mientras que dystopia fue usada por John Stuart Mill en 1868, en el Parlamento británico). Pero como cacotopía haría reír a los estudiantes y políticos, nadie la ha aclimatado en España. 

  Pues bien, me ha ocurrido leer ultimamente tres distopías curiosas. Atlas Shrugged, de Ayn Rand, a la que me referí el 14 de Julio en esta bitácora, The Years of Rice and Salt, de Kim Stanley Robinson, y Mentes colmena, de Isabel F. Peñuelas


  Mentes colmena es una recopilación de 18 relatos que acaba de publicarse. Su autora declara con tino desde el prólogo: 

   Nadie sabe lo que guarda en su interior hasta que no se abre a sí mismo como la panza de un oso de trapo. Escribir es eso, escribir sin salvavidas dejándose llevar por la corriente. Es dulce, siniestro, peligroso...

 Y con el mismo acierto empieza el primero de los relatos, MEMORIAS DE UN CÍBORG, de esta manera: 

  Ciboria huele mal a causa de las ratas que se utilizan para fabricar nuestros cerebros. Cuando algún humano logra entrar casi siempre vomita por el olor. Eso es lo que hace débiles a los humanos: que siempre están a vueltas con el dolor, el asco, la muerte y todas esas ideas ineficientes y anticuadas.

 Para sorpresa del lector, la autora hace compatibles el tono sombrío con un notable sentido del humor y habilidad para cautivar su interés. Supera la prueba práctica: dan ganas de seguir leyendo y pasando las páginas ansiosamente para ver lo que ocurre. 

   Menos tensión sombría tiene la ucronía The Years of Rice and Salt. 

  El punto donde se separa la historia real de la historia novelada se sitúa a principios del siglo XV, cuando la Peste Negra en vez de haber causado la muerte de casi la tercera parte de los europeos, en la novela ha matado al 99%. Casi mil páginas después, en lo que sería en nuestra cronología - que como es natural ya no rige - el año 2088, el planeta parece alcanzar alguna tranquilidad después de tremendas guerras mundiales entre los bloques islámico, chino o americano. Europa occidental no desempeña ningún papel relevante durante estos 600 años. Resulta un poco larga la novela y tendente a la visión histórica progre-masoquista. 




Mentes Colmena 
Isabel F. Peñuelas 
Bubok Editorial 
Madrid, 2020






Tiempos de Arroz y Sal
Kim Stanley Robinson 
Minotauro
Barcelona, 2003

lunes, 12 de octubre de 2020

Practique la elegancia social del trabalenguas

ABC, Madrid, 28 Diciembre, 1958

 En 1956 llegó la [in]Sobornable Contemporaneidad a España. Galerías Preciados adoptó el lema Practique la elegancia social del regalo y sus grandes almacenes en la calle Preciados de Madrid tuvieron un éxito arrollador. Impusieron no sólo los regalos por el día de los Reyes Magos, sino el Día de los Enamorados, el Día de la Madre, el Día del Padre y luego los anuncios recordando el día de San Juan o el Día del Carmen, del Pilar, etc. 

 La verdad es que facilitaron el mantener vigente la sana y primitiva costumbre de los regalos, haciéndolos asequibles a distintos niveles de ingresos. Pero siempre me ha parecido que reforzar la obligatoriedad de cualquier costumbre termina creando nuevas costumbres más o menos útiles.

  Viene esto al caso pues parece evidente que el uso en el habla diaria de letras que producen explosiones fonéticas incalculables nace de la extraña convicción de su valor social. 

  Por ejemplo, el uso siempre en aumento de palabras que contengan la letra x. Todos habremos de confesar que la letra x es muy usada por escrito y rara vez pronunciada al hablar. No importa, flota en torno a la sabia boca una aureola distinguida cuando alguien dice experto en lugar de perito. Por cierto no dice experto sino que pronuncia essperto, y si es andaluz ehperto. ¿Qué hubiera dicho Miguel Hernández si la Insobornable Contemporaneidad le hubiese impuesto (o mejor, exigido) cambiar el título de su Perito en lunas por Experto en satélites

  Los vocablos con x han sustituido (o substituido) a los vocablos menos elegantes. Se habla del exilio y no del destierro, de los envíos exprés, o express, en vez de urgentes o rápidos. Uno de los primeros que comprendieron la elegancia que prestaba a su escritura el uso de la x, fue Don Ramón de Campoamor. Su Tren expreso atravesó, raudo, hace 140 años el panorama de la poesía española. 

  En la política ocurrió lo mismo. Marxista, al igual que Fascista por motivos similares, fueron claves heroicas e impronunciables para los españoles durante muchos años, y aún hoy. Todos o casi todos pronuncian marsista y facista, y los andaluces fasihta. 

 Otra prueba de elegancia social es el uso con heroico ahínco de palabras cuanto más largas mejor. Curioso es que nadie hable del tiempo que va a hacer, sino que se lanzan los expertos a hacer previsiones meteorológicas. E incluso hablan de la climatología como sinónimo del tiempo, siendo así que el clima y el tiempo son cosas muy distintas. 

 Ni siquiera las cosas del campo se salvan. Ya no puede uno andar o pasear por el campo o por el monte sino que es obligado practicar senderismo

 Por el mismo motivo se confunde universalmente tecnologías con técnicas

 Y no sólo añade elegancia social lo que antecede sino muy mucho el uso de varias consonantes seguidas e impronunciables. La prueba es el curioso lance en un tentadero hace un siglo. Una vaquilla volteó a un banderillero de poca monta y se acercaron al hombre que apenas si se movía en el suelo. Sánchez Mejía - hijo de médico y torero brillante - palpó el cuerpo al yacente y dijo no es nada más que un colapso leve. El yaciente abrió un ojo y dijo ¿un colaso?¡Por la Virgen del Carmen que con tó me dio este bicho menos con la cola!

 Aunque, bien pensado, la palabra favorita, insuperable, es obviamente. ¡Cinco consontantes y cinco vocales! Como es natural se puede pronunciar obiamente, u ofiamente u opiamente. Y para muchos resulta aún más elegante obsceno, por sus tres consonantes seguidas que nadie es capaz de pronunciar sin escupir. 

 Ni siquiera lo más sagrado se salva de la elegancia social del trabalenguas. La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, se lanzó a toda suerte de cambios, con el fin de abrir las puertas del Misterio a todos los fieles. Suprimió el latín pero se entretuvo en hacer cambios culteranos como llamar Eucaristía a lo que siempre se llamó Misa

   En fin dejémoslo ahí pues más vale reír que llorar.


Enlaces Relacionados: 
El ciempiés culilargo



viernes, 11 de septiembre de 2020

Desahogo VII


Azorín por Sorolla (1917), The Hispanic Society of America

   No recordaba nada de este libro, pero sí y mucho recordaba el tedio infinito que desde niño me asaltaba cuando me veía obligado a leer algo de Azorín. También recuerdo mi asombro ante la admiración por Azorín que manifestó Mario Vargas Llosa en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en 1996. En un par de ocasiones, tímidamente, me he atrevido a preguntar al maestro hispano peruano cómo era posible que uno de los escritores más amenos de la literatura en español fuese tan entusiasta partidario del más aburrido. Pero él siempre responde con una sonrisa benévola y cortés. 

   El caso es que al descubrir este libro mal colocado en uno de los anaqueles, lo abrí y encontré dentro una nota escrita por mí, que decía: 

    "Azorín deja de ser cursi cuando parodia a escritores antiguos, muy superiores a él, cuando pierde la originalidad y la sinceridad y, por travesura o por cautela hipócrita, escribe un al estilo de...
      Su originalidad es hortera y algo ridícula. Su parodia no. Tenía buen oído y escribía cosas como estos ensayos o artículos sobre El Político, se supone que para engolarse y parecerse al Caballero de la mano en el pecho. O tal vez a Gracián. A fin de cuentas ambos eran casi contemporáneos."

    Uno de sus apartados resume el fondo y la forma de este a modo de vademecum para uso de los políticos españoles de principios del Siglo XX. Dice así: 


          TENGA LA VIRTUD DE LA EUBOLIA 

     La virtud de la eubolia consiste en ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir. 
    No se desparrame en palabras el político; no sea fácil a las conversaciones y conferencias con publicistas y gaceteros; cuando haya conferenciado con alguien sobre los asuntos del Estado, no vaya pregonando lo que ha dicho, por qué lo ha dicho y cuál ha sido la causa de no haber dicho tal otra cosa. Si le apretasen para que diga algo del negocio tratado, si le instaren informadores y periodistas, no tenga nunca una negativa hosca o simplemente fría, correcta: sepa disimular y endulzar la negativa con una efusión, un gesto de bondad y cariño, una amable chanza. 
    Es achaque de hombres vulgares el descubrir a todos su pensamiento. El cuerdo sabe que aún cuando una cosa pueda decir abiertamente, conviene, sin embargo, irla descubriendo poco a poco, con trabajo, con solemnidad, para que así lo más vulgar tenga apariencias de importancia. 
     Otra cosa hay que es necesario también tener en cuenta: y es que el hombre reservado es mirado siempre con cierta consideración, con cierto interés. Mantener la duda respecto a la opinión que tenemos sobre tal o cual asunto o acontecimiento, es mantener la expectación. Y esta duda, esta perplejidad, esta incertidumbre del público respecto a nosotros, forma como una aureola que envuelve nuestra persona y la realza. Gana, pues, más al cabo para la fama quien calla, no dice sino lo preciso, que quien deja que corran y se espacien sus profusas palabras en millares de hojas. 


    Lástima de los dos leísmos que contiene el texto de Azorín y que merman su empaque casi romano, o por lo menos propio de Maquiavelo. Muy superior, desde luego, a sus habituales ternezas y emociones plagadas de diminutivos cada vez que describe minucias rurales o urbanas. Es decir, un pastiche mejor que el tono auténtico llamado "azoriniano". 






El Político, Azorín (su primera edición fue publicada en 1908) 
Edición de Francisco José Martín
Clásicos del Pensamiento.
Biblioteca Nueva
Madrid, 2007.


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Desahogo VI
Desahogo V 
Desahogo IV
Desahogo III
Desahogo II
Desahogo

miércoles, 19 de agosto de 2020

Entrevistado por José María Marco y Nuria Richart


   En Octubre pasado me hicieron  José María Marco y Nuria Richart esta entrevista para el programa Libros con Marco, que fue publicada ayer  18 de Agosto en Libertad Digital. Disfruté hablando con ellos sobre lengua y literatura.

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martes, 11 de agosto de 2020

María Victoria Morera (1956-2020)


  Ha muerto María Victoria Morera, una diplomática muy querida por sus compañeros y cuya trayectoria profesional y perfil humano aparecen reflejados en esta necrología, publicada en el ABC el Viernes 7 de Agosto, escrita por Ana Palacio, de quien ella fue Jefa de Gabinete y luego Subsecretaria:



  En el mismo diario ABC, el 9 de Agosto apareció el siguiente comentario escrito por otra amiga y compañera, María Sáenz de Heredia: 


   Gracias Matoya

   «Al hilo de la preciosa necrológica de la ministra Ana Palacio sobre la embajadora Victoria Morera, Matoya, publicada este viernes en este periódico, agradezco la posibilidad que me dan al recoger mi carta. Matoya es, y digo es, porque nunca voy a hablar de ella en pasado, pues sigue viviendo ahora en el cielo, y aquí, en el corazón de todos los que la conocemos y hemos trabajado con ella y junto a ella. Es nuestra guía y nuestro referente. Lo es por su enseñanza y ejemplo de honestidad, de bondad y de equilibrio. Lo es por su amor a España, a la que tan bien y con tanto honor sirvió. Lo es por el legado que a sus compañeros nos deja de su buen hacer en lo profesional y en lo personal. Matoya es mi compañera en la carrera diplomática, pero es sobre todo mi amiga, mi amiga del alma. Matoya nos deja el gran tesoro de su eterna sonrisa, de su buen humor, de su constante alegría, de su fe en Dios y del amor a su familia, como ella, ejemplar. Y es aquí, al hablar de su familia, cuando quiero mencionar a su hermana Amaya. Amaya es otra sonrisa permanente, un angelote que nos transmite y vivifica el gran amor, el cuidado y la dedicación a su hermana; otro tesoro que nos deja Matoya, y que es ya mi otra amiga del alma.
   Gracias Matoya por tanto».

    María Sáenz de Heredia


   Me gustaría añadir a estos dos testimonios algunos de los muchos recuerdos que tengo de la muy joven Secretaria de Embajada que llegó en 1982 al Gabinete del Ministro Pérez-Llorca, de su magnífico trabajo como Consejera Cultural y Directora del Instituto Cervantes en Bruselas y de las otras ocasiones en que trabajamos juntos, una de ellas difícil y resuelta por ella con maestría. Algún día podré evocar todo eso con tranquilidad y con el agradecimiento que siento por ella y el afecto que también tengo por su familia. 

    Descanse en Paz. 

martes, 14 de julio de 2020

Botones de Muestra (XXXIV)


Atlas Shrugged
Ayn Rand


  Refresca encontrarse con una autora y un libro tan incalificables como inclasificables. Mezclan sus hilos personales, literarios e ideológicos hasta tal punto que la madeja es inextricable, aunque nunca aburrida. No podía ser de otra manera tratándose de Alisa Zinovyevna Rosenbaum, una rusa, judía, atea, partidaria del capitalismo a ultranza, que acogió con alegría la revolución de Kerenski y con pavor la revolución bolchevique, que consiguió huir de la Unión Soviética y emigrar a los Estados Unidos en 1926.

 Adoptó el nombre Ayn Rand para escribir, actividad que realizó con entusiasmo mientras sobrevivía con trabajos que la llevaron a Hollywood para ocuparse del vestuario de compañías de cine. 

 Su novela más importante apareció en 1957 con el título de Atlas Shrugged (publicada en español como La rebelión de Atlas). Tuvo un gran éxito pese a ser una mezcla ingenua, a veces tosca, de  filosofía política, acción, revoluciones, aventuras, amores y sorpresas diversas, todo ello en más de mil páginas de letra diminuta que me han dado dolores de cabeza y alegrías del ánimo durante estos últimos días.

 Las críticas fueron malas desde el principio, y siguen siéndolo. Las ventas fueron enormes desde el principio y siguen siéndolo ahora. La novela fue atacada por toda la izquierda intelectual y casi todos los conservadores intelectuales. Las ventas no se inmutaron y continuaron viento en popa, sobre todo cuando arreciaba el viento de la crisis económica, como fue la del 2008: las ventas de un libro como este que ya había cumplido el medio siglo, volvieron a subir hasta 445.000 ejemplares en 2011. 

 Angustiado como siempre por no reventar a mis amigos lectores este novelón lleno de lances y amores, de luchas y filosofías, tan sólo me atrevo a recomendarlo porque de ese millar largo de páginas tan sólo hay treinta y seis (de la 923 a la 959) que son aburridas. El resto puede irritar pero no aburrir. Es una mezcla de 1984 de George Orwell y de una película futurista como Blade Runner. Con más filosofía, eso sí, y no muy clara, ya que la autora concibió un sistema filosófico llamado Objetivismo, complementario con el Realismo Romántico que calificaba sus novelas. Y aunque se declaró aristotélica es bastante menos clara que el filósofo griego. 

Atlas Shrugged
Ayn Rand
Signet, New American Library 
New York, 1996

La rebelión de Atlas (Colección Ayn Rand): Amazon.es: Rand, Ayn ...
La Rebelión de Atlas 
Ayn Rand 
Traducción de Domingo García 
Editorial Deusto
Barcelona, 2019

Aunque no le leído la versión española tengo entendido que la de Domingo García de La Rebelión de Atlas (Editorial Deusto, 2019) es traducción fidedigna del original en inglés. 


Enlaces Relacionados 
Botones de Muestra (XXXIII) Vida y embajadas de Girolamo Farnese, Veneciano, Novela de José Antonio Martínez-Climent 

sábado, 20 de junio de 2020

Quijotes y Yupis


Artículo de 1992 por el Marqués de Tamarón
Ilustración de Diego Mora-Figueroa

Contra lo que creen los ingenuos amigos y enemigos de España, éste no es un país de quijotes sino de yupis. La primera prueba de ello es que fue en España y no en otro lugar donde se escribió la sátira más despiadada y eficaz del idealismo caballeresco, es decir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La segunda prueba es que el protagonista - que no héroe - epónimo ha dado origen etimológico en español a nombres comunes con ribetes despectivos (Quijote, quijotada, etc.) mientras que en las otras lenguas europeas ha originado palabras de significado admirativo, fundadas en malentendidos románticos. La tercera prueba es que en España y desde hace un par de siglos mandan los yupis, y así nos va.
No me alargaré en la primera parte del razonamiento, por ser de sobrada evidencia. Quien haya leído el Quijote estará de acuerdo en que se trata de una burla sangrienta de todo impulso noble y generoso. Quien no lo haya leído estará probablemente inficionado por la exégesis al uso, según la cual Cervantes se enternece con su personaje, por quien siente secreta simpatía. Nada más lejos de la realidad. Don Quijote hace siempre el ridículo físico y moral mientras Cervantes se regodea con su prodigiosa pluma. El autor disfruta humillando al hidalgo altruista. Hace que le lluevan palos y hasta el vómito de su escudero. Peor aún, sus afanes son inútiles o, las más de las veces, contraproducentes. Recuérdese el insoportable episodio de Andrés, el mozo a quien su amo villano azota y no paga el sueldo. Don Quijote lo socorre y castiga al amo, pero en cuanto se da media vuelta éste redobla con saña su atropello. Cuando Andrés vuelve a encontrarse con don Quijote le dice:
«Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo». Y añade Cervantes, ufano del lance cruel, «quedó corridísimo don Quijote».
El mensaje está claro, todo desfacedor de entuertos es un pobre idiota. Diríase que Cervantes hace una parodia blasfema de la Pasión del Redentor donde -supremo sacrilegio- quienes aciertan son los que se mofan de la corona de espinas, del manto y del cetro ridículos -o la bacía y la celada irrisorias- del justo que quiere redimir a los desvalidos. No sé si este trasunto impío ha sido señalado por algún cervantista, porque no he leído a ninguno, pero sí he leído a Cervantes y salta a la vista que está del lado de los poderosos, como aquellos anónimos duques tan horteras y tan burlones. Hoy hubiese estado del lado de los yupis.
La versión popular antes citada -Cervantes tiene cariño por don Quijote- ha prevalecido contra todo sentido común por su condición de indispensable salvaguardia del amor propio nacional. Admitir que el libro más leído en España durante siglos es moralmente abyecto hubiese sido tanto como poner en duda la catadura moral de nuestra nación. Ha hecho falta una mentira piadosa para reconciliamos con nosotros mismos. Pero la mentira vulgar queda desmentida por el habla popular. En ésta, Quijote -el nombre de guerra que Alonso Quijano toma de la pieza del arnés que cubre el muslo- ocasiona bastantes palabras alusivas al caballero de la Triste Figura, todas con ecos peyorativos. En cualquier diccionario, y en especial en el DRAE, se puede comprobar cómo predomina el tono desdeñoso en toda la familia de palabras quijote - quijotada - quijotería - quijotesco - quijotil - quijotismo. De la voz principal, quijote, se dan estas acepciones: «1 - Hombre exageradamente grave y serio. 2 - Hombre nimiamente puntilloso. 3 - Hombre que pugna con las opiniones y los usos corrientes, por amor a lo ideal. 4 - Hombre que quiere ser juez de causas nobles aunque no le atañan». Así pues, de cuatro acepciones tres son negativas y una es neutra tirando a positiva. Negativos también son los dos significados de quijotismo: «1 - Exageración en los sentimientos caballerosos. 2 - Engreimiento, orgullo». Más o menos lo mismo ocurre con las demás palabras españolas derivadas del nombre propio de don Quijote. Resumiendo la cuestión, María Moliner apostilla en su diccionario, a propósito de quijote, «generalmente no se emplea con sentido admirativo, y puede tenerlo despectivo».
Muy distinta es la semántica quijotil en otras lenguas. Como -por fortuna o por desgracia- los extranjeros no suelen entendernos, debieron de creer que la novela de Cervantes era un panegírico de la loca gallardía de un héroe desdichado. En inglés, según el OED, se empezó muy pronto a acuñar palabras alusivas a don Quijote, denotando admiración romántica por el personaje. Quixote se usa como nombre común, con diversas variaciones ortográficas, desde 1648. El citado diccionario lo define como «an enthusiastic visionary person like Don Quixote, inspired by lofty and chivalrous but false or unrealizable ideals». Quixotism surge con sentido similar a finales del siglo XVII y en 1702 la facilidad inglesa para inventar verbos, unida a la popularidad del hidalgo manchego, da lugar a to quixote, convertido un siglo después en to quixotize. Quixotism arranca de 1688, quixotry de 1718, y así hasta nueve palabras reseñadas, un treinta por ciento más que en español. El adjetivo quixotic, quizá la más usada de aquéllas desde que apareció en 1815, viene definido así en el OED: «Resembling Don Quixote; hence, striving with lofty enthusiasm for visionary ideals».
 Menos fortuna que en Inglaterra, aunque bastante más que en su propia patria española, tuvo en Francia el último caballero andante. Según el diccionario de Robert, desde 1782 existe el substantivo don Quichotte, «homme généreux et chimérique qui se pose en redresseur de torts, en défenseur des opprimés», y desde 1835 se usa el término donquichottisme. En italiano también hay el nombre común donchisciotte y el adjetivo donchisciottesco, ambos con ecos valientes y generosos.
 En suma, se nos ofrecen dos contrastes, claros y chocantes. De un lado está la contradicción entre lo que los españoles dicen (que don Quijote les cae simpático) y lo que hacen (usar palabras hostiles al personaje). Y por otro lado está la diferencia entre el léxico alusivo español y los extranjeros. Mientras nosotros subrayamos en el lenguaje el engreimiento y el carácter entrometido de don Quijote, los ingleses se fijan en su caballerosa altura de miras, los franceses en su generosidad y los italianos en su valor. Aun hay una tercera paradoja, y es que en nuestro vocabulario no se refleja la locura de don Quijote y en las lenguas extranjeras sí. En definitiva, la llamada lengua de Cervantes presenta a su personaje universal como un pobre diablo que se mete en camisas de once varas mientras las otra s lenguas europeas retratan a un héroe romántico, de corazón garboso aunque cuerpo desgarbado y mente extraviada.
Por supuesto somos nosotros los que acertamos y son los extranjeros quienes se equivocan. Los españoles permanecemos fieles - literal ya que no literariamente - a la intención genial y perversa de Cervantes: destruir las ilusiones mostrando que nobleza es locura. Los extranjeros mantienen el mito literario con la semántica heroica. Los españoles demostraron ya en 1605, cuando se publicó la primera parte del Quijote y comenzó el éxito fulgurante de la novela, que ansiaban que dejasen de mandar los quijotes. El resto de los europeos, al no entender el libro pero leerlo con avidez, dio pruebas de seguir admirando a los quijotes. Naturalmente que allí como aquí y entonces como ahora la mayoría de la gente era y es sanchopancesca y no quijotesca. Pero aquí el iberoide sanchopancesco se moría de ganas de sacudirse el yugo hidalgo hace ya tres siglos, cuando sus congéneres ultrapirenaicos todavía no habían pensado en ello. Los sanchopanzas no quieren mandar ellos, pero a la larga tampoco quieren que les manden los quijotes. A quien de verdad hubiese querido servir Sancho Panza no es a don Quijote sino a Godoy, a Salamanca o a Romanones: a un protoyupi que le hubiese dado miajas, y no de gloria sino de pan. Sus descendientes lo consiguieron al cabo de un par de siglos, antes que los sanchopanzas británicos o germánicos.
En esto no se ha cumplido la teoría de los frutos tardíos españoles. Hemos sido precursores en la invención del tipo humano universal del yupi. El Príncipe de la Paz inauguró la serie ya a finales del siglo XVIII, veinte años después el modelo se había reproducido en incontables individuos de la camarilla del Deseado y desde entonces hasta ahora no nos han faltado monjas milagreras, generales bonitos, financieros avispados e intelectuales orgánicos. Yupis todos, a fin de cuentas.
Otra cosa es que la palabra hoy de moda en el mundo entero sea de origen americano y muy reciente. Yuppie (o yuppy, o yumpie, o yumpy) surgió en 1984 como abreviatura de young urban professional o de young upwardly mobile person. Así es que el término encierra su propia definición: un joven trepa. Trepa y no arribista porque el arribista -como el advenedizo- ha llegado, y el yupi por definición nunca ha llegado del todo sino que biológicamente está obligado a seguir acumulando y trepando, incansable como la ardilla heráldica de Fouquet con su cínico lema Quo non ascendam?. Por eso tampoco le corresponde al yupi la traducción de listillo y aprovechadete, pues ningún sufijo diminutivo haría justicia al atlético empeño ascendente del trepa.
 No, el trepa rampante, el yupi en todo su esplendor es una fuerza de la Naturaleza y habrá que temerla y respetarla más de lo que Cervantes respetó a un pobre hidalgo de pueblo, loco de amor por el ideal caballeresco de amparar al desvalido, defender a la viuda y al huérfano, mantener la palabra dada. No son precisamente ésos los valores del yupi. Por eso manda hoy.


Artículo publicado en la Nueva Revista, Febrero 1992.
Reproducido en El Guirigay Nacional, ensayos sobre el habla de hoy, 2005. 



jueves, 11 de junio de 2020

Panóptico



  La Nueva Normalidad que se avecina suena a broma siniestra, como el Brave New World de Aldous Huxley. Este último fue traducido como Un Mundo Feliz. 

 Ambos recuerdan la Nueva Política Económica de Lenin. Cabe preguntarse por qué las utopías procuran usar el adjetivo Nuevo, y con mayúscula, antes de convertirse en distopías. 

 Aunque habría que resucitar el eufónico apelativo de cacotopía. Quiere decir lo mismo que distopía, pero lo acuñó Bentham en 1818, mucho antes de que John Stuart Mill inventase, en 1868, distopía

  Sugiero, pues, ir preparándonos para la Nueva Cacotopía. O Nueva Kakotopía, que suena más seria aún y se usa en inglés con más énfasis.

  Y como hasta en lo más proceloso anida la ironía, hay que sonreír recordando que ese gran ilustrado  y amante del Progreso que fue Jeremías Bentham y que advirtió contra la maldad que podía encarnarse en una distopía, fue nada menos que el inventor del panóptico. Se trataba de una cárcel circular con una torre en el centro desde donde el Director podía vigilar a todos los presos y guardianes allí confinados. Viajó a Rusia, donde era muy admirado, y allí se edificó un panóptico, pero poco respetuoso con el ambicioso proyecto ilustrado. En España también hubo admiradores del progreso, como el arquitecto Elías Rogent que construyó en 1851 en Mataró (Barcelona) un admirable panóptico - prisión. Hoy se conserva como Bien de Interés Cultural (BIC) así como Bien Cultural de Interés Nacional de Cataluña

   Así pues, es de justicia dirigir a la sombra errabunda de Bentham la exquisita pregunta de nuestro vate Bécquer: 

   ¿Y tú me lo preguntas? Distopía... eres tú.





viernes, 22 de mayo de 2020

Para Elisa y otras Alegrías

 Beethoven por Joseph Karl Stieler, 1820

Für Elise
Piano music by Ludwig van Beethoven
Beethoven WoO 59 Erstausgabe.png
First edition, 1867
KeyA minor
Catalogue
Composed27 April 1810
Published1867


    El Para Elisa de Beethoven es una obra señera, quintaesencia de la cursilería. Ningún músico de los siglos anteriores al XIX hubiera podido caer tan bajo. Marca la llegada del romanticismo.

    Cosa distinta es su Oda a la Alegría. 

Anthem of the European Union 
Instrumental performed by the United States Navy Band

    La letra es de Schiller, que la escribió en 1785. La música de Beethoven es el último movimiento de su Novena Sinfonía, terminada en 1824. Música pegadiza y que ha entusiasmado a buena parte del género humano, cosa a veces lamentable. Fascinaba a Hitler y por orden de Goebbels la tocaban en cada cumpleaños del Führer. Entusiasmaba a los enemigos de Pinochet, a los manifestantes en la Plaza de Tiananmen, a los que celebraban la caída del Muro de Berlín y a los partidarios de Macron. Todos ellos la entonaban con fervor.

   Por desgracia el sádico entusiasmo de los nacional-socialistas llegó a esto:
"En el mismo Auschwitz se organiza una coral infantil de niños checos judíos. Además de melodías folklóricas, esa coral cantará en las letrinas de Auschwitz la Oda a la Alegría en checo. El concierto nunca tendrá lugar porque sus miembros serán asesinados el 7 de marzo de 1944, en la cámara de gas". 
La Novena de Beethoven como espejo de la biocenosis de Europa.
 Reseña apologética materialista de un libro de Esteban Buch 
©El Basilisco, Enero-Junio 2005, Rufino Salguero Rodríguez 


    Al final - por ahora - la Oda a la Alegría fué adoptada por la Unión Europea como himno (sin letra, hermoso oxímoron).