Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: octubre 2013

miércoles, 23 de octubre de 2013

La Odisea

  
Ulises y las Sirenas, por J.W. Waterhouse (1891) 
© National Gallery of Victoria, Melbourne,Wikimedia Commons

“Ninguna fábula entre cuantas fabricaron los poetas me parece más fuera de toda verisimilitud que el que Ulises prefiriese los desapacibles riscos de su patria Ítaca a la inmortalidad llena de placeres que le ofrecía la ninfa Calipso, debajo de la condición de vivir con ella en la isla Ogigia”. Eso dijo Feijóo en tono más escéptico que benedictino. Olvidó, sin duda, la clave: la Odisea hay que leerla cual un niño que quiere, cuando sea mayor, ser como Ulises. Esa epopeya, con casi tres milenios a las espaldas, esa venerable antepasada de nuestra cultura occidental, uno de los dos o tres mitos fundacionales de Europa, es un torrente vigoroso, es el clásico más vivo, más fogoso de cuantos yo he leído y releído.

El ritmo de la obra no flaquea ni en una página, desde la invocación liminar a la Musa hasta la violentísima venganza final. De todo ocurre en los doce mil versos distribuidos en veinticuatro cantos: guerras, amores, amoríos, luchas con monstruos, tempestades en la mar, sirenas seductoras, ninfas y diosas enamoradizas, princesas bellísimas y hasta una esposa fiel que teje y desteje en espera de su marido aventurero. Todo ello durante diez años que, tras otros diez de guerra, tarda Ulises en regresar de Troya a Ítaca (unos cientos de millas náuticas, de no haber recorrido miles el héroe por diversos motivos), de los cuales diez años pasa siete con Calipso y uno con Circe, más unas diez horas que dedica a exterminar con saña a todos los pretendientes que rondaban a Penélope.  

Y, sobre todo, cuanto ocurre está relatado en unos hexámetros dactílicos de sobrecogedora belleza y ritmo perfecto; el primero y más grande de todos los relatos de aventuras tiene un empaque formal soberanamente digno. Si fuese cierto que Homero estaba ciego, no cabe duda de que su sentido del oído era el mejor del que queda constancia en la historia de la épica. O de la lírica o de la tragedia, que de todo hay en esta obra total y grandiosa. Es difícil para el lector – claro que antes de que hubiese lectores había oyentes – decidir cuál de los cantos llega más hondo en su mente y en su corazón. Son todos tan distintos y tan gloriosos… La isla de Calipso produce alegría melancólica, la bajada al Hades horror y curiosidad, la venganza de Ulises nos causa una culpable alegría ante el feroz castigo dado a los pretendientes. Esta epopeya es perfecta porque nos hace sentirnos alternativamente niños deslumbrados y asustados, jóvenes fogosos, viejos sabios, almas en pena.

No es de extrañar que ante este cuerno de la abundancia hayan proliferado cábalas sobre la autoría de la Odisea. Que si fue una mujer quien la compuso, quizá hija del Homero autor de la Ilíada, o tal vez una sacerdotisa en Egipto, o que no fue así, que Homero existió y compuso ambas epopeyas, aunque fuese haciendo uso de relatos anteriores. Qué más da. Nadie duda de que se trata de una epopeya nuestra y fundacional. Aunque sería más realista decir que nosotros, los occidentales, más occidentales ahora que nunca, puesto que nuestro sol poniente está muriendo, somos hijos también de Ulises, de Penélope, de Atenea, la diosa protectora de Ulises, y de los demás héroes, dioses y monstruos que poblaban el Mediterráneo en el amanecer de los tiempos. 

(Este artículo mío ha aparecido en Nueva Revista, nº 144, Septiembre 2013)

lunes, 14 de octubre de 2013

Botones de muestra (XV)

Chesterton, Baring y Belloc, por Sir James Gunn
© National Portrait Gallery, London
     Las casualidades livianas llegan a veces más hondo que las ponderosas. Júzguese. Anteayer, Sábado, leí un libro de cartas escritas desde un frente de la Primera Guerra Mundial por Maurice Baring a su amiga Juliet Duff. Se había quedado viuda; su marido murió en combate al principio de la guerra. Maurice Baring, voluntario ya talludito, tan sólo consiguió ser destinado como Oficial de Estado Mayor de la Aviación Británica en Flandes, con lo cual podía escribir a diario, aunque robando tiempo al sueño. Cualquiera pensaría que estaba enamorado de ella. Cada carta empezaba con un apelativo cariñoso o cómico, en latín, en francés, en italiano, en alemán, a menudo en español: "Estrella de mi noche", "Pobre barquilla mía", "Oh más dura que mármol a mis quejas". Y si no estaba enamorado, ¿por qué le escribía? Sospecho que quería animarla y animarse él, ambos heridos en el corazón por el infierno de esa guerra en la que se suicidó Europa. Lo curioso es que a él se le conocieron muchas amistades femeninas pero no amores; como mucho y en palabras suyas, alguna amitié amoureuse, y siempre con señoras inteligentes y cultas. Pero al parecer Juliet Duff era simple y algo ignorante. En fin, tendría otros encantos, era guapa y elegante y quizá tenía el don de aceptar el regalo y el homenaje de la amistad con una sonrisa agradecida.

     El caso es que Maurice Baring se desvivió para encargarle un anillo de sello y regalárselo en Abril de 1917, por su 36 cumpleaños. El anillo llevaba una inscripción en español que decía

    Antes muerta que mudada

    Se la tradujo (no sé por qué al francés, Plutôt morte que différente) y ya no vuelve a hablar del anillo.

    Pues bien, eso lo leí el Sábado, y el Domingo me enfrasqué en las Notas para una mariología anglicana: historia y literatura, de Javier de Mora-Figueroa. Es un relato riguroso y ameno de los avatares del catolicismo inglés durante los siglos XVI y XVII, explicando muy bien los porqués de lo que el autor llama "este furor iconoclasta", que tanta y tan hermosa liturgia, arquitectura y artes plásticas destruyó en Inglaterra. Sobrevivieron, sin embargo, restos del Vetus Ordo del culto a María y destellos inesperados en la lírica.

    "Un ejemplo destacable en este elenco de escritores es John Donne (1572-1631), apóstata, poeta libertino, soldado, jurista y, finalmente, clérigo anglicano y Deán de la catedral de San Pablo. Una paradoja más en su vida convulsa es que su lema fuera, en castellano, Antes muerto que mudado. Pero al final de su vida, cuando sus sermones son escuchados con admiración y sus poemas alcanzan la mayor altura, escribe los Holy Sonnets."

    Estos sonetos de John Donne, el ferviente aunque oportunista cristiano y desleal católico, el libertino pero devoto de la Santa Virgen, son muy hermosos, en particular los que pertenecen a La Corona (sic) de siete sonetos encadenados. Uno de ellos termina

    Thou hast light in dark, and shutst in little room,
Immensity cloistered in thy dear womb.

    Javier de Mora-Figueroa lo traduce con fiel destreza así

    Tienes la luz en la oscuridad; y encerrado en el pequeño espacio
de tu querido seno, tienes a la Inmensidad enclaustrada.

    Pero a mí lo que más me impresionó fue que dos veces en 48 horas se me apareciera el fantasma de ese viejo lema español, en pluma de dos brillantes escritores ingleses que para colmo desmienten en su vida el rechazo a toda mudanza. Si John Donne fue apóstata, cabe suponer que no quería ser Antes muerto que mudado. Y si Maurice Baring pasó de la Iglesia de Inglaterra a la Iglesia de Roma sería porque pensó que al así mudar alcanzaría más Vida. De hecho, Maurice Baring le dijo a su amigo del alma Hilaire Belloc que fue la única decisión de la que jamás se había arrepentido.

    No sé cómo interpretar esta liviana coincidencia durante un fin de semana fresco y soleado en las montañas. Como buen supersticioso, me gustaría que sin buscarlas actuasen siempre así las Sortes virgilianae. O las Sortes biblicae, como acabaron siendo llamadas tras la muerte del mundo pagano.

    Mas toda casualidad, por liviana que sea, tiene una coda. Seguía yo sin saber de dónde había sacado Baring el lema, y si -cosa posible- lo tomó de Donne, dónde lo había encontrado éste. Por una vez el Sr. Google daba palos de ciego. Al final, la modesta y grata hierofanía me llegó gracias a Javier de Mora-Figueroa y a Fernando Ortiz. Se acordaron de que José Antonio Muñoz Rojas dice esto en uno de sus Ensayos anglo-andaluces, ¿Antes muerto que mudado?:
"Conocerlo, conocerlo físicamente, sólo lo conseguimos cierto tiempo después, en un retrato del poeta a los 18 años. Los ojos, grandes y ambiciosos, el cabello y la apariencia compuestos, los labios sensuales, la mano en el puño de la espada. Y en un rincón del retrato, un mote 
                    Antes muerto que mudado 
Como suena en el castellano en que lo había escrito Montemayor. Mejor dicho, alterando el género del verbo, porque Montemayor escribió: 
"Sobre el arena sentada,
De este río, la vi yo:
do con el dedo escribió:
Antes muerta que mudada". 
La letrilla se halla en la "Diana". Ya estaba, por lo pronto bien, que en la Inglaterra de Isabel, cuando no eran precisamente poemas lo que intercambiaban españoles e ingleses, se saliera este gentilhombre por Montemayor".
    Bien está lo que bien acaba, que diría Shakespeare.














Dear Animated Bust. Letters to Lady Juliet Duff. France 1915-1918
Por Maurice Baring
Michael Russell, Publishing
Salisbury, 1981














Notas para una mariología anglicana: historia y literatura
Por Javier de Mora-Figueroa
In: Scripta de Maria, número X
Santuario de Torreciudad, 2013

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Botones de muestra: Fernando Ortiz

martes, 8 de octubre de 2013

Ordine Nuovo

Fernando Ortiz, amigo mío y de esta bitácora, me envía un inteligente comentario -que él llama divagación circular- sobre mi anterior entrada titulada Vetus Ordo. Lo publico con gusto y disfrutando de antemano la posibilidad de discrepar de su discrepancia.


Ordine Nuovo
(Divagación circular)
                                                                
                                                        Por Fernando Ortiz


 Spunta il sole e canta el gallo,
 o Mussolini monta a cavallo.
                                   Curzio Malaparte

  
    Empiezo esta exposición con unos muy coreados y festejados versos de juventud de un escritor, Malaparte, que luego sería de la intellighenzia marxista y luego, ya capitano de la resistencia, recibiría triunfalmente a los liberadores americanos. Cómo cambia todo, al parecer, el tiempo. ¿Cambia? “Los años, qué animales extraños”, apuntó en perfecto endecasílabo el poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory. El otro día me comentaba un amigo inteligente y en extremo versado en arte del siglo XX, que, con todos sus crímenes y aberraciones, no se le había reconocido a Stalin una virtud: prohibir las vanguardias que proliferaban cuando llegó al poder. ¿Te imaginas, me decía este amigo, un obrero trabajando 12 horas diarias y que le dan el día que libra una entrada para ir a una función vanguardista de teatro en la Casa del Pueblo? Termina de enloquecer tétricamente. Posiblemente se suicida si piensa que ha coadyuvado al advenimiento de una sociedad tan gratuitamente cruel.

    En cuanto al Vetus Ordo, … ¿Qué canon corresponde a una liturgia, a una forma determinada? Ya sabemos que lo cuantitativo transforma lo cualitativo. Que en lo que importa, la religión y la poesía, la forma es indisociable del fondo. Dijo  en una coplilla Unamuno: “La poesía y el juego/ ¡fuego, fuego!/ La producción y el consumo/ ¡humo, humo!” ¿Por qué las Semanas Santas de mi niñez eran más bellas? Porque estaban pensadas para una ciudad sin coches, en la que florecía el azahar bajo la luna grande de Parasceve, y no salían 3000 nazarenos detrás de una imagen procesional, sino 300. La estética barroca, el lamento de las marchas procesionales, aumentaban su belleza. En una ciudad masificada esto resulta, a más de peligroso, grotesco.

    Renovarse o morir. Un comentarista de Tamarón, que firma Otrosí, nos convence de que es error generalizado atribuir a Rudolf Otto la expresión de lo numinoso como “Mysterium tremendum et fascinans”. Parece ser que el primero que la escribió fue Eliade. Quizá, como mucho, me dice Tamarón, se la oyó en una conferencia al maestro, quien no pasó de escribir “Mysterium tremendum”. No creo que el Santo Padre actual se chupe el dedo. Como aspirante a poeta, intuyo que la palabra “Vetus” es ya, de por sí, una elegía… añadida a otra, “Ordo”, nada de pleonasmo, como comenta Tamarón. Si no hubieran traído aquellas “ropas chapadas” de otro tiempo aquellos cortesanos, la imagen de las “Coplas manriqueñas no hubiera sido elegíaca. El Nazareno hablaba casi seguro la lengua del imperio (latín), seguro el arameo y muy posiblemente el hebreo, no el griego. Y la lengua y la cultura griega es una de las fuentes conformadoras de nuestra cultura. ¿Cómo actualizar su mensaje sin traicionarlo? Lo numinoso está en lo santo y en la poesía por igual, y por eso me atrevo a  echar mi cuarto a espadas. El conservador nunca se equivoca (si habla de lo pasado). Más difícil es la labor del profeta para los tiempos por venir. Y cuidado que su figura es antigua. Ya se encuentra en el Vetus Ordo, en el Antiguo Testamento. Por cierto que la Biblia es una mina donde está todo. Piénsese que incluye también “Apocalypse  Now”.Y, aunque aún no la ha filmado Coppola, “Future Apocalypse”.


    Por eso Tamarón quizá sea “post-conservador”. Por cierto, hablando de vetusteces, el endecasílabo del Petrarca lo adaptó tan excelentemente Garcilaso a nuestra lengua, que hasta hace poco estaba Blas de Otero escribiendo en este metro algunos de los versos más punzantes del español actual. Otero, como él repite hasta la saciedad, al poeta que más admiraba era a fray Luis, quien tradujo en memorables endecasílabos el Libro de Job. Y dice Antonio Machado en su poema “A un olmo seco: “A un olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo,/ algunas hojas verdes le han salido”. En fin, ya resumió todo esto admirablemente el lema bordado en el trono de María Estuardo, que incrustó Eliot en el verso final del segundo de los Cuartetos, East Coker: “In my end is my beginning”. ¿Está claro? Aquí Mairena, el heterónimo de Machado, contestaría con su sabida frase: “Tenebrosamente claro”.

Fernando Ortiz         


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miércoles, 2 de octubre de 2013

VETUS ORDO



“Quizá sea pronto para juzgar pero tarde para asustarse…” ¿O era “tarde para no asustarse”? En todo caso una de las dos cosas –esencialmente parejas– la dijo ayer el más sabio y prudente de mis amigos.

Se refería a la próxima desaparición de los restos del Vetus Ordo, anunciada más que insinuada por S.S. en su entrevista periodística de Septiembre.

– Ahora sí que el Mysterium Tremendum et Fascinans quedará encerrado en las catacumbas y se abrirán las puertas a… ¿a qué, Dios mío?, se preguntó otro amigo.

Nadie se atrevió a hacer conjeturas. Por fin alguien terció.

– En rigor, Vetus y Ordo son sinónimos. Y perder un pleonasmo es sobremanera doloroso en épocas de penuria espiritual.

– Cierto, pero evítese el obvio argumento tomado del mismo Fundador de la Compañía de Jesús: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”.

–¿Y por qué hay que evitarlo?

– Porque daría pie a declarar que ya se había producido la Consolación y, de inmediato, se ultimaría la labor de demolición de los cimientos de nuestra Liturgia. Y como el Orden Antiguo de ésta forma parte de las bases de nuestra Fe –y aun de nuestra Cultura– las consecuencias de ciertas alegrías iconoclastas resultan incalculables.


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