Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: junio 2015

viernes, 19 de junio de 2015

Los falsos amigos

Torre de Babel, Libro de Horas de Bedford (circa 1420)
British Library / Wikimedia Commons

Cuando un restorán traduce, como es frecuente, la tarta de la casa palabra por palabra y al pie de la letra al inglés quizá aumenta la clientela, porque está ofreciendo en la carta, por un módico precio, la furcia de la casa (the tart of the house). Pero acabará teniendo problemas y reclamaciones, como siempre que se acude a lo que los lingüistas llaman falsos amigos. Ya en alguna ocasión hemos advertido de este riesgo a nuestros discretos lectores, mas a la vista del abyecto nivel de las traducciones de hoy quizá convenga insistir en este asunto. Cuando se ve por doquier el compass inglés (brújula) traducido por compás, notorious (escandaloso) por notorio o sensible (sensato) por sensible, algo huele a podrido en la República de las Letras, y es de temer que pronto nos traducirán el burro italiano (mantequilla) por un fino asno.

Es probable que el origen de estos dislates sea que el español medio de hoy está convencido de que posee el don de lenguas. Además los pocos que se saben monóglotas se avergüenzan de confesarlo, se sienten inseguros. No siempre fue así; el padre de un eminente políglota de hoy solía comentar —acaso harto del guirigay a su alrededor— que el saber idiomas extranjeros estaba muy bien para los criados de hoteles. El primero que se creyó que la glosolalia era un don común fue Unamuno. Tradujo las famosas palabras últimas de Hamlet, «the rest is silence» («el resto es silencio»), por «el descanso es silencio», con gran regocijo de Madariaga, el único escritor español de veras trilingüe (aunque de él dijera Ortega que era tonto en varios idiomas, pero eso es otra historia y por lo demás injusta).

El caso es que la gente de antes daba por supuesto lo que el sentido común sigue mostrándonos: tenemos una lengua propia y existen otras que nos son ajenas y que por eso mismo llamamos extranjeras o extrañas. Lenguas difíciles de aprender y de rango diverso, como señalaba Damasio de Frías, un vallisoletano del siglo xvi  que las dividía en lenguas peregrinas (francés, italiano y alemán) y lenguas bárbaras (todas las demás, salvo las clásicas y bíblicas).

Hoy no. Hoy cualquiera —y más si es formador de opinión, o sea, periodista o político— se cree un cosmopolita nato. Hace poco, cierto diario, en un arranque de internacionalismo mezclado con igualitarismo cristianodemócrata, se lamentaba de que el protocolo español siguiese prescribiendo el frac, aseguraba que dicha prenda estaba abandonada en todo el mundo salvo en Alemania (lo cual es falso como puede verse en cualquier periódico ilustrado), y apoyaba su clamor democrático en el hecho de que hasta en «Buckingham Palace el único requisito en la etiqueta es la white tie (la pajarita blanca)» (Ya, 4 de agosto de 1985). Claro, como que frac en inglés se dice white tie. En tiempos pasados y más modestos el periodista hubiera mirado un diccionario. Ahora no. Cree tener ciencia infusa.

Tal presunción empuja a los más exquisitos resbalones lingüísticos, deleite de cuantos han visto la piel de plátano (por cierto que les filles se promenaient à l’ombre des platanes = las hijas paseaban al hombre del plátano es clásico muy afamado, imputable a determinado opositor a diplomático), y no es de extrañar, pues, que uno de los terrenos más resbaladizos sea este de los falsos amigos. Por ejemplo, es casi imposible entender la radio si no sabe uno al menos inglés y francés para imaginar lo que quieren decir con sus cómicas versiones de los despachos de agencias extranjeras. Antena 3 hablaba el 17 de agosto pasado del gran largo, y no se refería a jugador alguno de baloncesto sino a la alta mar (le grand large en francés). Radio Nacional de España mencionaba el 24 de agosto un sitio reforzado (por site, que quiere decir emplazamiento), base de lanzamiento de cohetes. Y cierta revista con estampas, de esas para analfabetos de todas las clases sociales, ensalzaba un programa satírico de la televisión inglesa llamado Spitting image, que traducía por Escupiendo imagen (si hubieran consultado el diccionario habrían escrito Retrato clavado, conservando el doble sentido irónico del original).

Y no se crea que los falsos amigos sólo engañan a los semialfabetizados. Un jurista de fuste divulgó en España el principio del Derecho Administrativo francés point d’intérêt, point d’action (sin interés no hay acción legal) con la fórmula castellana de punto de interés, punto de acción, y se quedó tan fresco. Otro sedicente perito en lenguas tradujo La Morsa (la prensa o el cepo en italiano), de Pirandello, por La Morsa, y para que no cupiesen dudas pintaron al susodicho animal (al primo de la foca, no al traductor) en la portada.

En fin, Dios es irónico y ha agravado el castigo de Babel añadiendo a la confusión de lenguas el espejismo de los falsos amigos, para humillación de presuntuosos y cautela de prudentes.

 * * *
  
Con una rapidez vertiginosa (al día siguiente, 22 de septiembre de 1985, en el ABC) y muy de agradecer, don Lorenzo López Sancho completó así mi anterior florilegio de insensateces:

Tamarón, que no sé quien es, pero que es muy agudo, recuerda a aquel opositor que traducía á l’ombre des platanes por «el hombre del plátano». En mis tiempos, que me imagino poco lejanos a los suyos, traducíamos pas encore como «pasa un cura», pero era en cachondeo. Hace no mucho descubrí en la banda sonora del filme Gritos y susurros que un traductor profesional traducía «Twelfth night», como «duodécima noche» sin sospechar siquiera que Shakespeare titulaba así, Noche de reyes, «or what you will», una de sus obras más bellas.
El insomnio hace dar vueltas y vueltas en el «torrado» a estas pequeñeces. Después de todo, admirado Tamarón, piensa uno, equivocar traducciones puede constituir todo un juego poético. L’enfant est perdu, traducido por un compañero mío de bachillerato como «el elefante y la perdiz», ganaba peso y vuelo. No recuerdo ahora cuál de los románticos franceses ¿Mallarmé quizá?, gustaba de mirar en el diccionario palabras nuevas, tapando las definiciones e inventar otras.
Hace unas semanas hablaba yo aquí del gusto francés por las «contrepèteries»: No es lo mismo, decía Rabelais, «femme folle á la messe» que «femme molle à la fesse». ¿Cómo se dirá en español «contrepèterie»?

A propósito de contrepèterie (literalmente contrapedorreta, literariamente «lapsus burlesco de contraposición de letras») le contesté:

«No quiero saber cómo traducirá el diccionario “contrepèterie”, prefiero pensar en “retruécano” (no es lo mismo ni mucho menos, pero conserva “el ruido y la furia”, ya que de música no se debe hablar).»



(Este artículo se publicó en el ABC del 21 de Septiembre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).


Enlaces relacionados:
Tontos en varios idiomas
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
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