Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: septiembre 2015

jueves, 24 de septiembre de 2015

El triunfo de Calibán

Calibán bailando por Johann Heinrich Ramberg (1763-1840)
     El azar —o la misericordia divina— ha hecho que cuando empezaba a agobiarnos el estudio de la estupidez y de la ignorancia humanas cayeran en nuestras manos dos libros inteligentes: el discurso de ingreso en la Real Academia de don Valentín García Yebra y After Babel, de George Steiner. Acaso habríamos ido demasiado lejos en nuestra curiosidad —¿masoquista?— por el lenguaje pobre y mendaz de la política y del periodismo. Quizá tenía ribetes morbosos nuestra caza de la presuntuosa traducción errónea. O no; puede que esa catarsis sea necesaria. De cualquier manera, cansa a la larga vivir rodeado de idiotismos y de idioteces, de falsos amigos y de amigos falsos, de traidores y de traductores, con solo el sarcasmo por defensa. No es bueno reducir las emociones a la ironía. A veces hay que volver los ojos a la belleza y admirarla.

     Pues bien, a eso nos incitan García Yebra y Steiner, cada cual a su manera, a propósito de las traducciones. Ambos son políglotas —de los de verdad, no de los que pululan en TVE— y conocen a fondo tanto la cultura clásica como la moderna. Dicho de otra manera, son fósiles vivientes. Pertenecen a la noble tribu —hostigada, diezmada y ya casi extinta— de los humanistas capaces de leer a Horacio en latín y a Proust en francés, y además disfrutarlo. Eso, no nos engañemos, está desapareciendo. Cierto sistema común de referencias culturales, en vigor durante muchos siglos, ha sido eliminado de los planes educativos y ya empiezan a surgir generaciones de jóvenes bárbaros, afables y bien nutridos, limpitos de cuerpo y de mirada, lobotomizados por un bachillerato analfabético, a quienes nada dicen el misterio del Gólgota o los de Delfos, la belleza de Helena o la de María Magdalena. J. J. Rousseau (il a été laquais et cela se voit, decía de él Voltaire) ha triunfado. Cuando el buen salvaje entra en el Museo del Prado y ve a un imponente barbudo con cuernos de luz y unas lápidas en la mano, o a tres mujeres en cueros ante un joven que ofrece una manzana, sonríe con la mirada beatífica del mulo y sigue su camino. No sabe, no puede saber, de qué va.

     García Yebra sí sabe de qué va. Su reciente discurso, Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor, síntesis de una vida de trabajo y de disfrute intelectual, es a primera vista un resumen de la historia de la traducción y del catálogo de las influencias mutuas entre las lenguas. En el fondo es mucho más, es un retrato del entramado que une a unas culturas con otras tras siglos de fértiles cruces. Es el árbol genealógico de la cultura humana. No busca limpiezas de sangre; cuando encuentra a un abuelo pirata o cuatrero lo reseña complacido. La raigambre latina de nuestra lengua no ningunea al vocablo moruno o caribeño. Todos concurren a crear un idioma viejo, rico y sutil, en perpetua transformación. García Yebra no es inmovilista ni menos retrógrado. Acepta sin miedo la evolución lingüística. Pero toda su exposición rezuma una pregunta no formulada: ¿y ahora, qué? ¿Continuará la evolución enriquecedora o hemos entrado en la evolución empobrecedora, es decir, la degeneración lingüística, camino del «español básico» de mil palabras, casi todas ambiguas e imprecisas?

     George Steiner, más pesimista, aborda el problema y no ve solución. En realidad no necesitaba mencionarlo; también en su obra —más filosófica que la antes citada— hay implícito un retrato casi póstumo de nuestra civilización. Un detalle hacia el final de After Babel nos parece revelador. Cuando decide citar dos ejemplos supremos de traducción perfecta, el autor —judío y liberal, no se olvide— acude a un reaccionario católico y a un jesuita del siglo pasado. El primero es G. K. Chesterton, autor de una versión inglesa exacta y a la vez conmovedora del famoso soneto «Heureux qui, comme Ulysse...», de Joachim du Bellay. El segundo es Gerard Manley Hopkins, cuya poesía religiosa, tan rica y compleja que a veces anonada, ha sido objeto de una traducción al francés por Pierre Leyris rayana en el prodigio. Al leer Pied Beauty (Beauté Piolée) en versión bilingüe fuerza es preguntarse quién será capaz de hacer algo comparable dentro de cin­cuenta años. ¿Cómo traducir Calderón al español básico? Será un empeño vano, tanto como esperar generosidad ecléctica en un crítico literario.

     Y es que la guerra contra Calibán la hemos perdido, aunque por fortuna no nos hayamos enterado. Tan sólo cabe seguir amando la causa perdida y, en los raros momentos de triste lucidez, consolarnos con el famoso epitafio de A. E. Housman: «What God abandoned, these defended». No, no es difícil de traducir. Hasta nuestros nietos mostrencos podrán decirlo en español básico: «Lo que Dios había aban­donado, éstos defendieron».

(Este artículo se publicó en el ABC del 19 de Octubre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).

Enlaces relacionados:
Belleza maculada
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón