Calibán bailando por Johann Heinrich Ramberg (1763-1840) |
Pues bien, a eso nos incitan García Yebra y Steiner, cada cual a su manera, a propósito de las traducciones. Ambos son políglotas —de los de verdad, no de los que pululan en TVE— y conocen a fondo tanto la cultura clásica como la moderna. Dicho de otra manera, son fósiles vivientes. Pertenecen a la noble tribu —hostigada, diezmada y ya casi extinta— de los humanistas capaces de leer a Horacio en latín y a Proust en francés, y además disfrutarlo. Eso, no nos engañemos, está desapareciendo. Cierto sistema común de referencias culturales, en vigor durante muchos siglos, ha sido eliminado de los planes educativos y ya empiezan a surgir generaciones de jóvenes bárbaros, afables y bien nutridos, limpitos de cuerpo y de mirada, lobotomizados por un bachillerato analfabético, a quienes nada dicen el misterio del Gólgota o los de Delfos, la belleza de Helena o la de María Magdalena. J. J. Rousseau (il a été laquais et cela se voit, decía de él Voltaire) ha triunfado. Cuando el buen salvaje entra en el Museo del Prado y ve a un imponente barbudo con cuernos de luz y unas lápidas en la mano, o a tres mujeres en cueros ante un joven que ofrece una manzana, sonríe con la mirada beatífica del mulo y sigue su camino. No sabe, no puede saber, de qué va.
García Yebra sí sabe de qué va. Su reciente discurso, Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor, síntesis de una vida de trabajo y de disfrute intelectual, es a primera vista un resumen de la historia de la traducción y del catálogo de las influencias mutuas entre las lenguas. En el fondo es mucho más, es un retrato del entramado que une a unas culturas con otras tras siglos de fértiles cruces. Es el árbol genealógico de la cultura humana. No busca limpiezas de sangre; cuando encuentra a un abuelo pirata o cuatrero lo reseña complacido. La raigambre latina de nuestra lengua no ningunea al vocablo moruno o caribeño. Todos concurren a crear un idioma viejo, rico y sutil, en perpetua transformación. García Yebra no es inmovilista ni menos retrógrado. Acepta sin miedo la evolución lingüística. Pero toda su exposición rezuma una pregunta no formulada: ¿y ahora, qué? ¿Continuará la evolución enriquecedora o hemos entrado en la evolución empobrecedora, es decir, la degeneración lingüística, camino del «español básico» de mil palabras, casi todas ambiguas e imprecisas?
George Steiner, más pesimista, aborda el problema y no ve solución. En realidad no necesitaba mencionarlo; también en su obra —más filosófica que la antes citada— hay implícito un retrato casi póstumo de nuestra civilización. Un detalle hacia el final de After Babel nos parece revelador. Cuando decide citar dos ejemplos supremos de traducción perfecta, el autor —judío y liberal, no se olvide— acude a un reaccionario católico y a un jesuita del siglo pasado. El primero es G. K. Chesterton, autor de una versión inglesa exacta y a la vez conmovedora del famoso soneto «Heureux qui, comme Ulysse...», de Joachim du Bellay. El segundo es Gerard Manley Hopkins, cuya poesía religiosa, tan rica y compleja que a veces anonada, ha sido objeto de una traducción al francés por Pierre Leyris rayana en el prodigio. Al leer Pied Beauty (Beauté Piolée) en versión bilingüe fuerza es preguntarse quién será capaz de hacer algo comparable dentro de cincuenta años. ¿Cómo traducir Calderón al español básico? Será un empeño vano, tanto como esperar generosidad ecléctica en un crítico literario.
Y es que la guerra contra Calibán la hemos perdido, aunque por fortuna no nos hayamos enterado. Tan sólo cabe seguir amando la causa perdida y, en los raros momentos de triste lucidez, consolarnos con el famoso epitafio de A. E. Housman: «What God abandoned, these defended». No, no es difícil de traducir. Hasta nuestros nietos mostrencos podrán decirlo en español básico: «Lo que Dios había abandonado, éstos defendieron».
(Este artículo se publicó en el ABC del 19 de Octubre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).
Enlaces relacionados:
Belleza maculada
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
Hermoso texto, D. Santiago, poéticamente hermoso tanto como la " Tempestad"...¡ si tuviéramos a Próspero!. Muy significativo: " de qué va.". ¿ Podría estar loca la Señora Inteligencia?.
ResponderEliminarSaludos Cordiales. Teresa.
Para mí que la Inteligencia sí que anda loca. Pero lo peor es que la Intelligentsia –que decían los rusos comunistas y que aquí el chotis llamaba la Crema de la Inteleztualidá– es tonta.
ResponderEliminarLleva Usted mucha razón Señor Wolf Undsoweiter, pero la Crema de la Inteleztualidá sabe al instante cuando aparece la verdadera Inteligencia y la tiene en frente, es tonta pero lista que no inteligente claro.
EliminarDe todas maneras, la Crema de la Inteleztualidá " harta hasta a la hartura".
Saludos.
Nihil obstat. Perfecto., y no es por decir. Comparto el contenido y admiro su prosa, a la que me permitirá calificar: elegante, asertiva y brillante.
ResponderEliminarSería presuntuoso por mi parte, añadir algo que no estuviese ya dicho o insinuado. Es tanta la verdad escrita en su artículo, y son tan tristes y constatables las consecuencias,- tratándose de un texto ya con años, permite analizar en el presente, el panorama allí supuesto en el futuro.-
Lo lamento don Santiago, como usted, y como los que sabemos que el mal está hecho - y sigue haciéndose- y que es irremediable -seguramente- la pérdida.
Involucionamos día a día con este anti- progreso que trazado como un plan en los cuarteles del infierno nos invade en forma de falsos valores y se proclama progresista y libertario para parecer su contrario, y cuyas consecuencias directas son la ignorancia y la esclavitud.
San Juan Bautista de La Salle sabía más de educación y de niños que toda esta horda de falsos educadores, pedagogos y cuentistas afincados en las nóminas de las escuelas roussonianas. No sigo.
A su servicio, siempre.