Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: septiembre 2020

viernes, 11 de septiembre de 2020

Desahogo VII


Azorín por Sorolla (1917), The Hispanic Society of America

   No recordaba nada de este libro, pero sí y mucho recordaba el tedio infinito que desde niño me asaltaba cuando me veía obligado a leer algo de Azorín. También recuerdo mi asombro ante la admiración por Azorín que manifestó Mario Vargas Llosa en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en 1996. En un par de ocasiones, tímidamente, me he atrevido a preguntar al maestro hispano peruano cómo era posible que uno de los escritores más amenos de la literatura en español fuese tan entusiasta partidario del más aburrido. Pero él siempre responde con una sonrisa benévola y cortés. 

   El caso es que al descubrir este libro mal colocado en uno de los anaqueles, lo abrí y encontré dentro una nota escrita por mí, que decía: 

    "Azorín deja de ser cursi cuando parodia a escritores antiguos, muy superiores a él, cuando pierde la originalidad y la sinceridad y, por travesura o por cautela hipócrita, escribe un al estilo de...
      Su originalidad es hortera y algo ridícula. Su parodia no. Tenía buen oído y escribía cosas como estos ensayos o artículos sobre El Político, se supone que para engolarse y parecerse al Caballero de la mano en el pecho. O tal vez a Gracián. A fin de cuentas ambos eran casi contemporáneos."

    Uno de sus apartados resume el fondo y la forma de este a modo de vademecum para uso de los políticos españoles de principios del Siglo XX. Dice así: 


          TENGA LA VIRTUD DE LA EUBOLIA 

     La virtud de la eubolia consiste en ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir. 
    No se desparrame en palabras el político; no sea fácil a las conversaciones y conferencias con publicistas y gaceteros; cuando haya conferenciado con alguien sobre los asuntos del Estado, no vaya pregonando lo que ha dicho, por qué lo ha dicho y cuál ha sido la causa de no haber dicho tal otra cosa. Si le apretasen para que diga algo del negocio tratado, si le instaren informadores y periodistas, no tenga nunca una negativa hosca o simplemente fría, correcta: sepa disimular y endulzar la negativa con una efusión, un gesto de bondad y cariño, una amable chanza. 
    Es achaque de hombres vulgares el descubrir a todos su pensamiento. El cuerdo sabe que aún cuando una cosa pueda decir abiertamente, conviene, sin embargo, irla descubriendo poco a poco, con trabajo, con solemnidad, para que así lo más vulgar tenga apariencias de importancia. 
     Otra cosa hay que es necesario también tener en cuenta: y es que el hombre reservado es mirado siempre con cierta consideración, con cierto interés. Mantener la duda respecto a la opinión que tenemos sobre tal o cual asunto o acontecimiento, es mantener la expectación. Y esta duda, esta perplejidad, esta incertidumbre del público respecto a nosotros, forma como una aureola que envuelve nuestra persona y la realza. Gana, pues, más al cabo para la fama quien calla, no dice sino lo preciso, que quien deja que corran y se espacien sus profusas palabras en millares de hojas. 


    Lástima de los dos leísmos que contiene el texto de Azorín y que merman su empaque casi romano, o por lo menos propio de Maquiavelo. Muy superior, desde luego, a sus habituales ternezas y emociones plagadas de diminutivos cada vez que describe minucias rurales o urbanas. Es decir, un pastiche mejor que el tono auténtico llamado "azoriniano". 






El Político, Azorín (su primera edición fue publicada en 1908) 
Edición de Francisco José Martín
Clásicos del Pensamiento.
Biblioteca Nueva
Madrid, 2007.


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