Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: julio 2015

viernes, 17 de julio de 2015

Verano de bochorno

© Angel M. Sánchez 2005

Verano de bochorno. Y mientras:

1. Mis amigos de la derechona dicen que no hay calentamiento global. O que sí lo hay pero no importa. O que tal vez importe pero es demasiado caro o imposible resolverlo.

2. Mis amigos de la izquierdona dicen que sí hay calentamiento global, pero no proponen nada para mitigarlo. No creen en la energía nuclear como mal menor; tan sólo creen en los patibularios y ruinosos generadores eólicos.

3. Mis amigos ecologistas se encogen de hombros ante los incendios devastadores, casi todos provocados. El único remedio que se les ocurre es dar más dinero a los agentes forestales, al grito de "los incendios de montes se apagan en invierno".

4. Mis amigos de las autoridades competentes siguen sin contestar a preguntas tan sencillas como "¿cuántos de los incendiarios del año pasado siguen todavía en la cárcel?". Es probable que no lo sepan. Pero el público tampoco sabe, ahora que se cumplen los diez años del incendio de Guadalajara que costó once vidas y muchos miles de hectáreas de monte, si alguno de los culpables de imprudencia punible en torno a una barbacoa o desde un despacho fue a la cárcel.

5. Mis amigos más creyentes y obedientes al Papa han acogido con cierto interés su Encíclica Laudato si. Eso ya es algo. Pero nadie ha reparado en que el Pontífice no ha mencionado la posibilidad de cambiar la doctrina de la Encíclica Humanae vitae, que en 1968 prohibió el uso de la píldora anticonceptiva. Y nadie ha apuntado que todas las apasionadas exhortaciones del Papa Francisco para salvar el planeta son inútiles si no se empieza por enmendar la plana a su predecesor Pablo VI.

6. El hombre es el único animal que tropieza dos y aun mil veces en la misma piedra. Tengamos paciencia y acabaremos destruyendo el planeta.

Enlaces relacionados:

viernes, 10 de julio de 2015

Botones de muestra XXVII

      Urge a veces recordar el pasado para entender el presente y precaverse del futuro. Valga de botón de muestra esta observación de un prudente historiador, Miguel-Ángel Ochoa Brun, sobre unos prudentes soberanos, Isabel y Fernando:

          "LOS LÍMITES DE LA DEVOCIÓN

     En el reinado de los Católicos, no sólo había límites [se refiere al Tratado de Tordesillas] en los dominios; los hubo también entre los dos campos de la Política y la Religión. Nadie hubo más devoto que los monarcas que merecieron muy justamente el título de Católicos que, concorde con una tradición de los Reinos hispánicos, les otorgó el Papa Alejandro VI y que ostentan hasta hoy los soberanos españoles. Pero esta devoción no implicó nunca sumisión en la política, antes bien convivió con una pugna, ora larvada y latente, ora -más a menudo- patente y actuante, entre la Iglesia y el Estado. «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» es ni más ni menos que un innegable mandato evangélico. De otra manera formulado, se muestra en una carta que parece haber enviado Fernando el Católico a su Virrey en Nápoles: «ellos al Papa y vos a la Capa». [...]. Los Reyes Católicos respetaron devotamente a la Sede Romana, la defendieron frente a sus atacantes, propugnaron su independencia, pero nunca hicieron ante ella renuncia de sus propios derechos, ni por ella se separaron de sus fácticos objetivos".
          (Miguel-Ángel Ochoa Brun, Miscelánea diplomática, pgs. 28-29)

     En su Historia de la Diplomacia Española, que ya ha alcanzado en el volumen décimo el ocaso del siglo XVIII, este brillante diplomático e historiador ofrece multitud de ejemplos de cómo una nación y sus dirigentes y embajadores, por católicos que sean, o, mejor dicho, cuanto más católicos sean, deben velar celosamente por sus fueros. Una de las cosas que a la fuerza hay que evitar es que un dignatario eclesiástico, ni siquiera -y sobre todo- el Soberano Pontífice, pida perdón a nadie por lo que ha hecho una nación como España. Y menos a quien contesta con una hoz y un martillo.

      Por eso confío en que al llegar con su magna obra al siglo XX, el Embajador Ochoa confirme, desmienta o detalle lo ocurrido en la audiencia que Pío XI dio en 1936 al nuevo Embajador de España, el Almirante Marqués de Magaz, cuando este aprovechó un ataque de asma del Santo Padre para decirle lo que pensaba sobre la protección que el Vaticano daba al clero separatista vasco.

      En cambio y como contraste, da gusto leer cómo transcurrieron las dos embajadas que envió en 1401 y en 1403 Enrique III de Castilla a Oriente. Tamerlán, uno de los hombres más feroces de la historia, se comportó caballerosamente con los embajadores Don Payo Gómez de Sotomayor y Don Hernán Sánchez de Palazuelos. Incluso les entregó a dos damas griegas cautivas, señoras de gran belleza que casaron con nobles castellanos y de ellas descienden muchos otros hidalgos españoles hasta nuestros días. Los acompañó de vuelta, tras haber Tamerlán vencido a Bayaceto, un embajador mongol a Enrique III. Lo ocurrido fue que en Europa occidental había empeño en atajar los avances otomanos, y se creía que ello era posible buscando una alianza con Tamerlán, aunque de hecho los dos imperios rivales estaban gobernados por sendos déspotas musulmanes. El caso es que hubo una segunda embajada, esta vez dirigida por Ruy González de Clavijo, que salió del Puerto de Santa María y llegó a Samarkanda en septiembre de 1404, al cabo de año y medio de viaje arriesgado y penoso. El libro escrito por Clavijo es fascinante y lleno de pormenores sobre las costumbres, la fauna y los paisajes de las enormes regiones de Asia que cruzó. Pero lo más curioso es cómo Tamerlán, ya viejo, recibió a los castellanos:

     "Tamerlán les preguntó cortesmente cómo estaba el rey y si era bien sano; escuchó el discurso de los embajadores y luego se volvió a sus cortesanos y les dijo: «Catad aquí estos embajadores que me envía mi hijo el rey de España, que es el mayor rey que hay en los francos, que son en el un cabo de mundo; y son muy gran gente y de verdad; y yo le daré mi bendición a mi hijo el rey». En los días siguientes, los embajadores castellanos participaron de los festejos de la corte y de muchos agasajos en su honor. Tamerlán dispuso que se les otorgase precedencia sobre los embajadores del emperador del Catay, que también allí estaban por entonces."
          (Miguel-Ángel Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia Española, volumen I, pgs. 229-245)

      Al leer la solemne bendición que invoca el feroz tirano mongol sobre el Rey de Castilla recordé algo que decía Evelyn Waugh en un artículo sobre la visita de Tito a Inglaterra: puede ser honorable partir el pan con un enemigo en una tregua, pero no es honorable hacerlo con un aliado traidor. Tamerlán no tuvo tiempo de faltar a su bendición, pues murió días después. Puede que la misión diplomática castellana no fuese productiva, pero vive Dios que aburrida no debió de ser.

      Nada de lo que escribe el Embajador Ochoa es aburrido. Precisamente en el tomo donde se refiere la embajada al Asia Central pone el dedo en la llaga de tantos sucesores nuestros al decir:

     "...la relación de Clavijo es también una pieza literaria, obra de quien se revela como un verdadero escritor. Es curioso que, pese a esa su indudable condición, el autor no incurra en uno de los habituales vicios del intelectual -sobre todo del intelectual político- que, llamado a describir hechos o circunstancias memorables de que fue testigo, cae por lo general en la tentación de puntualizar y destacar antes que nada su propia participación y su personal protagonismo [...]. La pedantería inherente al intelectual, su frecuente autoconsideración como centro del mundo o su tendencia a arrimar -reformándolos- los datos empíricos a sus propios prejuicios ideológicos, restan muchas veces valor a sus testimonios. No es este el caso de Clavijo".
          (Ibid 244)

      Tampoco es el caso de Ochoa, QUI SAPIENTIAM AC BONITATEM ELEGANTISSIME IRONIA CELAT.















Historia de la Diplomacia Española, volúmenes I a X
Miguel-Ángel Ochoa Brun
Ministerio de Asuntos Exteriores
Madrid 1990-2012













Miscelánea diplomática
Miguel-Ángel Ochoa Brun
Real Academia de la Historia
Madrid 2012

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXVI): Nicolás Gómez Dávila, José Miguel Serrano Ruiz-Calderón
Botones de muestra (XXV): Elizabeth Bowen, Charles Ritchie, Victoria Glendinning
Botones de muestra (XXIV): F. Fernández-Armesto
Botones de muestra (XXIII): Charles Powell
Botones de muestra (XXII): Calendario Zaragozano
Botones de muestra (XXI): Stanley Payne
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
Botones de muestra (XVII): John Elliott
Botones de muestra (XVI): Hugh Thomas
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
Botones de muestra (XIV): Marqués de Tamarón
Botones de muestra (XIII): Mariano Ucelay de Montero
Botones de muestra (XII): Eugenio d'Ors
Botones de muestra (XI): Paul Johnson
Botones de muestra (X): Enrique García-Máiquez
Botones de muestra (IX): Miguel Albero
Botones de muestra (VIII): Fernando Ortiz
Botones de muestra (VII): Rafael Garranzo
Botones de muestra (VI): Almudena de Maeztu
Botones de muestra (V): Miguel Albero
Botones de muestra (IV): Julio Vías
Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz

lunes, 6 de julio de 2015

Deliberando groserías

   
"Lunchtime at the grocery", por Albert W. Hampson
© The Saturday Evening Post. Agosto 1940

     Un muchacho portorriqueño se encuentra con otro en Nueva York, acarreando paquetes. «¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Qué es de tu vida?», le pregunta. «Pues ya ves, deliberando groserías». Y no es que el chico perteneciese al consejo de redacción de alguna revista ilustrada y tuviera que debatir qué zafiedades convenía ofrecer al público; el chico lo único que hacía era repartir comestibles de una tienda de ultramarinos. Pero eso en inglés se dice delivering groceries, y la tentación del falso amigo lingüístico fue irresistible a la hora de traducir su honrada tarea.

     La anécdota es conocida y, como todo lo popular, debe de ser apócrifa. Basta, sin embargo, con enchufar la televisión media hora al año —como hacemos nosotros en abnegado sacrificio por nuestros lectores— para oír varios disparates comparables. A veces traducen guiados por falsos amigos y llaman, por ejemplo, hierbas salvajes al benéfico poleo o a la humilde yerbaluisa, como si de feroces plantas carnívoras se tratase (no saben que el adjetivo francés sauvage significa en muchas ocasiones silvestre y no salvaje, como ocurre con el wild inglés). Otras veces usan vocablos que no tienen nada que ver con el original extranjero. Y, por último, ocurre en ocasiones que una palabra no les suena, y la dejan en la lengua original, como observamos hace poco en aquella serie tontiloca llamada «V», donde un bueno le dice a un malo, «eh, tú, Rascal» (rascal es palabra inglesa tan común como lo que designa, pillo o sinvergüenza, pero el supuesto traductor la desconocería cuando la tomó por un nombre propio).

     El cine, aunque con más pretensiones intelectuales, es tan ignaro como la televisión. El feo título de película Mujer entre perro y lobo es burda traducción literal de un bello juego de palabras francés, Femme entre chien et loup, que hacía referencia con ambigüedad deliberada al crepúsculo de la tarde (también en castellano existe el término entrelubricán o lubricán, y con el mismo origen que la expresión francesa, la incierta luz vespertina en que se confunde al lobo con el can, lupus y canis, disfrutando además de una connotación adicional —fonética y acaso etimológica por cruce— que haría el título más taquillero: lo lúbrico). En cuanto al Yo te saludo, María (por Je vous salue, Marie, es decir, Avemaría o Dios te salve, María), sólo la hipocresía podría justificar tamaña torpeza, si lo que se buscaba era no provocar demasiado escándalo.

     Otro fenómeno interesante es el de la ubicuidad, en el mundo de la erudición, de un sabio germano llamado Undsoweiter. Aparece citado como autoridad en libros de cristalografía, teología, sociología y de muchas otras disciplinas. ¿Será un polígrafo desmadrado, un Leibniz redivivo, el único hombre universal del siglo XX? No, pronto descubre uno con pena que etcétera en alemán se dice und so weiter, y que lo ocurrido es que más de un futuro tratadista español, al escribir apuntes en las lejanas aulas germánicas, tomaba el etcétera, broche final de la retahíla de autores, por nombre de un estudioso más, que luego citaría muy ufano. Tres cuartos de lo mismo pasa con Guardasigilli, docto jurista italiano según ciertas fuentes españolas, y según el diccionario el ministro de Justicia (guardián de los Sellos). O con el notable jurisperito alemán Derselbe (el mismo) mencionado en su memoria de cátedra por alguien que llegaría a ser luminaria de la Universidad de Sevilla.

     No se le ocultará al perspicaz lector que cuantas más lenguas sepa uno menos traducciones leerá. En primer lugar porque las necesitará menos, y en segundo porque desconfiará más. Llegados a este punto hemos de confesar que nosotros rara vez las leemos. Y aunque tememos que los que sí las leen no puedan percatarse de los desatinos, agradeceríamos al respetable que nos mandase ejemplos regocijantes (a ser posible con fotocopia de la página y referencia bibliográfica de la obra). Al remitente del gazapo más sabroso le daremos de premio un diploma bilingüe en bable y chino. En serio.

* * *

     No era broma lo del premio, era una firme promesa cuyo cumplimiento me obligó a abusar de la ciencia y la paciencia del Cronista Oficial de Llanes y del Embajador de España en Pequín. Gracias a ambos —don José Ignacio Gracía Noriega y don Mariano Ucelay— pude disponer del diploma bilingüe en bable y en chino, y entregar a don Valentín García Yebra el Premio Ojo Avizor (Güeyu espabilau en bable) «por su atención vigilante a las traducciones espurias y en general por su meritorio despioje del idioma» («meritoriu escarpir de la fala»).

     Mereció accésit don Juan Domínguez Hocking, que el 16 de octubre de 1985 me escribía:

     «Hace poco se estrenó en Madrid una película que en versión original se titulaba Dressed to kill. Ni cortos ni perezosos lo tradujeron por Vestida para matar, ignorando que se trataba de un juego de palabras, pues Dressed to kill significa ir vestido con mucha elegancia».

(Este artículo se publicó en el ABC del 12 de Octubre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).

Enlaces relacionados: