(El ensayo que aparece a continuación ha sido publicado el Domingo 17 de Septiembre en la Gaceta de la Iberosfera)
No se sabe de ningún retrato de Juan de
Valdés, pero sí de su hermano, tal vez gemelo, Alfonso de Valdés. Así es que
coloco esta su imagen porque el cuadro es magnífico, el hombre misterioso y
ambos hermanos eran tan astutos como bondadosos.
Juan de
Valdés y Julia Gonzaga
o
El Hereje
Conquense y la Infinita Belleza
Juan de
Valdés (Cuenca, circa 1494-1504 —Nápoles, 1541)
Al
principio todo parece una historia medieval. Un niño de familia hidalga pasa un
par de años en un castillo, el Alcázar de Escalona, al servicio del Marqués de
Villena.
«Decrépito
y gotoso Don Diego López Pacheco, segundo Marqués de Villena, se había retirado
a su alcázar de Escalona, donde se daba al ejercicio de la piedad y a la
conversación con los varones espirituales… Saturado ya de Iluminismo llevó a su
palacio en el año 1523 a un predicador laico, que lo fue Ruiz de Alcaraz… Allí
reunió en breve Alcaraz una pequeña comunidad a la que pertenecía la
servidumbre del marqués: doctrinaba en casa del licenciado Antonio de Baeza,
donde acudían clérigos, como Gutiérrez, capellán del marqués, mujeres como Doña
María de Zúñiga y Ana de Soria, y muchachos cual Juan de Valdés, no sin
escándalo del presbítero Francisco de Acevedo»1.
Cabe,
sin embargo, suponer que el muchacho sabía que en la familia de su madre un
hermano, Fernando de la Barrera, fue quemado en la plaza pública por judío
relapso. O que su padre también tenía alguna ascendencia judía.
En
ese ambiente el joven debió de verse atraído por el fervor de los alumbrados.
Menéndez Pelayo describe así la posterior evolución de Juan de Valdés:
«¿Y hay
algo de español en el ingenio de Valdés? A mi juicio, dos cosas: la
extremosidad de carácter, que lo lleva a sacar todas las consecuencias del
primer yerro, y de erasmista lo convierte en luterano, y de luterano en
iluminado, y de iluminado en unitario; en segundo lugar, la delicadeza de
análisis psicológico y la tendencia a escudriñar los motivos de las acciones
humanas que es lo que más elogian en él los extranjeros y el único parecido que
tiene con nuestros místicos ortodoxos»2.
A lo
largo de todo ese ensayo sobre Juan de Valdés (y también en el otro sobre
Alfonso de Valdés) Menéndez Pelayo oscila entre la franca admiración por quien
llama el hereje conquense3 y la no
menos franca exasperación. Refiriéndose a su Diálogo de doctrina cristiana escribe:
«Tal es
este Diálogo, monumento clarísimo del habla castellana, lo mismo que el
de la lengua, del que hablaré en seguida. El ingenio, la gracia y la
amenidad rebosan en él, y bien puede decirse que nada hay mejor escrito en
castellano durante el reinado de Carlos V, fuera de la traducción del Cortesano,
de Boscán. La lengua brilla del todo formada, robusta, flexible y jugosa,
sin afectación ni pompa vana, pero al mismo tiempo sin sequedad ni dureza y con
toda la noble y majestuosa serenidad de las lenguas clásicas.
[…]
Sus errores religiosos han perjudicado a
Valdés lo indecible. En España a penas se conoce de él otra cosa que el Diálogo
de la lengua […] Y ciertamente que algún recuerdo y honra merecería el
padre y maestro del diálogo de costumbres, el que puede hombrear sin
desdoro entre Mendoza y Mateo Alemán y sólo se inclina ante Miguel de Cervantes»4.
Cualquier
relato de la vida y obra de Juan de Valdés oscila entre la comedia sonriente, y
la tragedia siniestra y a veces oculta. Su Diálogo de la lengua sigue
atrayendo la curiosidad de eruditos y aprendices. Es un ensayo corto, de unas
treinta mil palabras. Reproduce un supuesto coloquio entre cuatro amigos
españoles e italianos, en torno al propio Juan de Valdés. El tono es erudito
mas no pedante con un humor afable pero cortés. A veces aparece alguna broma
calificada por Cristina Barbolani como expresión chistosa anticlerical de tipo
erasmiano: «vedme aquí más obediente que un fraile descalço quando es
convidado para algún vanquete»5. Valdés tan sólo se deja llevar del afán de
censura cuando dice que Librixa (Antonio de Nebrija) «no entendía la
verdadera sinificación del latín […] o que no alcançava la del castellano, y
ésta podría ser porque él era de Andaluzía, donde la lengua no sta muy pura».
Para
colmo de disgusto, hoy mayor aún que cuando Juan de Valdés lo escribió hace
medio milenio, he aquí lo que pensaba de las peculiaridades lingüísticas
regionales:
«Si me
avéis de preguntar de las diversidades que ay en el hablar castellano entre
unas tierras y otras, será nunca acabar, porque, como la lengua castellana se
habla no solamente por toda Castilla,
pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía, y en
Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque
entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña, cada
provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir; y es assí que el
aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de dezir, y el
andaluz tiene otros y otras, y el navarro otros y otras, y aun ay otros y otras
en tierra de campos, que llaman Castilla la Vieja, y otros y otras en el reino
de Toledo. De manera que, como digo, nunca acabaríamos»6.
Julia
Gonzaga (Gazzuolo, 1513- Nápoles, 1556)
Hija del Príncipe Luis Gonzaga, se casó a los
catorce años con el Conde Vespasiano Colonna, de oficio condotiero. Se quedó viuda a los tres años. «¿Acaso la mujer más hermosa de la época7,
ensalzada por Ariosto, Julia Gonzaga, no había casado con un Colonna viejo,
cojo, manco y estropeado?»8.
Tuvo
amores con Hipólito de Médicis y de él tuvo un hijo, Asdrúbal, condotiero y
caballero de la Orden de Malta.
En 1534
estaba Julia Gonzaga en Fondi y la ciudad fue atacada por Barbarroja el Pirata,
que quería secuestrarla para el Sultán Suleimán el Magnífico, pero ella se
escapó acompañada por un solo caballero. Dicen sus admiradores, o tal vez
detractores, que después Julia mandó matar al caballero pues la había visto
medio desnuda en la huida.
Tuvo una
estrecha amistad espiritual con Pietro Carnesecchi. Su correspondencia con él
contribuyó años después a la muerte en la hoguera de Carnesecchi, acusado (con
fundamento) de herejía por la Inquisición: «bajo la influencia de Valdés
aceptó de todo corazón la doctrina luterana de la justificación por la fe,
aunque repudió llegar al cisma»9.
Ambos
personajes, el hidalgo español Juan de Valdés y la princesa italiana Julia
Gonzaga, tienen en común cierta aura ambigua y hasta misteriosa. Siendo
bastante distintos, diríase que no eran todo lo que parecían ni parecían todo
lo que eran.
Sin duda eran
hijos de su tiempo. Tiempo azaroso como el que más, “tan claro, tan rico de
aventura”10. La época, entre dos eras del todo distintas, al
borde del mundo moderno, nos lleva a preguntarnos sobre el alma de sus protagonistas.
Tal vez por eso un observador profundo como Menéndez Pelayo, que se suele hoy
tachar de extremista conservador y católico, reconoce la talla literaria de
Juan de Valdés, su bondad y su prudencia que otros tachan de hipócrita. Todo ello
sin privarse, en una pirueta frívola, de declarar a Valdés «un místico sui
generis, misionero de capa y espada, catequizador de augustas princesas y
anacoreta de buena sociedad».11
En su apasionante y apasionado
retrato de Juan de Valdés, escrito cuando Menéndez Pelayo tenía veinticuatro
años, señala repetidamente el papel mucho más que decorativo de Julia Gonzaga.
Además abre la puerta del curioso escenario a otras distinguidas señoras de la
época. Su número y calidad aumenta en otras citas:
«La influencia femenina daba vida y atractivo a
esta revolución teológica. Las más nobles y discretas señoras de Nápoles eran
del partido de Valdés y de los innovadores: Catalina Cibo, duquesa de Camerino;
Isabel Briceño, que murió en Suiza; Victoria Colonna y Julia Gonzaga,
participaron, es poco o en mucho, de sus enseñanzas; macchiatte di quella
pece, dice el biógrafo de Paulo IV […] Con menos seguridad se cita como
amigas de Valdés a D.ª María y a D.ª Juana de Aragón, marquesa del Vasto la
primera y mujer de Ascanio Colonna la segunda; a Isabel Villamari y Cardona,
princesa de Molfetta, mujer de D. Ferrante Gonzaga; a María de Cardonna,
princesa de Sulmona; a D.ª Constanza d’Avalos, duquesa de Amalfi; a Dorotea
Gonzaga, marquesa de Bitonto; a Isabel Colonna, princesa de Bisignano; a
Clarisa Ursina, princesa de Stigliano,etc. De ninguna de estas señoras consta
que fuera hereje»12.
La última frase del
párrafo antes citado da idea de la socarronería del por lo demás joven y sabio
erudito, Don Marcelino. Sin embargo, su sentencia final es ésta:
«Si yo hubiese de escoger, más querría con
mediano ingenio buen juicio que con razonable juicio buen ingenio…, porque
hombres de grandes ingenios son los que se pierden en herejías y falsas
opiniones… No hay tal joya en el hombre como el buen juicio.
Con estas profundas y discretísimas palabras
se retrata Juan de Valdés a sí mismo, nos muestra al descubierto su alma y da
la clave de sus aberraciones. Perdiole el ingenio (la imaginación, que ahora
diríamos) haciéndole creer en un insano y singular misticismo»13.
Plagado de reservas, mas no del
todo vacío de admiración, el juicio que Menéndez Pelayo hace de Juan de Valdés
sírvele de panegírico fúnebre. Si hereje fue, olvidado está.
Agradecimientos
Por
último, lo primero. Lo que antecede se debe en buena medida a José Antonio
Martínez Climent y a María José Moro que me recordaron y descubrieron el
Bomarzo de Manuel Mujica Lainez.
Y
en este capítulo como en todos, soy deudor de Raquel Velado Bullón.
______________
[1] M. Serrano y Sanz, «Pedro
Ruiz de Alcaraz, iluminado alcarreño del siglo XVI» en Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos. VII, 1903 (citado por Cristina Barbolani en su edición
del Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés).
[2] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880.
[3] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880.
[4] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880.
[5] J. de Valdés, Diálogo de
la lengua (edición de Cristina Barbolani), 1982.
[6] J. de Valdés, Diálogo de
la lengua (edición de Cristina Barbolani), 1982.
[7] «Donna real, la cui beltà
infinita
formò di propria man l'alto
Fattore,
perch'accese di suo gentil
ardore,
volgeste l'alme alla beata vita,
la cui grazia divina ognun'invita
all'opre degne di perpetuo onore;
ne' cui lumi sereni onesto amore
per un raro miracolo s'addita;
virtù, senno, valore e gentilezza
vanno con voi, come col giorno il
sole;
o
siccome col ciel le stelle ardenti:
l'andar
celeste, il riso e le parole
piene
d'alti intelletti e di dolcezza,
son di vostra beltà ricchi
ornamenti»
Bernardo Tasso (1493-1569)
[8] M. Mujica Lainez, Bomarzo,
Ed. Austral, 2018.
[9] Pietro Carnesecchi.
Encyclopædia Britannica (11th ed.). Cambridge University Press.
[10] F. García Lorca, Alma
Ausente, con perdón por la ucronía.
[11] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880
[12] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880.
[13] M. Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, vol.I,
1880.
Enlaces relacionados
Nueve liberales reaccionarios
Charles Baudelaire. Reaccionarios Liberales o Liberales Reaccionarios I
Liberales Reaccionarios (II)