Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: 2014

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Temblando estaba de frío

Gerard van Honthorst (1622). Wallraf-Richartz Museum

Temblando estaba de frío
el mayor fuego del cielo,
y el que hizo el tiempo mismo,
sujeto al rigor del tiempo.

¡Ay, niño tierno!
¿cómo, si os quema amor, tembláis de hielo?

El que hizo con su mano
los discordes elementos,
naciendo está por el hombre
a su inclemencia sujeto.

¡Ay, niño tierno!
¿cómo, si os quema amor, tembláis de hielo?

Lope de Vega (1612)

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Botones de muestra (XXIII)


     Charles Powell es una de las pocas personas –que yo conozca– bilingües en inglés y en español. Lo es porque cuando escribe en español está pensando lo que dice también en español, y el mismo proceso lo lleva a cabo en inglés. Gracias a eso tiene una excepcional claridad de ideas al escribir, por ejemplo, sobre las relaciones hispano-norteamericanas en tiempos recientes, como se desprende del libro El amigo americano: España y Estados Unidos: de la dictadura a la democracia (2011).

     Con igual claridad ve cuestiones históricas muy anteriores tal que la Monarquía Hispánica y su notable duración. Como verán en la entrevista de esta entrada, realizada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, le hice la misma pregunta que he hecho a los seis historiadores hasta ahora entrevistados: ¿Por qué duró tanto el imperio español en el Nuevo Mundo? No hay dos contestaciones iguales y todas son interesantes. Seguro que Jorge Washington, testigo mudo y en efigie de nuestro encuentro, escuchó con su media sonrisa irónica las explicaciones de Charles Powell. Gracias, pues, al profesor por sus palabras habladas y escritas.

















El amigo americano: España y Estados Unidos: de la dictadura a la democracia
Charles Powell
Galaxia Gutenberg
2011

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXII): Calendario Zaragozano
Botones de muestra (XXI): Stanley Payne
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
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Botones de muestra (IX): Miguel Albero
Botones de muestra (VIII): Fernando Ortiz
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Botones de muestra (V): Miguel Albero
Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz

jueves, 27 de noviembre de 2014

Nada nuevo bajo el sol

   
La carrera de cuadrigas, de Alexander von Wagner, 1882.
© Manchester Art Gallery

     De cuando en cuando conviene preguntarse si todo lo que parece nuevo es tan nuevo como parece. Suele uno llevarse sorpresas, y en el campo del lenguaje más que en otros. Consultado el diccionario, resulta a menudo que el supuesto neologismo no es sino pervivencia o resurrección lingüística. Otra cautela aconsejable es desconfiar del panse­xualismo, tan propio de nuestra obsesa raza. Valga como botón de muestra de nuestra índole maniática el siguiente comentario de J. L. Pensado (en «Una crisis en la lengua del imperio», Salamanca, 1982) a cierta recomendación del maestro Correas: «La obsesión sexual, resultado de la represión eclesiástica, llegaba a aislar en la cadena sonora secuen­cias de una —OD— más vocal que, por atenuación de la H­(o J-) se asociaban al verbo (h)oder». No se sabe quién es más obseso, si el maestro del siglo XVII o su glosador del XX, este último convencido, al parecer, de que todos los clérigos de la historia de España eran unos puritanos paca­tos, a modo de maristas de 1940, como si el arcipreste de Hita, Góngora o Tirso de Molina, con su robusta franqueza al llamar al pan pan y al vino vino, no hubiesen sido eclesiásticos.

     Veamos, pues, unas cuantas palabras y expresiones que no son lo que parecen, o al menos no son tan sólo lo que parecen. Chorrada (necedad o nimiedad), por ejemplo, sue­na mal. Pero su origen, según el Diccionario de la Real Academia, es de lo más inocente: «Porción de líquido que se suele echar de gracia después de dar la medida.» Así es que honni soit qui mal y pense.

     ¡Jo macho! Se toma por vigorosa grosería moderna. El Diccionario de argot español, de Víctor León, 1986, asegura que ¡Jo! es una interjección eufemística, equivalente a ¡Jo­der! Sin embargo el otro día, leyendo las Premáticas y Aranceles Generales (1610) de Quevedo, me encontré con que éste condena por expresión superflua «a los que, llevando la rienda en la mano, dijeren: Jo, macho, pues le pueden (al macho de tiro o montura, se entiende) tener con ella». Por un instante pensé que el menos eufemístico de nuestros clásicos había caído en el eufemismo, pero enseguida me tranquilizó Corominas: según su Diccionario Etimológico, jo y so, voces ambas para detener las caballerías, descienden por igual de xo. Claro que la etimología es objetiva y la semántica puede ser subjetiva e intencional, pero en todo caso resulta imposible que jo venga del futuere latino, origen de nuestro joder.

     «Pérfida Albión (expresión acuñada también por la derecha)», escribe en El País del 22-1-87 don Luis Yáñez Barnuevo. Comprendo que para un hombre de izquierdas sea tentador creer que la muletilla la inventó alguien como Franco o, haciendo un esfuerzo de memoria, algún francés como Pétain. Pero acudiendo a un diccionario de citas se comprueba que la expresión perfide Albion fue acuñada en París en 1793 por el Marqués de Ximénéz, amigo íntimo de Voltaire y progre como el que más.

     Negociado distinto aunque cercano es el de las palabras nuevas para designar cosas de siempre, vino viejo en odres nuevos. Salta a la vista un ejemplo curioso de hoy mismo. Siempre hubo bandas de maleantes aficionados a la violencia caprichosa, sin tener siguiera el robo por motivo principal y mucho menos las ideas políticas. Pero vivimos en un siglo tan ofuscado por las ideas políticas como los anteriores lo estuvieron por las religiosas, y se tiende a atribuir a estos facinerosos alguna ideología, en general la contraria a la que uno profesa. Y hemos visto estos días cómo unos grupos de salvajes llamados ultrasur (por el graderío de cierto estadio que frecuentan) u otros denominados jevis (les gusta la atroz música heavy rock) recibían gratuitas etiquetas políticas. Sabido es también que uno de los trucos más habilidosos de Marx fue inventar el término lumpenproletariat para aplicarlo a cualquier clase de pobres reaccionarios o apolíticos. Pero en España el término, hoy de moda, se ha trivializado y a la vez desvirtuado lingüísticamente al dejarlo en lumpen (literalmente andrajos en alemán) y llamar así a los gamberros, como hace el decano de la Facultad de Ciencias Biológicas en carta a El País del 16-12-86, sobre las barbaridades del día de San Teleco.

     Si los padrinos de todas estas palabras supiesen historia, comprenderían que la maldad multitudinaria gratuita es aún más frecuente que la maldad multitudinaria política. Aunque a veces ambas bestialidades coincidan, como en Bizancio, con sus dos bandos, los azules y los verdes, forofos de sus respectivos equipos de aurigas y asimismo partidos políticos y sectas religiosas, pero, ante todo, turbas destructivas.

* * *

     Uno de los aquí mentados —menos agudo que Quevedo y más respetable que los ultrasur— se sintió ofendido y me lo hizo saber. Le ofrecí añadir a mi artículo su réplica, pero eso no le bastaba. Lástima.
Otro también se picó, pero —poderoso— no dijo nada, me la guardó y me la jugó desde el poder ¡Oh pérfida Coria del Río!

     (Este artículo se publicó en el ABC del 14 de Febrero de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).

     Quizá resumí demasiado el uso políticamente correcto del lumpenproletariat. La cita de Don Rafael Hernández, a la sazón Decano de la Facultad de Ciencias Biológicas, en carta a El País (16/12/1986) no tiene desperdicio. Primero se queja con toda razón de la bestialidad de los estudiantes de telecomunicaciones borrachos que invadieron entre otros el campus de Ciencias en la Universidad Complutense, y los llama el lumpen, a secas, suprimiendo toda alusión al proletariado. Pero al final no resiste la tentación de dejar constancia de que él, claro está, es santurrón de la postmodernidad. Termina, pues, con estas palabras:

     "Por otra parte, estos etílicos feligreses de san Teleco están, sin ser conscientes de ello, insultando al movimiento estudiantil y a lo que éste representa: un profundo espíritu crítico, solidario e inconformista que, de una u otra forma, ha estado siempre presente en todas las batallas que por los derechos civiles se han librado en la Europa de las últimas décadas".

     Da gusto ver que tan tarde como Diciembre de 1986 todavía había profesores que se rebajaban a halagar a los estudiantes salvajes atribuyendo a su tribu de origen "un profundo espíritu crítico, solidario e inconformista".

     Claro que aquellos polvos trajeron estos lodos indignados.

Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

viernes, 24 de octubre de 2014

El carlitos

Alicia vista por Arthur Rackham

A los mayores no les gustaban ni un pelo aquellos compañeros nuestros de juegos, forasteros de cuna desconocida, reciente arraigo en Andalucía y nombre impronunciable, cubiertos a menudo de jirones. Pero nosotros, indiferentes al esnobismo familiar, nos escapábamos de la casa a la hora de la siesta para reunirnos con los intrusos indeseables que, melena al viento y sin miedo a la canícula, se erguían en el jardín. Eran dos hermosos eucaliptos. Fáciles de trepar —cosa rara en ellos, salvo cuando han sido ramoneados de jóvenes— y de piel sedosa bajo los andrajos de corteza vieja, eran a la vez atalaya y gimnasio, montura agitada por el levante y lecho de siestas heroicas, barco pirata y penacho de rebeldía.

No entendíamos los reproches de las gentes cultas contra nuestros refugios: que eran plantas advenedizas, recién traídas de un país bárbaro llamado Australia, que desnaturalizaban con su silueta desgarbada el paisaje clásico mediterráneo, que nada crecía a su derredor y que ni aun sombra verdadera daban. Luego comprendí que las plantas, como las palabras, estaban sujetas a los crueles vaivenes de la moda, y que la moda, mal que les pese a los marxistas y demás hombres de fe, no siempre obedece al racional egoísmo y sí con frecuencia a la simple estupidez humana. Recuérdese la tulipomanía holandesa de 1638, cuando se especuló con los bulbos como hoy con acciones en plena histeria bursátil. El mismo eucalipto, aclimatado a principios del siglo XIX en los exquisitos invernaderos de la Malmaison como primor exótico, pronto se convierte en típico cultivo industrial, apto para producir celulosa, drenar pantanos o eliminar paludismo, pero desterrado de cualquier jardín que se respete.

Me he preguntado a veces si estos invasores exóticos (como algunos botánicos llaman a ciertas plantas aclimatadas con éxito excesivo) no habrían suscitado menos ojeriza de haberse aclimatado también el nombre a lo español. A fin de cuentas buena parte de nuestra flora es de origen foráneo. Pero, claro está, la mayoría de estas plantas fue introducida en épocas de vigor lingüístico capaz de adaptar a los idiomas peninsulares los vocablos exóticos, y a nadie se le ocurrió seguir llamando a la naranja por su nombre sánscrito, nagrunga, o al albaricoque por el suyo árabe, al birkuk, y ni siquiera mucho más tarde al aguacate por su nombre azteca, ahuacatl. Pero a partir del siglo pasado nos volvimos pedantes o acoquinados y aceptamos sin chistar los trabalenguas de los nombres científicos grecolatinos o del idioma de origen.

El pueblo andaluz tuvo un postrer destello de sentido común y bautizó carlitos o calisto o calistro al eucalipto, pero no ha logrado convencer a botánicos ni gramáticos, aferrados al vano purismo de que eucalyptus en griego quiere decir bien cubierto, en alusión inventada en 1788 por L’Héritier al descubrir este árbol de flor con pétalos que forman tapadera. Sin embargo, cuánto más natural y eufónico es el cateto andaluz diciendo un calistral que el ingeniero de montes hablando de una plantación de eucaliptos.

Problema distinto es el de otra planta de reciente introducción en España, el ailanto (ailanthus altissima). Árbol, ese sí, odioso y de expansión incontenible, seguirá siendo una plaga, aunque se imponga su otro nombre más lisonjero, árbol del cielo, que es lo que significa ailanto en chino según unos y en moluqués según otros. En cambio merecería nombre vernáculo más amable y menos frío el olmo siberiano (ulmus pumila), una de las pocas especies de olmos inmunes a la devastadora enfermedad del graphium ulmi y por ello de implantación creciente y muy de agradecer.

Por último, y en la esperanza de que alguno de mis lectores sea sabio micólogo —o, mejor aún, psicólogo perspicaz— y pueda ilustrarme, quiero exponer la curiosidad que me devora desde que durante el pasado otoño, tan lluvioso, hubo la habitual racha de muertes por ingerir setas venenosas. ¿Cómo puede haber insensatos capaces de comer un hongo tóxico que parece lo que su nombre dice, falo perruno (mutinus caninus)? Y, por el contrario, ¿a quién se le ocurrió denominar falo hediondo (phallus impudicus) a un hongo comestible e incluso sabroso? Por algo Platón desconfiaba de la teoría de Heráclito según la cual los nombres son justos por naturaleza. Sería que entendía de hongos.

                                              * * *

«Para su archivo le añadiré la versión cántabra del carlitos: es ocálito» (Carta de don Emilio Lorenzo, 14-2-87).
«Sobre el carlitos: en Galicia a los eucaliptos les llaman arcolitos» (Carta de don Ernesto López, 26-1-87).
«Aquí, en Asturias, se desprecia al eucalipto (se le llama eucálitro)» (Carta de don José Ignacio Gracia Noriega, 24-1-87).
Está claro, pues, que la palabra eucalipto se le atraganta al español; tal vez por eso lo use como expectorante.
En cuanto al sabio micólogo, cuya intervención yo impetraba, apareció bajo la forma de un joven diplomático, don Carlos Fernández-Arias, que con fecha 6-3-87 me escribió:
«Tal y como te prometí, te envío un breve comentario a tu artículo “El carlitos” publicado en “ABC” el pasado mes de enero. Al final del artículo hacías una referencia a la seta Phallus impudicus que deseo aclarar.
Primero debo decir en honor de quien bautizó este hongo como falo hediondo que pocas veces he visto un nombre mejor escogido y apropia do para una seta. El anónimo bautista no hizo sino describir fielmente lo que tenía ante sí, una seta de buenas proporciones que se erigía obscenamente en medio del bosque y de la que emanaba un olor fétido percibible —y de ello puedo atestiguar— a varios metros a la redonda.
Por otra parte, no es del todo correcta la referencia a la comestibilidad de esta seta que los franceses llaman satyre puant. Ni el Phallus impudicus ni su congénere el Phallus hadriani de menor tamaño —a pesar de su imperial apellido— son comestibles. Sin embargo, estas setas en su estadio juvenil viven bajo tierra con forma de huevo y reciben el nombre de huevo de bruja, ou del diable en Cataluña. Según algunos libros, los huevos de bruja son comestibles siendo incluso exquisitos. En cualquier caso, creo que hace falta algo más que una simple curiosidad micófaga para guisar y comer un falo hediondo o un huevo de bruja


(Este artículo se publicó en el ABC del 24 de Enero de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005). Ya que estamos en temporada otoñal, viciosa en setas, me ha parecido oportuno reproducirlo un cuarto de siglo después y reiterar mi agradecimiento a mi compañero diplomático y micólogo don Carlos Fernández-Arias. Y también agradecer a Alicia en el País de las Maravillas, a punto de cumplir 150 añitos, su aparición junto a la seta mágica y tal vez alucinógena). 


Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

miércoles, 8 de octubre de 2014

Emputecimiento

     
     Acabo de leer una memez periodística más. El País (13-12-86) me pregunta con un gran titular «¿Es usted un happy few?» Tan sólo me cabe contestar que ni soy ni puedo ser un happy few, pero me gustaría ser uno de los happy few. Y es que few en inglés es plural, y happy few quiere decir los pocos felices.

     Mas acaso no se trate de una simple memez; puede que sea algo mucho más grave. Sigo leyendo y descubro que happy few es el nombre extranjero que ahora se da en Alemania a los nuevos ricos, gente aficionada a comprarse cosas como «afeitadoras de oro de 1,7 millones de pesetas». Bueno, siempre ha habido nuevos ricos y siempre algunos de ellos han hecho compras estúpidas. Lo malo —y nuevo— es el nombre. Porque la expresión happy few tiene una vieja y honrosa historia, y aplicarla a una caterva de catetos timócratas —aun con ironía, cosa que dudo— es emputecimiento que dice mucho sobre la sociedad en que vivimos.

     La expresión la puso de moda Stendhal al dedicar La Cartuja de Parma (1839) To the happy few. Lo hizo en inglés por prudencia de heterodoxo deseoso de ocultar su olor a chamusquina y a la vez mostrar su afinidad política y literaria con las minorías liberales. Y, naturalmente, porque citaba del inglés. Mucho se ha discutido sobre el origen de la cita. Lo probable es que Stendhal la sacase de Goldsmith, cuyo vicario de Wakefield (1766) usa la expresión al confiar en el éxito minoritario y remoto de sus escritos. Pero el origen último —conocido o no por el francés— está en Shakespeare, y eso ya es otro cantar. No se trata de un guiño a compinches como en Stendhal ni de una dulce esperanza de clérigo erudito; trátase de la expresión vibrante de la hermandad entre un rey guerrero y sus soldados, y forma parte de uno de los pasajes más hermosos de la literatura inglesa, el cuarto acto de Enrique V.

     Horas antes de la batalla de Agincourt, el rey inglés pasea entre los vivaques del campamento y anima a sus escasas gentes (a little touch of Harry in the night). Al amanecer arenga por última vez al ejército, en tono heroico y familiar, incluyendo a todos —príncipes y pecheros, capitanes y tropa— en la misma compañía aventurera de amigos: «Nosotros pocos, nosotros felices pocos, nosotros, banda de hermanos; pues quien hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano, y por villana que sea su condición el día de hoy la ennoblecerá, y habrá caballeros ahora en el lecho, en Inglaterra, que se sentirán malditos por no haber estado aquí y tendrán en poco su hombría mientras hable cualquiera que luchó a nuestro lado en el día de San Crispín».

     La arenga, ya se ve, es como para dar arcadas a un progre: «machista, reaccionaria, feudalpaternalista, aristocrática, militarista, belicista». Pero es que Shakespeare es así, guste o no, tan «de derechas» como Milton es «de izquierdas», si nos empeñamos en colocar etiquetas modernas a gente antigua. Se comprende, pues, que los intelectuales de hoy hagan ascos al sentido original de las palabras happy few, trallazo de alegría guerrera y de desprecio por el poltrón emboscado. Se entiende, incluso, que olviden el
sentido de cenáculo erudito que les da Goldsmith, y aun la simpática complicidad liberal que busca Stendhal. A fin de cuentas, todas son expresiones del mismo espíritu aristocrático y minoritario, y como tales caen bajo el mismo anatema contra lo que ahora se llama «elitismo». Pero, si tanto molestan hoy las minorías —de nobles, de sabios, de libre pensadores—, si hasta la ambigua dedicatoria de Juan Ramón Jiménez a la inmensa minoría parece reprobable ¿por qué entonces la progresía es tan indulgente con estos nuevos happy few amillonados, con los nuevos ricos que gastan el equivalente a un año de jornal obrero en una maquinilla de afeitar cursi?

     Una sola explicación se me ocurre: los horteras opulentos son el nuevo modelo universal, inalcanzable pero fascinante. Ningún intelectual, ni obrero, ni nadie en Europa quiere luchar en Agincourt o conjurarse con Stendhal o leer libros difíciles. Lo que quiere es que lo vean bailar con una zorra de lujo. Y como el tonto bogavante respeta la moda, grita ¡vivan los nuevos happy few!

 * * *
     «... ahora todas tus fans queremos que nos planchen la armadura para irnos a Agincourt. A través del esnobismo vas a conseguir el rearme moral español».
No acertó, ay, mi amiga doña Adela Sanz-Briz, que esto me escribía el 18 de enero de 1987. Ni con el esnobismo lograremos cauterizar el emputecimiento español. La prueba está en el titular ME PREOCUPA QUE MI HIJO DE CUATRO AÑOS NO MIENTA NI TENGA MIEDO (Ya, 5-3-87). Encabeza una carta que dice:

     Mi hijo, que cumplió cuatro años en el mes de febrero, de siempre ha sido muy inteligente. Va a la guardería desde que tiene un año, y siempre me han comentado la facilidad que tiene para aprender y su excepcional memoria. Es alegre y no tiene ningún problema de relación con los demás. Lo que me preocupa es que nunca miente. Dice siempre la verdad, aunque le suponga una regañina. He leído y hasta me ha dicho el psicólogo del colegio que es bueno y necesario que los niños mientan y tengan fantasía. El sólo fantasea cuando juega. Tampoco tiene miedo. De pequeño le asustaba el ruido; ahora, cuando sabe qué es lo que lo ha producido, se queda tranquilo. ¿Puede ser esto negativo para su desarrollo psíquico? Teresa. Madrid.

     O sea, que Teresa está disgustada de haber parido a un nuevo Bayard, el caballero sans peur et sans reproche. La pobre mujer hubiera preferido traer al mundo a un embaucador con porvenir político o de estraperlista. El encargado del consultorio del Ya no lo entiende y viene a decir a la madre que se dé con un canto en los dientes. Menudo carca, el del consultorio.


(Este artículo se publicó en el ABC del 17 de Enero de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).


Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

lunes, 4 de agosto de 2014

AGOSTO DE 1914: EL GRAN SUICIDIO



En estos días se cumple el centenario del comienzo de la Gran Guerra, luego llamada Primera Guerra Mundial y que acaso algún día vuelva a llamarse la Gran Guerra, pues cada día parece más una nueva Guerra de los Treinta Años lo ocurrido entre Agosto de 1914 y Agosto de 1945. Ya en la borrosa memoria de los descendientes de quienes participaron en esas luchas, la Primera y la Segunda Guerra Mundial empiezan a verse como una sola contienda. Y si añadimos la Guerra Fría, las guerras asiáticas, las balcánicas, las de Oriente Medio –directa o indirectamente procedentes del terrorismo nacionalista en Sarajevo–  alcanzaremos una nueva Guerra de los Cien Años. El centenar y medio de millones de muertos puede aumentar aún. “Pienso –contra lo que es generalmente supuesto– que la guerra durará mucho. Más: que será un estado de guerra más que una guerra indefinidamente prolongada”, escribió Ortega el 12 de Agosto de 1914. 

También se cumple otro centenario: el de la búsqueda de culpables del apocalipsis. Ese vano empeño empezó casi instantáneamente. Todavía dura. Cada uno de los libros recientes sobre la Guerra Europea exhibe la prelación favorita del autor. Los más políticamente correctos suelen considerar a Alemania como la principal culpable, seguida de Austria-Hungría. Los más revisionistas colocan a la cabeza a Serbia, seguida de Rusia (que entró en guerra acuciada por Francia), y Alemania. Sin embargo, al llegar a los nombres de los soberanos, políticos y militares, todo se complica. Inglaterra no suele aparecer como especialmente culpable, pero su Primer Ministro Asquith y su Ministro de Negocios Extranjeros, Grey, ambos liberales, empiezan a ser muy atacados por haber mal informado a su propio gobierno y al Parlamento, para conseguir que su país mandase el ultimatum a Alemania.

En rigor todas las naciones, todos los gobiernos fueron culpables. O no, según se mire. Uno de los últimos y mejores análisis históricos, escrito por Christopher Clark, se titula Sonámbulos: cómo Europa fue a la guerra en 1914. Es difícil creer que un sonámbulo pueda ser culpable de algo, y menos de un suicidio. Quienes dirigían la Europa de 1914 barruntaban que la guerra podía ser larga y mortífera, aunque a veces dijesen lo contrario (“los chicos volverán a casa para Navidad”). En el tardío crepúsculo del Lunes 3 de Agosto de 1914, cuando faltaban veinticuatro horas para que el Reino Unido y su Imperio entrasen en guerra contra el Imperio Alemán, Sir Edward Grey, que tanto hizo hasta conseguir el ultimatum que haría la paz imposible, subió a la terraza de su ministerio y al ver cómo se iba encendiendo el alumbrado público de Londres, murmuró “las luces se están apagando ahora en toda Europa, y no las veremos de nuevo encendidas en toda nuestra vida”. Europe, entonces, quería decir el continente sin las islas británicas. Pero los bombardeos con dirigibles no atendieron a ese argumento y el blackout pronto oscureció también el cielo de Londres. Aunque tal vez los sonámbulos ni siquiera se fijaran en ello.

Consta, en cualquier caso, que muchos políticos y militares (Lloyd George, Haig, Kitchener) reconocieron en privado que la guerra sería cruenta y duradera. Moltke el joven vaticinó también que haría caer tronos. Lyautey fue el más desgarrado: “una guerra entre europeos es una guerra civil, la más monumental connerie jamás hecha en el mundo”.

Los monarcas fueron en general más prudentes, incluso Guillermo II, a veces. Más cautos, en todo caso, que el Presidente de la República Francesa, Poincaré. O que Winston Churchill, a la sazón Primer Lord del Almirantazgo, que al recibir al amanecer del 3 de Agosto una carta de su mujer que terminaba “sería una guerra malvada”, contestó que “comprendía su punto de vista pero que el mundo había enloquecido y había que cuidarse de uno mismo y de sus amigos”. Y al día siguiente, quince minutos después de que expirase el ultimatum británico a Alemania, a las once de la noche, irrumpió Churchill en el Consejo de Ministros “radiante, alegre el rostro, con un torrente de explicaciones sobre las órdenes que estaba dando a la Royal Navy… se veía que era un hombre de verdad feliz”, según le escribió en carta privada Lloyd George a Mrs Asquith.

Pero lo más sorprendente fue la aceptación casi unánime por la izquierda europea de la causa nacional en cada país. En Francia se manifestó en L’Union Sacrée. En Alemania surgió la Burgfrieden. Hasta en la Duma rusa hubo un acuerdo de tregua en las luchas partidistas. Todo ello consternó a Lenin, escondido en la Galicia de los Cárpatos, entonces austríaca. Al comprobar que sus camaradas alemanes socialdemócratas habían resultado ser más alemanes que socialistas, exclamó “a partir de hoy dejaré de ser un socialista y me convertiré en un comunista”. Fue entonces cuando nació el término peyorativo “social-chovinismo” para calificar a quien se desvía del “internacionalismo proletario”.

Claro que, aunque sólo sea por los resultados, como señala Niall Ferguson, esa guerra fue esencialmente democrática: cayeron cuatro imperios y el mundo fue quedando en manos de movimientos políticos de masas y regímenes totalitarios. El demos, sin más. Ya al anochecer del Miércoles 5 lo intuyó Ortega, que se encontró con Pablo Iglesias en Madrid, caminando por el paseo de Rosales. “… Logro que hable algo de la guerra y opina, como yo, que será muy beneficiosa para los intereses del socialismo”.

Entonces, ¿qué ocurrió? Hubo suicidio de la civilización más culta y próspera de la historia, pero ¿quién hipnotizó a los sonámbulos y los empujó al abismo? En rigor, nadie. Todos fueron consciente o inconscientemente Caín. Pero como Abel, la víctima, fue la Civilización Occidental, judeo-greco-romana-cristiana, resulta que todos fueron Abel: todos fueron a la vez Caín y Abel. Por eso la única consecuencia racional e histórica que cabe sacar es que estamos ante la mayor tragedia conocida. Un fratricidio y a la vez suicidio.

Sin embargo, escudriñando en las sombras macabras de ese pasado tan cercano, cabe vislumbrar un asomo de lógica. Acaso todos los actores de esta tragedia, desde los emperadores hasta los soldados rasos, desde patricios liberales con un alto sentido moral como Sir Edward Grey o Theobald von Bethmann-Hollweg hasta el último demagogo, se movieron empujados por el mismo motivo: el miedo. Fueron a la guerra porque en el fondo la creían inevitable y temían una derrota si la guerra empezase un año o dos después, en circunstancias peores para ellos y para sus países respectivos.

Y derrota hubo, para todos. Nuestra civilización se volvió estéril porque “echó a sus hijos al fuego” (II Cron. 28, 3). Al cabo de cien años de guerra civil europea ya no creemos en nuestros ideales ni deberes; ni siquiera en nuestros intereses. Vivimos en la inane civilización del vacío.

EL MARQUÉS DE TAMARÓN

      
     Este artículo apareció ayer Domingo 3 en el ABC, conmemorando la fecha más importante del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Confieso que me costó trabajo escribirlo, entre otros motivos porque me trajo a la mente el recuerdo que perduraba en mi familia inglesa cuando yo era todavía joven, de mis dos tíos abuelos muertos en el frente de Flandes:

     Maurice Dingwall Williams, Alférez en el Queen's Royal West Surrey Regiment, muerto a los 20 años en combate en Ypres el 28 de Septiembre de 1914.

     Bertram Forster Buck, Teniente en el Batallón de los Sherwood Foresters, muerto a los 45 años en combate en Flandes (en Francia) el 3 de Septiembre de 1916.

     Así es que el Alférez murió demasiado joven para alistarse y el Teniente murió demasiado viejo para alistarse. Ambos cuñados se alistaron como voluntarios, ya que en Inglaterra no hubo reclutamiento obligatorio hasta más tarde.

      Por cierto que  el Teniente Buck, desaparecido en combate, fue durante un tiempo -hasta que se confirmó su muerte- objeto de la atención de la oficina generosamente creada por Alfonso XIII para intentar averiguar el paradero de contendientes desaparecidos.

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jueves, 19 de junio de 2014

De esta agua no beberé

 
      Renuncio a traducir al español esta minúscula, contundente y exacta crítica de la novela llamada The sea (El mar) de John Banville. Sé que su autor, M. U., a quien conozco desde hace muchos años, nunca escribe a humo de pajas. Por eso a mí me quita todas las ganas de leer esta obra, la principal, de quien se dice que alcanzará el Premio Nobel. Esta última conjetura tampoco me compensa el aburrimiento de su lectura, que preveo cruel.

      Tómese, pues, como aviso a navegantes de ese mar tedioso, lo contrario del mar color de vino que surcó Ulises.

      In The Sea, John Banville shows a wealth of otherwise common (and not so common) English vocabulary, alongside an almost impertinent ease in the use (at times verging on abuse) of English syntax - which, alas, makes his prose impeccably (if perhaps unwittingly) un-English*.

      By means of which, Banville succeeds in putting forward a drab, eminently forgettable set of colourless characters, moving in and ebbing out with the unclean, murky tides of past and present aflow from an ominously whitish sea. Hardly an inviting seascape.

                                                                           M. U.
                                   
      * Sí, ya sé que Banville es irlandés (y -según dicen- el más grande autor vivo en lengua inglesa).
      Agradezco a mi amigo su presencia cáustica en estas páginas y que me ahorre leer al Sr. Banville. Seguiré sufriendo, pero con Dostoievski, un valor más seguro.

miércoles, 11 de junio de 2014

De nuevo la infamia impune

En vísperas del comienzo de la infame temporada anual de incendios forestales impunes en España, es interesante observar este mapa infográfico publicado en El País el 23 de Mayo


No sobra nada, ni siquiera la amable errata (ANALUCÍA por ANDALUCÍA) que nos aleja a los andaluces de los vándalos y nos acerca a Santa Lucía, patrona de los ciegos, y a Santa Ana, patrona de las parturientas.

No sobra nada pero falta mucho. Se menciona una multitud de delitos ecológicos e infracciones graves, tanto por urbanizaciones ilegales como por minería y otras actividades que a menudo no respetan la ley. Se recuerda que en muchos casos ni siquiera se ejecutan sentencias de los más altos tribunales. Todo eso conviene decirlo y repetirlo: son abusos que en España tienden a "salir gratis".

Sin embargo nada se refleja en el mapa de lo relacionado con los delitos de incendios de bosques, muchas veces gravísimos por la importancia del paraje destruido (como la laurisilva de Garajonay, en La Gomera), o por su extensión y por las muertes causadas (como el incendio de Guadalajara de 2005, con 12.000 hectáreas quemadas y once bomberos muertos). Y no se alude a la impunidad habitual en estos delitos e imprudencias punibles.

Sabido es que muchos piensan que hay dos clases de delitos llamados medioambientales (podían llamarlos destrucción de la naturaleza pero eso suena poco moderno): los "delitos de ricos" y los "delitos de pobres".

Sí, así hablan en privado ciertos expertos en la materia. Los "delitos de pobres" como prender fuego al monte son por definición bastante excusables. Los "delitos de ricos" como las urbanizaciones ilegales o los vertidos industriales son menos excusables pero igual de excusados. En la práctica hay muy pocas condenas y menos aún encarcelaciones (Explorar los incendios y Responsables). De hecho ni se sabe cuántos incendiarios cumplen condena. Es más, hay personas bien informadas que se preguntan si las propias autoridades saben cuántos condenados están en la cárcel, e incluso si hay alguno.

Por cierto que los "delitos de ricos", hay que recordar, también suelen salir gratis en nuestro país. Todavía no se sabe por qué.

Y tampoco podemos olvidar que la Red Natura 2000, red ecológica europea de áreas de conservación de la biodiversidad, establece obligaciones internacionales y también ayuda a mantener las zonas protegidas en cada país. Como bien titula otro artículo de El País, son Espacios naturales protegidos en vano. Suman el 27 % del territorio nacional pero a fin de cuentas significan poco a los ojos de los responsables. No sirven más que para albergar nuestra menguante belleza natural y nuestra también menguante diversidad biológica. Total, nimiedades improductivas. 

Quizá tan sólo nos quede el remedio de rezar a Santa Lucía para que abra los ojos a los guardianes de la ley y que éstos castiguen a los vándalos en vez de dejarlos campar por sus respetos.

Enlaces relacionados:



martes, 20 de mayo de 2014

Los tres silencios

Dolmen en Otoño, Caspar David Friedrich (1774-1840)
Staatiche Kunstsammlungen Dresden 
© Wikimedia Commons
   
     Atruenan ciertos silencios tanto como el retumbar de los cañones de la cobardía y la estupidez.

     El silencio de las asociaciones feministas sobre centenares de niñas nigerianas raptadas, ultrajadas, violadas y prostituidas.

     El silencio de las asociaciones ecologistas sobre los incendios de los montes de España, que este año empiezan ya de nuevo.

     El silencio de demasiados cristianos progresistas ante la persecución y el martirio de sus hermanos en medio mundo.

     ¿Dije cobardía y estupidez? La mezcla de ambas con la codicia y la hipocresía tiene otro nombre: la corrección política.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Prudente como un roble

     Visto en el Piedemonte Segoviano

     Se dice fuerte como un roble. Pero debería decirse prudente como un roble.

     Véase la prueba:


     Muy a finales de Abril, este roble (rebollo, es de suponer) y todos sus compañeros a unos 1.400 metros de altura se negaban a correr riesgos de fuertes heladas tardías. Tan sólo exhibían pimpollos recatados; ni una hoja entreabierta. La hojarasca fea que se ve a sus pies corresponde a unos helechos, tan cautos como los robles. Detrás se ve un acebo, en general más atrevido que otras especies, tal vez gracias a que sus hojas perennes se sienten seguras bajo la brillante capa como de barniz que las recubre.

     Más justificada parece la prudencia de estos robles en Alemania, vistos hace un par de siglos por Caspar David Friedrich. El paisaje, con poca nieve, podría ser de principios de la Primavera; incluso muestran las ramas al trasluz algunos brotes. Pero hay que tener valor para echar hojas en un escenario tan sombrío. Osadía romántica y germánica, casi wagneriana.

Caspar David Friedrich (1774-1840). Alte Nationalgalerie, Berlín.
     
     Enlaces relacionados:

viernes, 25 de abril de 2014

Botones de muestra (XXII)

    
     El libro que con más maestría reúne ciencia y ficción es el Calendario Zaragozano. Recoge un Juicio Universal Meteorológico para todo el año, siendo así que ni la NASA con todos sus satélites y ordenadores gigantescos se atreve a prever el tiempo más allá de una semana con alguna garantía que no sea la sospecha estadística de que en Agosto hará en Córdoba más calor que en Ávila en Enero. Esa espléndida osadía narrativa, digna del más desmelenado poeta surrealista, la hace barruntar desde la portada del libro la siniestra mirada del hombre más feo y temible después de Boris Karloff y Jean-Paul Sartre, Don Mariano Castillo y Ocsiero. Este señor se calificó a sí mismo de "el Copérnico español" y así comenzó a publicar este calendario en 1840.

     En cuanto a su aspecto científico, no es menos notable pues este útil librito es el último refugio de la ortodoxia y la exactitud del santoral. Así, no se olvida de que el 31 de Diciembre en el Reino de Valencia siempre se celebró no a un San Silvestre Papa, santo sin duda respetable pero de poco interés histórico (salvo para los franceses que no saben hablar de la Nochevieja sino que se refieren siempre a "la Saint Silvestre", que se volvió viral para todos los maratonianos ansiosos de torcerse tobillos), sino que se colocó bajo la advocación de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto. Como nos recuerda que el 12 de Enero es el día de San Benito, Abogado contra el Mal de Orina. O, más importante aún, que el 31 de Julio es la festividad de San Ignacio de Loyola, y que éste es Abogado contra las Calenturas, cosa que no nos ha recordado el actual Papa pese a ser hoy el más señero hijo de San Ignacio.

     Se comprende, pues, su éxito perdurable y notable fama, todo ello reforzado por la modestia de su precio (1,80 euros). No había ninguna necesidad de inventar el Realismo Mágico. Incluso podían haber dado el Premio Nobel de Literatura a este benemérito escritor, si es que no murió antes de que se instituyese ese gran galardón. Pero en realidad no ha muerto; su ejemplo y sus ideales perviven y continúan siendo solaz de la gente sencilla, mucho más que escritores más modernos convencidos de su labor redentora del campesinado oprimido.

     Lo único que me hace dudar es esto que acabo de leer: a Unamuno le entusiasmaba este calendario. Le dijo a Jorge Guillén que el Zaragozano fue inspiración de su Cancionero junto con el Cántico del propio Guillén y el Catecismo de Astete. La verdad es que yo creo que el orden de buen uso del castellano es Astete, Mariano Castillo y Ocsiero, Guillén y Unamuno. Orden descendente, claro. Así es que el bilbaíno no se inspiró bastante en el maño de Villamayor de Gállego, cabe Zaragoza.


Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXI): Stanley Payne
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
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Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz

miércoles, 19 de marzo de 2014

Botones de muestra (XXI)

      El profesor Payne trata en este libro con tanta claridad como concisión toda una serie de temas que perfilan la historia de España. Al hablar de España en el Nuevo Mundo se refiere a un asunto clave a mi entender: ¿por qué duró tanto el imperio español en América? Esa es la pregunta a la que, cada uno a su manera, todos los historiadores de esa extraordinaria presencia española en todo un continente han de responder. De hecho, la he ido planteando en las entrevistas a Hugh Thomas, John Elliott y ahora Stanley Payne (la versión corta está al comienzo de esta entrada, para ver la versión completa entre aquí). Sus tres contestaciones distintas me parecen muy clarividentes. La última por ahora es la de Stanley Payne: el imperio español en las Indias duró porque descansaba sobre la creación de una sociedad nueva, mezcla de criollos y mestizos.

     "El imperio en América recibió poca atención y no mucha emigración durante los siglos XVI y XVII, al ser la principal preocupación de la corona la recepción del oro y la plata (sobre todo esta última) que se convirtieron en algo crucial para su hacienda. Se calcula que no más de 300.000 españoles fueron a América durante todo el periodo colonial, aunque no todos los supervivientes del viaje permanecieron allí. Ellos fueron con justeza suficientes para establecer el comienzo de una nueva sociedad híbrida de criollos y mestizos, que, en buena medida dejada a su propia suerte, se mostró de una lealtad y resistencia admirables a través de las vicisitudes del siglo XVII.
     Un número sorprendentemente pequeño de colonos consiguió así un éxito completo en plantar las raíces de una nueva sociedad sin precedentes, pero en tiempos posteriores su desarrollo se hizo crecientemente problemático, al contrario de la exitosa historia de América del Norte. Las diferencias en muchos sentidos eran las diferencias entre la España del comienzo de la época moderna y la Inglaterra del siglo XVII. De hecho, Inglaterra estaba rápidamente adelantando a Holanda como el país más moderno e innovador de Europa, mientras que España durante la era imperial en general fracasó en la lucha modernizadora. El imperio español constituyó un precedente por completo singular al que los ingleses prestaron considerable atención, pero los nuevos "imperios comerciales" de los siglos XVII y XVIII persiguieron diferentes políticas y prioridades.
     El imperio no fue usado como un factor de integración o de construcción nacional dentro de la península, por la sencilla razón de que tal objetivo no existía antes del siglo XVIII, con lo que el imperio quedó primordialmente reservado para castellanos y vascos. De la misma manera, las prioridades de la regulación rígida estatal del comercio (aunque la economía estaba basada en la empresa privada) y el énfasis en la extracción de metales preciosos fueron pensados estrechamente e impedían el uso del imperio para conseguir desarrollo económico en España. Cuando las prioridades cambiaron en la segunda mitad del siglo XVIII, la era del imperio casi había terminado." (Spain: a unique history, pág. 110. La traducción es mía, y seguramente la de la edición española es mejor, pero no la tengo a mano).
      Si algún lector se queda tras estos párrafos con un regusto amargo, piense que la historia no admite excepciones al melancólico principio del omnia pereunt, todo muere, que por cierto formuló San Isidoro de Sevilla. Lo único que cabe esperar es un final digno. Y lo tuvimos.

Spain: a unique history
Stanley G. Payne
The University of Wisconsin Press
2011


España, una historia única
Stanley G. Payne
Temas de hoy
2008

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
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jueves, 13 de marzo de 2014

Botones de muestra (XX)

      
       En 1908 el joven don José Ortega y Gasset escribe en carta a don Ramiro de Maeztu, con glorioso arrebato de juvenil pedantería, “o se hace literatura o se hace precisión o se calla uno”. Luego Ortega se pasó casi medio siglo haciendo literatura. Sin precisión y sin silencios. Literatura hermosa y brillante, tal vez la mejor prosa española desde el siglo XVII. Y con seguridad los mejores aforismos desde 1658, cuando murió Gracián, y hasta que en 1954 empezó a escribir sus notas y escolios Don Nicolás Gómez Dávila.

        Ocurre, sin embargo, que Ortega coloca sus aforismos en ensayos de diverso género, como flores en un prado. A veces la proporción de aforismos en el texto aumenta hasta el punto de que las flores ocultan el prado, o los árboles ocultan el bosque. La filosofía de Ortega y Gasset es muy literaria y su literatura, como su filosofía, es en esencia aforística.

       Claro que no es Ortega el único partidario consciente o inconsciente de los aforismos. Unamuno es otro gran aficionado y Eugenio d’Ors también. Y Juan Ramón Jiménez otro tanto, pero con la mala suerte de que sus aforismos son narcisistas y blandos, es decir cursis.

       Sin embargo, en español, desde mucho atrás, no hay autor de aforismos comparable al gran escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). Cuestión distinta es si está justificado prestar poca atención a los ensayos de Don Nicolás concentrándose siempre en sus escolios. Quizá eso ocurre por no comprender que, al igual que en los ensayos de Ortega o de Eugenio d’Ors, el ensayo y su contenido aforístico son inseparables. Claro que a veces un párrafo con mayor trabazón lógica y discursiva conduce a un aforismo final, y lo realza con la fuerza y la belleza de la prosa más seguida. Sirvan de ejemplo estos dos párrafos, el primero y el último, de un texto que se considera de capital importancia por ser “la idea seminal” del “texto implícito” al que aluden los Escolios:
"Indiferente a la originalidad de mis ideas, pero celoso de su coherencia, intento trazar aquí un esquema que ordene, con la menor arbitrariedad posible, algunos temas dispersos, y ajenos. Amanuense de siglos, sólo compongo un centón reaccionario." (Textos, pág. 55)
"El propósito democrático extingue, lentamente, las luminarias de un culto inmemorial. En la soledad del hombre, ritos obscenos se preparan.
El tedio invade el universo, donde el hombre no halla sino la insignificancia de la piedra inerte, o el reflejo reiterado de su cara lerda. Al comprobar la vanidad de su empeño, el hombre se refugia en la guarida atroz de los dioses heridos. La crueldad solaza su agonía. El hombre olvida su impotencia, y remeda la omnipotencia divina, ante el dolor inútil de otro hombre a quien tortura. En el universo del dios muerto y del dios abortado, el espacio, atónito, sospecha que su oquedad se roza con la lisa seda de unas alas. Contra la insurrección suprema, una total rebeldía nos levanta. El rechazo integral de la doctrina democrática es el reducto final, y exiguo, de la libertad humana. En nuestro tiempo, la rebeldía es reaccionaria, o no es más que una farsa hipócrita y fácil." (Textos, págs. 83-84)
       Obsérvese la fuerza de los dos aforismos finales, en los respectivos párrafos. Si el autor los hubiese escrito para un discurso leído diríamos que empleaba técnicas como un domador con su látigo para despertar al público. Pero encajan perfectamente en el argumento lógico del ensayo, donde por lo demás hay muchos más aforismos de los mencionados. Su corta obra ensayística constituye una procesión espectacular de escolios, aforismos, apotegmas, sentencias y epigramas.

       De todo menos refranes.

       Pero los refranes más populares sí que constituyen parte del “texto implícito”. Con perdón de nuestro maestro olímpico. Por ejemplo, su ensañamiento en una profusión de escolios contra los tontos, los imbéciles y la imbecilidad. Ocupan más la atención del maestro que los propios protervos y su maldad:
"En toda época, felizmente, hay tontos indefinidamente capaces de lo obvio". (Escolios a un texto implícito, págs 7-9)
"Nada hay en el mundo que el entusiasmo del imbécil no logre degradar". (loc. cit., pág. 220)
"Los políticos, en la democracia, son los condensadores de la imbecilidad". (loc. cit., pág. 221)
       Pero en realidad para Don Nicolás el malo es tonto porque se pasa de listo y su miopía lo conduce, nos conduce a todos, a la perdición. Y el tonto es malo por motivos similares. O, dicho en habla vulgar, No hay tonto bueno.

       Por cierto que constituye algo más que una curiosidad moral y literaria el hecho de que Gómez Dávila saca no sé si lo peor o lo más tonto de sus admiradores antagonistas, que también los tiene. Por ejemplo García Márquez dijo, al parecer en privado, “si no fuese de izquierdas estaría de acuerdo en todo con Gómez Dávila”.  ¿Por prescripción facultativa ha de callarlo? ¿De qué instancia política? ¿O lo dice como el enfermo de colesterol, “si estuviese sano me comería este jamón”?

       Y Savater prefiere el escolio "lo contrario de lo absurdo no es la razón sino la dicha". Porque, interpreta Savater, "supera la dicotomía pesimismo/optimismo". No lo creo. Nicolás Gómez Dávila dice que "con buen humor y pesimismo no es posible ni equivocarse ni aburrirse". Así es que, allá donde esté ahora el maestro colombiano, comprobará a diario eso que acabo de decir: incluso póstumamente saca o lo peor o lo más tonto de sus admiradores antagonistas.

       Yo sólo veo cuatro cosas seguras en el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila:

       1º. Sabía escribir.

       2º. Creía en Dios. Pero "más que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo" (Escolios, pág. 44).

       3º. No creía en la democracia. Sí era liberal, en cuanto que nunca hubiera dicho, aplicándolo a nadie, lo que dijo Juan Benet sobre Solzhenitsyn: que su existencia justificaba la existencia del Gulag, necesario para mantener encerrado al debelador del comunismo. Y es que Juan Benet era un bellaco y Gómez Dávila no. Este último, en cambio, sí era capaz de una severa ironía, cosa muy distinta de la saña bellaca de Benet. Don Nicolás escribió:
"La algarabía desatada por el Segundo Concilio Vaticano ha mostrado la utilidad higiénica del Santo Oficio.
Asistiendo a la «libre expresión del pensamiento católico», hemos visto que la intolerancia de la vieja Roma pontificia fue menos un limes imperial contra la herejía que contra la ramplonería y la sandez".
        4º. También era reaccionario; no creía en el dogma moderno del progreso. No era conservador: "Si el reaccionario no despierta en el conservador, se trataba sólo de un progresista paralizado". No era tanto de derechas cuanto reaccionario: "El sufragio popular es hoy menos absurdo que ayer: no porque las mayorías sean más cultas sino porque las minorías lo son menos".

       Este escolio que acabo de citar es el más clarividente de todos los que versan sobre la política. Es también el más pesimista.

       Ojalá hubiera más colombianos reaccionarios y librepensadores como éste, paseando su "buen humor y pesimismo" por el mundo o encerrados en su biblioteca, libres, reaccionando y pensando. En fin, tal vez existan y permanezcan ocultos, por pudor y elemental prudencia.














Escolios a un texto implícito
Por Nicolás Gómez Dávila
Atalanta
2009















Textos
Por Nicolás Gómez Dávila
Atalanta
2010

Enlaces relacionados:

Citas desde la caverna (V)
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
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Botones de muestra (V): Miguel Albero
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