Acabo de leer una memez periodística más. El País (13-12-86) me pregunta con un gran titular «¿Es usted un happy few?» Tan sólo me cabe contestar que ni soy ni puedo ser un happy few, pero me gustaría ser uno de los happy few. Y es que few en inglés es plural, y happy few quiere decir los pocos felices.
Mas acaso no se trate de una simple memez;
puede que sea algo mucho más grave. Sigo leyendo y descubro que happy few es el nombre extranjero que ahora
se da en Alemania a los nuevos ricos, gente aficionada a comprarse cosas como
«afeitadoras de oro de 1,7 millones de pesetas». Bueno, siempre ha habido
nuevos ricos y siempre algunos de ellos han hecho compras estúpidas. Lo malo —y
nuevo— es el nombre. Porque la expresión happy
few tiene una vieja y honrosa
historia, y aplicarla a una caterva de catetos timócratas —aun con ironía, cosa
que dudo— es emputecimiento que dice mucho sobre la sociedad en que vivimos.
La expresión la puso de moda Stendhal al
dedicar La Cartuja de Parma (1839) To the happy few. Lo hizo en inglés por prudencia de
heterodoxo deseoso de ocultar su olor a chamusquina y a la vez mostrar su
afinidad política y literaria con las minorías liberales. Y, naturalmente,
porque citaba del inglés. Mucho se ha discutido sobre el origen de la cita. Lo
probable es que Stendhal la sacase de Goldsmith, cuyo vicario de Wakefield
(1766) usa la expresión al confiar en el éxito minoritario y remoto de sus
escritos. Pero el origen último —conocido o no por el francés— está en
Shakespeare, y eso ya es otro cantar. No se trata de un guiño a compinches como
en Stendhal ni de una dulce esperanza de clérigo erudito; trátase de la
expresión vibrante de la hermandad entre un rey guerrero y sus soldados, y
forma parte de uno de los pasajes más hermosos de la literatura inglesa, el
cuarto acto de Enrique V.
Horas antes de la batalla de Agincourt, el
rey inglés pasea entre los vivaques del campamento y anima a sus escasas gentes (a little touch of Harry in the
night). Al amanecer arenga
por última vez al ejército, en tono heroico y familiar, incluyendo a todos
—príncipes y pecheros, capitanes y tropa— en la misma compañía aventurera de
amigos: «Nosotros pocos, nosotros felices pocos, nosotros, banda de hermanos;
pues quien hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano, y por villana que sea
su condición el día de hoy la ennoblecerá, y habrá caballeros ahora en el
lecho, en Inglaterra, que se sentirán malditos por no haber estado aquí y
tendrán en poco su hombría mientras hable cualquiera que luchó a nuestro lado
en el día de San Crispín».
La arenga, ya se ve, es como para dar
arcadas a un progre: «machista, reaccionaria, feudalpaternalista,
aristocrática, militarista, belicista». Pero es que Shakespeare es así, guste o
no, tan «de derechas» como Milton es «de izquierdas», si nos empeñamos en
colocar etiquetas modernas a gente antigua. Se comprende, pues, que los
intelectuales de hoy hagan ascos al sentido original de las palabras happy few, trallazo de alegría guerrera y de
desprecio por el poltrón emboscado. Se entiende, incluso, que olviden el
sentido de cenáculo erudito que les da
Goldsmith, y aun la simpática complicidad liberal que busca Stendhal. A fin de
cuentas, todas son expresiones del mismo espíritu aristocrático y minoritario,
y como tales caen bajo el mismo anatema contra lo que ahora se llama
«elitismo». Pero, si tanto molestan hoy las minorías —de nobles, de sabios, de
libre pensadores—, si hasta la ambigua dedicatoria de Juan Ramón Jiménez a la inmensa minoría parece reprobable ¿por qué
entonces la progresía es tan indulgente con estos nuevos happy few amillonados, con los nuevos ricos
que gastan el equivalente a un año de jornal obrero en una maquinilla de
afeitar cursi?
Una sola explicación se me ocurre: los
horteras opulentos son el nuevo modelo universal, inalcanzable pero fascinante.
Ningún intelectual, ni obrero, ni nadie en Europa quiere luchar en Agincourt o
conjurarse con Stendhal o leer libros difíciles. Lo que quiere es que lo vean
bailar con una zorra de lujo. Y como el tonto bogavante respeta la moda, grita
¡vivan los nuevos happy few!
* * *
«... ahora todas tus fans queremos que nos planchen la armadura para irnos a Agincourt. A través del esnobismo vas a conseguir el rearme moral español».
No acertó, ay, mi amiga doña Adela Sanz-Briz, que esto me escribía el 18 de enero de 1987. Ni con el esnobismo lograremos cauterizar el emputecimiento español. La prueba está en el titular ME PREOCUPA QUE MI HIJO DE CUATRO AÑOS NO MIENTA NI TENGA MIEDO (Ya, 5-3-87). Encabeza una carta que dice:
Mi hijo, que cumplió cuatro años en el mes de febrero, de siempre ha sido muy inteligente. Va a la guardería desde que tiene un año, y siempre me han comentado la facilidad que tiene para aprender y su excepcional memoria. Es alegre y no tiene ningún problema de relación con los demás. Lo que me preocupa es que nunca miente. Dice siempre la verdad, aunque le suponga una regañina. He leído y hasta me ha dicho el psicólogo del colegio que es bueno y necesario que los niños mientan y tengan fantasía. El sólo fantasea cuando juega. Tampoco tiene miedo. De pequeño le asustaba el ruido; ahora, cuando sabe qué es lo que lo ha producido, se queda tranquilo. ¿Puede ser esto negativo para su desarrollo psíquico? Teresa. Madrid.
O sea, que Teresa está disgustada de haber parido a un nuevo Bayard, el caballero sans peur et sans reproche. La pobre mujer hubiera preferido traer al mundo a un embaucador con porvenir político o de estraperlista. El encargado del consultorio del Ya no lo entiende y viene a decir a la madre que se dé con un canto en los dientes. Menudo carca, el del consultorio.
No acertó, ay, mi amiga doña Adela Sanz-Briz, que esto me escribía el 18 de enero de 1987. Ni con el esnobismo lograremos cauterizar el emputecimiento español. La prueba está en el titular ME PREOCUPA QUE MI HIJO DE CUATRO AÑOS NO MIENTA NI TENGA MIEDO (Ya, 5-3-87). Encabeza una carta que dice:
Mi hijo, que cumplió cuatro años en el mes de febrero, de siempre ha sido muy inteligente. Va a la guardería desde que tiene un año, y siempre me han comentado la facilidad que tiene para aprender y su excepcional memoria. Es alegre y no tiene ningún problema de relación con los demás. Lo que me preocupa es que nunca miente. Dice siempre la verdad, aunque le suponga una regañina. He leído y hasta me ha dicho el psicólogo del colegio que es bueno y necesario que los niños mientan y tengan fantasía. El sólo fantasea cuando juega. Tampoco tiene miedo. De pequeño le asustaba el ruido; ahora, cuando sabe qué es lo que lo ha producido, se queda tranquilo. ¿Puede ser esto negativo para su desarrollo psíquico? Teresa. Madrid.
O sea, que Teresa está disgustada de haber parido a un nuevo Bayard, el caballero sans peur et sans reproche. La pobre mujer hubiera preferido traer al mundo a un embaucador con porvenir político o de estraperlista. El encargado del consultorio del Ya no lo entiende y viene a decir a la madre que se dé con un canto en los dientes. Menudo carca, el del consultorio.
(Este artículo se publicó en el ABC del 17 de Enero de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).
Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Certero diagnóstico al cabo de un brillante artículo. No hay que darle más vueltas, don Santiago: el hombre arquetípico en esta era igualitaria, moderna e industrial no dispone más que de un baremo para jerarquizar el mundo: el dinero.
ResponderEliminarCiertamente, no hay que darle más vueltas; si, digamos por ejemplo, el portugués más importante del primer tercio de siglo para todo el mundo se llamó Fernando Pessoa, eso se debe a que estaba forradísimo, aunque nadie hasta la fecha haya sabido descubrir dónde ocultaba sus muchísimos millones.
ResponderEliminarNo creo. Quien jerarquizara a Pessoa como "el portugués más importante del primer tercio de siglo para todo el mundo" no fue ciertamente "el hombre arquetípico en esta era igualitaria, moderna e industrial". De hecho pocos habrán reconocido esa supremacía absoluta en Pessoa sobre sus compatriotas y quienes lo hayan hecho serán con toda probabilidad reaccionarios escépticos y modestos como lo era el propio Pessoa.
EliminarNo sé si esa caracterización general de los reconocedores de Pessoa tendrá algún fundamento. De mí mismo, sé decir que yo, que sí reconozco esa superioridad de Pessoa, no me identifico en ella; puede que lo de escéptico, y hasta lo de modesto, me convengan (no lo sé); lo de reaccionario, me temo que no.
EliminarNo tema; nadie es perfecto.
EliminarCierto, nadie lo es; ni los reaccionarios siquiera, vaya por Dios.
EliminarQuerido Santiago:
ResponderEliminarMe parece que hablar de emputecimiento le da un cierto brillo al clima moral e intelectual imperante. Las putas llevan fama de ser listas, aunque alguna habrá tonta del culo. Yo creo que aquí no abunda ni la listura puteril (con perdón por los términos, que creo algo cervantinos y excusables), es todo mera memez, pacata o no, pero tontuna satisfecha y alabada. Un abrazo,
Claro está, querido José Luis, que cuando el Eclesiastés (I, 15) dijo stultorum infinitus est numerus no excluyó de la estupidez a las rameras, salvo, tal vez, a la Gran Ramera de Babilonia. Un abrazo
EliminarNo sé, Señor González, me encantaría tener la seguridad que es pura" tontuna", ¡ Ojalá lleve Usted razón!
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ResponderEliminarEl 25 de noviembre de 1882 W.S. Gilbert y Arthur Sullivan estrenaron en Londres la ópera "Iolanthe or the Peer and the Peri". El Savoy, escenario habitual de los éxitos de estos dos colaboradores, fue aquella noche el primer teatro del mundo en disfrutar las ventajas de la iluminación eléctrica con inusitado alarde y despliegue de efectos especiales. En esa ingeniosa sátira política y social la Reina de las Hadas, para vengar la deshonra de una ninfa, abolía los privilegios de los Lores hereditarios, los auténticos happy few del siglo:
"Every bill and every measure
That may gratify his pleasure,
Though your fury it arouses,
Shall be passed by both your Houses!
You shall sit, if he sees reason,
Through the grouse and salmon season;
He shall end the cherished rights
You enjoy on Friday nights:
Peers shall teem in Christendom,
And a Duke’s exalted station
Be attainable by Com-
Petitive Examination! "
La condena causaba la natural consternación en los agraviados lores y el acto primero concluía con un melodioso enfrentamiento entre hadas y pares del reino repleto de cultos barbarismos:
PEERS. Our lordly style
You shall not quench
With base canaille!
FAIRIES. (That word is French.)
PEERS. Distinction ebbs
Before a herd
Of vulgar plebs!
FAIRIES. (A Latin word.)
PEERS. ’Twould fill with joy,
And madness stark
The oί πoλλoί!
FAIRIES. (A Greek remark.)
PEERS. One Latin word, one Greek remark,
And one that’s French.
Se cuenta que en los años veinte, durante una representación de esta ópera en el Prince Theatre, Lytton Strachey se giró en esta escena hacia Maurice Baring, su vecino de butaca, y le dijo: "That's what I call poetry". No dudaba de que los versos de Gilbert sobrevivirían a todas las odas, himnos y rimas de su época.
Que los "happy few" se confundan ahora con lo que los victorianos llamaban "the dregs of society" no deja de ser un signo de los tiempos. Y, como hubieran dicho los nada vulgares personajes de Iolanthe, "that's the kind of happy few that is usually spurious".
Según cuenta Ian Bradley, editor y anotador de las obras de Gilbert y Sullivan, los liberales que intentaban eliminar el derecho de veto de la Cámara de los Lores pidieron permiso en 1909 a W. S. Gilbert para utilizar alguno de sus versos en la campaña. El libretista se negó en redondo: "I cannot permit the verses from Iolanthe to be used for electioneering purposes. They do not at all express my own view. They are supposed to be the view of the wrong-headed donkey who sings them".
ResponderEliminarEl ingenio de Gilbert no se detenía tampoco ante los parlamentarios elegidos por sufragio. Esto es lo que canta, al comienzo del acto II, el soldado que hace ronda en Westminster:
"When in that House M.P.s divide
if the've a brain and cerebellum too,
They've got to leave that brain outside
and vote just as their leaders tell'em to.
But then the prospect of a lot
of dull M.P.s in close proximity
All thinking for themselves is what
No man can face with equanimity...."