Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: 2010

jueves, 30 de diciembre de 2010

El Rompimiento de Gloria (cap. XXV)

Reanudo y termino con este capítulo XXV y por último con el Apéndice la publicación de la novela El Rompimiento de Gloria. La interrumpí, por prescripción facultativa de la editorial, en Febrero pasado (http://marquesdetamaron.blogspot.com/2010/02/el-rompimiento-de-gloria-cap-xxiv.html). Ahora me encuentro en la jungla bloguera con malentendidos o alusiones más o menos insidiosas cuyos autores pueden excusarse en que no habían terminado de leer el libro. Ahí van pues, primero el último capítulo y luego el Apéndice, que quedará para el año que viene.


XXV


En cuanto terminé con los interrogatorios en Berlín me inventé otra misión —la guerra acaba de terminar y todavía en mi oficio se podía uno inventar misiones— en Francia. Me fui a París y a Toulouse. Encontré a Gutiérrez y lo obligué a darme la pitillera.

— Los rojos no somos rateros —le dije, y el hombre se sonrojó, así es que no debía de ser tan miserable.

Fue la última vez que me definí como rojo, y lo hice con orgullo. Le devolví la pitillera a Adam a través de un oficial francés del ejército de ocupación en Alemania, que comprendió muy bien el encargo y lo cumplió de inmediato, pues al poco, en el primer día de mi vida civil, recibí en Londres una carta de mi amigo en la que me daba las gracias y añadía:

Veo que sigues siendo puntilloso, así es que tengo que advertirte de otra cosa. No te molestes en seguir buscando a tu dadivoso benefactor anónimo de 1938, que te facilitó ir a Cambridge. Fue un legado —el último— de quienes tú sabes, que a su vez lo habían heredado en 1936 de su tía Muriel (la que encontraba terribly middle-class todo lo contemporáneo, ¿te acuerdas?) y me encargaron hacértelo llegar en el momento oportuno.

Me fui a pasear por Hyde Park, hacia Mayfair. Pensé en mis deudas de honor, casi todas saldadas menos la grande, la inmensa. Oí un mirlo en el parque pero ahora ya no me producía tristeza sino esperanza. Mientras me afeitaban y me cortaban el pelo en Trumper’s me amodorré y conseguí soñar proyectos humildes y grandiosos. Prepararía ediciones bilingües y anotadas de los clásicos y las publicaría con mi amigo editor. Crearía una colección mejor que Loeb, que no tiene notas. Volvería a España y allí fundaría una sucursal. No necesitaría pasar por la aduana ideológica y casposa de la Universidad española para alcanzar con mis libros a quienes me interesaba hablar de los dioses y de los árboles. ¿Cuántos llegarían a entender la tristeza de las estaciones, la locura de las lunas? Con uno solo que aprendiese a ver el rompimiento de gloria me bastaría para cumplir con mi obligación de salvar el legado.

Entré en Heywood Hill, la tienda de libros junto a la peluquería. Compré a una mujer joven una edición antigua de las Geórgicas. Me dolían las dos piernas, la republicana y la monárquica; se conoce que el tiempo iba a cambiar, yo lo que necesitaba era la sequedad perenne del aire castellano. Pero seguí andando camino del Athenaeum Club, donde estaba citado con David Campbell, hasta que tuve que sentarme en un banco en St. James’s Park. Abrí las Geórgicas y leí al azar: Fortunatus et ille deos qui novit agrestis. Saqué un lápiz y decidí empezar mi nueva vida traduciendo y anotando cuidadosamente en los generosos márgenes la advocación, afortunado también aquél que ha llegado a conocer a los dioses agrestes.


F I N


Bibliografía de El Rompimiento de Gloria
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008


Otras entradas relacionadas:
El Rompimiento de Gloria (apéndice)
El Rompimiento de Gloria (cap XXIV)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Valentín García Yebra

Ha muerto un hombre bueno, un verdadero sabio y, como tal, modesto: Valentín García Yebra. Falleció en Madrid, el pasado día 13 de Diciembre, a los 93 años. Se aprendía mucho leyéndolo y hablando con él. Y se disfrutaba. Descanse en paz.

Hace veinticinco años escribí este artículo, antes de conocerlo en persona. Me atrevo a reproducirlo aquí y ahora, porque sigo pensando en don Valentín García Yebra con la misma admiración que entonces, y a ella se fue añadiendo el afecto y ahora la pena.


El triunfo de Calibán


El azar —o la misericordia divina— ha hecho que cuando empezaba a agobiarnos el estudio de la estupidez y de la ignorancia humanas cayeran en nuestras manos dos libros inteligentes: el discurso de ingreso en la Real Academia de don Valentín García Yebra y After Babel, de George Steiner. Acaso habríamos ido demasiado lejos en nuestra curiosidad —¿masoquista?— por el lenguaje pobre y mendaz de la política y del periodismo. Quizá tenía ribetes morbosos nuestra caza de la presuntuosa traducción errónea. O no; puede que esa catarsis sea necesaria. De cualquier manera, cansa a la larga vivir rodeado de idiotismos y de idioteces, de falsos amigos y de amigos falsos, de traidores y de traductores, con solo el sarcasmo por defensa. No es bueno reducir las emociones a la ironía. A veces hay que volver los ojos a la belleza y admirarla.

Pues bien, a eso nos incitan García Yebra y Steiner, cada cual a su manera, a propósito de las traducciones. Ambos son políglotas —de los de verdad, no de los que pululan en TVE— y conocen a fondo tanto la cultura clásica como la moderna. Dicho de otra manera, son fósiles vivientes. Pertenecen a la noble tribu —hostigada, diezmada y ya casi extinta— de los humanistas capaces de leer a Horacio en latín y a Proust en francés, y además disfrutarlo. Eso, no nos engañemos, está desapareciendo. Cierto sistema común de referencias culturales, en vigor durante muchos siglos, ha sido eliminado de los planes educativos y ya empiezan a surgir generaciones de jóvenes bárbaros, afables y bien nutridos, limpitos de cuerpo y de mirada, lobotomizados por un bachillerato analfabético, a quienes nada dicen el misterio del Gólgota o los de Delfos, la belleza de Helena o la de María Magdalena. J. J. Rousseau (il a été laquais et cela se voit, decía de él Voltaire) ha triunfado. Cuando el buen salvaje entra en el Museo del Prado y ve a un imponente barbudo con cuernos de luz y unas lápidas en la mano, o a tres mujeres en cueros ante un joven que ofrece una manzana, sonríe con la mirada beatífica del mulo y sigue su camino. No sabe, no puede saber, de qué va.

García Yebra sí sabe de qué va. Su reciente discurso, Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor, síntesis de una vida de trabajo y de disfrute intelectual, es a primera vista un resumen de la historia de la traducción y del catálogo de las influencias mutuas entre las lenguas. En el fondo es mucho más, es un retrato del entramado que une a unas culturas con otras tras siglos de fértiles cruces. Es el árbol genealógico de la cultura humana. No busca limpiezas de sangre; cuando encuentra a un abuelo pirata o cuatrero lo reseña complacido. La raigambre latina de nuestra lengua no ningunea al vocablo moruno o caribeño. Todos concurren a crear un idioma viejo, rico y sutil, en perpetua transformación. García Yebra no es inmovilista ni menos retrógrado. Acepta sin miedo la evolución lingüística. Pero toda su exposición rezuma una pregunta no formulada: ¿y ahora, qué? ¿Continuará la evolución enriquecedora o hemos entrado en la evolución empobrecedora, es decir, la degeneración lingüística, camino del «español básico» de mil palabras, casi todas ambiguas e imprecisas?

George Steiner, más pesimista, aborda el problema y no ve solución. En realidad no necesitaba mencionarlo; también en su obra —más filosófica que la antes citada— hay implícito un retrato casi póstumo de nuestra civilización. Un detalle hacia el final de After Babel nos parece revelador. Cuando decide citar dos ejemplos supremos de traducción perfecta, el autor —judío y liberal, no se olvide— acude a un reaccionario católico y a un jesuita del siglo pasado. El primero es G. K. Chesterton, autor de una versión inglesa exacta y a la vez conmovedora del famoso soneto «Heureux qui, comme Ulysse...», de Joachim du Bellay. El segundo es Gerard Manley Hopkins, cuya poesía religiosa, tan rica y compleja que a veces anonada, ha sido objeto de una traducción al francés por Pierre Leyris rayana en el prodigio. Al leer Pied Beauty (Beauté Piolée) en versión bilingüe fuerza es preguntarse quién será capaz de hacer algo comparable dentro de cincuenta años. ¿Cómo traducir Calderón al español básico? Será un empeño vano, tanto como esperar generosidad ecléctica en un crítico literario.

Y es que la guerra contra Calibán la hemos perdido, aunque por fortuna no nos hayamos enterado. Tan sólo cabe seguir amando la causa perdida y, en los raros momentos de triste lucidez, consolarnos con el famoso epitafio de A. E. Housman: «What God abandoned, these defended». No, no es difícil de traducir. Hasta nuestros nietos mostrencos podrán decirlo en español básico: «Lo que Dios había abandonado, éstos defendieron».

(ABC, 19 de Octubre de 1985)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Por último

Por último, y como siempre, la ironía (¿divina o humana?) de la Historia: los textos de este Aleluya son todos del Apocalipsis. Así es que el ser apocalíptico no excluye la esperanza, ni la alegría. Al contrario.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Aleluya

http://www.youtube.com/user/AlphabetPhotography#p/a/f/0/SXh7JR9oKVE

Me pregunto si lo que aparece en este enlace estará ya prohibido en España, o a punto de estar proscrito por nuevas leyes.

Así es que, mientras aún podamos, felicitemos a creyentes y agnósticos, a izquierdas y derechas, a todos los capaces de apreciar la alegría y la belleza sencilla, sin asomo de vulgaridad y tampoco de pedantería. O sea, felicitemos a todos menos a los tontos malévolos.

Hay que darse prisa porque hoy la alegría empieza a ser subversiva. Modernamente, para que la alegría sea aceptable en público debe tener un punto de sordidez (botellón con vomitera) o un punto de salvajismo cobarde (hinchas futboleros con bates de béisbol). Y litúrgicamente –en demasiadas iglesias de España– la alegría ha de ser un poco o un mucho cursi (cánticos sosos y ñoños, en las antípodas del gregoriano e incluso de esta música coral del siglo XVIII que acabamos de oír).

Y sin embargo este Aleluya del Mesías de Haendel es tan hermoso como sencillo y asequible al hombre de la calle. De ahí su popularidad en muchos países, desde que se estrenó en Londres en 1743. Dicen que ese día el Rey Jorge II se levantó espontáneamente en honor del Rey de Reyes, y desde entonces muchos lo hacen cuando se escucha en público.

Por último, y como siempre, la ironía (¿divina o humana?) de la Historia: los textos de este Aleluya son todos del Apocalipsis. Así es que el ser apocalíptico no excluye la esperanza, ni la alegría. Al contrario.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La Insobornable Contemporaneidad parió un ratón

Esta vez la Insobornable Contemporaneidad fue por lana a Guadalajara y salió trasquilada. Ocurrió ayer en la Guadalajara mejicana, pero hubiera sido igual en la Guadalaxara mexicana, e incluso en la castellana.

El caso es que, como titula El País, las academias del español acordaron allí por unanimidad mantener la ortografía "con nuevas recomendaciones de uso", que "no coscorrones".

(véase en El País de hoy La b sigue siendo b, http://www.elpais.com/articulo/cultura/be/sigue/siendo/be/elpepicul/20101129elpepicul_2/Tes).

O sea, que, como previó Cervantes, siempre tan profético, la Insobornable Contemporaneidad

Miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Pues, ya saben ustedes, "las novedades polémicas solo estuvieron en borradores de trabajo". Claro que -por si acaso- El País escribe solo y no sólo.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Más Insobornable Contemporaneidad

Cuando el lector medio del País y alguien con fama de oso de las cavernas como yo están de acuerdo, algo suyo se quema, Señor Progre.

Me refiero a la polémica sobre la nueva reforma ortográfica. A las 9 de hoy viernes 26, tan sólo 10 de cada 100 votantes del diario El País están de acuerdo con todos los cambios ortográficos que se avecinan, y 56 de cada 100 no están de acuerdo con ninguno. Una mayoría que cualquiera querría para sí en las lides democráticas. Véase aquí el resultado puesto al día:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/i/griega/llamara/ye/elpepucul/20101105elpepucul_9/Tes

Claro que también está en la mayoría democrática un distinguido académico y emérito lingüista como es don Francisco Rodríguez Adrados; véase Esa desgraciada letra griega, en el ABC de anteayer, 24 de Noviembre:

http://www.abc.es/20101124/latercera/desgraciada-letra-griega-20101124.html

Y asimismo se coloca resueltamente en el bando democrático mi amigo y compañero el Embajador de España don Mariano Ucelay, que escribió esta carta al diario El Mundo, publicada el 8 de Noviembre:

Señor Director:

Juro por mi honor no acatar ni una sola de las groseras simplificaciones y las degradantes innovaciones ortográficas con que la RAE -¿es aún merecedora de mayúsculas, incluso en sus siglas?- se apresta a atentar contra la dignidad de nuestro augusto idioma, del que, por cierto, no es dueña ni administradora (aunque tal parezca creerse).

E invito, a quienes con mejores títulos -y mayor capacidad de convocatoria- puedan hacerlo, a levantar bandera de rebelión en defensa de nuestra lengua española y sus señas de identidad; y a cuantos por profesión, afición u oficio, por obligación o por devoción, hacen de ella uso escrito público o privado (literatos y editores, maestros y discípulos, periodistas y fedatarios, jueces y letrados, estudiosos y ensayistas, pensadores y simples cultivadores del género epistolar) llamo desde aquí a secundar, por activa y por pasiva, esta rebelión.

Y a propósito: es posible que la rae, o la RAE, llegue a conseguir un “cuórum” de silencios aquiescentes que le permita llevar adelante su nefasto proyecto. Lo que ciertamente nunca conseguirá es… quórum.

Atentamente,

Mariano Ucelay de Montero, Embajador de España.


Así es que, parafraseando a Shakespeare, la filología -que quiere decir ni más ni menos que el amor a las palabras- hace extraños compañeros de cama.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Omnes vulnerant, ultima necat

A raíz de la publicación de una cita de Georges Dumézil en esta bitácora, Joaquín Torrente García de la Mata me comentó muchos aspectos de la vida y muerte del gran sabio francés. Le pedí que nos los escribiese. He aquí su ensayo sobre el poder mortífero de la calumnia, el arma de los débiles y cobardes. Por eso en la República de las Letras abunda tanto, sobre todo la calumnia anónima.

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AUTO DE FE

por Joaquín Torrente



Leíamos hace algún tiempo en este foro una cita del libro “Entretiens avec Georges Dumézil”, editado por Didier Eribon en 1987, un año después de la muerte del lingüista. Algunos años más tarde, en 1995, Eribon publicó otra obra bajo el curioso interrogante “Faut-il brûler Dumézil?”. Y es que no otra cosa es lo que llevaban haciendo con él desde poco antes de su muerte un puñado de renacidos inquisidores, voceros de injurias, que le acusaban de haber sido germanófilo en su juventud, simpatizante con el nacionalsocialismo, y de haber hecho desaparecer oportunamente, una vez terminada la Guerra, los ejemplares incriminatorios de su libro “Mythes et Dieux des Germains”, escrito en el año 1937. Cuando se hizo pública por primera vez la condena, Dumézil quiso replicar y puntualizar los hechos. Por dos veces -contaba Eribon- desmontó la argumentación de sus detractores, exhibió documentos, demostró, en suma, que nadie, en el momento de la publicación de esa obra, había encontrado en ella el material delictivo que ahora se aireaba. El problema, seguía diciendo Eribon, es que da la impresión de que nadie leyó sus respuestas, que pocos se hicieron eco de su defensa, e incluso queda la duda de si tal vez esta reacción contribuyó a alimentar la polémica. En 1995 podía su biógrafo escribir que “Dumézil había muerto sin haber convencido, y que era imposible hablar de su obra sin aludir a este estigma de infamia clavado en el corazón de su obra”. Pues no era tan sólo la persona de Dumézil la sospechosa de filonazismo, sino su labor entera: sesenta y cinco años de trabajo podían quedar reducidos a escombros por la suposición de que los Indoeuropeos a los que había consagrado su vida de investigador no eran otros que los Arios, la raza superior exaltada por el nacionalsocialismo.



Resulta indispensable pasar revista a los acusadores y examinar el pliego de cargos.



Abrió fuego en primer lugar el profesor universitario italiano Arnoldo Momigliano (Piamonte 1908 – Londres 1987), promotor y cultivador de la historia de la historiografía, ciencia de reciente cuño. Momigliano llevaba años marcando distancias académicas, formulando pequeñas objeciones y reparos a las tesis de Dumézil en frases aisladas y con diversos motivos, aunque sin plantear un debate académico riguroso. Fue en el curso de un seminario que organizó en la Scuola Normale Superiore de Pisa en 1983 bajo el título de “Aspetti dell'opera de Georges Dumézil”, y en una publicación posterior (“Premesse per una discusione su Georges Dumézil”)donde afirmó sin rodeos que la obra antes citada sobre mitos y dioses de los germanos, “porta chiare traccie di simpatia per la cultura nazista”. Momigliano oficiaba así -hecho insólito- ante un auditorio académico un auto de fe invocando las amistades juveniles de Dumézil -Charles Maurras y Pierre Gaxotte- y utilizaba frases aisladas de un libro para denigrar una obra entera y desacreditar a un, hasta entonces, respetado especialista. Paradójica actitud en quien había militado en el Partido Fascista, colaborado con regularidad en la revista “Roma”, y redactado la entrada sobre, precisamente, la Roma Imperial en la “Enciclopedia Italiana” de 1936. Es cierto que Momigliano, hebreo, fue expulsado del partido y emprendió el camino del exilio tras la publicación de las leyes racistas en Italia, pero también lo es que nadie había puesto en tela de juicio su evolución ideológica con el sectarismo que él descargaba sobre el colega francés. Dumézil tuvo tiempo de replicar a su olvidadizo acusador, ironizando sobre la expresión antepasados arios, utilizada por el italiano, y haciendo ver que él no había hablado más que de antepasados indoeuropeos. La precisión era irrelevante: Dumézil desconocía, sin duda, la toxicidad del ataque y la virulencia de la campaña que estaba iniciándose.



Fue, algún tiempo después, otro italiano, Carlo Ginzburg, quien, sin apenas documentación ni labor alguna investigadora, sobre la base de simples suposiciones, insinuaciones, conjeturas, hechos mal establecidos y apriorismos lanzó idéntica sospecha sobre la persona y la obra de Dumézil en un artículo (“Mythologie germanique et nazisme. Sur un ancien livre de Georges Dumézil”, 1984) que fue convenientemente amplificado y difundido por los Annales, órgano oficial de esta singular escuela historiográfica francesa. Ginzburg estudiaba “Mythes et Dieux des Germains” tratando denodadamente de situarlo en un contexto racista y de interpretar sus más anodinas e inocentes expresiones con claves torvas y buscando siniestros significados, a pesar de encontrarse con el obstáculo notable de que el libro había sido comentado favorablemente por Marc Bloch, en quien se unía la triple condición de judío, resistente y haber muerto fusilado por los nazis.



El tercero en sumarse a los acusadores fue Bruce Lincoln, universitario americano, quien, en su artículo “Death, War and Sacrifice, review of Dumézil's 'L'oubli de l'histoire et l'honneur des dieux' ” puso en circulación un nuevo cargo, particularmente grave. Lincoln escribió que cuando Dumézil, a la sazón residente en Turquía, hablaba en 1927 de “quelques faux massacres” (refiriéndose a sucesos tan remotos como el crimen de las lemnias según el mito griego, la muerte de los persas en el Libro de Ester o la desaparición de los guerreros a manos de un brahmán en tradiciones de la India antigua), lo que en el fondo pretendía era ofrecer un modelo de justificación intelectual al genocidio armeno a manos de los turcos. La amistad íntima con Pierre Gaxotte y la admiración intelectual por Charles Maurras confirmaban y agravaban la suposición. Dumézil pudo leer el artículo de Lincoln antes de su publicación en el Times Literary Supplement de 3 de octubre de 1986, y escribió al autor a través de Daniel Dubuisson para puntualizar algunos extremos. El 9 de octubre, todavía pedía Dumézil a Dubuisson que obtuviera del americano la corrección de algunos párrafos, pero fue demasiado tarde. Ese mismo día recibía el ejemplar del TLS y fallecía apenas dos días más tarde. La calumnia, afirmó el lingüista y arqueólogo Bernard Sergent, terminó con su vida.



Las acusaciones, pese a resultar cada vez más improbables y grotesas, siguieron sucediéndose. En 1991, la periodista Blandine Barret-Kriegel escribía en Libération que “Mythes et Dieux des Germains” había desaparecido misteriosamente de las librerías tras la Guerra. La autora sostenía que la obra pertenecía al género de textos que había saludado con fervor la invasión de Francia por las tropas de Hitler. Algunos días más tarde, Claude Lévi-Strauss obtenía en préstamo el libro del Collège de France, y por su parte Eribon lo encontraba en una decena de bibliotecas consultadas al azar. Ello demostraba que Dumézil, lejos de ocultar su obra, había continuado enviándola a instituciones y universidades terminada la contienda. La fuente de Barret-Kriegel parecía ser un estudio de Daniel Lindenberg sobre el pensamiento francés en los años treinta y cuarenta en el que tajantemente escribía que “En 1939 Dumézil fait paraître aux PUF un petit livre intitulé “Mythes et Dieux des Germains” où est exprimé en toutes lettres l'espoir de voir Hitler remythyser l'Allemagne”. Como en casos anteriores el autor no aportaba ninguna cita, ningún extracto, ninguna referencia, e incurría en inexactitudes palmarias. Pero la calumnia siguió extendiéndose, y parecidas acusaciones reaparecieron en la obra de Cristiano Grotanelli “Ideologie, Miti, Massacri, Indoeuropei di Georges Dumézil” (1993).


Es verdad que el tiempo hace muchas veces justicia. Quien acuda ahora a una fuente tan accesible y consultada como Wikipedia tendrá muchos más elementos objetivos de juicio sobre Dumézil que quien intentara saber algo sobre este lingüista en los años finales del pasado siglo. Pero también lo es que ahora mismo resulta imposible escribir sobre Dumézil sin referirse a esta artificial e interesada polémica, y que no deja de ser irritante, por su iniquidad, el método inquisitorial que se utiliza. Como dice Eribon, no se exige ninguna prueba a quien acusa; la demostración de la inocencia corresponde al imputado. Y paralelamente, ningún documento, ninguna justificación, ningún argumento de defensa sirve para refutar la incriminación: quien lanza la acusación ha decidido de antemano los términos del debate y encierra al contrario en un círculo predefinido del que le resulta imposible escapar. Arios, nazismo, fascismo, extrema derecha, exterminio son palabras recurrentes y presuponen ya la condena. Alain de Benoist pudo hablar, con razón, de un método deductivo que bautizó como la Reductio ad Hitlerum.



Consiste este método en someter a juicio comportamientos de los años veinte y treinta del Siglo XX con la vista puesta en lo que sucedió una o dos décadas más tarde. Falacia deductiva que, en el caso de nuestra historia, pasa por alto situaciones extremadamente complejas –invasión de Francia, entrega del poder al Mariscal Pétain, aceptación posterior por éste de una política de colaboración, proclamación del General de Gaulle, desembarco aliado en el Norte de África y ocupación por Alemania de la presunta zona libre, liberación de Francia, victoria aliada- y hace tabla rasa de posibles matices, situando en planos iguales y cubriendo de abyección e infamia a personajes escasamente equiparables y cuyas trayectorias son personalísimas y dispares.



El tribunal acusador se aferra a la veneración que Dumézil profesaba a Maurras en los años veinte y salta de allí a la condena de éste por colaboracionismo en 1945, para llegar a la conclusión indubitada de que la obra del lingüista está impregnada de pronazismo. En suma, como si el que Dumézil admirara a Maurras en su juventud implicara una identidad ideológica entre los dos en los años 40, o, más aún, como si la actitud de Maurras tras el armisticio identificara a ambos, y a Pierre Gaxotte, con el nacionalsocialismo. Los hechos son otros. Hacia 1920 Pierre Gaxotte, secretario político de Maurras y redactor jefe de Candide presentó a Dumézil y Maurras. Dumézil y Gaxotte eran alumnos de la École Normale Supérieure, y ambos habían obtenido su correspondiente agrégation: Gaxotte la de historia en 1918 y Dumézil la de letras en 1920. Fueron amigos íntimos durante más de tres cuartos de siglo; amistad que el lingüista evocaría, en el umbral de su muerte, como “une entente à la fois spontanée et délibérée qui se jouait des différences de nos caractères -lui droit et fidèle, moi plus ondoyant et plus aventureux”. Inicialmente Dumézil colaboró en el secretariado de Maurras y publicó algunos artículos en la Revue Universelle; su correspondencia con el pensador monárquico no destaca, ciertamente, por su copiosidad ni por su calado. La admiración por Maurras, por otro lado, fue fenómeno común en la juventud de su época; basta repasar la historia de las ideas políticas en Francia para comprender cuál fue la dimensión de su influencia intelectual; François Mauriac, Jacques Maritain, Jacques Bainville, Georges Bernanos, Léon Daudet, Thierry Maulnier y el propio Charles de Gaulle formaron parte, en algún momento, de su órbita. Volviendo a nuestros dos normaliens, su ideario era el propio de una derecha tradicional, nostálgica del Ancien Régime, hostil a la inestabilidad parlamentaria, favorable al corporativismo político, deslumbrada por los éxitos políticos, económicos y sociales de Mussolini en Italia, recelosa del enemigo secular alemán y sin la menor simpatía por el nacionalsocialsmo.



Y es que, de ser algo, la Action Française era radicalmente anti-alemana. Desde antes de 1933, Maurras y sus seguidores habían denunciado el peligro que suponía para Europa la persona y la ideología de Hitler y no habían cesado de preconizar una política de firmeza y de rearme frente a Alemania. La obra de Jacques Bainville “Les conséquences politiques de la paix” (1920) vaticinaba, con milimétrica precisión, la evolución política de la nación alemana sin ahorrar detalle: el retorno de Hindenburg, la instauración de una república social-nacional (sic), la política de expansión territorial y el inevitable conflicto europeo. Gaxotte, que había visitado Alemania con motivo de la preparación de su obra sobre Federico II de Prusia, había abandonado a su regreso en 1937 la dirección del semanario Je Suis Partout, donde sus editoriales se habían opuesto desesperadamente a los de Robert Brasillach, abiertamente prohitleriano, y publicado en La Nation Belge un sinfín de artículos propugnando el rearme y la alianza con Inglaterra para hacer frente al enemigo alemán. “Entre le bolchevisme et le hitlerisme, il y a beaucoup moins de différences qu'entre le bolchevisme et la monarchie anglaise. La révolution allemande s'est accomplie dans un pays qui était en avance de plusieurs siècles sur la Russie des tsars. L'expérience de socialisation s'accomplit à un niveau supérieur, sur un peuple depuis longtemps dressé à une exacte discipline et qui a le fonctionnarisme dans le sang. Hitler est aussi antibourgeois et aussi anticapitaliste que Stalin. Le Géorgien ne bat l'Autrichien que par la virulence de son antisémitisme” (1939). En fin, Maurras, en el prólogo a “Devant l'Allemagne éternelle” (1937) escribía también que “le racisme hitlérien nous fera assister au règne tout puissant de la horde”.


Hay un momento crucial -y trágico- en esta historia que es aquel en que la Action Française deja de ser un movimiento ideológico y desciende al terreno de la acción política. Tras la invasión alemana y la capitulación, Maurras decidió apoyar al Estado, para él encarnado en el poder de Vichy, y enfrentarse a la Resistencia. Acogió como una divine surprise -la cita no es literal pero ha hecho fortuna por resumir bien su disposición- la demolición de las estructuras políticas de la III República y la instauración de un régimen con acentos corporatistas. Sus discípulos partieron en desbandada; algunos hacia la resistencia, otros al ostracismo, muchos hacia la colaboración desvergonzada sin captar el matiz, ciertamente inaprehensible, que hacía el provenzal entre colaboración y colaboracionismo; entre lealtad a Pétain y resistencia al invasor. Gaxotte reclamó de Maurras que la Action Française interrumpiera su publicación. Maurras contestó:



“Ce n'est pas moi qui ai nommé le Maréchal Pétain Chef de l'État. Si l'Assemblée Nationale s'en était remise à moi, j'aurais fait la Monarchie. Il faut un État français pour empêcher la France de tomber dans l'anarchie. Je soutiens Pétain, comme j'ai soutenu tous les gouvernements pendant la Guerre 1914-1918”. Gaxotte, desalentado, le replicó: “Tout cela sera balayé dès que les Anglais et les Américains auront débarqué”. Y el historiador, como recuerda Eribon, buscado por la Gestapo, huyó de Clermont Ferrand y no fue mínimamente cuestionado tras la Liberación.



¿Qué hizo, en estos años, Dumézil”. “Plus ondoyant et plus aventureux”, como él mismo se define, en 1925 lo encontramos en Turquía, profesor en la Universidad de Estambul, en una Cátedra de Historia de las Religiones creada por Atatürk. En 1931 obtiene un puesto de lector en la Universidad de Uppsala, en Suecia, donde se familiariza con la mitología escandinava. Vuelve en 1933 a Francia y compagina sus actividades académicas con la crónica de periodismo político en Le Jour; sus crónicas, bajo el pseudónimo de Georges Marcenay, vuelven al esquema que ya conocemos: Francia precisa un Estado poderoso, similar al que existe en Italia, un régimen fuerte que haga frente al pangermanismo. Aunque reprueba los ataques a la libertad de prensa y los intentos de aproximación del Duce a Hitler, Dumézil se exalta cuando las tropas italianas, concentradas en el Brenner, protegen en 1934 al régimen corporativista de Dollfuss de las amenazas de Hitler. Anticomunista y antibolchevique declarado, Dumézil-Marcenay condena también decididamente el racismo ario y el antisemitismo alemán. Todo lo cual prueba, como dice Eribon, que el hecho de que Dumézil fuera en esos años monárquico y antiparlamentario, que desconfiara de las doctrinas democráticas y admirara el movimiento fascista –en lo cual coincidía con muchos intelectuales, economistas y pensadores de derecha y de izquierda- en ningún caso lo convierte en antisemita, nacionalsocialista ni contamina su obra científica.



En 1935 Dumézil dejó el periodismo político y obtuvo una cátedra en la École des Hautes Études gracias a Silvain Lévy y –otra vez- a su amigo Gaxotte quien consiguió de Georges Mandel, ministro, desbloquear su situación académica. Tiene lugar en ese momento un nuevo giro en la trayectoria de Dumézil. En 1936 profesa en una logia masónica, en la que permanece hasta su movilización en 1939. Agregado al Ejército de Oriente y destinado a Turquía experimenta allí un proceso de conversión religiosa bajo la influencia de un dominico francés. El desastre militar y la entrada de los alemanes en París hacen superflua su presencia en Asia; Dumézil vuelve a Paris y cae sobre él la legislación de Vichy que dispone la disolución de las logias y la depuración de sus integrantes. Pierde en 1941 sus credenciales académicas que recuperará poco después, en 1943, gracias principalmente a la mediación del ministro –y reconocido romanista- Jerôme Carcopino. Reincorporado a la École des Hautes Études en el 43 enseñará en ella hasta su jubilación en 1968.



Eribon llama la atención sobre dos hechos. El primero es la separación entre ciencia e ideología, la ausencia de lectura política de los estudios científicos en los años anteriores a la Guerra Mundial. Dumézil pudo integrarse sin dificultad en la comunidad de sabios a pesar de su trayectoria política y establecer vínculos de estima e incluso de amistad con gente como Émile Benveniste y Marcel Mauss, de notoria militancia izquierdista. Fue tras la contienda y, muy particularmente, a partir de los años sesenta, cuando la clasificación ideológica operó en términos de exclusión, y se hizo difícil que los estudiosos de una disciplina cualquiera pudieran convivir, dialogar y discutir sin que la polémica adoptara dimensiones políticas. El segundo, derivado del anterior, es la estanqueidad absoluta entre posición política y opiniones científicas; la trayectoria ideológica de Dumézil carece de reflejo en sus estudios. No es de extrañar que, tras la Guerra, Dumézil fuera objeto de denuncia ante un comité de depuración. No se le acusó de haber exhibido simpatías por el nacionalsocialismo, ni se le reprochó su actitud durante la ocupación, ni se trajeron a colación sus colaboraciones políticas en la prensa; a nadie se le ocurrió invocar en su contra la obra “Mythes et Dieux des Germains”. Únicamente hubo de responder del simple hecho de haber sido rehabilitado en la escala académica por el gobierno de Vichy; examinado el expediente fue confirmado en su puesto académico sin sanción ni reproche alguno. Participó Dumézil en polémicas académicas posteriores, alguna tan virulenta como la que se suscitó con motivo de su elección al Collège de France en una candidatura que le opuso al jesuita Teilhard de Chardin. Y en la que abundaron controversias eruditas y doctrinales, no por este carácter desprovistas de virulencia; es llamativo que ninguna–y hubiera sido el momento de hacerlo- rozara ni lejanamente lo político. Esta cizaña se sembró mucho después, malévola e interesadamente. Por eso invitan a la reflexión las palabras con las que Georges Dumézil quiso cerrar el libro de conversaciones con Didier Eribon.

D.E. Cette polémique vous a-t-elle blessé?

G.D. Non. J'aime la polémique. J'en ai soutenu d'autres, plus dangereuses (…)

D.E. Mais avec Momigliano et Ginzburg, il ne s'agit pas d'une polémique sur vos travaux, mais sur leur présupposés politiques.

G.D. C'est une polémique désolante. De mauvaise foi et en tout cas de mauvaise volonté. Non seulement elle ne m'a pas blessé mais je suis content qu'elle m'ai permis de mettre les choses au point. Content et étonné d'avoir eu à parer des coups si maladroits.

No tan torpes ni tan desencaminados, desgraciadamente para el ilustre profesor Dumézil. Nunca fue más certera la leyenda de los antiguos relojes de sol: Omnes vulnerant, ultima necat.

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Acerca de los parques eólicos

En España se están colocando parques eólicos en sitios muy inapropiados e incluso ilegales: dentro de la Red Natura 2000 o alrededor de paisajes monumentales como Uclés o las crestas montañosas cerca de Ávila. Mientras tanto, las mismas empresas hacen gala de talante ilustrado y verde en otros países. En los Estados Unidos, según un reciente artículo en la publicación ecologista The Nature Conservancy, Iberdrola Renewables aplaude con entusiasmo un plan que, en efecto, parece sensato: hacer mapas de todos los Estados Unidos, que superpongan las zonas de más viento con las zonas más necesitadas de proteger la naturaleza, para escoger los lugares donde menos daño hagan estos parques eólicos. ¿Por qué no muestran igual actitud en España? Diríase que aquí ni las oenegés ecologistas ni los gobiernos regionales o nacionales se muestran exigentes frente a los intereses económicos, con tal de que sean "renovables".

Como la lógica no abunda, ante cualquier reparo que se oponga a la proliferación de los parques eólicos mal emplazados se contesta con la acusación de que toda crítica se debe a quienes están en contra de las energías limpias y renovables. Hay que seguir insistiendo en que los parques eólicos, como las instalaciones solares, y de hecho cualquier forma de generación de electricidad, deben estar situados en lugares adecuados, y de ningún modo es lugar adecuado la bahía de Santander o el último refugio del urogallo en León o las zonas de migraciones de aves. En otros países la opinión pública ha reaccionado contra la evidente contaminación visual, sonora e incluso lumínica que producen los parques eólicos y la tendencia es a colocarlos lejos de la costa.

Para evitar los abusos, casi todos irreparables, debería bastar con que se aplicasen las leyes, puesto que existe un poderoso arsenal normativo para impedir ilegalidades tan palmarias como ésta. Pero en España no faltan leyes, sino voluntad de aplicarlas. Cuando ni siquiera algunas sentencias firmes del Tribunal Supremo se ejecutan, ¿qué cabe esperar? Tan sólo la opinión pública expresándose con determinación y pidiendo eco en los medios informativos podría convencer a los poderes políticos de que perderían votos dejando cometer irregularidades, a los poderes económicos de que a la larga perderían dinero y a la nación española de que la belleza del paisaje también es un activo económico, aunque sólo sea para atraer turismo de calidad. Todo lo demás –razonar sobre deberes históricos de conservar las raíces culturales y naturales de nuestro país– interesa a muy poca gente. Pero incluso eso habrá que argumentarlo, aunque sólo sea en aplicación del melancólico y tenaz principio de “por mí que no quede”.


(Artículo del Marqués de Tamarón publicado en la revista HISPANIA NOSTRA, Nº 1, Septiembre de 2010)

Postdata: Este artículo lo escribí hace tiempo pero tardó en publicarse y acaba de salir ahora. Por eso no aparece mencionada la barbaridad que se pretende hacer en el piedemonte del Guadarrama segoviano, erigiendo una muralla de 225 molinos de 100 metros de altura cada uno. Sobre este torvo empeño encontrarán mucha información en la bitácora Guadarrama sin molinos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

En los albores de la corrección política

Reproduzco el siguiente artículo tal y como aparece en el número especial (nº 129) de la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, que acaba de salir en este mes de Octubre bajo el título de Claves para entender el mundo. Apareció primero en el nº 19 de la misma revista, en 1991. Algunos recordarán que en aquel entonces, hace un par de decenios, casi nadie en España conocía la expresión "corrección política", aunque sí la realidad práctica. Por eso disfruté tanto parafraseando a Bécquer con una especie de "¿Y tú me lo preguntas? Corrección política eres tú", dirigido a mis contemporáneos de la nueva España. Hoy diría lo mismo. De hecho lo sigo diciendo, puesto que ese artículo fue reproducido en las dos ediciones de El siglo XX y otras calamidades (1993 y 1997). Y la mitad de lo que he escrito desde entonces versa sobre el cómico espectáculo de una cultura, la occidental, convertida en un coro laico, ñoño y santurrón, donde pocos osan desafinar.


Las cosas por su nombre


Marqués de Tamarón


LOS VICIOS NACIONALES MODERNOS DE LOS PAÍSES EUROPEOS CRISTALIZAN HACIA 1840, CON EL TRIUNFO DEFINITIVO DE LAS BURGUESÍAS PATRIÓTICAS. ESPAÑA ADOPTA LA ENVIDIA COMO RAZÓN DE SER TRAS ABOLIR LA SOCIEDAD ESTAMENTAL MEDIANTE LA CONFUSIÓN DE ESTADOS Y LAS DESAMORTIZACIONES (1836). INGLATERRA CONVIERTE LA HIPOCRESÍA EN SUPREMA NORMA SOCIAL AL POCO DE ACCEDER AL TRONO LA REINA VICTORIA (1837). Y FRANCIA CONTRAE ENTUSIASTAS NUPCIAS CON LA AVARICIA INCITADA POR EL MANDATO DE GUIZOT, MINISTRO DE LUIS FELIPE, EL REY BURGUÉS: «ENRICHISSEZ-VOUS!» (1843).



No es que antes del aburguesamiento europeo las naciones careciesen de defectos distintivos, lo que pasa es que tenían otros y además plurales. Basta con ver las estampas de Hogarth para comprobar que la sociedad inglesa del XVIII era muchas cosas —sobre todo era disoluta— pero ciertamente no hipócrita. La Francia del Antiguo Régimen tenía la aris­tocracia más manirrota de Europa, a veces codiciosa mas nunca avara, ni de su propia sangre guerrera ni de su dine­ro. Los españoles sabían ser crueles y despóticos, pero la envidia tenía poco sentido en una sociedad casi de castas, aunque hay que reconocer que la Santa Inquisición, nece­saria para mantener la hegemonía de los cristianos viejos, pudo sembrar la simiente de la envidia, tan útil para el fo­mento de la delación. Luego, con la llamada Guerra de la Independencia, fructificó la semilla y lo primero que destruyó la envidia fue a los hidalgos, como en un delirio edípico que constituye una de las más sarcásticas manifesta­ciones de la némesis histórica.


HIPOCRESÍA Y CENSURA
Sea como fuere, cambio hubo en la idiosincrasia viciosa de cada país, y ese cambio afectó y sigue afectando a sus res­pectivos idiomas. Veamos primero cómo la hipocresía con­diciona la evolución de la lengua inglesa. Un hipócrita tiende a pasar la palabra por el filtro de la censura, para no ofender. Yo siempre he sido ardiente defensor de la hipocresía y de la censura, y no me voy a desdecir ahora. La hipocresía es esencial en toda sociedad moderna, que sin fingimiento sería invivible. Si todos expresásemos lo que pensamos, esa franqueza destruiría en horas cualquier tejido social. En cuan­to a la censura, recuérdese que Shakespeare, Quevedo o Dostoievski escribieron bajo su mirada severa, y que yo sepa no escribieron peor que Terenci Moix. La censura —siempre que tan sólo obligue a callar, y no a decir como la soviética, mientras sea negativa y no positiva— aguza el ingenio y la pluma y es un benéfico estímulo para el autor. Ya lo dice el apotegma: «Sin censura ni cesura / no existe literatura».

O, dicho con otros términos, sin comedimiento ni sintaxis ni métrica produciremos meras algarabías o extravíos dadaístas. Pero —y el pero es importante— la censura deja de ser provechosa o inocua cuando se extralimita y pretende fiscalizar el uso y significado de las palabras. Entonces se vuelve peligrosa. Quevedo sabía muy bien qué era lo que no podía decir sobre la Trinidad o sobre el poder de la Co­rona, pero también sabía que lo demás podía expresarlo con palabras a su entero gusto. De lo contrario se habría deses­perado y no hubiese sido Quevedo sino un vulgar gacetillero plagado de las muletillas del momento. Tres cuartos de lo mismo le ocurría al Cela de los años cincuenta. La literatura soporta casi todo menos que le capen el diccionario.

Pues bien, a esa castración lingüística tiende por hipo­cresía la lengua inglesa esporádicamente desde hace siglo y medio. Ya los victorianos fueron más lejos en su afán de­purador de las «four-letter words» que sus coetáneos espa­ñoles persiguiendo las palabras malsonantes. No hubo aquí nada comparable a la labor del Dr. Bowdler expurgando las obras de Shakespeare para hacer ediciones populares «lim­pias», con tanto ahínco que dio origen al verbo «bowdlerizar». Hoy, por supuesto, se emplea ese vocablo en sentido peyo­rativo, puesto que el mundo anglosajón ya no es pudibundo. Pero la cultura anglosajona —sobre todo la norteamericana— ha trasladado su refinada hipocresía a nuevos ámbitos, que también afectan al mismo Shakespeare. Se censura el lenguaje antisemita de El mercader de Venecia, se evita representar Coriolano (obra irrecuperable de puro militarista y antidemocrática) y se teme un poco a Otelo (por ser negro el personaje epónimo). Y no digamos lo que se hace con Mark Twain, cuya habla llana en boca de Tom Sawyer o Huckleberry Finn resulta inadmisible por racista. El eterno puritanismo latente y latiente en la sociedad americana cambia de tabúes —carnalidad, alcohol, raza, tabaco, lo que se tercie— pero siempre incluye el eufemismo entre las ar­mas de su perpetua cruzada moral.


«POLITICAL CORRECTNESS»
La última reencarnación de esta hipocresía lingüística an­gloamericana es la «political correctness», la «corrección política» en el sentido de buen tono, de lo que es aceptable y correcto. Hija legítima del puritanismo y del vago marxis­mo residual de los intelectuales de provincias, la «political correctness» aparece definida en el Random House Webster’s College Dictionary como «una ortodoxia típicamente progresista en cuestiones que afectan sobre todo a la raza, el género (nuevo eufemismo de sexo, masculino o femenino), las afinidades sexuales o la ecología». Cierto comentarista inglés más expeditivo dice que «no es más que el izquierdis­mo de clase media tal como se practica en las universidades americanas». El asunto ha levantado tal polvareda en los Estados Unidos que las siglas PC empiezan a ser empleadas más como iniciales de «political correctness» que como acrónimo de «personal computer». Lo curioso es que la polémica está convirtiéndose en una disputa filológica, con listas oficiales de palabras poscritas en distintas universidades. Remontando la historia mucho más allá del nomi­nalismo medieval, hasta volver a la creencia en la virtud taumatúrgica de los vocablos, profesores y alumnos rivalizan en sutilezas lingüísticas. Para evitar acusaciones de racismo, sexismo o desprecio por cualquier minoría imaginable hay que hacer arduas contorsiones eufemísticas. Algunos consideran machista «género humano» («humanity», y no digamos «mankind»), sabe Dios por qué, y el propio Dios no puede ser Él sino que tiene que turnarse con Ella. Se asegura que el sustantivo «judío» es vitando, hay que usarlo tan sólo como adjetivo y decir «una persona judía». Incluso hay militantes de los derechos de los animales que exigen sustituir «pet» por «animal de compañía», expresión más digna. Por supuesto, no se puede hablar de un «vejete», sino de un «senior citizen».



Es cierto que estas ansias eufemísticas no son exclusivas del angloamericano, y que en el español también hemos in­troducido expresiones políticamente correctas como «tercera edad» o «invidente». Pero aquí casi nadie se las toma en serio, todo lo más algunos políticos y periodistas. Además algunos de nuestros neologismos, como «tercermundista» por «merienda de negros», son igual de insultantes en sus alusiones que las viejas expresiones, y a nadie parece importarle mucho. En los Estados Unidos, por el contrario, lo que importa es la censura idiomática. Los aspectos sus­tantivos, no lingüísticos, de la «corrección política» univer­sitaria parecen apasionar menos al público, por ejemplo los programas de lectura obligatoria en el «syllabus» de algunas enseñanzas superiores. Como Homero o Shakespeare eran varones, blancos y poco progresistas, y se suponía que su estudio podía ofender a las mujeres, a los negros y a toda persona «politically correct», hubo que aminorar o suprimir su lectura y acudir a textos de escritores más presentables; el autor ideal es una negra lesbiana procedente de alguna cultura sojuzgada, pero no siempre es posible encontrar el ideal. La otra posibilidad es explicar la historia de la cultura de esta manera: la civilización moderna ha heredado las artes y las ciencias de los griegos clásicos, pero éstos habían robado la antigua sabiduría a sus inventores, los egipcios, los cuales eran africanos, luego negros. Una variante de este discurso melanófilo es demostrar que las matemáticas, la filosofía y en general todo refinamiento intelectual y aun vital volvieron a Occidente gracias a los árabes, que tenían «air-conditioning» en la Alhambra (sic), mientras los reinos cristianos eran un hatajo de patanes. Naturalmente, tam­bién se da y florece en los Estados Unidos la versión amerindia de la Historia Universal —versión que aquí vamos conociendo a medida que se acerca el Quinto Centenario— y menudean otras exégesis culturales para todos los gustos siempre que no sean eurocéntricos o falócratas. Diríase que el amable manicomio de la Unesco de los años setenta se ha trasladado al campus académico norteamericano. Pero el centro de la batalla está en la palabra, y la tác­tica consiste en suprimir las palabras peligrosas, más que en desvirtuarlas. Se censura el diccionario porque —reacción de raíces bíblicas protestantes— tan sólo en el Libro pueden hallarse la culpa de los males del pueblo y su remedio.


EL CASO ESPAÑOL
Muy distinto es el caso del español. También se sacrifica el lenguaje claro en aras de exigencias sociales cambiantes, pero ello se hace adulterando ciertas palabras, no proscribiéndolas. Consciente o inconscientemen­te se advierte que la forma más fácil de conjurar ciertos peligros sociales es desdibujar el perfil semántico de algunos vocablos para terminar cambiando por completo su contenido. El ejemplo más revelador es el de la palabra democracia. Está claro que la nueva situación política en España a partir de 1975 puede ser descrita de muchas maneras, pero se ha consagrado una definición tan sucinta que consta de una sola palabra: democracia. El motivo de tal laconismo no es, como parece, maquiavélico; la pereza, la vanidad y sobre todo la simple envidia hacia los países vecinos han sido decisivas en la simplificación verbal. El problema está en que una vez adoptado un simple animal como tótem se tiende a complicarlo añadiéndole símbolos heterogéneos y atribuyéndole virtudes contradictorias: el toro potente termina teniendo alas y rapidez de águila, melena heroica de león, ojo de lince y aun astuto cuerpo de sierpe para que la tribu esté contenta identificándose con él y pierda sus complejos de inferioridad y su envidia congénita. Y eso es lo que ha ocurrido en nuestro idioma con el término democracia, que empezó significando gobierno del pueblo y ahora se pretende que signifique por lo menos doce cosas más.



No existe, en verdad, ningún paradigma comparable de polisemia en toda la historia de las lenguas humanas, nin­gún fenómeno de multivocidad extrema alcanzada en tan poco tiempo. Tres o cuatro lustros —un mero instante en la cronología lingüística— han bastado para que demo­cracia quiera decir no una sola cosa sino muchas y, lo que es más interesante y quizá único, no sólo cada una de esas cosas, alternativamente y a gusto del hablante, sino en ge­neral todas ellas a la vez, por discordantes que sean. Hay vocablos con varios significados. Escatología, por ejemplo, quiere en unas ocasiones decir «conjunto de creencias re­ferentes a la vida de ultratumba» y en otras «tratado de los excrementos», pero nunca se usa para designar ambas cosas a la vez. Se consideraría de mal gusto. En cambio, en­tra dentro de la PC e incluso puede que constituya el fun­damento mismo de nuestra «corrección política» emplear la voz democracia como quintaesencia simultánea de todos estos elementos variopintos: gobierno popular, estado de derecho, división de poderes, constitucionalismo, liberalismo, parlamentarismo, «sociedad civil», buena administración pública, progresismo izquierdista, librecambio capitalista, pluralismo, respeto por los derechos humanos y amor a las libertades fundamentales.



Hasta hace pocos años cualquier persona culta, de iz­quierdas o de derechas, hubiera protestado ante semejante amalgama, considerándola incoherente. Hubiese alegado que democracia equivale, jurídica y etimológicamente, al primer concepto de la lista antes citada, el gobierno del pueblo, y que ontológica e históricamente tal cosa puede existir y de hecho ha existido con independencia de los demás conceptos reseñados. Hubiese recordado que la democracia ateniense condenó a muerte a Sócrates y que la democracia de Weimar eligió a Hitler. Hubiese añadido que casi todas o todas las demás nociones políticas relacionadas pueden ser puestas en práctica sin democracia, y que alguna de ellas, como el liberalismo, se compadecen mal con el gobierno popular de pura mayoría, el cual tiende al igualitarismo absoluto y por tanto cercena las libertades y el pluralismo, como bien explicó Ortega y Gasset. También hubiese citado a Alfonso Guerra, que explicó no menos justamente cómo Montesquieu y su división de poderes tienen poco que ver con la realidad democrática de una mayoría de votos. Y si nuestro culto observador hubiese sido aficionado a la comparación internacional de los sistemas políticos, habría apuntado que los Estados occidentales de hoy que funcionan bien lo hacen en la medida en que no son democracias puras sino vigorosas oligarquías mitigadas por factores semidemocráticos. Así Bush, elegido por el 26 por 100 del electorado (o el 19 por 100 de la población, según se mire), tiene considerable poder, pero no tanto como para olvidarse de otros poderes como el Tribunal Supremo, Wall Street, el Pentágono, los lobbies ideológicos, raciales o económicos, las iglesias y cien más, ninguno de ellos dependiente del voto popular general. En el Reino Unido hay un mo­narca hereditario, una cámara alta también hereditaria, un clero constituido por cooptación, unas universidades con bienes propios y claustros también cooptados (que se permiten denegar un doctorado honorario al jefe del gobierno), una prensa pujante y otras mil instituciones no democráticas de gran peso. El estado de derecho, la sociedad civil o la buena administración pública son cosas muy distintas de la mitad más uno de los votos.

De hecho, y volviendo a España, a nadie se le oculta que nuestra democracia desconoce el constitucionalismo (puesto que la Constitución de 1978 no se puede cumplir y por tanto no se cumple), desprecia el parlamentarismo (los presidentes del gobierno apenas acuden al Congreso), carece de las características elementales de un estado de derecho (empezando por la seguridad jurídica, que exige cuando menos una administración de justicia fiable), y así sucesivamente.


MITOLOGÍA
Sin embargo, quien todo esto objetase a la actual polisemia del vocablo democracia en español podría ser un buen filólogo, un buen jurista y un buen historiador, pero sería un mal antropólogo. Cuando nuestros compatriotas caen a diario en el solecismo de decir «el rodillo parlamentario no es democrático» o «el soborno de los políticos es antidemocrático» o «la situación de las cárceles va en contra de la democracia», cuando dicen «llevaré el asunto hasta el Supremo, que para eso estamos en una democracia», no están aludiendo a ninguna forma política de gobierno, sino invocando a su tótem. Los oscuros sentimientos, las frustracio­nes y anhelos ancestrales que nos llevaron a escoger esa pa­labra totémica y no otra pueden traducirse resumidos en este silogismo: la democracia es todas esas cosas buenas y acaso alguna más, como recoger la basura y no saltarse los semáforos, la democracia es vivir como nuestros vecinos ricos. Es así que nosotros somos una democracia, luego los españoles somos justos y benéficos. Teleológicamente la corrupción semántica nos lleva por el túnel del tiempo a la Constitución de 1812. Mediante una extraña inversión temporal cumplimos ahora el mandato de entonces, pero por precaución concentramos en un solo santo y seña, De­mocracia, las antiguas y dispersas palabras mágicas de Constitución, Libertad o Progreso. En 1931 ocurrió lo mis­mo con otra palabra de vocación simbólica y abarcadora, República, y en 1939 otro tanto con el ensalmo Patria. En ninguno de los citados momentos históricos, incluido el actual, nos hemos planteado en serio si basta con pronunciar una palabra para vivir con el sosiego y el desahogo de suizos o daneses, o si hará falta algo más que conjuros anhelantes para disipar la miseria de los marginados o el humo acre de los incendios.



La gran mentira nacional —el mito— es atribuir a la democracia el significado precisamente de todo lo que no tenemos, de lo que ansiamos, de lo que envidiamos en otros, y no darle el sentido real, gobierno del pueblo, que sí existe en España. Buscábamos una mitología y nos hemos encontrado con una mitomanía.

Pero algo es algo, y la mentira, cuando es colosal, supone un buen paso adelante. Creo que ya Renan apuntó que las naciones sólo cuajan del todo cuando tienen un gran crimen colectivo e histórico que ocultar. Cabe esperar que nuestra mentira nacional tenga la misma virtud integradora y menos coste social que la Revolución Francesa o la Santa Inquisición. Tenemos a nuestro favor el hecho de que no ha habido ruptura en el vicio cardinal; hemos visto que la actual mentira es consecuencia en buena parte de la envi­dia, y la envidia fue lo que nos permitió sobrevivir a siglo y medio de desastres. La pena es que el precio de la super­vivencia incluya, según parece, la obligación de nunca más llamar a las cosas por su nombre.

Ilustraciones de Diego Mora-Figueroa, Marqués de Saavedra
Publicado en Nueva Revista N.º 19 (1991)

viernes, 8 de octubre de 2010

Citas desde la caverna (VII)

No me gusta esa palabra de intelectual. Nunca he comprendido lo que quiere decir. Cuando Régis Debray fue encarcelado en Bolivia, siempre lo designaban con la perífrasis “el joven intelectual”. En realidad era un joven combatiente que había asumido los riesgos del combate. La intelectualidad tenía poco que ver con su aventura. Todos los ejemplares de homo sapiens, por las virtudes todavía tan mal conocidas de sus neuronas, son intelectuales. Mi abuelo era tonelero, mi padre general, yo soy profesor y mi hijo es médico psicoanalista. Desde luego hace falta tanta inteligencia para hacer un tonel o para inventar cañones como para emborronar papeles o quitar las angustias.

(Georges Dumézil, Entretiens avec Didier Eribon, 1987)



He traducido a vuela pluma estas palabras tan osadas y políticamente incorrectas que sólo un sabio octogenario y próximo a la muerte se atreve a pronunciar. Georges Dumézil escribió algunos de los estudios más profundos y brillantes sobre la religión y la sociedad indoeuropeas. Y siempre fue un espíritu libre y luchador. He releído el libro que cito y no comprendo cómo pude olvidar estas palabras tan certeras cuando escribí mis modestas consideraciones sobre los intelectuales, que reproduje no hace mucho en esta bitácora con escándalo de más de un lector, a juzgar por los comentarios.

martes, 5 de octubre de 2010

Citas desde la caverna (VI)

Como continuación a lo aquí dicho (el 8 de Septiembre) sobre el soneto de Ronsard cuyo primer verso es Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle, publico ahora la traducción al español que anuncié. La hizo hace ya decenas de años Fernando Aguirre de Cárcer, un diplomático bohemio y culto. La incluyó en una antología titulada La poesía francesa en verso castellano. Que yo sepa permanece inédita y me gustaría que algún editor ilustrado se animase a publicarla; si algo queda claro es que no andamos sobrados de buenas traducciones de poesía, y esta lo es. Pido a los lectores que comparen esta versión con el original y con alguna otra que conozcan, además de la escrita por Eliseo Diego (traducción, claro, de otra traducción libre...). Y que nos den su opinión.


Cuando seas vieja

Cuando seas muy vieja, en la penumbra ociosa,
hilando y devanando junto al fuego sentada,
al cantar mis estrofas dirás maravillada:
“Ronsard me celebraba cuando era tan hermosa”.

No habrá sirviente entonces al escuchar tal cosa,
por el trabajo rudo ya medio adormilada,
que al rumor de mi nombre no despierte encantada,
bendiciendo tu nombre, de alabanza gloriosa.

Yo estaré bajo tierra y, espectro descarnado,
a la sombra del mirto dormiré sin cuidado.
Tú serás en tu hogar una anciana encogida,

llorando mi amor muerto y tu repulsa vana.
Créeme: Vive ahora. ¡No esperes a mañana!
¡Recoge cada día las rosas de la vida!

(Traducción de Ronsard por Fernando Aguirre de Cárcer)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Citas desde la caverna (V)

Espigadas en lecturas
sin orden mas no sin concierto,
con procedencia verificable.


Pero si todas las tesis del reaccionario sorprenden al progresista, la mera postura reaccionaria lo desconcierta. Que el reaccionario proteste contra la sociedad progresista, la juzgue, y la condene, pero que se resigne, sin embargo, a su actual monopolio de la historia, le parece una posición extravagante. El progresista radical, por una parte, no comprende cómo el reaccionario condena un hecho que admite, y el progresista liberal, por otra, no entiende cómo admite un hecho que condena. El primero le exige que renuncie a condenar si reconoce que el hecho es necesario, y el segundo que no se limite a abstenerse si confiesa que el hecho es reprobable. Aquel lo conmina a rendirse, éste a actuar. Ambos censuran su pasiva lealtad a la derrota. El progresista radical y el progresista liberal, en efecto, reprenden al reaccionario de distinta manera, porque el uno sostiene que la necesidad es razón, mientras que el otro afirma que la razón es libertad. Una distinta visión de la historia condiciona sus críticas. Para el progresista radical, necesidad y razón son sinónimos: la razón es la sustancia de la necesidad, y la necesidad el proceso en que la razón se realiza. Ambas son un solo torrente de existencias.
[…]
El reaccionario no es el soñador nostálgico de pasados abolidos, sino el cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas.


"El reaccionario auténtico", por Nicolás Gómez Dávila
© Revista de la Universidad de Antioquia

Permítaseme un escolio al maestro de los escolios, Nicolás Gómez Dávila. Alegra descubrir al cabo de los años que uno tuvo un maestro desconocido. Digo desconocido porque hasta este verano no había leído nada suyo. Sabía de su existencia como se sabe de la del unicornio o la esfinge. Incluso recordaba haber recibido tiempo atrás un libro suyo, y haberlo perdido en el acto. Un día reapareció y luego todo se aceleró, como suele ocurrir. El Magister quondam Magisterque futurus se aparece en las páginas de otros libros, revistas o sitios de la red, citado con respeto, odio o envidia. En fin, yo ya sólo puedo aconsejar a quien no conozca al maestro, una vez más, empezar por la Wikipedia (Nicolás Gómez Dávila) y seguir luego buscando sus aforismos y ensayos. Y - de acuerdo o no - disfrutar de su inteligencia y belleza.

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jueves, 23 de septiembre de 2010

El brindis al sol nublado

Así es que el Sábado pasado la Vuelta ciclista a España pasó por la Sierra de Guadarrama, subiendo a una cumbre en un espacio natural protegido. La cosa mereció el previsible entusiasmo popular, muy bien reflejado por los medios de información con su habitual mezcla de exageraciones fanfarronas y exquisita cursilería. Se habló de gesta por el penoso ascenso en un día nublado. Se da por hecho que tan heroico acontecimiento deberá repetirse anualmente por siempre jamás.

Pienso ahora en los pocos que nos opusimos a esta ilegalidad. Sigo creyendo que casi siempre es mejor perder una pelea que no luchar. Y tampoco es sorprendente que hayan vencido quienes reunían el apoyo expreso o tácito de los principales partidos políticos (en el gobierno de la nación, en los dos gobiernos autonómicos y en los ayuntamientos), de casi toda la prensa y de casi todas las oenegés, apoyos a veces expresados con silencios estruendosos.

La verdad es que a mí no me parece un precio excesivo por haber tomado la medida política, social, moral e intelectual del mundillo que nos rodea. Tampoco esa talla me sorprende.

martes, 21 de septiembre de 2010

Citas desde la caverna (IV)

Espigadas en lecturas
sin orden mas no sin concierto,
con procedencia verificable.


Volviendo a la dificultad de traducir poesía y las consideraciones al respecto de Fernando Ortiz, es justicia mostrar cómo él no es sólo un teórico de la cuestión sino diestro en la práctica de tales traducciones. Valga de ejemplo este poema de Mario Luzi (1914-2005) que a continuación reproducimos en italiano y luego traducido al español por Fernando Ortiz:


Nell’imminenza dei quarant’anni

Il pensiero m'insegue in questo borgo
cupo ove corre un vento d'altipiano
e il tuffo del rondone taglia il filo
sottile in lontananza dei monti.

Sono tra poco quarant'anni d'ansia,
d'uggia, d'ilarità improvvise, rapide
com'è rapida a marzo la ventata
che sparge luce e pioggia, son gli indugi,
lo strappo a mani tese dai miei cari,
dai miei luoghi, abitudini di anni
rotte a un tratto che devo ora comprendere.
L'albero di dolore scuote i rami...

Si sollevano gli anni alle mie spalle
a sciami. Non fu vano, è questa l'opera
che si compie ciascuno e tutti insieme
i vivi i morti, penetrare il mondo
opaco lungo vie chiare e cunicoli
fitti d'incontri effimeri e di perdite
o d'amore in amore o in uno solo
di padre in figlio fino a che sia limpido.

E detto questo posso incamminarmi
spedito tra l'eterna compresenza
del tutto nella vita nella morte,
sparire nella polvere o nel fuoco
se il fuoco oltre la fiamma dura ancora.

O sea:

En la inminencia de los cuarenta años

El pesar me persigue en este barrio
oscuro, corre un viento de altiplano
y el salto del vencejo talla el hilo
delgado en lontananza de los montes.

A poco son cuarenta años de ansia,
de tedio, de imprevista risa, rápida
como es rápida la ráfaga de marzo
que esparce luz y lluvia, son demoras,
el brusco desasirme de los míos,
de mis lugares, hábitos de años
rotos en un instante que debo ahora entender.
El árbol del dolor mueve las ramas…

Se levantan los años a mi espalda
en enjambre. No fue vano, es la obra
cumplida en cada cual y en todos juntos,
vivos y muertos, penetrar el mundo
tan opaco claras vías y pasadizos
de efímeros encuentros y de pérdidas
o de amor en amor o en uno solo
de padre a hijo hasta que sea límpido.

Y dicho esto puedo encaminarme
a cuerpo limpio a la presencia eterna
del todo que es la vida que es la muerte,
disiparme en el polvo o en el fuego
si el fuego dura aún más que la llama.

(Traducción de Fernando Ortiz)

martes, 14 de septiembre de 2010

El Sábado 18, brindis al sol

El Sábado que viene, 18 de Septiembre, la caravana de la Vuelta Ciclista a España, ebria de insobornable contemporaneidad, introducirá una innovación en su desarrollo: subirá al Alto de las Guarramillas, mal llamado Bola del Mundo. Comprendo que destruir la Naturaleza a cachos da más votos (y por supuesto dinero) de los que quita. Sin embargo, algunos no estamos de acuerdo. Cuatro de nosotros hemos firmado y estamos intentando difundir la carta adjunta, que no requiere más comentarios. Mejor dicho, habrá que hacer algún comentario, al menos por mi parte, cuando pase el día de la bellaca celebración. O si prefieren, dejémoslo en el día del brindis al sol.



LA PROTECCIÓN DE LA SIERRA DE GUADARRAMA Y LA VUELTA CICLISTA A ESPAÑA EN SEPTIEMBRE DE 2010.


En el dilatado proceso de protección de los paisajes de cumbre de la Sierra de Guadarrama aparecen algunas actuaciones puntuales contradictorias con el propósito general de conservación. Con incidencia actual especialmente llamativa podemos citar el permiso concedido por las Comunidades Autónomas de Madrid y de Castilla y León para que una etapa de la Vuelta Ciclista a España culmine en la cima de las Guarramillas, situada en las proximidades del Puerto de Navacerrada, pese a que constituye un lugar que ha de ser objeto de evidente protección. Los abajo firmantes, preocupados por la buena conducción del procedimiento de conservación de nuestra Sierra, consideramos incompatible con él la simultaneidad de la aprobación de este uso deportivo contraproducente en una de sus cumbres, con todas sus implicaciones, por muy mitigadas que éstas puedan darse.

Nos asisten las siguientes razones:

- a/ la cumbre de las Guarramillas y sus inmediaciones tienen un significado orográfico, cultural y escénico en la Sierra de primer rango, por lo que su utilización como meta ciclista estaría contraindicada en cualquier situación, incluso sin estar en marcha el proceso de protección del Guadarrama. Se trata de un área particularmente central, visible, modélica y significativa, que debe ser muestra ejemplar en la conservación. No es simplemente una rampa empinada para demostraciones deportivas.

- b/ esta cumbre, por su cota ya elevada y por su enlace del Puerto de Navacerrada con la Cuerda Larga es parte integrante del ámbito cimero del Guadarrama y, por lo tanto, utilizarla de este modo es afectar a dicho ámbito en términos más generales en uno de sus puntos concretos y notables. Teniendo en cuenta que el plan de protección como Parque Nacional de esta sierra lleva ahora por nombre de las “ cumbres”, justamente, de la Sierra de Guadarrama, y que abarca este sector en una de sus modalidades, la contradicción entre el mencionado uso y tal proceso de protección oficial no sólo es de orden general, sino específico.

- c/ Aunque la dirección general de medio ambiente de la comunidad de Madrid ha asegurado que dicha actuación de la Vuelta Ciclista se hará sin daño al medio ambiente, para lo cual se han tomado medidas, sin embargo, hay cosas en las que el único bien posible al medio ambiente no es paliar sus posibles daños sino no hacerlas. Este es el caso. Y más aún existiendo alternativas para colocar ese fin de etapa en localizaciones próximas, ya alteradas y de mejor acogida logística, como el aparcamiento de la estación invernal de Valdesquí.

- d/ en consecuencia, consideramos que ha sido un error plantear, proponer y aceptar ese fin de etapa en el alto de Las Guarramillas por razones generales de respeto a los parajes naturales de la Sierra de Guadarrama y, más aún, estando en pleno proceso casi final de aplicación el PORN conjunto de Madrid y Castilla y León sobre dicha sierra, que pretende la conservación cuidadosa de esos parajes y especialmente los de sus cumbres.

- e/ tal contradicción de principios y de actuaciones debe solucionarse con ideas y propósitos claros, sin borrosidades y sin esquivar los hechos. En nuestra opinión, es evidente que ya es tarde para dar marcha atrás por parte de las administraciones en esta vuelta de 2010. El patinazo ya no tiene remedio. Pero debe haber “contrición” clara en sus consejerías de medio ambiente y “propósito de enmienda” para el futuro. Es decir: no sólo extremo cuidado en cómo se desarrolla este año esa parte de tal etapa, sino anulación definitiva de tal meta para el futuro. Es más: si prosperase el proyecto de Parque Nacional y Parque Regional conjuntos, como todos deseamos vivamente, sería incompatible este uso no ya con el obvio sentido de la conservación que nos mueve sino además con la letra de la ley futura que ambas Comunidades persiguen. Y se puede argumentar que ya lo es con el decreto vigente de protección del Guadarrama de la Comunidad de Madrid

Estas cosas no deberían siquiera plantearse, puesto que, además de dar pie a daños objetivos, crean un clima equívoco entre propósitos legales y actuaciones reales. Si la tendencia es a la protección, los actos deberían facilitarle el terreno, avanzar en ese horizonte y no en el contrario.


Madrid, 10 de septiembre de 2010

FIRMAS:

Eduardo Martínez de Pisón
Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón
Juan Luis Arsuaga
Antonio Sáenz de Miera

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Citas desde la caverna (III)

Espigadas en lecturas
sin orden mas no sin concierto,
con procedencia verificable.

Cita del mes de Septiembre:


A propósito de la peculiar dificultad de traducir poesía, cuestión no siempre pacífica en esta bitácora, mi amigo Fernando Ortiz me regala un libro de Eliseo Diego con traducciones excelentes al español de poesía inglesa. El autor era un escritor cubano de quien nada conocía yo hasta ahora; el libro se llama Conversación con los difuntos, en recuerdo del soneto de Quevedo. En la antología aparece la traducción al español de un poema en inglés de W. B. Yeats, que a su vez es paráfrasis libre de un soneto de Ronsard, el cual por lo demás recoge ecos de Petrarca y aun anteriores. Así es que el orden sería:


Cuando seas vieja

Cuando seas vieja y gris, colmada por el sueño,
y cabeceando al fuego, tomes este libro
y leas despacio, y con el brillo suave sueñes
que hubo en tus ojos una vez, y con sus sombras;

cuántos tus ratos de risueña gracia amaron
y tu belleza con un amor sincero o pérfido,
mas sólo un hombre amó tu alma en ti viajera
y las penas amó de tu cambiante cara;

y encogiéndote junto al fuego crepitante
murmures triste, acaso, del amor que huyera
para vagar por las montañas desoladas
y su rostro esconder en un montón de estrellas.

(Traducción de Eliseo Diego, 1991)


When you are old

When you are old and grey and full of sleep,
And, nodding by the fire, take down this book,
And slowly read, and dream of the soft look
Your eyes had once, and of their shadows deep;

How many loved your moments of glad grace,
And loved your beauty with love false or true,
But one man loved the pilgrim soul in you,
And loved the sorrows of your changing face;

And bending down beside the glowing bars,
Murmur, a little sadly, how Love fled
And paced upon the mountain overhead
And hid his face amid a crowd of stars.

(Versión libre de W.B. Yeats, 1893)


Quand vous serez bien vieille

Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle,
Assise auprès du feu, dévidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous émerveillant
Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle.

Lors, vous n’aurez servante oyant telle nouvelle,
Déjà sous le labeur à demi sommeillant,
Qui au bruit de mon nom ne s’aille réveillant,
Bénissant votre nom de louange immortelle.

Je serai sous la terre et fantôme sans os :
Par les ombres myrteux je prendrai mon repos :
Vous serez au foyer une vieille accroupie,

Regrettant mon amour et votre fier dédain.
Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain :
Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie.

(Soneto de Pierre de Ronsard, 1587)



Para completar esta áurea cadena publicaré una buena e inédita traducción al español del soneto francés, en cuanto ponga orden en mi biblioteca y obtenga el permiso de la familia del traductor.

Pero antes resolveré una duda y brindaré aquí un modelo de traducción poética del propio Fernando Ortiz, hecha del italiano al español.

Disfruten ustedes de obras bien hechas.

domingo, 25 de julio de 2010

Invocación a Santiago

Por estas fechas, en torno y pese al día de Santiago, suele reanudarse la bellaca actividad de los incendiarios del monte. Suelen quedar impunes y a casi nadie le importa. De nada sirve preguntar a las autoridades cuántos de los detenidos por este delito durante el verano pasado, juzgados y condenados, siguen en la cárcel. Las autoridades no lo saben o no quieren decirlo. Quizá les dé vergüenza reconocer que nadie sigue preso por ese crimen. Suelen embrollar los datos dando alguna cifra de detenidos por delitos ecológicos pero sin decir cuándo fueron detenidos, cuándo condenados por el juez y si siguen encarcelados o andan paseándose con otro bidón de gasolina.

Oponerse a toda esta destrucción de la naturaleza no parece dar en España muchos votos, de lo contrario no habría esta ominosa inacción. Tampoco parece importar mucho en Bruselas, donde las instituciones europeas lanzaron un magnífico y atinado proyecto llamado la Red Natura 2000, creada por la Directiva de Habitats de 1992, asunto sobre el que espero escribir algún día con cierto detalle, y me gustaría que otros más sabios que yo también lo hiciesen. Pues bien, la Red Natura 2000 es pisoteada y arrasada a diario sin que las autoridades de nuestro país, que en su día acogieron con entusiasmo tan ilustrado proyecto, muevan un dedo para impedir tanta destrucción.

Así es que ya tan sólo se me ocurre pedir ayuda a mi Santo Patrono –que también lo es de todos los españoles– y volver a publicar en su día, el 25 de Julio, este artículo aparecido el 25 de Mayo del 2006 en el ABC y reproducido en esta bitácora en Octubre del 2008. Sí, ya sé que me repito, pero como decía André Gide “todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que seguir diciéndolo”.

Otra falacia patética

Una de las falacias más repetidas es que los españoles son indiferentes ante la Naturaleza. Sorprende esta afirmación reiterada y gratuita -auténtica falacia patética, que diría Ruskin- cuando todo a nuestro alrededor indica que en su mayoría los españoles no sólo no son indiferentes ante la Naturaleza, sino que con notable eficacia la detestan. Esa antipatía se manifiesta a veces de forma canallesca, quemando el monte o envenenando animales. En otras ocasiones el estilo es tan sólo achulado, y se desparrama basura en parajes de singular belleza, estridencias de discoteca y moto en el corazón del silencio, pintadas procaces o mitineras en las rocas. Es una manera de decir, con desplante de imbécil, «por aquí he pasado yo, que no soy menos que ese roble tan viejo o esa águila que salió huyendo».

Pero las más de las veces el odio rezuma por omisión más que por acción: los vecinos se sonríen ante el atropello, el juez se encoge de hombros, el Ayuntamiento se inhibe, los Gobiernos callan o fingen. Es la más sincera de las connivencias. «Vaya usted a saber quién lo hizo, sería muy difícil probarlo, además el bosque era muy viejo, y ya es hora de que esto beneficie a las personas y no sólo a los pajaritos». Y suspiran satisfechos los especuladores urbanos, tratantes de madera quemada, cazadores furtivos, extorsionistas, camellos de la droga, piariegos y retenes renegados.

El ejemplo perfecto de la mezcla de resentimiento y estupidez demagógica fue aquella brillante coletilla al lema de la vieja campaña contra los fuegos forestales: «Cuando arde un bosque, algo suyo se quema, señor conde». Añadiendo esas dos palabras, el gracioso -creo recordar que en La Codorniz- convertía el incendio en un acto progresista, puesto que fastidiaba a la oligarquía. Y además heroico, ya que en aquel entonces la Guardia Civil aún era o podía ser severa.

Huelga decir que esa bellaquería en particular no es ya políticamente correcta. Pero otras sí, pues casi todo es turbio en ciertas actitudes sociales. Ni siquiera los delincuentes, que deberían ser fieles a su imagen social de dechado de lógica -lógica egoísta y amoral, pero lógica al fin- son tal cosa cuando se dedican a destruir la Naturaleza. Rara vez actúan con la frialdad de un delincuente puramente racional, como por ejemplo un monedero falso. Éste tan sólo busca el estricto provecho económico, mientras que el incendiario, con independencia del posible lucro, suele disfrutar haciendo daño. Diríase que en ese terreno hay tanto o más odio que codicia. A veces cabe preguntarse si ciertos vertidos tóxicos o incendios no tendrán más en común con los crímenes de los violadores que con los de malhechores supuestamente racionales como los ladrones. Después de todo es de suponer que el sueño de quien aspira a hacer el mal perfecto es mancillar a su madre y luego matarla, y eso es, en exacta metáfora, lo que hacen miles de autores de delitos ecológicos al año, sobre todo en verano. Si tan sólo buscasen el lucro, es probable que escogieran otros delitos más rentables y que causan menos dolor innecesario.

Lo más triste, sin embargo, es que lo turbio de las motivaciones de los delincuentes parece desdibujar las propias reacciones de la opinión pública, de las autoridades y de los periodistas. No conozco otro ámbito donde haya menos ideas claras y menos acciones decididas. Abunda, eso sí, la palabrería. Todas las fuerzas políticas coinciden en sus ansias retóricas de «preservar el medio ambiente» (artículo 38 de la Constitución de 1978), pero ninguna muestra respeto siquiera por su propio nombre; se conoce que no va con ellas lo de nomen est omen. Los socialistas valoran muy poco en la práctica el primer bien social, que es la Naturaleza. A los conservadores no les interesa mucho conservar esta vieja piel de toro, tan llena de mataduras. Los verdes, absortos en la izquierda unida, tienen mucho más de izquierdistas que de verdes. Y los llamados ecologistas nunca se manifiestan cuando el desastre ecológico ocurre donde gobiernan las izquierdas.

Prueba de lo que antecede es la anarquía urbanística en casi todos los municipios españoles. Sea cual sea su militancia política, el sueño megalómano de un alcalde es benidormizar entero su término municipal, edificarlo del uno al otro confín. Yerran quienes atribuyen el anhelo a un afán de beneficio personal. Por lo común no se trata de cohecho sino de una fe pétrea en el progreso, entendido éste como un aumento acelerado del casco urbano y del número de automóviles en circulación.

Contra creencia tan firme no hay leyes que valgan, y menos en un país latino, donde la tradición es legislar profusamente pero sin luego aplicar las normas con demasiado rigor. A veces, sin embargo, triunfan paradójicos escrúpulos y ocurre, por ejemplo, que se paraliza la declaración de tal Parque Nacional para no verse obligados a entorpecer los negocios de la construcción ni sufrir la consiguiente pérdida de votos.

Quizá por el mismo prurito oficial de discreción -acaso para evitar la llamada alarma social- no sea posible averiguar cuántos están en la cárcel tras los incendios, casi todos provocados, de 180.000 hectáreas forestales en toda España durante el pasado año 2005, o por cualquier otro delito ecológico (se dice oficiosamente que nadie está en prisión por un quítame allá esas pajas, aun ardientes). Pero cuesta creer que haya voluntad oficial de sigilo, pues los poderes públicos no pueden ignorar el auténtico sentir popular ante todos estos abusos y delitos: la sonrisa suficiente. Como mucho, los políticos evitarán en lo sucesivo reconocer las amplias complicidades del pueblo soberano con los incendiarios, después del revuelo causado en agosto pasado por la franqueza de la ministra de Medio Ambiente al admitir que existía «tolerancia social» en Galicia y en el resto de España, que impedía la identificación de los culpables.

A la tolerancia podía haber añadido la desidia. Mientras escribo estas líneas y para no perder el sentido de la realidad más humilde, tengo a mi lado una bolsa de carbón vegetal para barbacoas hecho en el Paraguay y comprado esta primavera en unos grandes almacenes madrileños. O sea, que mientras ardían los montes españoles porque nadie era capaz de atajar el fuego, ya que el sotobosque no se mantiene limpio desde que desapareció el piconeo, estábamos importando picón de una selva situada a diez mil kilómetros de distancia.

Y es que aquí, como en otros asuntos nacionales, el problema no está tanto en el Gobierno o los Gobiernos de la nación cuanto en la nación del Gobierno. Un pueblo que no cree en él mismo -en su historia ni en su naturaleza- mal puede exigir fe y voluntad a sus Gobiernos. Y éstos -unos más que otros, es cierto- tendrán la perpetua tentación de zanjar los problemas «como sea». Es decir, sin resolverlos.

El Marqués de Tamarón



Este artículo apareció en el ABC el 25 de Mayo de 2006

miércoles, 30 de junio de 2010

Belleza maculada

El artículo sobre Hopkins apareció en el ABC el Domingo de Resurrección, 19 de Abril, de 1987, y luego fue recogido en el Guirigay nacional. Hubiera sido más completo si en aquel entonces yo hubiese conocido los escritos de José Antonio Muñoz Rojas sobre el poeta inglés, que pueden verse en sus Ensayos anglo-andaluces. También me hubiera ayudado saber lo que hoy sé sobre este tipo de soneto acortado, o curtal sonnet, como lo llamó su autor. Aunque también es cierto que si hubiese sabido todo eso el artículo habría tenido que ser un ensayo más largo, que quizá nunca hubiera escrito. En fin, para el lector curioso ahí va el enlace con el curtal sonnet , con un buen resumen de lo que es esa extraña forma de soneto inventada por Hopkins.
Sin duda la forma misma ya es counter, original, spare, strange.



Belleza maculada


Pied Beauty


Glory be to God for dappled things—
For skies of couple-colour as a brinded cow;
For rose-moles all in stipple upon trout that swim;
Fresh-firecoal chestnut-falls; finches’ wings;
Landscapes plotted and pieced-fold, fallow, and plough;
And áll trádes, their gear and tackle and trim.

All things counter, original, spare, strange;
Whatever is fickle, freckled (who knows how?)
With swift, slow; sweet, sour; adazzle, dim;
He fathers-forth whose beauty is past change:
........................................................ ...... ........ ..Praise him.

(G. M. Hopkins)



Beauté Piolée


Gloire à Dieu pour les choses bariolées.
Pour les cieux de tons jumelés comme les vaches tavelées,
Pour les roses grains de beauté mouchetant la truite qui nage;
Les ailes des pinsons; les frais charbons ardents des marrons chus; les paysages
Morcelés, marquetés —friches, labours, pacages;
Et les métiers: leur attirail, leur appareil, leur fourniment.

Toute chose insolite, hybride, rare, étrange,
Ou moirée, madrurée (mais qui dira comment?)
De lent-rapide, d’ombreux-clair, de doux-amer,
Tout jaillit de Celui dont la beauté ne change:
..........................................................................Louange au Père!

(Versión de Pierre Leyris)




Belleza maculada


Gloria a Dios por las cosas variopintas:
por los cielos cual reses berrendas, a dos tintas;
por la mota rosada que en la trucha que nada pinta pintas de antojo;
las caídas castañas, frescas ascuas al rojo;
las alas del pinzón; y las campañas ensambladas de partes: redil, labor, barbecho;
y todos los oficios con sus artes, su apero, su pertrecho.

Todo lo peregrino, singular; cuanto de raro y vario ha sido hecho
con modo de mudar, todo lo que motea (mas ¿a quién se le alcanza?)
con premura y templanza, acritud y dulzura; aquello que fulgura y que sombrea,
así lo engendra Aquél cuya hermosura se halla más allá de la mudanza:
.......................................................................................................................Loado sea

(Versión de José Guillermo García- Valdecasas)




El poema de Hopkins que antecede se consideraba imposible de traducir. Pero lo tradujo Pierre Leyris. El mundillo internacional de filólogos y traductores literarios pronto comprendió la proeza lingüística que suponía verter al francés una poesía inglesa de tan excepcional complejidad y riqueza, conservando —o mejor dicho, recreando— la rima, el ritmo interno, la aliteración, la fuerza evocadora de las asociaciones de ideas y palabras, amén del sentido exacto del texto original. Después de conocerse la antología de Hopkins escogida, comentada y traducida por P. Leyris (París, 1980) dejó de ser lícito contraponer como géneros mutuamente excluyentes traducción literal y traducción literaria. «Una exhibición de virtuosismo difícilmente igualable», comentó The Times Literary Supplement (26-12-1980). «Una imposibilidad donde las haya», afirma George Steiner, que en su libro After Babel incluye Beauté Piolée, junto con tan sólo otro ejemplo, en una short list of supreme translations de todas las lenguas y épocas históricas.

Comentando con José Guillermo García-Valdecasas, meses ha, esta fama de imposibilidad vencida de Pied Beauty/Beauté Piolée, tuvo aquél un gesto espontáneo: saltó al ruedo frente al reto de las «reses berrendas» del poema, dispuesto a traducirlo al español. Yo aporté un poco, mis conocimientos de inglés; él un mucho, su extraordinario oído poético. Tras días y días de faena surgió la versión que acabo de ofrecerles. Es de aplicación —en este caso sin falsa ni verdadera modestia— la frase consabida: cualquier error será culpa mía, y mérito de mi amigo cualquier acierto. Y no es poco logro, creo yo, haber conservado la belleza sensual del poema inglés pese al durísimo pie forzado de la literalidad absoluta y de la afinidad con la métrica original. Se escogió una alternancia libre de versos de siete y once sílabas —propio de cierta mística castellana— más alejandrinos, con hemistiquios. Mientras desenrollábamos el suntuoso tapiz de imágenes nos venían a la mente clásicos retazos españoles de figuras similares: «Nace el bruto y con su piel / que dibujan manchas bellas...» (Calderón), «Erizo es, el zurrón de la castaña» (Góngora).

Y sin embargo a nadie se parece del todo, ni en estilo ni en personalidad, Gerard Manley Hopkins, S J. Nacido en 1844 de familia acomodada, estudió lenguas clásicas en Oxford, donde a los veintidós años se convirtió a la fe católica. En 1868 ingresó en el noviciado de los jesuitas, y fue ordenado sacerdote ocho años más tarde. Ejerció la cura de almas en barrios miserables de Glasgow y en otros lugares, y al final de su corta existencia enseñó griego en Dublín, donde murió en 1889. Muchos años después, en 1918, su amigo Robert Bridges dio a conocer la obra poética de quien en vida había querido permanecer ignorado. Apartado Hopkins de las corrientes literarias de su tiempo, sacrificando todo por amor a Dios (aun su poesía, que llegó a quemar en cierta ocasión y se abstuvo de continuar en otras), consiguió sin buscarla la más completa originalidad en el fondo y en la forma.

Valga como muestra de tan fecunda paradoja esta Belleza maculada, donde la hipnótica observación de la naturaleza se vuelve himno a Dios y el poeta agradece al Creador precisamente cuanto a otros hombres desconcierta: manchas y contrastes, sombras y tornasoles, como si lograse ver el sentido oculto de la creación bajo la aparente ambigüedad, tras el azar equívoco que a los demás nos desazona... Acaso Hopkins con su vida humilde y su visión penetrante cumplió mejor que nadie el orgulloso lema heráldico de su familia: Esse quam videri, «ser, más que parecer».




(Este artículo se publicó en el ABC del 19 de Abril de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))



Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008