Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: diciembre 2012

domingo, 30 de diciembre de 2012

Un pregón de Navidad

Me siento honrado porque los vecinos de la villa de Tamarón me encargaron el pregón de Navidad. Lo leí en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Me atrevo a reproducir el texto a continuación porque gracias a la ayuda que recibí de Góngora, Lope de Vega, José Antonio Muñoz Rojas, Cela, José Hierro y, sobre todo, de los anónimos autores de tantos villancicos populares, el pregón no salió del todo mal. Así es que aprovecho la ocasión para agradecer a los ilustres poetas muertos y a los no menos generosos habitantes de Tamarón su apoyo y hospitalidad, prestada a través de su Alcalde, su Asociación Cultural y su Cura Párroco.

Queridos amigos todos de Tamarón:

Uno de los secretos mejor guardados hoy en día es el de los belenes de montaña. No es fácil ver en las nieves de las cumbres españolas el lugar abrigado entre piedras donde unos montañeros por estas fechas han empezado a colocar pequeñas figuras del Niño Jesús, de la Virgen María y de San José, y también, claro está, de la mula y el buey. Y a veces, pero no siempre, pues suele faltar sitio en los recovecos de los canchales, algún pastor, alguna oveja, algún ángel y tres Reyes Magos. El primero de esos modestos santuarios que descubrí en mi vida está –a 2.209 metros de altura– exactamente en la divisoria de aguas entre la cuenca del Tajo y la del Duero… o si ustedes prefieren en la raya entre Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, y no se suele dar más pormenores… Los montañeros que colocan las imágenes en la mínima y Santa Cueva rehuyen decir dónde está, quizá porque cada vez se fían menos de la creciente impiedad de nuestros tiempos.

Sin embargo, el símbolo más potente de nuestra religión, de nuestra cultura y también de nuestra civilización es ese: la esplendorosa epifanía del Niño Dios. Sin la Navidad de forma patente o implícita, nuestro mundo sería un patético chiringuito, frío y desangelado, nunca mejor dicho.

Por eso no olvidaré jamás lo que vivió alguien a quien conozco mejor que a nadie. Su madre, de confesión anglicana, siempre había dicho que la historia más hermosa del mundo era la de la Natividad, y que era tan radiante y con tantos personajes inesperados que aunque sólo fuera por eso tenía que ser la más absoluta verdad; pues ninguna mente humana podría haberla inventado. La mezcla de Reyes Magos guiados por una estrella, con pastores y ovejas, y ángeles cantando, y el parto de una Virgen que da a luz a un Niño Dios refulgente, destinado ya al martirio para redimirnos, es una escena tan gloriosa que, decía aquella señora, tenía que ser verdad. Pues bien, cuando murió –tras recibir la extremaunción, por cierto, de un sacerdote católico romano– su familia procedió a organizar dos funerales, uno católico y otro anglicano. En ambos insistió mi amigo en incluir lecturas de los evangelios de San Mateo y San Lucas, que por sus relatos de la Natividad eran los preferidos de su madre. El sacerdote católico comprendió muy bien lo que se quería hacer y accedió en el acto. El sacerdote anglicano objetó dificultades, diciendo que no era costumbre mezclar la Navidad con un servicio religioso para difuntos, pero al final consintió, y creo recordar que incluso aceptó que se leyesen los textos en la versión antigua inglesa de la Biblia del Rey Jaime. Estoy seguro de que aquella señora y también sus amigos y familiares recibieron el consuelo de la belleza solemne y tierna del recuerdo de aquel pesebre en Belén.

Ese sentimiento está muy presente en la rica tradición española de los villancicos, tanto los más populares como los más cultos. Esa ternura poética que late en la copla anónima

La Virgen está lavando
y tendiendo en el romero,
los pajarillos cantando,
y el romero floreciendo.

Pero mira como beben
los peces en el río,
pero mira como beben
por ver al Dios nacido.
Beben y beben y vuelven a beber,
los peces en el río
por ver a Dios nacer.

(¿Sería andaluz el autor de esta rima entre río y nacío?)

Esa misma ternura se halla en el bellísimo villancico de Lope de Vega:

Temblando estaba de frío
el mayor fuego del cielo,
y el que hizo el tiempo mismo,
sujeto al rigor del tiempo.

¡Ay, Niño tierno!
¿cómo, si os quema amor, tembláis de hielo?

El que hizo con su mano
los discordes elementos,
naciendo está por el hombre
a la inclemencia sujeto.

¡Ay, Niño tierno!
¿cómo, si os quema amor, tembláis de hielo?

Resulta conmovedora y a la vez fascinante la mezcla de familiaridad, ternura y veneración que Lope de Vega muestra por el Niño Dios en el villancico anterior. En el siguiente, Góngora añade a la divina escena al otro personaje fundamental, la Virgen María, que aparece requebrada por el poeta con el nombre refulgente de Aurora:

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
Todas las cosas del suelo,
Y, coronada del yelo,
Reinaba la noche fría,
En medio la monarquía
De tiniebla tan cruel,

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

De un solo Clavel ceñida,
La Virgen, Aurora bella,
Al mundo se lo dio, y ella
Quedó cual antes florida;
A la púrpura caída
Solo fue el heno fïel.

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

El heno, pues, que fue dino,
A pesar de tantas nieves,
De ver en sus brazos leves
Este rosicler divino
Para su lecho fue lino,
Oro para su dosel.

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

No hace falta añadir que si la hermosa Aurora es María, el Clavel bellísimo es Jesús. Está claro que en el Siglo de Oro de nuestra literatura era un recurso no sólo lícito sino aconsejable el prodigar requiebros a la Divinidad.

Y esta costumbre de tratar con familiaridad y ternura a los personajes de la Navidad persiste aún hoy, incluso en autores insospechados. Hace unos años se me ocurrió encargar para las tarjetas navideñas del Instituto Cervantes diversos villancicos a autores españoles consagrados. El que ahora leo me pareció especialmente conmovedor y no me lo esperaba así del autor, que luego les diré:

¿Quién es?

¿Quién es el que en la noche
negra y helada
se derrama oro a oro
sobre la escarcha,
llamita niña
manantial donde mana
la vida misma?

El poemita es de José Hierro, que nunca dejó de ser comunista pero nunca tampoco perdió la sensibilidad para la tradición navideña.

El siguiente es de José Antonio Muñoz Rojas, que también entronca con el estilo más clásico del villancico entre culto y popular:

¿Quién ha visto la azucena
florecida con el frío?
¿Quién ha visto sin rocío
la noche y la yerbabuena?
¡Ay noche de Nochebuena!
¿Qué haces, ahí tan parada
como si no hubiera nada
armado en la tierra, cuando
está ya a tu fin tocando
en un portal la alborada?

Por último, quiero recordar esta

Octavilla para el desayuno
del
Niño Jesús

Traigo dulce de membrillo,
bienmesabes y alfandoques
de mírame y no me toques,
canto al son de la fanfarria
de un arcángel monaguillo
mientras destapo el puchero
que guarda el sabor primero
de las flores de la Alcarria.

Quizá hayáis adivinado, por el elogio de la Alcarria y por lo goloso del instinto del autor, que éste no era otro que Camilo José Cela, dando dulce coba a Jesús.

Después de lo que han pregonado sobre la Navidad algunos de los mejores ingenios de este nuestro viejo Reino de España, incluido su pueblo anónimo, mal podría yo, aunque sea mi obligación esta mañana, terminar este pregón colectivo con otra cosa que no sea desear a todos unas muy felices Pascuas.

Que Dios os guarde.

lunes, 17 de diciembre de 2012

… y no sólo estaban la mula y el buey


La Adoración
Fra Angelico y Fra Filippo Lippi, 1445


Y no sólo estaban Allí la mula y el buey. Si uno agranda la imagen en cualquier punto (y para mayor resolución entra en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e0/Fra_Angelico_Adoration.jpg) descubrirá un mundo maravilloso con todo el elenco habitual de esta Epifanía: personajes egregios y humildes, todos gloriosos. Los tres Reyes que además eran Magos, el oro, el incienso y la mirra para el Niño Dios, la Estrella que tan sólo aparece reflejada en el gesto y la mirada de pasmo del hombre vestido de rojo, los animales del Portal. Pero también otros seres menos habituales: el pavo real, símbolo de la Inmortalidad y la Resurrección, la granada, símbolo de la Iglesia, un faisán en un tejado, con otro pájaro que no identifico, símbolos ambos de… no lo sé. Pero, de seguro, en las profundidades del océano de Google habrá algún libro entero dedicado a la simbología de este cuadro. Peores maneras hay de combatir la resaca de estos días que buscar perlas en  ese océano, que nos harán sonreir beatíficamente.

Así es que

Felices Pascuas a todos

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La imagen de la lengua española en el futuro


Por el Marqués de Tamarón

Durante los agitados años de finales del siglo pasado, cobraron una importancia desmesurada los centros de estudio y previsión política. Solían ser instituciones más o menos independientes y más o menos especializadas en materias internacionales, nacionales, económicas o estratégicas. Pero todas tenían en común una misma finalidad: satisfacer las ansias de los políticos y de la opinión pública por conocer el futuro y prepararse para afrontarlo. Los que trabajábamos mal que bien, rodeados de tantas incertidumbres, solíamos empezar nuestras charlas o conferencias diciendo:

“Quienes viven de la bola de cristal han de acostumbrarse a una dieta de cristales rotos”.

Y todos terminábamos atragantándonos con varios añicos.

El caso es que era y sigue siendo más difícil prever el futuro a medio plazo que a corto o a largo plazo. Es, sin embargo, más necesario que ninguna otra cosa tener una idea de lo que va a ocurrir a medio plazo; no en vano Keynes dijo que “a largo plazo todos estaremos muertos”, y ello no es sólo verdad en materias económicas. Es también aplicable a cualquier otra realidad social. Por ejemplo, en lo tocante a las lenguas no hay mucho margen de error si pensamos que a corto plazo todo seguirá igual y a largo plazo cualquier lengua habrá desaparecido. Hace 17 años, se me encargó “dibujar el perfil internacional de nuestra lengua, averiguar lo que es y, casi igual de importante, lo que no es”. Creí ver que “el más somero boceto mostraría una gran lengua internacional, sorprendentemente unitaria, bastante pero no demasiado extendida geográficamente, de poco peso económico y con una reputación internacional manifiestamente mejorable”[1].

Pues bien, la reputación internacional del español sigue siendo manifiestamente mejorable, lo cual no quiere decir que no haya mejorado gracias a muchos esfuerzos de muchas instituciones y personas. Se daba la circunstancia, ya mitigada, de que nuestra lengua, una de las más lógicas en su gramática y más sistemática en la correspondencia entre escritura y fonética, como también una de las más unitarias, tenía la fama infundada de ser pura pasión y como tal un cúmulo de caos y anarquías románticas. Lo curioso es que esa falsa etiqueta la habíamos adoptado nosotros mismos, más o menos desde la Guerra de la Independencia, porque nos atraían los relatos y pinturas de una España de trabuco y pandereta que los extranjeros –no siempre con mala fe, a veces con gran admiración- nos dedicaban.

Adoptamos con extraño entusiasmo en el campo literario esos estereotipos y muchos ahí siguen. Seguramente más de uno a la pregunta de un estudiante extranjero, “¿qué clásico leo?”, contestaría antes El buscón que los sonetos de Quevedo. Y puestos a aconsejar un pensador o ensayista diría Unamuno y no Ortega y Gasset. Naturalmente la lengua y lo que en ella se escribe no siempre van parejos (pocos se atreven a recordar el juicio de George Borrow, “Don Jorgito el de las Biblias”, declarando la lengua española superior a la literatura española). Por supuesto en el español como en cualquier otra lengua coexisten tendencias muy distintas y aun contrapuestas, pero solemos fijarnos mucho más en el pathos que en el logos, en el desgarro que en la armonía.

A corto plazo poco cambio cabe esperar, pero a medio plazo sí es probable que se produzcan cambios de perspectiva importantes. El problema está en que los cambios de imágenes o estereotipos nacionales acontecen con gran lentitud. En general van a la zaga de los cambios sociales, que son algo más rápidos. El estereotipo de los españoles del Siglo de Oro vistos por los extranjeros tendía a ser el de hombres duros, eficaces y fríos, algo así como el estereotipo de los prusianos 300 años después. Mientras, el estereotipo de los ingleses en la época de Shakespeare era el de un pueblo apasionado, violento e impredecible, algo así como los italianos vistos por la ópera del siglo XIX. Todo eso ha cambiado, pero el caso es que las lenguas han cambiado menos que sus estereotipos, que suelen coincidir con los aplicados a sus hablantes. El inglés, que era y es una lengua perfectamente caprichosa, suele considerarse un prodigio de sensatez práctica. A la lengua española le ocurre precisamente lo contrario.

Sin embargo, lentamente, fuera de España y también fuera de nuestro folclore o nuestro cine, crece la constatación de que en la realidad, igual que los hooligans futboleros ingleses son mucho más brutales que los hinchas españoles, el aullido en otras lenguas es tan irracional o más que el aullido hispano. Eso y tantas otras observaciones como cabe hacer, parece que nosotros mismos no siempre queremos admitirlo. A veces uno se pregunta a qué se debe un fenómeno tan curioso como el que la imagen de España sea mucho peor entre los propios españoles que en cualquier otro de los ocho países europeos objeto de cierto estudio[2], que evidencia que quienes nos ven con más simpatía son los polacos y los británicos, mientras nosotros nos hundimos en una especie de masoquismo. En general y en el extranjero, es decir a efectos lingüísticos fuera de la veintena de países de habla española, la imagen de la lengua española, más o menos realista, sí va bastante unida a la imagen de los pueblos hispánicos. Quizá, en cambio, de puertas adentro nosotros admiremos más –como le pasaba a George Borrow hace casi dos siglos- nuestra lengua que nuestra cultura en general o nuestra historia.

El futuro de la imagen de nuestra lengua en el extranjero parece mejor, paradójicamente, que su futuro entre nosotros mismos. Deberíamos los hispanohablantes ayudar a esta lenta evolución mostrando nuestro aprecio por el lado lógico del español. No es asunto baladí el de los iconos nacionales basados en la cultura. No olvidemos nunca que es difícil vender un tren de alta velocidad si sugerimos que está fabricado por Carmen la cigarrera y conducido por Don Quijote. Y como los iconos nacionales se hacen extensivos a las lenguas, no estaría de más recordar que el español es “lengua nacida a la escritura en un monasterio de liturgia visigótica entre los Pirineos y la Sierra de la Demanda, rodeado de prados, hayedos y robledales […], con más razón que pasión”[3].

Aquí en la Rioja, pues, está la cuna de nuestra lengua, y la imagen mejor para su futuro.
  


[1] Marqués de Tamarón, El peso de la lengua española en el mundo, Valladolid, 
[2] Fuente: Pew Global, campo de Abril de 2012, citado en “Análisis de la actual imagen exterior de España” por Narciso Michavila (en Retos de nuestra acción exterior: Diplomacia Pública y Marca España, por diversos autores, Colección Escuela Diplomática, 2012 ).
[3] Loc. Cit., pg 70.


(Este es el texto que, algo resumido, fue mi intervención en el Foro Futuro en Español, el pasado día 15 de Noviembre, en Logroño. Lo reproduzco aquí pues, en estos tiempos de plagiarios impunes, los entendidos aseguran que cualquier obra literaria, grande o pequeña, tiene más probabilidades de ser robada si tan sólo está publicada en papel y no en soporte electrónico y presente en la Red)