Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: 2013

viernes, 13 de diciembre de 2013

"Cuídate ser Mago si no eres Pastor"


Adoración de los pastores
Domenico Ghirlandaio
1485
En la Santa Trinidad, Florencia

    - Dígame, Rey Mago,         
    quién lo trajo aquí.  
    - De mi torre pina, 
    estrella que vi.
    - Y a ti, pastorcillo,          
    ¿quién te lo anunciaba?      
    - Por mis soledades,          
    Un Ángel pasaba...
    Escribas cerraron    
    puertas y ventanas.  
    Huyen mercaderes  
    de visiones vanas.
    Para calar pronto    
    si viene el Señor,    
    cuídate ser Mago   
    si no eres Pastor.

    Eugenio d'Ors (1882-1954)
         Sin duda el mejor consejo navideño y para toda la vida es el que dio don Eugenio d'Ors en este villancico: "Cuídate ser Mago si no eres Pastor". Todos los demás, la inmensa y pusilánime mayoría de los humanos, tan sólo piensan en cerrar puertas y ventanas. Sin embargo el Niño, en cueros, sonríe feliz sin miedo al frío y a las angustias que le esperan. El Niño Dios abre ventanas. Ningún Dios es pusilánime.

         Ghirlandaio, a su manera, es tan realista con sus recios y tiernos colores como las lapidarias palabras castellanas del gran catalán.

         Así es que

         Felices Pascuas a todos

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         ... y no sólo estaban la mula y el buey



jueves, 21 de noviembre de 2013

Gracias, Doña Elena Poniatowska

   
     Enhorabuena por ganar el Premio Cervantes; bien merecido lo tenía. Enhorabuena también, aunque con retraso, por haberse atrevido hace un año a criticar la desvergüenza del plagiario Alfredo Bryce Echenique, con estas palabras bien claras:

     "Alfredo Bryce Echenique se permitió exclamar ‘que se jodan’ en vez de reconocer, como dijo Juan Villoro, que la cultura no puede estar al margen de la ética."
(El Comercio, Lima, 25 de Noviembre de 2012)

     En España nadie se atrevió a criticar al ladrón pese a que los plagiados somos españoles casi todos. La crema de la inteleztualidá española se amilanó. Se sumió en un prudente silencio. Ningún periódico español, que yo sepa, le afeó la conducta a Alfredo Bryce Echenique. En cambio, en Chile, en México, en el Perú, siempre al otro lado del charco, hubo mayoría de voces altas y claras contra el abuso. Y la voz decana fue la de Elena Poniatowska. Tenía que ser una polaca mexicana de ideas rojas y sangre azul la más señalada disconforme con el atropello de Alfredo Bryce Echenique.

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lunes, 4 de noviembre de 2013

Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián


Baltasar Gracián, retrato del taller de Velázquez, circa 1650
© Museo de Bellas Artes de Valencia, Wikimedia Commons

Como en toda gran obra, fondo y forma van ensamblados a la perfección en este manual de supervivencia en el mundo de la corte, de la política y de las armas, o quizá en el mundo a secas. El pesimismo antropológico de Gracián casa y a la vez contrasta con el contundente y sombrío discurso. Se dice que el pesimismo de Gracián es barroco, y sin duda lo es, pero no sólo es eso. Menos aún es producto de la decadencia de España de mediados del siglo XVII.

Gracián siguió él mismo la máxima 110 de su Oráculo manual:
No aguardar a ser sol que se pone. Máxima es de cuerdos dejar las cosas antes que los dejen. Sepa uno hacer triunfo del mismo fenecer, que tal vez el mismo sol, a buen lucir, suele retirarse a una nube porque no lo vean caer, y deja en suspensión de si se puso o no se puso. Hurte el cuerpo a los ocasos para no reventar de desaires; no aguarde a que le vuelvan las espaldas, que lo sepultarán vivo para el sentimiento y muerto para la estimación […].

       Pues bien, el jesuita que esto escribió, amonestado públicamente en el refectorio por su superior, condenado a pan y agua, condenado también a privarse de tinta, pluma y papel, murió el 6 de Diciembre de 1658. Diríase que para no reventar de desaires, no aguardó a ser sol que se pone. No llegó al solsticio de Invierno.

            Otro tanto hizo el General y Virrey de Aragón, Duque de Nochera, encarcelado en Pinto, donde murió en 1642. Lo curioso es que dos años antes de su súbita muerte Gracián le había dedicado su tratado El político. Es más, Gracián había sido confesor del Virrey Nochera, con lo que la dedicatoria a su penitente debe de ser caso único.

El Oráculo manual y arte de prudencia, publicado en 1647, a más de ser fiel a su título lleno de resonancias prácticas, es un prodigio de clarividencia conducente al pesimismo. El estilo de sus 300 máximas es sobremanera denso y de un laconismo conceptista que acude a la antítesis, a la anáfora, a la paronomasia y, sobre todo, a la elipsis hasta conseguir un efecto tan brillante como oracular, que resalta el claro y sombrío pesimismo.

En cuanto al pesimismo antropológico –y no sólo barroco– explica su éxito dentro y fuera de España, en el siglo XVI pero también en tiempos posteriores. Es más, al ser compatible su pesimismo antropológico con un cierto pesimismo sobre la naturaleza caída del hombre, no fue ninguna duda sobre su ortodoxia lo que le trajo problemas a Gracián con sus superiores en la Compañía. En cambio, influyó indirectamente en La Rochefoucauld y fascinó a Schopenhauer, hasta el punto de que aprendió español para leerlo y traducirlo. Pero tan sólo en el encabezamiento de la máxima intentó a veces Schopenhauer traducir los juegos de palabras constantes en el discurso de Gracián. Por cierto que la excelente traducción al inglés de Christopher Maurer, éxito de ventas hace veinte años, ni siquiera aspira a traducir los retruécanos, gracias a lo cual muchos ejecutivos americanos lo tuvieron como libro de cabecera.

En resumen y en penúltima máxima, 299:

Dejar con hambre. Hase de dejar en los labios aun con el néctar.

(Este artículo mío ha aparecido en Nueva Revista, nº 144, Septiembre 2013)

miércoles, 23 de octubre de 2013

La Odisea

  
Ulises y las Sirenas, por J.W. Waterhouse (1891) 
© National Gallery of Victoria, Melbourne,Wikimedia Commons

“Ninguna fábula entre cuantas fabricaron los poetas me parece más fuera de toda verisimilitud que el que Ulises prefiriese los desapacibles riscos de su patria Ítaca a la inmortalidad llena de placeres que le ofrecía la ninfa Calipso, debajo de la condición de vivir con ella en la isla Ogigia”. Eso dijo Feijóo en tono más escéptico que benedictino. Olvidó, sin duda, la clave: la Odisea hay que leerla cual un niño que quiere, cuando sea mayor, ser como Ulises. Esa epopeya, con casi tres milenios a las espaldas, esa venerable antepasada de nuestra cultura occidental, uno de los dos o tres mitos fundacionales de Europa, es un torrente vigoroso, es el clásico más vivo, más fogoso de cuantos yo he leído y releído.

El ritmo de la obra no flaquea ni en una página, desde la invocación liminar a la Musa hasta la violentísima venganza final. De todo ocurre en los doce mil versos distribuidos en veinticuatro cantos: guerras, amores, amoríos, luchas con monstruos, tempestades en la mar, sirenas seductoras, ninfas y diosas enamoradizas, princesas bellísimas y hasta una esposa fiel que teje y desteje en espera de su marido aventurero. Todo ello durante diez años que, tras otros diez de guerra, tarda Ulises en regresar de Troya a Ítaca (unos cientos de millas náuticas, de no haber recorrido miles el héroe por diversos motivos), de los cuales diez años pasa siete con Calipso y uno con Circe, más unas diez horas que dedica a exterminar con saña a todos los pretendientes que rondaban a Penélope.  

Y, sobre todo, cuanto ocurre está relatado en unos hexámetros dactílicos de sobrecogedora belleza y ritmo perfecto; el primero y más grande de todos los relatos de aventuras tiene un empaque formal soberanamente digno. Si fuese cierto que Homero estaba ciego, no cabe duda de que su sentido del oído era el mejor del que queda constancia en la historia de la épica. O de la lírica o de la tragedia, que de todo hay en esta obra total y grandiosa. Es difícil para el lector – claro que antes de que hubiese lectores había oyentes – decidir cuál de los cantos llega más hondo en su mente y en su corazón. Son todos tan distintos y tan gloriosos… La isla de Calipso produce alegría melancólica, la bajada al Hades horror y curiosidad, la venganza de Ulises nos causa una culpable alegría ante el feroz castigo dado a los pretendientes. Esta epopeya es perfecta porque nos hace sentirnos alternativamente niños deslumbrados y asustados, jóvenes fogosos, viejos sabios, almas en pena.

No es de extrañar que ante este cuerno de la abundancia hayan proliferado cábalas sobre la autoría de la Odisea. Que si fue una mujer quien la compuso, quizá hija del Homero autor de la Ilíada, o tal vez una sacerdotisa en Egipto, o que no fue así, que Homero existió y compuso ambas epopeyas, aunque fuese haciendo uso de relatos anteriores. Qué más da. Nadie duda de que se trata de una epopeya nuestra y fundacional. Aunque sería más realista decir que nosotros, los occidentales, más occidentales ahora que nunca, puesto que nuestro sol poniente está muriendo, somos hijos también de Ulises, de Penélope, de Atenea, la diosa protectora de Ulises, y de los demás héroes, dioses y monstruos que poblaban el Mediterráneo en el amanecer de los tiempos. 

(Este artículo mío ha aparecido en Nueva Revista, nº 144, Septiembre 2013)

lunes, 14 de octubre de 2013

Botones de muestra (XV)

Chesterton, Baring y Belloc, por Sir James Gunn
© National Portrait Gallery, London
     Las casualidades livianas llegan a veces más hondo que las ponderosas. Júzguese. Anteayer, Sábado, leí un libro de cartas escritas desde un frente de la Primera Guerra Mundial por Maurice Baring a su amiga Juliet Duff. Se había quedado viuda; su marido murió en combate al principio de la guerra. Maurice Baring, voluntario ya talludito, tan sólo consiguió ser destinado como Oficial de Estado Mayor de la Aviación Británica en Flandes, con lo cual podía escribir a diario, aunque robando tiempo al sueño. Cualquiera pensaría que estaba enamorado de ella. Cada carta empezaba con un apelativo cariñoso o cómico, en latín, en francés, en italiano, en alemán, a menudo en español: "Estrella de mi noche", "Pobre barquilla mía", "Oh más dura que mármol a mis quejas". Y si no estaba enamorado, ¿por qué le escribía? Sospecho que quería animarla y animarse él, ambos heridos en el corazón por el infierno de esa guerra en la que se suicidó Europa. Lo curioso es que a él se le conocieron muchas amistades femeninas pero no amores; como mucho y en palabras suyas, alguna amitié amoureuse, y siempre con señoras inteligentes y cultas. Pero al parecer Juliet Duff era simple y algo ignorante. En fin, tendría otros encantos, era guapa y elegante y quizá tenía el don de aceptar el regalo y el homenaje de la amistad con una sonrisa agradecida.

     El caso es que Maurice Baring se desvivió para encargarle un anillo de sello y regalárselo en Abril de 1917, por su 36 cumpleaños. El anillo llevaba una inscripción en español que decía

    Antes muerta que mudada

    Se la tradujo (no sé por qué al francés, Plutôt morte que différente) y ya no vuelve a hablar del anillo.

    Pues bien, eso lo leí el Sábado, y el Domingo me enfrasqué en las Notas para una mariología anglicana: historia y literatura, de Javier de Mora-Figueroa. Es un relato riguroso y ameno de los avatares del catolicismo inglés durante los siglos XVI y XVII, explicando muy bien los porqués de lo que el autor llama "este furor iconoclasta", que tanta y tan hermosa liturgia, arquitectura y artes plásticas destruyó en Inglaterra. Sobrevivieron, sin embargo, restos del Vetus Ordo del culto a María y destellos inesperados en la lírica.

    "Un ejemplo destacable en este elenco de escritores es John Donne (1572-1631), apóstata, poeta libertino, soldado, jurista y, finalmente, clérigo anglicano y Deán de la catedral de San Pablo. Una paradoja más en su vida convulsa es que su lema fuera, en castellano, Antes muerto que mudado. Pero al final de su vida, cuando sus sermones son escuchados con admiración y sus poemas alcanzan la mayor altura, escribe los Holy Sonnets."

    Estos sonetos de John Donne, el ferviente aunque oportunista cristiano y desleal católico, el libertino pero devoto de la Santa Virgen, son muy hermosos, en particular los que pertenecen a La Corona (sic) de siete sonetos encadenados. Uno de ellos termina

    Thou hast light in dark, and shutst in little room,
Immensity cloistered in thy dear womb.

    Javier de Mora-Figueroa lo traduce con fiel destreza así

    Tienes la luz en la oscuridad; y encerrado en el pequeño espacio
de tu querido seno, tienes a la Inmensidad enclaustrada.

    Pero a mí lo que más me impresionó fue que dos veces en 48 horas se me apareciera el fantasma de ese viejo lema español, en pluma de dos brillantes escritores ingleses que para colmo desmienten en su vida el rechazo a toda mudanza. Si John Donne fue apóstata, cabe suponer que no quería ser Antes muerto que mudado. Y si Maurice Baring pasó de la Iglesia de Inglaterra a la Iglesia de Roma sería porque pensó que al así mudar alcanzaría más Vida. De hecho, Maurice Baring le dijo a su amigo del alma Hilaire Belloc que fue la única decisión de la que jamás se había arrepentido.

    No sé cómo interpretar esta liviana coincidencia durante un fin de semana fresco y soleado en las montañas. Como buen supersticioso, me gustaría que sin buscarlas actuasen siempre así las Sortes virgilianae. O las Sortes biblicae, como acabaron siendo llamadas tras la muerte del mundo pagano.

    Mas toda casualidad, por liviana que sea, tiene una coda. Seguía yo sin saber de dónde había sacado Baring el lema, y si -cosa posible- lo tomó de Donne, dónde lo había encontrado éste. Por una vez el Sr. Google daba palos de ciego. Al final, la modesta y grata hierofanía me llegó gracias a Javier de Mora-Figueroa y a Fernando Ortiz. Se acordaron de que José Antonio Muñoz Rojas dice esto en uno de sus Ensayos anglo-andaluces, ¿Antes muerto que mudado?:
"Conocerlo, conocerlo físicamente, sólo lo conseguimos cierto tiempo después, en un retrato del poeta a los 18 años. Los ojos, grandes y ambiciosos, el cabello y la apariencia compuestos, los labios sensuales, la mano en el puño de la espada. Y en un rincón del retrato, un mote 
                    Antes muerto que mudado 
Como suena en el castellano en que lo había escrito Montemayor. Mejor dicho, alterando el género del verbo, porque Montemayor escribió: 
"Sobre el arena sentada,
De este río, la vi yo:
do con el dedo escribió:
Antes muerta que mudada". 
La letrilla se halla en la "Diana". Ya estaba, por lo pronto bien, que en la Inglaterra de Isabel, cuando no eran precisamente poemas lo que intercambiaban españoles e ingleses, se saliera este gentilhombre por Montemayor".
    Bien está lo que bien acaba, que diría Shakespeare.














Dear Animated Bust. Letters to Lady Juliet Duff. France 1915-1918
Por Maurice Baring
Michael Russell, Publishing
Salisbury, 1981














Notas para una mariología anglicana: historia y literatura
Por Javier de Mora-Figueroa
In: Scripta de Maria, número X
Santuario de Torreciudad, 2013

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXIX): Javier de Mora-Figueroa
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El avestruz, tótem utópico
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Botones de muestra (IV): Julio Vías
Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz

martes, 8 de octubre de 2013

Ordine Nuovo

Fernando Ortiz, amigo mío y de esta bitácora, me envía un inteligente comentario -que él llama divagación circular- sobre mi anterior entrada titulada Vetus Ordo. Lo publico con gusto y disfrutando de antemano la posibilidad de discrepar de su discrepancia.


Ordine Nuovo
(Divagación circular)
                                                                
                                                        Por Fernando Ortiz


 Spunta il sole e canta el gallo,
 o Mussolini monta a cavallo.
                                   Curzio Malaparte

  
    Empiezo esta exposición con unos muy coreados y festejados versos de juventud de un escritor, Malaparte, que luego sería de la intellighenzia marxista y luego, ya capitano de la resistencia, recibiría triunfalmente a los liberadores americanos. Cómo cambia todo, al parecer, el tiempo. ¿Cambia? “Los años, qué animales extraños”, apuntó en perfecto endecasílabo el poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory. El otro día me comentaba un amigo inteligente y en extremo versado en arte del siglo XX, que, con todos sus crímenes y aberraciones, no se le había reconocido a Stalin una virtud: prohibir las vanguardias que proliferaban cuando llegó al poder. ¿Te imaginas, me decía este amigo, un obrero trabajando 12 horas diarias y que le dan el día que libra una entrada para ir a una función vanguardista de teatro en la Casa del Pueblo? Termina de enloquecer tétricamente. Posiblemente se suicida si piensa que ha coadyuvado al advenimiento de una sociedad tan gratuitamente cruel.

    En cuanto al Vetus Ordo, … ¿Qué canon corresponde a una liturgia, a una forma determinada? Ya sabemos que lo cuantitativo transforma lo cualitativo. Que en lo que importa, la religión y la poesía, la forma es indisociable del fondo. Dijo  en una coplilla Unamuno: “La poesía y el juego/ ¡fuego, fuego!/ La producción y el consumo/ ¡humo, humo!” ¿Por qué las Semanas Santas de mi niñez eran más bellas? Porque estaban pensadas para una ciudad sin coches, en la que florecía el azahar bajo la luna grande de Parasceve, y no salían 3000 nazarenos detrás de una imagen procesional, sino 300. La estética barroca, el lamento de las marchas procesionales, aumentaban su belleza. En una ciudad masificada esto resulta, a más de peligroso, grotesco.

    Renovarse o morir. Un comentarista de Tamarón, que firma Otrosí, nos convence de que es error generalizado atribuir a Rudolf Otto la expresión de lo numinoso como “Mysterium tremendum et fascinans”. Parece ser que el primero que la escribió fue Eliade. Quizá, como mucho, me dice Tamarón, se la oyó en una conferencia al maestro, quien no pasó de escribir “Mysterium tremendum”. No creo que el Santo Padre actual se chupe el dedo. Como aspirante a poeta, intuyo que la palabra “Vetus” es ya, de por sí, una elegía… añadida a otra, “Ordo”, nada de pleonasmo, como comenta Tamarón. Si no hubieran traído aquellas “ropas chapadas” de otro tiempo aquellos cortesanos, la imagen de las “Coplas manriqueñas no hubiera sido elegíaca. El Nazareno hablaba casi seguro la lengua del imperio (latín), seguro el arameo y muy posiblemente el hebreo, no el griego. Y la lengua y la cultura griega es una de las fuentes conformadoras de nuestra cultura. ¿Cómo actualizar su mensaje sin traicionarlo? Lo numinoso está en lo santo y en la poesía por igual, y por eso me atrevo a  echar mi cuarto a espadas. El conservador nunca se equivoca (si habla de lo pasado). Más difícil es la labor del profeta para los tiempos por venir. Y cuidado que su figura es antigua. Ya se encuentra en el Vetus Ordo, en el Antiguo Testamento. Por cierto que la Biblia es una mina donde está todo. Piénsese que incluye también “Apocalypse  Now”.Y, aunque aún no la ha filmado Coppola, “Future Apocalypse”.


    Por eso Tamarón quizá sea “post-conservador”. Por cierto, hablando de vetusteces, el endecasílabo del Petrarca lo adaptó tan excelentemente Garcilaso a nuestra lengua, que hasta hace poco estaba Blas de Otero escribiendo en este metro algunos de los versos más punzantes del español actual. Otero, como él repite hasta la saciedad, al poeta que más admiraba era a fray Luis, quien tradujo en memorables endecasílabos el Libro de Job. Y dice Antonio Machado en su poema “A un olmo seco: “A un olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo,/ algunas hojas verdes le han salido”. En fin, ya resumió todo esto admirablemente el lema bordado en el trono de María Estuardo, que incrustó Eliot en el verso final del segundo de los Cuartetos, East Coker: “In my end is my beginning”. ¿Está claro? Aquí Mairena, el heterónimo de Machado, contestaría con su sabida frase: “Tenebrosamente claro”.

Fernando Ortiz         


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miércoles, 2 de octubre de 2013

VETUS ORDO



“Quizá sea pronto para juzgar pero tarde para asustarse…” ¿O era “tarde para no asustarse”? En todo caso una de las dos cosas –esencialmente parejas– la dijo ayer el más sabio y prudente de mis amigos.

Se refería a la próxima desaparición de los restos del Vetus Ordo, anunciada más que insinuada por S.S. en su entrevista periodística de Septiembre.

– Ahora sí que el Mysterium Tremendum et Fascinans quedará encerrado en las catacumbas y se abrirán las puertas a… ¿a qué, Dios mío?, se preguntó otro amigo.

Nadie se atrevió a hacer conjeturas. Por fin alguien terció.

– En rigor, Vetus y Ordo son sinónimos. Y perder un pleonasmo es sobremanera doloroso en épocas de penuria espiritual.

– Cierto, pero evítese el obvio argumento tomado del mismo Fundador de la Compañía de Jesús: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”.

–¿Y por qué hay que evitarlo?

– Porque daría pie a declarar que ya se había producido la Consolación y, de inmediato, se ultimaría la labor de demolición de los cimientos de nuestra Liturgia. Y como el Orden Antiguo de ésta forma parte de las bases de nuestra Fe –y aun de nuestra Cultura– las consecuencias de ciertas alegrías iconoclastas resultan incalculables.


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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Recuerdos de Jerez y del jerez a mediados del siglo pasado

 W. H. Riddell, c.1930 © Marqués de Tamarón 
Uno de los recuerdos más viejos que tengo es el de los golpes en la puerta cochera de la casa en la que nací, en 1941, en la calle de San José (y calle Francos), seguido del grito de un mocetón:

 ¡La nieve!

Le abrían y entraba con una enorme barra de hielo que iba a parar a una nevera  –no eléctrica– donde se guardaban al fresco cosas importantes como el pescado y un par de botellas de fino. Sin embargo, todavía quedaba en Jerez algún purista que aseguraba que la única manera de tener el vino fresco en verano, pero sin pasarse, era mantenerlo a la temperatura de un pozo o aljibe, por el procedimiento de colocar las botellas en un cubo y bajarlo con la garrucha a la fresca oscuridad subterránea.

También quedaban todavía en Jerez, en las casas de los barrios antiguos, pozos o aljibes. En la nuestra había uno, cuya trampilla nunca se levantaba, justo bajo la mesa de la plancha en el lavadero. No creo que a mi padre se le ocurriera nunca aprovecharlo para refrescar su vino fino.

En cambio, sí aprovechábamos el pequeño jardín interior. Tenía un limonero, como el que exhibe Antonio Machado en sus recuerdos, sólo que más notable pues era lunario y casi siempre había algo de azahar y algún limón en su copa desgarbada por las ansias de sol. Y una palmera, washingtonia robusta, hirviente de gorriones que alborotaban al anochecer. También había una lechuza, que en un acto de barbarie impía del que me arrepiento casi a diario maté con repetidos disparos de una carabina de aire comprimido; creí que era una rata monstruosa. Pido perdón a la diosa Atenea, la de los ojos glaucos, es decir de lechuza, amarillos y feroces. Claro que a lo mejor los gorriones me lo agradecieron. Tanto como ahora la palmera washingtonia agradecerá no haber nacido palmera canaria o palmera datilera, pues ya habría sido asesinada por los picudos rojos.

En ese mismo y modesto jardín no sólo nació ese mal instinto, sino otro ni bueno ni malo, aburrido, el instinto de coleccionista. Tenía yo poco más de cuatro años cuando nació mi hermano y recuerdo que mi mayor entusiasmo en el bautizo fue mi manía de guardar todas las cápsulas de las botellas de vino haciendo unas torres con ellas, mientras los invitados bebían. También recuerdo otra cosa más decorosa y es la insistente exhortación de nuestra niñera de que le pusieran mucha sal al niño en la boca (“para que el niño tenga mucho salero”) como entonces se hacía en el bautismo, antes de la eliminación por el Concilio de ciertos antiguos sacramentales, entre otros éste de la sal, en realidad un sencillo y noble resto de un viejo exorcismo. Tal vez eso fue lo que Luisa quiso decir con todo su cariño. Después de todo, salero es lo contrario de malaje, mal ángel. Luego la sal exorcisa al Mal Ángel. Nuestra niñera insistió en lo principal. Hoy en día sería imposible; el aggiornamento lo impide.

Pero el momento más glorioso de mi infancia, la gran revelación que supuso el pleno disfrute de la lectura sin tasa ni cortapisa fue a los ocho años, en ese refugio de tranquilidad en el centro de Jerez, donde los únicos ruidos eran el crotoreo de las cigüeñas en la torre de la iglesia de San Marcos –“están majando el gazpacho”, decía Pepa la cocinera– y la algarabía de los gorriones. Leí una de las novelas de Julio Verne, creo que La vuelta al mundo en ochenta días, y la leí de un tirón, tumbado en un banco, entre las tres de la tarde y las nueve de la noche. Acompañé la lectura con un par de kilos de uva moscatel, probablemente compradas para mis padres y no para los niños, pero sustraídas en beneficio mío por Pepa. Deduzco que mis padres no estaban en casa; de lo contrario me habrían privado de ese día perfecto lleno de excesos de la mente y del estómago. Y ahora no tendría la absoluta convicción de que fue ése el día más feliz de mi vida. Debía de ser allá por Septiembre de 1949.

Poco después llegaron días más tristes, con el comienzo de mi destierro. Nos fuimos a vivir a Madrid. Además, por primera vez, fui a un colegio. Volvíamos siempre en vacaciones a Jerez o a Arcos, pero ya no era lo mismo. Había sido expulsado del Edén y ni siquiera sabía cuál había sido mi pecado original. Comprendí la raíz de mi tristeza cuando en una de las primeras temporadas que volví a pasar en Jerez, me senté en el mismo banco donde había descubierto la pasión y la entrega absoluta a la lectura. Lo hice para contemplar el trabajo habilidoso y rápido que hacía una gitana liando cigarrillos de picadura para mi padre. Sin dejar de trabajar me miró de reojo y me espetó:

 Tú ya no estás aquí, ¿verdad?
 No, estoy en Madrid.
 ¿Y aquello te gusta?
 No, no me gusta nada.
 Claro, hijo, a ti te gusta más tu tierra que el extranjero, ¿verdad?

Asentí y desde entonces he seguido preguntándome en qué consiste la condena al exilio. Una decena de mudanzas después de la primera y más dolorosa, la de Jerez a Madrid, sigo de acuerdo con la frase de Saint-Exupéry, “la patria verdadera del hombre es su infancia”. También con Shakespeare cuando habla del “pan amargo del destierro”. Y es que lo primero que eché de menos al irme de Jerez fueron las teleras, las roscas, las bobas y los picos, y hasta los chuscos que recordaba del prolongado racionamiento después de la guerra, que en casa mi padre obligaba a cumplir a rajatabla, esos chuscos negros que cuando era todavía más niño me sabían a gloria.

Le faltaban a uno tantas cosas en pasando Despeñaperros, tantos olores, sabores, colores y hasta palabras. Yo no sabía por qué, pero ahora comprendo que al estar Madrid en medio de una estepa reseca, ardiente o helada, casi no había olores, ni siquiera malos. Sin humedad en el aire hasta la espléndida y cursi rosaleda del Parque del Oeste estaba desprovista de aromas. En Jerez todo olía: los jazmines, los nardos y las damas de noche en verano, el brasero en invierno (“niño, échale una firmita a la copa con la badila”), los cagajones de los caballos de los coches peseteros todo el año. Y lo mejor, el perpetuo olor a vino en las umbrías bodegas.

 ¿Aquí en Madrid no hay bodegas?
 No, aquí no hay bodegas.
 Vaya por Dios.

Y eso que yo no bebía más que un poquito de oloroso en el caldo. Mi iniciación al vino tuvo lugar más tarde, quizá a mis quince años. Lamento informar que fue con vino tinto y no con vino de Jerez. Pero celebro que mi iniciador fuese mi tío Beltrán Domecq González. 

 Prueba esto con la comida.
 Si yo no bebo.
 Tú pruébalo.

Me tragué media copa, supongo que para demostrar mi hombría. 

 ¡No, hombre, así no! Toma un sorbito y paladéalo.

No he dejado desde entonces de paladear, procurando, a veces sin éxito, no excederme. Ya cerca del final del trayecto, estoy convencido de lo justo de las apreciaciones tradicionales que acaba de reiterar un filósofo, Roger Scruton, sobre el fundamento de las triples raíces de nuestra cultura occidental –griegas, romanas y judeocristianas–, tan hondas y tan fructíferas como las raíces de una vieja cepa. Cuenta Scruton que uno de sus principales maestros en el arte de beber, por cierto un pariente de varios de vosotros, Monseñor Gilbey, excelente capellán católico en Cambridge, le explicaba: 

           — Dos sonidos, más que ningún otro, nos pueden hacer atractivo este valle de lágrimas: el latir de los beagles cuando persiguen un rastro fresco y el descorchar del burdeos.

No hace falta aclarar que Alfred Gilbey era tan aficionado a la caza del zorro como al burdeos, y esto último era muy propio de un hombre nacido en una familia de vinateros. Pero añadía que el papel del vino en el simposio de los griegos, como el in vino veritas de los romanos, era tan importante como el vino en la Pascua judía, y de una manera distinta, sin la Presencia Real, como el vino del Cristianismo. A fin de cuentas, sin vino no hay civilización digna de ese nombre. Por eso Roger Scruton titula su reciente libro Bebo, luego existo, en una pirueta alusiva al Pienso, luego existo de Descartes.

En realidad no está Scruton en mala compañía para defender su opinión, pues además de tener como aliado a Monseñor Gilbey tiene al Santo Rey David. En su salmo 104, versículo 15, adora y da gracias a Dios por:

“… el vino que alegra el corazón del hombre,
y el aceite que hace lucir el rostro,
y el pan que fortalece el corazón del hombre.”

También estoy yo en la mejor compañía al preparar estas palabras en mi despacho, presidido por una acuarela de William Hutton Riddell. Representa un papel clavado en una pared encalada, y el papel lleva escrito el salmo antes citado. Debajo, en fiel ilustración de las divinas y regias palabras, aparecen una botella, un catavino lleno de oloroso, un vasito con aceitunas aliñadas y un cabero de pan oscuro como el que se comía en casa en Arcos, donde tío Bill pintó esta alegoría de la felicidad, bíblica y actual.

Pero no sólo se añoran desde lejos los sabores y olores de la infancia, sino las palabras. En eso Madrid era tan ajeno al mundo en el que nací que resulta difícil comprenderlo ahora que la televisión ha ido achatando las diferencias de vocabulario y de acento. Pero entonces todavía muchos andaluces decían albéitar por veterinario, alcancía y no hucha, de balde y no gratis, chascarrillo por chiste o corto de genio en lugar de tímido.

Como dijo mi exacto contemporáneo y autoridad en la materia, al llegar hace 63 años al colegio en Madrid viniendo de la Baja Andalucía, “resultaba desconcertante oír a los chicos (en mi tierra tan sólo había niños burgueses, zagales campesinos y chaveas una pizca golfos) burlarse de mis modestos bolindres (canicas), poninas (peonzas) y guitas (bramantes). Lo más importante era no decir portañuela, sino bragueta… Pronto comprendí también que un guijarro podía hacer tanto daño como un chino, y una mentira doler tanto como un embuste. Tampoco tardé en percatarme de que aunque más elegante era muy parecido tener una deuda en Madrid y una trampa en Andalucía, o hacer una trampa aquí y hacer una fullería allí. Pero todavía hoy sigo sin saber a ciencia cierta si un suponer (equivale a por ejemplo o verbigracia) es un vulgarismo vitando o una expresión clásica. Y aún recuerdo mi angustia cuando, con los nervios de un examen de oposiciones, miraba fijamente la palabra francesa petit pois (guisante) sin acertar a traducirla más que por el chícharo duro y andaluz”. Sólo puedo añadir a esta elegía por el habla perdida, con tanta brillantez escrita por mi alter ego, algo en lo que él no cayó cuando escribió eso: chícharo quiere decir guisante en Jerez, pero 90 kilómetros hacia el Norte, en Sevilla, quiere decir judía blanca pequeña. Y en otros lugares de Andalucía quiere decir garbanzo. Por cierto que los andaluces que así lo llaman son más fieles a Roma que nosotros: Cicerón se llamaba así porque algún antepasado suyo tenía una verruga en la nariz que parecía un garbanzo, cicer en latín. Hablando de nostalgia, quizá en Roma se hacía extensiva a los defectos de sus mayores.

Pero el asunto de las añoranzas verbales, del poder evocador y no sólo definitorio de las palabras, conviene verlo atendiendo tanto al espacio como al tiempo. En lo tocante a esto último, el tiempo, si se estudian las palabras sin demasiados prejuicios, suele uno llevarse una sorpresa que resumió mejor que nadie William Faulkner en su Requiem por una monja

“El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”.

La primera consecuencia de esta inquietante verdad es que resulta imposible, por completo imposible, inventar una palabra. Incluso en el ámbito de las ciencias, donde nacen tantos nuevos vocablos, es fácil comprobar que los neologismos con más vocación de novedad lo más que consiguen en su intento de alejarse del pasado, en sus ansias de Insobornable Contemporaneidad, es fabricar una palabra con siglas, para luego olvidar que cada letra responde a una palabra con existencia propia y previa. Por ejemplo, olvidamos que radar es acrónimo de radio detection and ranging, o sea, detección y medición de distancias por radio. Igual que no pensamos que Cune viene de Compañía Vinícola del Norte de España, o sea de cuatro palabras de rancio abolengo, tres indoeuropeas y una probablemente fenicia. O más presente aún en los medios informativos está la ONU, que quiere decir Organización de las Naciones Unidas, cosa que olvidamos, quizá porque suelen estar desunidas. El otro recurso creativo que hace pensar que se ha inventado una palabra es la onomatopeya, reproducir con letras un sonido natural o mecánico. Por ejemplo, sin ir más lejos, el crotoreo de las cigüeñas en los campanarios de Jerez o el cacareo de los gallos en las campiñas de su alfoz. Ahora bien, eso, la onomatopeya, nunca es un invento, es un hallazgo y una copia de algo oído desde los albores del mundo, desde ese pasado que una vez más demuestra no estar muerto, ni siquiera pasado.

Pero, además, cualquier palabra de las que usamos a diario suele ser muchísimo más antigua de lo que imaginamos. La misma bodega viene del griego apotheke, como su prima hermana botica, así es que ronda los tres milenios de historia (y permite la mentira piadosa en casa, “voy un momento a la botica” para alargarse a la bodega y tomar unas copas). Consuela pensar que el auge del bar, a costa de la taberna, tampoco es una victoria aplastante de la modernidad, ya que ambas palabras vienen del latín y también miden su edad en milenios, aunque bar haya pasado por el inglés y taberna no. Alegra mucho también ver el renacimiento del tabanco, que surgió en la Edad Media procediendo del latín taberna, más el sufijo despectivo correspondiente a su modesta condición. Es otra de las palabras que siempre oí en Jerez y que me sorprendió no oír en Madrid.

Entristece pensar que a punto estuvimos, pero nos salvó el misericordioso dios Baco, de conceder el monopolio de las bebidas a un establecimiento de nombre impronunciable para labios españoles como es el pub. Impronunciable y a menudo pronunciado puf, palabra que en inglés, escrita poof, no se suele usar en compañía educada como son ustedes. Aparte de que el pub viene de public house, es decir un establecimiento abierto al público, y público viene del populus romano, así es que en rigor un pub es una Casa del Pueblo.

El caso es que, volviendo al vocabulario específico de Jerez y del jerez, es muy aconsejable –por lo gustoso del ejercicio– hojear los libros sobre el jerez que disponen de un glosario, e ir escogiendo algunas de las palabras que nos atraen por su sonoridad, capacidad de evocación o extraña rareza. Pero después es necesario proceder a otro ejercicio menos placentero y es preguntar a algún entendido cuáles de los términos que siempre nos gustaron o que acabamos de descubrir están en uso y cuáles descansan en el panteón de raros y curiosos. Algunos de los más atractivos han desaparecido, empezando por el muy importante vocablo de escritorio, con sus ecos del scriptorium de los monasterios medievales donde los monjes salvaron la cultura occidental copiando manuscritos. Ahora en las bodegas ya no hay escritorios sino oficinas. No estoy seguro de que el trabajadero para construir, reparar o preparar las botas exista ya en muchos sitios, aunque sí se sigue haciendo el vino con el nombre recio y crudo de Sangre y Trabajadero, en la bodega Gutiérrez Colosía, del Puerto. Pero por fortuna subsisten muchos otros de los nombres y expresiones de gran antigüedad y belleza literaria, ya recogidos en libros precursores como Jerez-Xerez “Scheris”, de Manuel Mª González Gordon o el Diccionario del vino de Jerez, de Julián Pemartín, o el Sherry de Julian Jeffs, y también en otros más recientes como la Terminología Vinícola Jerezana en Inglés, de Carmen Noya Gallardo y El jerez y sus misterios, cata y degustación, de nuestro docto anfitrión Beltrán Domecq y Williams, que por cierto acaba de volver a ser padre del libro en su traducción inglesa.

A él precisamente acudí para preguntarle cuáles eran sus favoritos en el glosario que incluye en su propio libro, y cuáles de ellos subsistían. He aquí algunos de los términos que más eco despiertan en nuestra mente y en nuestro paladar:

            Un vino está triste cuando se ve turbio.
            Y tiene nube cuando le pasa eso, que se le ve una nube en la copa.
            Un vino está a rompecopas de puro limpio. 
            Un fino está desmayado cuando tiene crianza en flor excesiva que provoca cierto olor avinagrado.
            Hay que abrigar este vino es que es menester reforzar el contenido de alcohol.
        
         Me aclaró nuestro presidente que todos esos términos seguían en vigor pues él se ocupaba de usarlos en las catas. De nuevo da la razón al filósofo Scruton y a Monseñor Gilbey: Cultura y Vinicultura son complementarias y casi sinónimas.

A veces, en cambio, las palabras muy hermosas o sugerentes terminan cansando con sus encantos, igual que algunas personas. Bienteveo es una. Todos los poetas nacidos en Andalucía durante los dos últimos siglos han sucumbido ante el universo poético evocado por ese sombrajo en zancos que monta guardia en las viñas para que no roben la uva. Por desgracia, si bien subsiste el bienteveo como metáfora poética, amorosa o metafísica, la cosa ha desaparecido, me aseguran. Será que ya nadie roba uvas.

Por el contrario, hay palabras misteriosas que han tenido menos suerte. Escojo al azar en el Diccionario de Julián Pemartín:

Hijos de la cuchilla. Se dan entre sí este nombre los que siendo toneleros pertenecen a las familias que tradicionalmente vienen ejerciendo este oficio”. “En el oficio de tonelero hay dos clases igualmente prestigiosas: el tonelero de viejo y el tonelero de nuevo”. Hoy, los Hijos de la cuchilla nos suenan a sociedad secreta e inquietante, pero más distinguida que la Camorra o la 'Ndrangheta.

Pero la mejor imagen literaria de Julián Pemartín –a quien siempre llamé tío Julián– es aquello de que “una media botella ha de durar lo mismo que la lidia de un toro: veinte minutos”. Hermoso símil, muy propio del escritor a quien Eugenio d´Ors llamó “un ciprés poblado de pájaros cantores”. Pienso a menudo en él, y no tan sólo por su buen hacer literario y su buen olfato para el jerez sino porque fue uno de mis dos maestros en el ajedrez. El otro lo compartí con Beltrán Domecq en La Barrosa, se llamaba Mr. Blake, era preceptor de mis primos y había sido oficial británico en la campaña de Mesopotamia, que no fue precisamente una jira campestre. Tampoco lo fue otra guerra para Julián Pemartín. Quizá por eso la guerra que se libra en un tablero de ajedrez quedó teñida para mí de tonos sombríos, y nunca he vuelto a jugar.

Mirando el mundo del jerez y de Jerez con cierta distancia histórica, llama la atención el fondo conservador de la actividad vinatera –que también es así en Burdeos o en Oporto– y cómo se combina en ciertos ámbitos con un espíritu innovador. El lado conservador predomina, como hemos visto, en el habla de cuantos trabajan para conseguir vinos perfectos, cada cual en su tipo, desde los viñadores hasta los catadores. Pero ese instinto conservador, propio de quienes tienen oficios que nacieron milenios atrás, se complementa con el gusto por la innovación científica. Éste permite conocer los riesgos y posibilidades de la crianza del vino, las plagas terribles que estuvieron a punto de acabar con las viñas de toda Europa, como la filoxera, y hace que los laboratorios de las bodegas estén siempre abiertos a estudiar las novedades buenas o malas que puedan producirse.

De hecho, diríase que la evolución de la vitivinicultura en Jerez y en otros lugares ha sido una perpetua adaptación del Evangelio según San Mateo, aplicándolo de una manera muy atrevida. En lugar de echar el vino nuevo en odres nuevos, consigue echar el vino viejo en odres nuevos, con lo cual ni se rompen los odres ni se pierden las virtudes de un vino criado para envejecer con gloriosa plenitud. El gusto por la innovación se concentra en los odres procurando que el vino siga siendo precisamente como Dios manda en los Salmos de David. Hoy en día llamaríamos a esa combinación “búsqueda de la calidad” o incluso “búsqueda de la excelencia”. Antes se hubiera dicho que había que procurar tener siempre lo mejor. Jerez de la Frontera siempre aspiró a la calidad en todo, en lo tradicional como en lo técnico moderno, y tanto en el vino como en la apertura al ancho mundo de las ingenierías y de la construcción. Eiffel, el constructor de la torre que simboliza París, hizo una bodega en Jerez, la Concha, por encargo de González Byass. Louis Blériot, el precursor francés de la aeronáutica moderna, estuvo en Jerez hace cien años; creo recordar por lo que contaba mi abuela  –que se apuntó enseguida a dar una vuelta en el avión– que aterrizó en los Llanos de Caulina. Cuando un próspero empresario jerezano como era Don José Pemartín y Laborde edificó la espléndida casa que se llamó el Recreo de las Cadenas, la encargó a uno de los mejores y más modernos arquitectos franceses de la época, Joseph Samuel Revel. Y cuando se construyó la estación de ferrocarril en Jerez, hizo los planos Aníbal González, el autor de la Plaza de España de Sevilla. Más revelador aún, Jerez tuvo servicio telefónico automático antes que París. Y me consta que medio siglo después, en 1975, más de una capital moderna como Copenhague –donde estuve destinado por aquel entonces– seguía dependiendo de telefonistas cuando en este Jerez de nuestros amores casi nadie había conocido más que el marcar automático.

Cabe, pues, afirmar que en el mundo del vino la imagen de calidad es producto de la suma de tres valores, hasta cierto punto intangibles pero siempre efectivos: el instinto conservador, la capacidad de innovación y la buena reputación. En el jerez, cuando falló alguno de estos factores, hubo graves problemas. Piénsese en el declive relativo de la exportación del jerez a finales del siglo XIX y principios del XX. Coincidieron varias circunstancias, algunas de ellas olvidadas ya. Por ejemplo algo que quizá ahora parezca absurdo pero que no lo fue en su momento. Cuando la Reina Victoria de Inglaterra murió en 1901, su hijo Eduardo VII mandó vender el vino que sobraba en las bodegas de Palacio, entre otras cosas sesenta mil botellas de jerez. Se habían acumulado por un error de la intendencia palaciega, que todos los años hacía compras de vino en cantidades habituales cuando todavía vivía el Príncipe Consorte, siendo así que al enviudar, la Reina Victoria empezó a dar menos recepciones. Julian Jeffs, gran cronista de nuestros vinos y exportaciones, añade que algunos periodistas ingleses malintencionados sugirieron que quizá las ventas del jerez de Palacio se debieron al estado del hígado de Su Majestad Británica, que nunca había sido abstemio. Pero el caso es que la noticia de las ventas en subasta provocaron la sospecha de que el jerez estaba pasado de moda en Inglaterra, cosa que en parte era cierta: los jóvenes bebían poco jerez.

Pero lo más grave fue que un químico inglés hizo un experimento para depurar el jerez antes de embotellarlo en Inglaterra, y salió mal. Y más grave aún fue el hecho indudable de que por aquellas fechas se exportaron vinos de calidad inferior a la habitual. La verdad es que cada vez que se ha relajado la exigencia de calidad en el vino de jerez, como en cualquier otro producto que esencialmente sea de lujo, el efecto ha sido lamentable. A eso se añade un hecho económico ineludible que me dio muchos quebraderos de cabeza en Londres, sobre todo aplicado a las exportaciones de vinos de mesa españoles y a los viajes de turistas por touroperadores: España no puede competir ya en los mercados internacionales más que en calidad, no en baratura de sus productos. Por mucho que reduzcamos el precio de una botella de vino, los búlgaros podrán venderla más barata. Sus costes, empezando por los salarios, son mucho más bajos que los costes en España. Igual pasa con el turismo de masas.

Volviendo a la crisis de hace cien años en la exportación del jerez, el caso es que pese a todo se salió del atolladero en el mercado británico, que era con gran diferencia el principal. Después de la Primera Guerra Mundial, factor también muy dañino en nuestras exportaciones, se recuperaron las ventas. Tuvieron éxito las campañas para subrayar la calidad genérica del jerez, acudiendo a curiosas iniciativas como inventar los sherry parties, cosa que hizo Carl Williams como respuesta a los nuevos cocktail parties o, como hizo su hijo Charlie Williams en el Garrick Club, convenciendo a algunos escritores de teatro para que mencionasen el jerez en sus obras, y no sólo como símbolo de respetables y aburridas viudas, sino como nueva moda de los jóvenes elegantes. No digo que haya remedios mágicos, pero sí que el público se ilusiona con una imagen de calidad bien presentada y sobre todo que responda a una realidad material. Las modas existen, pero hasta ahora el vino de jerez ha sabido sobrevivir a los caprichos.

A tal fin, no es mal consejo práctico el evangélico, aunque con un excusable retoque de embalaje: colocar el vino viejo en odres nuevos. Así seguiremos teniendo al Rey David de nuestro lado, pues “el vino que alegra el corazón del hombre” –o sea, del varón y de la mujer– es, por excelencia, el jerez. 


(Texto de una conferencia que dí en la Cátedra del Vino, del Consejo Regulador de la Denominación de Origen del Jerez, el 11 de Septiembre de 2013)

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (III): El jerez y sus misterios.

jueves, 8 de agosto de 2013

Más hideputas que pirómanos

Valdemaqueda un año después. Foto: Marcos García Rey
Todos los veranos nos entran por los ojos imágenes atroces de incendios en su mayoría causados por canallas cobardes. Siempre las imágenes van acompañadas de calificativos que sirven de disculpa: "el incendio fue causado por un pirómano" cuando no "por un imprudente". Todos intuimos lo ocurrido, pero también sabemos que los jueces y fiscales no van a ser demasiado rigurosos. Van a atribuir a las injusticias sociales o a los defectos psiquiátricos lo que son acciones de maldad químicamente pura. Claro que desde Rousseau nadie cree en la maldad.

El reflejo, tan siniestro como las llamas, se percibe a veces en el lenguaje periodístico y judicial. Los criminales ya ni siquiera son "supuestos criminales" sino "pirómanos". Tal vez una palabra esdrújula y de origen griego parezca más adecuada para no herir la sensibilidad del lector. Éste, sin embargo, llama en general a los sospechosos y culpables canallas, criminales o hideputas. No importa, los joputas, tan despreciables como odiosos, se sienten importantes cuando se saben descritos como pirómanos. No se ve motivo para darles ese gusto ni para fomentar la reincidencia con halagos grandilocuentes.

La mejor prueba de lo que Hanna Arendt llamaba "la banalidad del mal", muy aplicable a los incendiarios, puede encontrarse en un nuevo informe, lúcido y triste, sobre los incendios forestales. Su título es "España en llamas" y está elaborado por Civio Fundación Ciudadana. Con su autorización expresa, reproduzco a continuación un sumario que me envía Don Javier de Vega y otras informaciones también recibidas de Don Marcos García Rey, ambos de Civio Fundación Ciudadana:
SUMARIO DE “ESPAÑA EN LLAMAS”:
www.espanaenllamas.es 
INVESTIGACIÓN 1: 
-¿Quién quema el monte?Ninguna institución conoce exactamente cuántos fallos judiciales hay por ese delito, por lo que el perfil penal del incendiario del monte es difícilmente trazable. No obstante, hemos llevado a cabo durante nueve meses el análisis de datos más completo hasta la fecha sobre sentencias por delito de incendio forestal en España, investigando la autoría de 420 fuegos entre 2007 y junio de 2013. Hemos logrado recabar un total de 325 sentencias: 296 resultaron condenadas como culpables, 94 absueltas y otras tres fueron absueltas y sometidas a tratamiento psiquiátrico. 
1) “Responsables” - Enlace a la investigación: http://www.espanaenllamas.es/responsables/
2) “Datos sepultados bajo la ceniza” – Consulta la metodología y las dificultades que hemos encontrado para investigar a los responsables: http://www.espanaenllamas.es/datos-sepultados-bajo-la-ceniza-metodologia/
3) “Los incendiarios, a juicio” – Sumario visual de esta investigación. Consulte en nuestro gráfico interactivo los datos de sentencias por comunidades autónomas: http://www.espanaenllamas.es/los-incendiarios-a-juicio/   
INVESTIGACIÓN 2:  
- “Gasto público contra incendios forestales: sin transparencia
Después de cinco meses de trabajo y tras haber enviado más de ochenta peticiones de información pública a las diferentes administraciones competentes, el resultado es que no se cuenta con un volumen crítico de datos suficiente para abordar ese análisis. Salvo contadas excepciones, las instituciones implicadas en el gasto público contra incendios no han cumplido la normativa vigente para el acceso a la información medioambiental. Te contamos detalladamente quién lo hacen y quiénes no:

Enlace a la investigación - http://www.espanaenllamas.es/gasto-publico-contra-incendios-forestales-sin-transparencia/  
NUEVOS CONTENIDOS VISUALES E INTERACTIVOS:

Hemos hecho un esfuerzo extra para presentar la mayor cantidad de información posible de manera visual y fácil de consultar. Consulta nuestro trabajo infográfico y galerías fotográficas:

1) Ranking de los 100 municipios más afectados por incendios forestales entre 2001 y 2011: http://www.espanaenllamas.es/top100-municipios/
2) “¿Quién detecta los incendios?” - http://www.espanaenllamas.es/quien-detecta-los-incendios/
3) Motivaciones tras los incendios intencionados, por comunidades autónomas - http://www.espanaenllamas.es/motivaciones-de-incendios-intencionados/
4) Tiempos de actuación, por comunidad autónoma - http://www.espanaenllamas.es/tiempos-de-actuacion-por-ccaa/
5) Hectáreas quemadas por causa del incendio en cada comunidad autónoma - http://www.espanaenllamas.es/hectareas-quemadas-por-causa/
6) Hectáreas quemadas por comunidad autónoma - http://www.espanaenllamas.es/hectareas-quemadas-por-ccaa/
7) Hectáreas quemadas por provincia - http://www.espanaenllamas.es/hectareas-quemadas-por-provincia/
8) Incendios por provincia - http://www.espanaenllamas.es/hectareas-quemadas-por-provincias/
9) Galerías fotográficas: http://www.espanaenllamas.es/category/galeria/  
EXPLORA LOS INCENDIOS FORESTALES:
Nuestra aplicación web permite explorar datos de los 1.679 incendios de 100 has. o más que han ocurrido en España entre 2001 y 2011:
-Visita guiada: http://www.espanaenllamas.es/visita-guiada/
-Explora los datos: http://www.espanaenllamas.es/explora-los-incendios/
En resumen,

  • Civio ha elaborado la mayor base de datos sobre sentencias por delitos de incendio forestal en España (2007-junio de 2013) que juzgan la autoría de 420 fuegos
  • Entre 2001 y 2012 hubo más de 200.000 incendios y muy pocos han sido judicializados
  • De las 393 personas juzgadas, 296 resultaron condenadas como culpables
  • Los tribunales de Jurado condenaron a más imputados que los profesionales
La muestra es la mejor posible hasta ahora, pero no es la óptima. Ni los Ministerios Fiscal, de Justicia o de Interior, ni los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado consultados por Civio cuentan con bases de datos sistematizadas sobre el asunto que compilen los fallos judiciales y las investigaciones policiales del conjunto del Estado para esclarecer el perfil sociológico y criminal del incendiario. Simplemente desconocen cuántas sentencias hay por delitos de incendio forestal, cuántos imputados han cumplido o cumplen condena.
Los informes anuales de la Fiscalía Coordinadora de Medio Ambiente y Urbanismo informan de que entre 2007 y 2012 se dictaron 760 sentencias, 561 de ellas condenatorias y 199 absolutorias. Civio tuvo acceso en exclusiva a la Memoria 2012, año en el que precisamente hubo más resoluciones, un total de 159. Pero al consultar su base de datos en varias ocasiones no se encontraron más de 300 fallos digitalizados.
No obstante, Civio se abstiene de hacerla pública para no caer en el riesgo de ser demandada por lo que establece la ventana emergente del portal web del Cendoj que salta al consultar su buscador de Jurisprudencia y que conforme al art. 107, 10º de la Ley Orgánica del Poder Judicial se permite al usuario “consultar los documentos siempre que lo haga para su uso particular”, pero no “la descarga masiva de información”.
Asimismo, si bien la mayoría de las sentencias manejadas están anonimizadas, la base de datos contiene un conjunto de informaciones que podrían vulnerar la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal.

O sea, que España sigue en llamas un año más sin saber cuántos de los pocos canallas incendiarios detenidos, juzgados y condenados el verano pasado están todavía en la cárcel. En algún recoveco de la información judicial se descubre que la condena más alta de los últimos tiempos fue a ocho años de cárcel, pero no se sabe cuántos años cumplió el criminal. Y a nadie parece importarle el detalle. Salvo a esos esforzados investigadores, y a unos pocos más en nuestro país calcinado.

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