Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: noviembre 2016

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Habrá menos liberalismo y más democracia

Cuando esta madrugada llegó desde Nueva York al Otro Mundo la noticia del día —¿O del siglo? ¿O del milenio? — hay que suponer que Don José Ortega y Gasset miró con melancolía a Aristóteles y le murmuró:

  No es esto, no es esto.

A lo que el griego contestó con sequedad:

  Ya os lo decía yo.

Es posible que San Alcuino terciase:

  Nunca pensé que en siglos venideros mi frase Vox populi vox Dei cayese en manos de letrados tan torpes, tan carentes de ironía que tomasen esas palabras al pie de la letra. Carlomagno bien que lo entendió.

El caso es que al comprender la decisión del pueblo de los Estados Unidos de América, que ungió contra todo vaticinio a su futuro presidente, recordé una intervención que me encargaron en la Universidad Menéndez Pelayo en Santander, hace algo más de un año. Se trataba de contestar a la pregunta: “Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?”.

A continuación reproduzco mi contestación, tal como apareció en la Nueva Revista, número 156 (2015).



 HABRÁ MENOS LIBERALISMO Y MÁS DEMOCRACIA

La primera responsabilidad es de la pregunta que se hace, quien responda por derecho entra ya con el paso marcado, y más en materia de ideologías. El seminario de la revista planteó a sus invitados la cuestión del más y el menos del porvenir liberal, a lo cual, y por deferencia, Tamarón mal podía hacer otra cosa que aclararla con el clásico en la mano.
   
      Entiendo que el título de la sesión de esta mañana del 4 de Septiembre La globalización liberal, estado de la cuestión tras 2015— coincide con el del curso que nos reúne Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?— y que los dos se aclaran y refuerzan mutuamente.

      Pues bien, ambos descansan sobre una pregunta, no del todo retórica y menos aún profética, puesto que las preguntas nunca son proféticas aunque las contestaciones a veces lo sean.

      La pregunta sobre si habrá más o menos liberalismo después del presente año de 2015 nos obliga a hacernos otras preguntas previas: ¿Qué ha de entenderse por liberalismo? ¿Qué suele entenderse hoy por liberalismo? ¿Existe hoy una cascada de sinónimos sagrados: Democracia, Estado de Derecho, Imperio de la Ley, Libertad, Libertades? (en inglés la precisión es mayor puesto que Liberty y freedoms subrayan las diferencias) ¿Se trata en rigor de sinónimos, o de conceptos multívocos, o de antónimos? ¿O tal vez son palabras de una misma familia que desfilan en solemne hierofanía?

      Los dos pensadores más citados en España a la hora de reflexionar sobre el liberalismo y la democracia disfrutarán desde el cielo platónico en el que sin duda se encuentran y se sonreirán oyendo tanto despropósito. Me refiero a Aristóteles y a Ortega y Gasset.

      Y se maravillarán al observar que casi todos los que hoy citan la Política (III. 7) de Aristóteles dicen por ignorancia o por prudente hipocresía— que el maestro de Alejandro Magno (y de todos nosotros) demostró su hondo y moderno espíritu democrático declarando que las tres formas de gobierno y sus respectivas formas corrompidas son: la monarquía, que puede degenerar en tiranía; la aristocracia, que puede convertirse en oligarquía; y la democracia, que puede caer en demagogia. Lamento, sin embargo, tener que recordar que tales palabras son una tergiversación, por muy políticamente correcta que sean. Lo que dice Aristóteles es que la tercera forma de gobierno (se entiende forma encomiable) es la politeia y que su degeneración es la democracia. Para nada habla de la demagogia. La politeia es una especie de protoestado de derecho mesocrático. Aristóteles considera la democracia algo lo bastante corrupto per se como para no necesitar otra palabra que subraye su condición decadente.

      Llegado a este punto, confieso mi curiosidad. ¿Quién sería el primer traductor de Aristóteles a una lengua moderna que ideó la superchería para salvar la democracia? Por ahora el más antiguo sacerdote de la corrección política que he encontrado es Jules Barthélemy-Saint-Hilaire (1805-1895). Se decía que era hijo de Napoleón, pero (o por eso) se opuso a Napoleón III. Fue Ministro de Asuntos Exteriores de la Tercera República y favoreció la anexión de Túnez. Pero a lo que dedicó más tiempo fue a traducir a Aristóteles, desde 1837 hasta 1892. Este prócer republicano demuestra cierta sinceridad al reconocer, en nota a su traducción en 1874 de la Política, lo siguiente:
  "La demagogia. He traducido la palabra democratia por demagogia cada vez que Aristóteles ha usado democratia echándola a mala parte, como aquí. La palabra «democracia» está en nuestros días desprovista de toda idea desfavorable, y no habría en absoluto traducido el pensamiento del filósofo griego. [...] Por lo demás hay que observar que Aristóteles siempre toma la palabra «pueblo» como la parte más pobre y más numerosa de los ciudadanos, del cuerpo político...".
      En resumen, este erudito político republicano se escuda en que el demos griego era a los ojos de Aristóteles algo tan deplorable como le peuple de la república burguesa en Francia.

      En fin, puede que el buen humor de Aristóteles ahora que está en las nubes se haya visto turbado por un pellizco doloroso de melancolía ante la tergiversación moderna de sus palabras: tal vez se acordará de Sócrates, el maestro de su maestro Platón, el hombre ejemplar para muchos que olvidan, porque no les conviene recordarlo, que fue asesinado por la Democracia.

      Por otro lado, recuérdese que la misma voz griega politeia fue traducida a veces por régimen de gobierno o constitución, o incluso estado de derecho, y se comprenderá la magnitud del problema, la angostura de la aporía. Tan sólo se me ocurre un remedio: el muy tradicional de releer a Ortega. A veces saca al lector de dudas, a veces lo hunde más en la incertidumbre. En este caso nos ayudaría a salir de las ambigüedades interesadas de la postmodernidad pasar media hora leyendo sus Ideas de los castillos, en Notas del vago estíoEl espectador - V (1926). Allí, el maestro de la ironía socrática se atreve a declarar que democracia y liberalismo no sólo son siempre bien distintos sino con frecuencia antitéticos:  
 "Pues acaece que liberalismo y democracia son dos cosas que empiezan por no tener nada que ver entre sí, y acaban por ser, en cuanto tendencias, de sentido antagónico.  
  Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político completamente distintas.  
  La democracia responde a esta pregunta: ¿Quién debe ejercer el Poder público? La respuesta es: [...] la colectividad de los ciudadanos. 
  El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: ejerza quien quiera el Poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste? [...] el Poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado.  
   [...] Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy demócrata y nada liberal.  
   [...] Sería, pues, el más inocente error creer que a fuerza de democracia esquivamos el absolutismo. Todo lo contrario. No hay autocracia más feroz que la difusa e irresponsable del demos. Por eso, el que es verdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus propios fervores democráticos y, por decirlo así, se limita a sí mismo".
      Hasta aquí Ortega en sus funciones de moderado optimista que aspira a serenar predicando los ideales de la democracia moderada por los principios liberales, presentes en todo Estado de Derecho. Es decir, que Ortega es partidario de la politeia (πολιτεία), mucho más que de la democracia (δημοκρατία). Es consciente de que la democracia se asienta sobre la igualdad y el liberalismo sobre la libertad. La democracia absoluta es tan irrespirable como el oxígeno puro. Lo único que evita que la democracia sea invivible es mitigarla con las precauciones de un Estado de Derecho. 
      
      Por cuanto antecede resulta inexcusable la creciente sinonimia en usos periodísticos y políticos entre democracia estado de derecho. No son la misma cosa; nunca lo han sido. Ni lo eran para Aristóteles. Ni siquiera en la oficialmente llamada por los historiadores democracia ateniense (del 508 al 322 a.C.) votaban más de uno de cada diez habitantes. 

      Asunto distinto es si debemos o no seguir acudiendo a don José Ortega y Gasset como maestro cuando escribe sobre la democracia deprimido por los acontecimientos de ciertos momentos históricos. En 1917, en su artículo titulado Democracia morbosa, escrito a los 34 años, dice:
  "En el orden de los hábitos, puedo decir que mi vida ha coincidido con el proceso de conquista de las clases superiores por los modales chulescos. Lo cual indica que no ha elegido uno la mejor época para nacer. Porque antes de entregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Avapiés, claro es que ha adoptado más profundas y graves características de la plebe. [...] 
  Toda interpretación soi-disant democrática de un orden vital que no sea el derecho público es fatalmente plebeyismo. [...] 
  La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de impulso ascendente, pasó. Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones. [...] 
  Periodistas, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que hoy llamamos «opinión pública» y «democracia» no es en grande parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas".
      No hace falta recordar que eso fue escrito en el mismo año de la Revolución Bolchevique, 1917. Y que pocos años después, en 1930, el mismo Ortega escribió su artículo Delenda est Monarchia, que tanto influjo tuvo en la llegada de la República a España, tras la cual, pocos meses después, publicó Un aldabonazo, para insistir en "no es esto, no es esto" ante los excesos del nuevo régimen. Pero la cumbre de su rechazo del concepto de democracia, desvirtuado en la práctica, la alcanzó en 1949, en la Universidad Libre de Berlín, auténtica "isla en el Mar Rojo", donde en una conferencia ante una multitud de estudiantes dijo:
"La palabra democracia, por ejemplo, se ha vuelto estúpida y fraudulenta. Digo la palabra, conste, no la realidad que tras ella pudiera esconderse. La palabra democracia era inspiradora y respetable cuando aún era siquiera como idea, como significación algo relativamente controlable. Pero después de Yalta esta palabra se ha vuelto ramera..."
      En fin, que puestos a añorar utopías, tal vez para Ortega la mejor hubiese sido la Politeia con sendos ramalazos de las otras dos utopías aristotélicas, la Monarquía y la Aristocracia. Y hubiera querido olvidarse de las tres distopías tan presentes en esta nuestra sobornable contemporaneidad: tiranía, oligarquía y democracia (o demagogia, si prefieren ustedes los eufemismos de la corrección política, que Aristóteles desconocía). 

      Claro que tampoco conocía esos dos útiles neologismos helenistas alumbrados veinte siglos más tarde en la brumosa Albión, utopía y distopía. 

      Por eso y al llegar a consideraciones pesimistas siempre me viene a la mente lo que hace muchos años oí decir al director de un centro de análisis y prospectiva internacionales:
  “Los que vivimos de una bola de cristal hemos de resignarnos a terminar a veces masticando vidrios rotos”.
      Lo peor es que ese miedo, casi certidumbre, del error probable en sus palabras que siente el propio augur, surge por igual al emitir dictámenes optimistas o zozobras pesimistas. Y hoy, esta semana, los ecos ominosos que nos llegan de Oriente Medio nos recuerdan el verso de Coleridge, ancestral voices prophesying war, voces ancestrales que profetizan guerra.

      Tal vez, ojalá no sea así, precisamente un aumento del poder del demos llamémoslo democracia o demagogia, qué más da— constituirá el explosivo mortal que haga añicos el débil liberalismo que algunos creyeron que se estaba construyendo en tantas llamadas primaveras árabes.


PD del 14 de Noviembre del 2016:

      Nunca lo hubiera creído si no acabase de leerlo en el Financial Times del 12/13 Noviembre, 2016. Francis Fukuyama, dechado de virtudes políticamente correctas y epígono de Hegel y Kojève, en un artículo titulado US against the world?, analiza "lo que la llegada de la América de Trump significa ahora para el orden global". Y se atreve a desdecirse de sus previos análisis (véase La fin del mundo y el fin de la historia), concluyendo con resignación que "the democratic part of the political system is rising up against the liberal part". Más vale tarde que nunca, comprender que democracia y liberalismo son cosas distintas.


Enlace relacionado:
Habrá menos liberalismo y más democraciapor el Marqués de Tamarón, Nueva Revista, Febrero 2016

jueves, 3 de noviembre de 2016

Feliz cumpleaños

Un hombre leyendo. 1630. Por un seguidor de Rembrandt.
© National Gallery, Londres

     El azar me deparó la sorpresa de que el 18 de Octubre pasado, septuagésimo quinto cumpleaños de la persona que más ha influido en mi vida, se publicara este artículo mío en el ABC, en el que conmemoro una efeméride bien distinta, aunque de la misma fecha.

     Lo reproduzco aquí con el asombro -no siempre exento de desaprobación- que merecen quienes culminan el esfuerzo titánico de expresarse a contracorriente y entre líneas.

ENTRE LÍNEAS Y A CONTRACORRIENTE

     Hace setenta y cinco años, el 18 de Octubre de 1941, almorzaron el Capitán de la Wehrmacht  Ernst Jünger y el Catedrático de Derecho Carl Schmitt en el Ritz del París ocupado. El profesor citó a Macrobio: “No puedo escribir contra quien puede proscribir” (Non possum scribere contra eum, qui potest proscribere). La alusión entre líneas a Hitler era evidente para los demás comensales.

     Schmitt había sido militante del Partido Nacional Socialista pero ya en 1941 se había distanciado. Al terminar la guerra fue encarcelado en Berlín por las tropas soviéticas pero enseguida, tras una corta comparecencia, fue puesto en libertad. Luego los americanos lo tuvieron en diversos campos de internamiento durante un año. Unos meses después volvió a la cárcel en Nurenberg hasta que el fiscal Kempner lo liberó sin cargos en 1947. Pero la República Federal de Alemania lo inhabilitó para enseñar.

     Schmitt, admirador de Donoso Cortés, fue apreciado por pensadores muy diversos, sobre todo de izquierdas como Walter Benjamin, Georg Lukács, Habermas, Kojève, Derrida, Tierno Galván, los “maoístas” del 68 o incluso, horresco referens, Íñigo Errejón. También, naturalmente, por otros de derechas o conservadores como Francisco Javier Conde, Samuel Huntington o Alain de Benoist. Sobre todo fue muy amigo de Ernst Jünger y se influyeron mutuamente. Pero Schmitt al final de su vida, tal vez por una enfermedad degenerativa, se comportó con odiosa deslealtad hacia su viejo compañero.

     Jünger fue muy conservador y por tanto nunca hitleriano. De hecho sí escribió contra Hitler en su novela Sobre los acantilados de mármol, parábola bastante evidente. Pero su “gran fondo de prudencia puntuado por audacias calculadas”, según  Hervier, su biógrafo, era la seña de identidad de sus dos arquetipos, el Rebelde y el Anarca. Su hijo, sin embargo, no entendió ese requisito del disimulo sin el que no hay odisea posible. Siendo guardiamarina a los 17 años lo oyeron criticar a Hitler. Acusado de derrotismo, pasó como soldado raso a una unidad de granaderos y murió en combate en una cantera de mármol, en Carrara. Al terminar la guerra Jünger fue detenido y en la zona británica de ocupación se le prohibió publicar durante cuatro años.

     De los otros comensales, el Coronel Speidel estuvo involucrado en la conjura de Stauffenberg, fue encarcelado por Hitler y después por los americanos hasta 1949, tras lo cual Adenauer lo nombró asesor militar y luego fue General Jefe del Mando Centroeuropeo de la OTAN. El Capitán Grüninger desapareció en el Frente del Este al final de la guerra. El Conde Podewils fue prisionero de los británicos desde 1944 hasta 1946.

     Por esas fechas Alexandre Kojève, otro pensador sobremanera multívoco, interrumpió sus reflexiones sobre Hegel y el Fin de la Historia para escribir una Notice sur l’autorité, que según Dominique Auffret, biógrafa y exégeta del ruso francés, “acepta la idea de que, en el caso de que los nazis saliesen victoriosos, habría que contemplar el trabajar con ellos para preparar contra ellos el post-nazismo”. No se sabe si tal astucia emula el Pacto Molotov-Ribbentrop o algún proyecto del Mariscal Pétain. Kojève tuvo una doble o triple carrera brillante, como pensador de moda (más tarde inspirador póstumo de Fukuyama) y como alto funcionario, asesor del Gobierno francés en cuestiones de comercio internacional. Nunca ocultó que se consideraba hombre de izquierdas, pero fue muy admirado también por escritores y políticos de derechas. Según Raymond Barre, futuro Primer Ministro, uno de los lemas de Kojève era “la vida es una comedia y hay que representarla seriamente”. Mantuvo correspondencia con Leo Strauss, con Schmitt y con otros pensadores conservadores.  En 1999 se descubrió que había sido agente de la KGB soviética durante 30 años, desde 1938 hasta su muerte repentina en 1968.

     También al comienzo de la Segunda Guerra Mundial trabajaban en uno o en varios servicios secretos a la vez, y celebraban sus éxitos en una buena mesa Philby, Maclean, Burgess y Blunt, todos ellos agentes soviéticos infiltrados en los servicios secretos británicos. La mesa corría por cuenta de un rico angloespañol, Tomás Harris. Fue él quien dirigió al agente doble español Juan Pujol, alias Garbo. Murió en Mallorca en circunstancias sospechosas. Graham Greene escribió a favor de Philby, pero nunca dijo que fue a verlo cuatro veces en Moscú y que luego informó al Director del MI6 británico. Greene decía que un espía comunista en Inglaterra era lo mismo que cuatro siglos antes un espía católico del Rey de España en la Inglaterra de Isabel I.

     Mucho peor que los comensales antes mencionados -pero con idénticos recelos políticos- comía Leo Strauss por aquel entonces en su destierro londinense, donde fue a estudiar a Hobbes (por cierto que pese a ser judío lo recomendó Carl Schmitt). Escribió a Kojève, al principio de su amistad, “estoy muy sediento en este momento y no tengo el bueno y barato vino francés. Pero en su lugar tenemos el maravilloso desayuno inglés. Los jamones están demasiado buenos para ser cerdo y por tanto están permitidos por la ley mosaica con arreglo a una interpretación atea; son maravillosos los postres y dulces ingleses; y, además, la gente inglesa es mucho más cortés que los franceses”.

     Tanto Jünger como Schmitt, Kojève y Strauss tienen dos rasgos fundamentales en común. Su pensamiento es poliédrico, de tantas caras como tiene. Por eso los cuatro cautivaron a diestra y a siniestra. Y su magisterio fue esotérico y no exotérico.

     Así pues todos los mencionados escribieron y vivieron entre líneas y a contracorriente. O lo intentaron. Pero no creo que muchos pudieran ver realizado el deseo que expresó Ernst Jünger: “cuando hay que nadar a contracorriente hay que pedir al menos que las aguas sean limpias”. Habrá que preguntarse si alguna vez la corriente contra la que se nada es clara y no turbia. Contra las aguas claras no hace falta nadar.

     Conviene no olvidarlo. La corrección política, por asimétrica y escorada a babor que sea, es la forma de censura más eficaz desde el ejemplo de autocensura antes citado, que recoge Macrobio. Se lo dijo el poeta Asinio Polión a Augusto. Mas ocurre que Augusto era un emperador ilustrado y la corrección política es igual de imperiosa pero carente de ilustración.

     Muchos interlineados a contracorriente habrá que idear para dejar constancia de lo que cada cual piensa. No hay otra solución. Eso o, como Schmitt en aquel almuerzo parisino, declararse y creerse en la misma situación que el Benito Cereno de Melville, capitán de un barco de esclavos amotinados.


Enlaces relacionados:
La fin del mundo y el fin de la historia, por el Marqués de Tamarón, Nueva Revista, Junio 1992.
El acabose, por el Marqués de Tamarón, Nueva Revista, Febrero 1990.