Todo arranca de las dos grandes distopías modernas: Brave New World (Un mundo feliz, novela de Aldous Huxley, 1932) y Nineteen Eighty-Four (1984, novela de George Orwell, 1949). Desde que se publicaron, influyeron profunda y extensamente en el pensamiento de su época, que sigue siendo la nuestra.
Es curioso comprobar que casi todas las novelas utópicas de los últimos cien años son pesimistas y a veces aterradoras. Por eso merecen el nombre de distopías. También merecerían otro - igualmente construido sobre raíces griegas - que existe en inglés pero no en español: cacotopia o kakotopia (palabra acuñada por Jeremy Bentham en 1818, mientras que dystopia fue usada por John Stuart Mill en 1868, en el Parlamento británico). Pero como cacotopía haría reír a los estudiantes y políticos, nadie la ha aclimatado en España.
Pues bien, me ha ocurrido leer ultimamente tres distopías curiosas. Atlas Shrugged, de Ayn Rand, a la que me referí el 14 de Julio en esta bitácora, The Years of Rice and Salt, de Kim Stanley Robinson, y Mentes colmena, de Isabel F. Peñuelas.
Nadie sabe lo que guarda en su interior hasta que no se abre a sí mismo como la panza de un oso de trapo. Escribir es eso, escribir sin salvavidas dejándose llevar por la corriente. Es dulce, siniestro, peligroso...
Y con el mismo acierto empieza el primero de los relatos, MEMORIAS DE UN CÍBORG, de esta manera:
Ciboria huele mal a causa de las ratas que se utilizan para fabricar nuestros cerebros. Cuando algún humano logra entrar casi siempre vomita por el olor. Eso es lo que hace débiles a los humanos: que siempre están a vueltas con el dolor, el asco, la muerte y todas esas ideas ineficientes y anticuadas.
Para sorpresa del lector, la autora hace compatibles el tono sombrío con un notable sentido del humor y habilidad para cautivar su interés. Supera la prueba práctica: dan ganas de seguir leyendo y pasando las páginas ansiosamente para ver lo que ocurre.
Menos tensión sombría tiene la ucronía The Years of Rice and Salt.
El punto donde se separa la historia real de la historia novelada se sitúa a principios del siglo XV, cuando la Peste Negra en vez de haber causado la muerte de casi la tercera parte de los europeos, en la novela ha matado al 99%. Casi mil páginas después, en lo que sería en nuestra cronología - que como es natural ya no rige - el año 2088, el planeta parece alcanzar alguna tranquilidad después de tremendas guerras mundiales entre los bloques islámico, chino o americano. Europa occidental no desempeña ningún papel relevante durante estos 600 años. Resulta un poco larga la novela y tendente a la visión histórica progre-masoquista.
Me regalaron un mundo feliz cuando yo estaba primero bup.editorial rotativa
ResponderEliminarNo entendí nada y luego si.ahora veo una sociedad metida en casa con el ordenador y pizza .añoro mis paseos por prado del Rey en Cádiz sierra .
Un libro fascinante sobre los dos primeros libros que mencionas -y muchas cosas más- es "Divertirse hasta morir", de Neil Postman.
ResponderEliminarEl propio Huxley en Nueva Visita a Un Mundo Feliz, reflexión sobre su propia ficción predictiva, dijo en 1958:"En 1931, cuando escribí Un mundo feliz, estaba convencido de que se disponía todavía de muchísimo tiempo. La sociedad completamente organizada, el sistema científico de castas, la abolición del libre albedrío por el condicionamiento metódico, la servidumbre hecha aceptable mediante dosis regulares de bienestar químicamente inducido y las ortodoxias inculcadas en cursos nocturnos de enseñanza durante el sueño eran cosas que se veían venir, desde luego, pero no en mi tiempo, ni siquiera en el tiempo de mis nietos."
ResponderEliminarTodas, de un modo u otro, ya están aquí.
¿Qué decir? ¿Qué añadir sin ser reiterativo y fangoso?
Lejos de la Fe no hay optimismo que sobreviva a esta realidad aplastante, y la Fe, ya se sabe, es frágil. El propio Jesús dijo sentirse abandonado, y lloró sangre. El optimismo de la Ciencia como forma redentora del sufrimiento y la incerteza está completamente resquebrajado después del gas Mostaza y las bombas nucleares
y aunque "el Soma" de las tecnologías amables quiera sugerir lo contrario, la gran impostura traerá la coacción más implacable de su mano. La gran servidumbre será la libertad. Se está viendo ya. Es el Mito de Caverna en alta definición digital. Mientras tanto continúa el festín de los elegidos y galopan los jinetes , implacables, del terror, y del nihilismo. En los libros de ciencia no aparece Dios, y en cambio, los sacerdotes se forman, dicen, en Ciencias Religiosas, en lugar de Teología. Una contradicción más.
A su servicio, leal y seguro
D
Muchas gracias Santiago por la estimulante -del todo inmerecida-, compañía en la que pones a "Mentes Colmena".
ResponderEliminarEn tu artículo apuntas a que la distopía es una forma de utopía y no podría estar más de acuerdo. La distopía es una utopía cenicienta, que advierte, mientras que la utopía al estilo de las grandes utopías del Renacimiento, sugiere y construye sueños. Las dos surgen del mismo sentimiento: la insatisfacción con el presente y por tanto con el futuro.
Diré que desazonada por este futuro pesimista que había llenado de sombras mis relatos, como tan bonito explicas, he estado escribiendo también una utopía sobre la mente y la memoria que forma parte de un libro colectivo sobre la utopía como explico en este artículo, y que ha sido un proyecto precioso.
Dejo aquí el enlace a mi árticulo y espero con mucha ilusión tener la ocasión de escucharte sobre el tema pronto.
https://tinyurl.com/yyobq3wn
Isabel F.Peñuelas -autora utópica y distópica.
Estimada Isabel:
ResponderEliminarSepa en primer lugar que no he leído su libro, pero que, azuzado por la reseña de D. Santiago, pedido está.
Uno no es ducho en literatura, ni en nada en particular, pero aun así no dejo de tener la terrible (cenicienta, diría Vd. con mayor acierto) impresión de que la más lograda distopía, hasta el punto de que no lo parece, es aquella en la que vivimos. El mundo casi universalmente aburguesado, salvo excepciones islámicas quizá no muy santas, sumideros africanos, rigideces coreanas, sumisiones asiáticas y alguna que otra republica rica en bananas (bananera, diría alguien más sabio, de esos que dicen “eso aquí no puede pasar”), le parece a uno producto de una mente literaria decantada hacia lo obtuso.
Sí, ya sé que lo que digo suena a queja reaccionaria, y no le diré que no, aun a riesgo de caer en uno de los tantos casilleros ideológicos que hoy emplea el hombre distópico (mi tendero, cualquier persona “con valores”, el futbolista “con mensaje”, los mil millones de millones de personas cuyos derechos de nacimiento, por lo que claman, superan a los de toda la nobleza que en el mundo haya sido hasta hoy; y así un no parar) con el fin de estabular a las ovejas descarriadas, que haberlas haylas.
Sale uno a la calle, es un decir, y tanto le da estar en Vallecas como en Wall Street. Por lo que recuerdo de cuando salía, por todas partes escuchaba el mismo tono cansino, la misma conversación sobre asuntos civiles, casi administrativos; la misma cantinela con perfume a revolución afrancesada en la cola de una marisquería de Florida que en el Mercadona de mi barrio; idénticos y medrosos adjetivos en una granja finlandesa que en el quiosco valenciano donde compraba cigarrillos sueltos; las mismas ansias de comodidad burguesa, de seguridad, de hipocondría. Durante años de vagabundeo tuve la impresión de que un manto de fatalidad había cubierto casi cada ciudad, cada aeropuerto, cada pueblo donde me fue dado vivir, y que las tremendas distancias que cubría en avión me devolvían pertinazmente al mismo sitio. Tan sólo los paisajes agrestes, las pocas gentes de campo y algunos tipos con fuerte carácter propio que de vez en cuando me acogían en sus casas o me daban los más disparatados trabajos se salvaban de esa maldición de identidad. La uniformidad occidental de carácter, modo de vida y ambiciones, que se extendía por donde quiera que mis otrora ágiles pasos me llevaban, me producía la misma amarga desazón que me dejó, allá en mi juventud, la lectura de lo que entonces no sé bien si se llamaban distopías.
Pero perdone Vd., y los lectores de esta bitácora, la extensión de estos párrafos inútiles, o, en castizo, que me haya enrollado como una persiana. Espero que el mensajero llegue pronto con su libro, que a buen seguro me distraerá de tanto ocioso pensamiento como se adueña de mí conforme se desarrolla no la vieja y sosa “normalidad”, sino una normalidad nueva, multiplicación y amejoramiento de la antigua. Que Dios nos coja distópicamente confesados.
Apreciado Sr. Martinez Climent,
EliminarVallecas y Wall Street se encuentran cerca en el diccionario como usted advierte.
Habla usted de hipocondría, ese adjetivo le cuadra perfecto a la distopía reinante; ese mal paleto y paralizante. La hipocondría mental además de perniciosa es aburridísima. Le robaré la idea y escribiré el relato de ese hombre al que los aviones devuelven siempre al mismo sitio en mi próxima distopía.
Espero impaciente su distópica opinión sobre mi libro.
"La hipocondría mental además de perniciosa es aburridísima." No se puede tener más razón, estimada Isabel. El mal aburrimiento debería constar entre los Pecados Capitales. El bueno, entre las grandes virtudes.
EliminarGracias por robar esa idea de un personaje que parece no poder más que volver al mismo sitio, habida cuenta una identidad sustancial casi planetaria que anula las distancias. Decía Dalí, entre otros, que robar formas es absolutamente lícito entre artistas, pues constituye uno de los fundamentos de la tradición, siempre que uno reconozca su adscripción a la misma y de dónde le viene su obra, esencialmente continuadora pero con el sello de los personal; lo que de por sí constituye un elemento de movimiento artístico (habrá quien haya estado tentado de decir “de progreso artístico”, pero no).
Quien no es es artista, sino amigo de lo bello, como un servidor, siente mucho repelús distópico con demasiada frecuencia, pero no se olvide, como nos recuerdan muchos en esta bitácora, y no menos su autor, que vías pulcras, haberlas haylas.
PD: Acabo de recordar cómo se llamaban las distopías en mi juventud: mundos de pesadilla.
ResponderEliminarTal como están las cosas, amigo Climent, y si Dios no lo remedia, la realidad superará a la ficción. Me refiero a la pesadilla, bien lo sabe usted.
EliminarUn abrazo.
Por manifiesta enemistad con los papas argentinos me puse a refrescar mis recuerdos de estudiante de historia. Me pareció que lo mejor era catar algo de Constantino. Y así el otro día leí 'Helena' de Waugh.
ResponderEliminarPor eso les inoportuno con la novela del futuro inmediato que escribió Waugh [Love Among the Ruins]. Todos la consideran eso que llaman distopía. Yo pienso que Waugh fue un "bizco" consumado, cuando miraba al pasado en realidad miraba al futuro, y cuando quería mirar al presente enfocaba al futuro. Con Dios.
Va a ser que sí.
Eliminar¿Será el libro del Apocalipsis de San Juan una distopía? y (considerados solo literariamente sin entrar en polémicas sobre su autoría) ¿Los Protocolos de Sión otra? En cualquier lugar y en cualquier tiempo hubo quién creyó y cree estar en una pesadilla.
ResponderEliminarHoy parece irremediable acabar en una a muy corto plazo, si Dios no lo remedia, claro. Para ello habría que hacer cuanto no se hace y dejar de hacer casi todo lo que se cuenta, pero si esto fuese posible ya no estaríamos donde estamos. La pesadilla será obscura pero rodeada, momentáneamente, de luces, no de entendimiento, sino de leds chinos, claro.
Estimado David:
EliminarEse cuadro de una España iluminada por leds chinos es aterrador. Si esto fuera una distopía rigurosa y no, como dicen, un simple movimiento de “progreso social democrático”, los delegados comerciales del Partido Comunista chino ya estarían adueñándose de buena parte de lo que la ruina vírica salida de su país, como el Sol por la mañana, va dejando a su paso; por ejemplo los puertos comerciales más notablemente endeudados del Mediterráneo.
O quizá debería uno dejar de leer novelas y noticias, porque ya ve fantasmas distópicos por todas partes.
Cuídese mucho.
Amigo Climent: ¿No lo estarán haciendo ya?
EliminarNo creo que usted vea más fantasmas que los fantasmones que ya conocemos.
Sigo su recomendación. Con sumo afecto,
D
Las distopías más aterradoras y cinematográficas de mi infancia eran ver a la humanidad tras una máscara por culpa de la contaminación , padecer los efectos patéticos de la tiranía universal de algún malvado, enfermar tras la amenaza de un virus escapado de Dios sabe que laboratorio, o la comida sintética que relegaba los filetes y las lechugas al recuerdo. Se aderezaba con eutanasias precoces en la treintena y la uniformización de las masas que vestían igual, pensaban igual, y vivían igual, con sexo frecuente, eso sí.
ResponderEliminarNo haré reflexión ninguna, por innecesaria, al panorama de hoy. Dios nos ampare. Feliz Pascua de Resurrección.