¿A que no saben ustedes qué es una camisada? ¿No? Pues no se preocupen, que la Real Academia tampoco lo sabe, o por lo menos no incluye dicho vocablo en su Diccionario. Ni siquiera aparece en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, de Covarrubias, el más simpático de los Consultores del Santo Oficio de la Inquisición y el más ameno de los lexicógrafos. Covarrubias discurre, muy docto, sobre la voz camisa, y dice cosas como «Saltar en camisa, quando la prisa no da lugar a vestirse, como les acontece a los que tratan con mugeres casadas y sobreviene de repente el marido. Estar la muger con su camisa, estar con su regla o menstruo, porque no la ha de mudar hasta que de todo se le aya acabado la purgación; y las que por muy limpias lo han hecho, les ha costado caro y a muchas la vida». Pero de camisada, nada.
Nosotros mismos tampoco conocíamos la palabra hasta hace una hora, en que hojeando el Oxford English Dictionary en busca de otro término nos topamos con camisado (otras veces escrito camisade, y aun cammassado), substantivo inglés arcaico definido como ataque nocturno en el que los asaltantes llevaban una camisa por encima de la armadura para reconocerse entre ellos. Su uso en lengua inglesa aparece documentado por primera vez en 1548. Y viene, según el citado diccionario, de la palabra española camisada. Tras la búsqueda infructuosa arriba relatada, espíritus menos concienzudos que el nuestro habrían llegado a dos conclusiones. Primera, que los filólogos británicos eran unos estafadores. Segunda, que si no lo eran porque camisada subsistía arrumbada en algún limbo lingüístico, entonces la etimología confirmaba el viejo lugar común de que España sólo ha exportado a lenguas extranjeras vocablos bélicos o políticos, siempre algo truculentos. Ambas conclusiones habrían sido falsas. Al cabo de un rato más de investigación —y ya escrito el primer párrafo de este artículo— encontramos la dichosa voz castellana, madre de la inglesa. Viene en todos los diccionarios y con la misma acepción que en inglés, pero bajo la forma de encamisada, que Covarrubias define como «el santiago que se da en los enemigos de noche, cogiéndolos de rebato; y porque se conozcan los que van a dar el assalto y se distingan de los enemigos llevan encima de las armas unas camisas». Así es que dejamos sin corregir el comienzo de este ensayo, como advertencia contra la ligereza, propia y de extraños.
La otra ligereza, muy común, es el sofisma según el cual las lenguas modernas sólo han tomado del español términos con resonancias políticas o guerreras negativas. Es cierto que en inglés se usa desde 1610 desperado (por aventurero desesperado) y en francés desde el siglo XVI désespérade (por acción desesperada) y que ambos son préstamos del castellano. Que en inglés se empezó en 1641 a decir junto (por camarilla) y en francés junte (por consejo o asamblea, sin matiz peyorativo) desde fines del siglo XVI. Que el hispanismo pronunciamiento se emplea en Francia desde 1838 y en la Gran Bretaña desde 1843. Que todo el mundo tradujo, adoptó y sigue usando desde hace casi medio siglo la expresión quinta columna, acuñada durante nuestra última guerra civil cuando el general Mola afirmó que además de cuatro columnas de fuerzas militares que convergían para tomar Madrid existía en el interior de la capital una quinta columna de simpatizantes. Esa expresión y el no pasarán fueron muy apreciados en el extranjero, donde, sin embargo, a nadie se le ocurrió la réplica evidente a la última expresión citada: Pues ya hemos pasado, que puso de moda Celia Gámez en una copla hacia 1940. También es verdad que el principal legado lingüístico de nuestra guerra de la Independencia es la voz guerrilla, aceptada en todos los idiomas para designar un tipo de guerra cada día más frecuente y más atroz. Todo eso es cierto, pero sin mayor importancia. En una reducción ad absurdum podríamos estremecernos de masoquismo pensando que fuimos los españoles quienes trajimos a las lenguas europeas desde el Caribe la palabra caníbal.
Pero, claro está, son cientos los términos españoles de muy diversa laya que hoy circulan en docenas de lenguas extranjeras, y los hay torvos y afables, sórdidos y bucólicos, villanos y nobles. No vamos aquí a hacer una apología de nuestras exportaciones léxicas, pero sí a señalar una jovial, aunque poco conocida. Es como para enorgullecemos del genio impetuoso y fértil del castellano. En algo parecido estaría pensando Ortega y Gasset cuando dijo que el pensador debía acercarse a las ideas «con viril afán taladrador». Así parece que se ha acercado el castellano, incontinenti, a Europa. Porque ¿a que tampoco saben ustedes cómo se dice en alemán ir con velocidad, hacer algo con ímpetu? Pues se dice con Karacho. Es expresión nada zafia. Y comprenderán ustedes que viene del español si les recordamos que en alemán la che se pronuncia como la jota española.
(Este artículo se publicó en el ABC del 26 de Octubre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
miércoles, 31 de agosto de 2011
El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Título: El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy.
Género: Ensayos
Autor: Marqués de Tamarón. Prólogo de Amando de Miguel.
Editores: Áltera
Año de publicación: 2005
ISBN: 84-89779-83-X
Artículos recogidos en esta bitácora y comentarios:
De tomos y lomos
Un abrazo
Toda tema es postema
Cada loco con su tema
El ciempiés culilargo
De reala de catetos a colectivo de cursis
El intelectual y sus héroes
El ruiseñor cristiano y otros pájaros cantores
Asombrar y sorprender
Karacho y otras exportaciones españolas
El tuteo
Muerte de uno
Excelentes y serenos señores
El usted amoroso
"...alienum puto"
Tontos en varios idiomas
El SHIT
Fiat lux
Con perdón
El cocido del hedonista
Belleza maculada
Ánima clara
Concisión o silencio
Trampantojos
El habla de 1988 y la de 2006, con posdata de 2012
Adiós a la biblioteca ociosa
Emputecimiento
El carlitos
Nada nuevo bajo el sol
Los falsos amigos
Deliberando groserías
El triunfo de Calibán
Premios de 1986
Tres mentiras
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Género: Ensayos
Autor: Marqués de Tamarón. Prólogo de Amando de Miguel.
Editores: Áltera
Año de publicación: 2005
ISBN: 84-89779-83-X
Artículos recogidos en esta bitácora y comentarios:
De tomos y lomos
Un abrazo
Toda tema es postema
Cada loco con su tema
El ciempiés culilargo
De reala de catetos a colectivo de cursis
El intelectual y sus héroes
El ruiseñor cristiano y otros pájaros cantores
Asombrar y sorprender
Karacho y otras exportaciones españolas
El tuteo
Muerte de uno
Excelentes y serenos señores
El usted amoroso
"...alienum puto"
Tontos en varios idiomas
El SHIT
Fiat lux
Con perdón
El cocido del hedonista
Belleza maculada
Ánima clara
Concisión o silencio
Trampantojos
El habla de 1988 y la de 2006, con posdata de 2012
Adiós a la biblioteca ociosa
Emputecimiento
El carlitos
Nada nuevo bajo el sol
Los falsos amigos
Deliberando groserías
El triunfo de Calibán
Premios de 1986
Tres mentiras
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
miércoles, 24 de agosto de 2011
El cocido del hedonista
Hubo un tiempo en que cavilé mucho sobre las diferencias entre el hedonista, el sibarita y el epicúreo. La verdad es que hoy los tres términos se emplean casi como sinónimos para definir a quien en la vida busca ante todo el placer. A duras penas encuentra uno, rastreando en diccionarios, leves distingos semánticos. Tal vez hedonista sea término más general, acaso sibarita evoque una idea de lujo, quizá epicúreo insinúe mayor refinamiento. Puede que al glotón de cocido convenga llamarlo hedonista, al obseso de caviar sibarita y epicúreo al aficionado a la sopita de verduras de exquisito condimento. En todo caso los matices se afianzan acudiendo a la etimología: hedonismo viene de hedoné (placer en griego), sibarita era el habitante de la antigua Síbaris, ciudad de la Magna Grecia reputada por su lujo y regalo, y epicúreo es el discípulo de Epicuro, filósofo ateniense del siglo III antes de Cristo, partidario del placer como bien supremo pero tan enemigo de la voluptuosidad que su ideal, dice don Julián Marías, «es de un gran ascetismo y, en sus rasgos profundos, coincide con el estoico».
No se le ocultará al astuto lector que cuanto antecede tenía un interés meramente académico. El hedonismo siempre estuvo mal visto en España y reservado a minorías hipócritas y felices. Los curas lo fustigaban, los políticos conservadores clamaban contra su efecto debilitante de las recias virtudes patrias, los ideólogos progresistas lo tachaban de egoísmo reaccionario. El propio pueblo español, ricos como pobres, deseaba en el fondo de su alma mesetaria el poder y el dinero más per se que como fuente de deleites. La douceur de vivre francesa es malamente traducible al castellano; confortable es anglicismo cursi que hubo de importarse violentando el sentido originario del viejo confortar, verbo que ya usaba Berceo. Y todavía no están lejos los tiempos en que algunos entusiastas deseosos de ir «por el Imperio hacia Dios» idearon aquella severa pintada advirtiendo que a los pueblos que se abandonan a la molicie los arrastra el torrente de la Historia. Cuenta mi amigo volteriano de derechas don Joaquín Pérez Villanueva que cada vez que se encontraba con Ridruejo, por entonces jerarca de la Falange, le decía: «Hombre, Dionisio, avisa a tus muchachos que miren bien antes de escribir esas cosas. El otro día pasé por Gumiel de Izán y vi a unas viejas de negro tomando el último rayo de sol invernizo al socaire de una pared de adobe, justo debajo del letrero contra la molicie.»
Hay que reconocer que todo esto está cambiando, por la izquierda y por la derecha. Tanto los que antes cantaban a la «famélica legión» como los que ensalzaban la escurialense austeridad empiezan a mostrarse proclives a los más enervantes placeres. Ni curas ni políticos se atreven ya a predicar la mortificación. Los medios de comunicación exhortan al hedonismo. Un marxista lo llamaría mensaje subliminal del capitalismo consumista, pero es probable que ese mismo marxista se haya apuntado a uno de esos nuevos clubes de enólogos que por un ojo de la cara venden surtidos de vinos mediocres, o frecuente una boutique del pan. La calidad de vida está de moda, y no sólo por motivos racionales, sino porque toda moda tiende a ser en sí un imperativo categórico, acelerado por la cursilería y frenado por la hipocresía.
Prueba de esto último es que El País, siempre fiel sismógrafo de estos movimientos telúricos, anuncia (12-2-87) el regreso triunfante de «los otros lenguajes». Se refiere al juego de los abanicos y de los pañuelos, al significado simbólico y social de perfumes y flores. Incluso alude a peinados y lunares pintados como signos insinuantes. Se olvidan del periclitado lenguaje burgués de los dobleces en tarjetas de visita, del lenguaje noble de la heráldica, del lenguaje arcano —y costoso— de las piedras preciosas. Pero ya los descubrirán y los pondrán de moda. Los bárbaros siempre terminan descubriendo mediterráneos. Por de pronto ya sabemos que «García Márquez deja gran parte de sus ingresos por derechos de autor para sufragar uno de sus caprichos más conocidos», pues para escribir «necesita tener sobre la mesa flores amarillas», a ser posible rosas. Parece más propio de un D’Annunzio que de un paladín de Fidel Castro, pero los bárbaros también siempre terminan contagiándose de los decadentes que suplantan.
Al final todo este nuevo hedonismo debe ir, como los anteriores, acompañado de una cierta hipocresía. «Defender hoy el cocido es tomar una posición progresista, democrática y hasta radical», asegura don José Esteban, citado por Las Artes-Crónica 3 (febrero 1987). Nuestros antepasados lejanos se atracaban de cocido porque les gustaba, como la gente de hoy, pero con otra excusa: que así demostraban ser cristianos viejos, sin miedo al tabú judío y musulmán del cerdo. Eran tan hipócritas como los progres modernos. Quizá es que para disfrutar a fondo haya que ser hipócrita.
(Este artículo se publicó en el ABC del 14 de Marzo de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
No se le ocultará al astuto lector que cuanto antecede tenía un interés meramente académico. El hedonismo siempre estuvo mal visto en España y reservado a minorías hipócritas y felices. Los curas lo fustigaban, los políticos conservadores clamaban contra su efecto debilitante de las recias virtudes patrias, los ideólogos progresistas lo tachaban de egoísmo reaccionario. El propio pueblo español, ricos como pobres, deseaba en el fondo de su alma mesetaria el poder y el dinero más per se que como fuente de deleites. La douceur de vivre francesa es malamente traducible al castellano; confortable es anglicismo cursi que hubo de importarse violentando el sentido originario del viejo confortar, verbo que ya usaba Berceo. Y todavía no están lejos los tiempos en que algunos entusiastas deseosos de ir «por el Imperio hacia Dios» idearon aquella severa pintada advirtiendo que a los pueblos que se abandonan a la molicie los arrastra el torrente de la Historia. Cuenta mi amigo volteriano de derechas don Joaquín Pérez Villanueva que cada vez que se encontraba con Ridruejo, por entonces jerarca de la Falange, le decía: «Hombre, Dionisio, avisa a tus muchachos que miren bien antes de escribir esas cosas. El otro día pasé por Gumiel de Izán y vi a unas viejas de negro tomando el último rayo de sol invernizo al socaire de una pared de adobe, justo debajo del letrero contra la molicie.»
Hay que reconocer que todo esto está cambiando, por la izquierda y por la derecha. Tanto los que antes cantaban a la «famélica legión» como los que ensalzaban la escurialense austeridad empiezan a mostrarse proclives a los más enervantes placeres. Ni curas ni políticos se atreven ya a predicar la mortificación. Los medios de comunicación exhortan al hedonismo. Un marxista lo llamaría mensaje subliminal del capitalismo consumista, pero es probable que ese mismo marxista se haya apuntado a uno de esos nuevos clubes de enólogos que por un ojo de la cara venden surtidos de vinos mediocres, o frecuente una boutique del pan. La calidad de vida está de moda, y no sólo por motivos racionales, sino porque toda moda tiende a ser en sí un imperativo categórico, acelerado por la cursilería y frenado por la hipocresía.
Prueba de esto último es que El País, siempre fiel sismógrafo de estos movimientos telúricos, anuncia (12-2-87) el regreso triunfante de «los otros lenguajes». Se refiere al juego de los abanicos y de los pañuelos, al significado simbólico y social de perfumes y flores. Incluso alude a peinados y lunares pintados como signos insinuantes. Se olvidan del periclitado lenguaje burgués de los dobleces en tarjetas de visita, del lenguaje noble de la heráldica, del lenguaje arcano —y costoso— de las piedras preciosas. Pero ya los descubrirán y los pondrán de moda. Los bárbaros siempre terminan descubriendo mediterráneos. Por de pronto ya sabemos que «García Márquez deja gran parte de sus ingresos por derechos de autor para sufragar uno de sus caprichos más conocidos», pues para escribir «necesita tener sobre la mesa flores amarillas», a ser posible rosas. Parece más propio de un D’Annunzio que de un paladín de Fidel Castro, pero los bárbaros también siempre terminan contagiándose de los decadentes que suplantan.
Al final todo este nuevo hedonismo debe ir, como los anteriores, acompañado de una cierta hipocresía. «Defender hoy el cocido es tomar una posición progresista, democrática y hasta radical», asegura don José Esteban, citado por Las Artes-Crónica 3 (febrero 1987). Nuestros antepasados lejanos se atracaban de cocido porque les gustaba, como la gente de hoy, pero con otra excusa: que así demostraban ser cristianos viejos, sin miedo al tabú judío y musulmán del cerdo. Eran tan hipócritas como los progres modernos. Quizá es que para disfrutar a fondo haya que ser hipócrita.
(Este artículo se publicó en el ABC del 14 de Marzo de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
viernes, 19 de agosto de 2011
No hay tonto bueno
“¡Es chu bisnes, es chu bisnes!”, gritaba indignado un indignado. Lo gritaba por la radio, hoy Viernes 19 de Agosto por la mañana, denostando al Papa. Quería decir que la visita era un espectáculo. Pero como el vociferante era, además de indignado, tonto de la subespecie cosmopolita, variedad hortera, le rondaba la cabeza lo del show business, en inglés negocio o actividad del espectáculo. Y al exhibir, ufano, su condición políglota, pronunciaba aquello en inglés macarrónico pero inequívoco: shoe business. O sea, negocio o actividad de la zapatería.
Olvidaba el indignado que el único del shoe business que ha triunfado en la España del siglo XXI es ZP.
Nomen est omen. O, dicho en romance, no hay tonto bueno.
Olvidaba el indignado que el único del shoe business que ha triunfado en la España del siglo XXI es ZP.
Nomen est omen. O, dicho en romance, no hay tonto bueno.
miércoles, 3 de agosto de 2011
Botones de muestra (IV)
En estas Memorias del Guadarrama: Historia del descubrimiento de unas montañas, de Julio Vías, salta a la vista por qué las montañas no interesaron en la civilización occidental hasta que la sensibilidad romántica conectó con aquellos paisajes agrestes y dramáticos. Julio Vías es el perfecto montañero: su curiosidad es insaciable y a la vez contagiosa en todo lo tocante a la geología, la botánica, la zoología, la geografía y la historia de las montañas en general y de la Sierra del Guadarrama en particular. Como además de ser curioso y culto es un romántico, este libro resulta una delicia para cualquier aficionado a esas piedras bravías que tan cerca están de una de las mayores ciudades de Europa.
Julio Vías es incapaz de aburrir. Nos revela o recuerda que la parte más espectacular del Guadarrama se llamaba -mucho antes de que los moros la bautizaran como Balat Humayd o Valathome- nada menos que la Sierra del Dragón, probablemente desde tiempos visigóticos. Ello se debía, suponemos, al perfil de las crestas de Siete Picos. Pero estoy seguro de que Julio Vías está deseando, cuando anda por aquellos montes, encontrar al dragón que les dio nombre. De ahí su entusiasmo por los lobos, que están volviendo allí. Como comparto su debilidad por todo eso, tan sólo puedo aconsejar a quienes no tengan ocasión de andar con el autor por esos riscos, que hagan la segunda cosa más apasionante posible: leer este libro. Mirar sus centenares de viejas o nuevas fotografías, retratos de los precursores y de los animales y plantas es un antídoto poderoso contra la melancolía que da el ver cómo avanza la fealdad y sube de la llanura a la montaña, ante la general indiferencia.
Enlaces relacionados:
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