Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: El ciempiés culilargo

viernes, 27 de enero de 2012

El ciempiés culilargo

Sigamos elaborando un disparatorio o necedario con las principales temas —latiguillos mágicos— de nuestros modernos formadores de opinión. Destaca entre estas ideas fijas la manía de usar adverbios modales terminados en mente. Así, nadie importante dice hoy en día está claro que. Hay que decir obviamente. Salvo raras excepciones —don Miguel Herrero de Miñón dice en un alarde de concisión es claro que, pero aún no sabemos qué será de su carrera política si sigue empeñado en hablar de forma que se entienda— nuestros hombres públicos andan encandilados con estos fetiches. Primero descubrieron evidentemente, y ahora el Santo y seña para reconocerse entre iniciados es obviamente, traducción consciente o inconsciente del «obviously» inglés. No importa que en español la be y la uve seguidas sean casi impronunciables. Obviamente viste mucho.

Dos son los inconvenientes de estos adverbios modales. El primero y principal es de orden práctico: el sufijo -mente tiene tal peso fonético (mucho más que el ingrávido -ly inglés o el borroso -ment francés) que estorba a la transmisión del pensamiento que pretende recoger la frase. Alguien —¿Borges?— dijo que el énfasis de esas dos sílabas finales distrae de las anteriores, y termina uno oyendo o leyendo solo «mente» y no las precisiones que se pretendía dar. En todo caso es cierto que nadie con prisas y ganas de ser claro dice «ve rápidamente a casa, abre completamente las ventanas y vuelve directamente aquí» sino «ve corriendo a casa, abre de par en par las ventanas y vuelve derecho aquí».

En general el engorro citado se evita usando una preposición (las preposiciones suelen tener talante menos prepotente y ruidoso) seguida de un substantivo. ¿No resulta más vigoroso por completo o con energía que completamente o enérgicamente? ¿No suena más tierno con ternura que tiernamente?

El segundo inconveniente de los citados adverbios es que son feos. Destrozan con su pesadez todo ritmo en el lenguaje, escrito o hablado. No hay literatura posible con esos ciempiés culilargos. Recordemos el delicioso madrigal de Gutierre de Cetina que empieza Ojos claros, serenos,/ si de un dulce mirar sois alabados,/ ¿por qué si me miráis, miráis airados? Pues bien, sólo con introducir dos de las macizas desinencias hoy en boga, sin cambiar ninguna raíz, queda este adefesio: Si sois alabados por mirar dulcemente/ ¿por qué, si me miráis, miráis airadamente?

Si la poesía no sobrevive a semejantes palabrejas, tampoco las soporta la elegancia lacónica de un epigrama. La necedad siempre entra de rondón, que todos los necios son audaces (Gracián) se convertiría en la necedad habitual mente se introduce inopinada y abusivamente, ya que todos los necios obran audazmente. Claro que los formadores de opinión ya han advertido que lo que quieren es cambiar nuestra cultura y nuestra sociedad, así es que acaso encuentren vulgar el sonó la flauta por casualidad de Iriarte y quieran cambiarlo por sonó la flauta aleatoriamente. Desde luego esta última palabra es uno de sus fetiches.

Ya sabemos que ni la claridad ni la belleza importan mucho a los formadores de opinión. Pero, ¿y la vergüenza? ¿No les dará azaro a veces pensar que pueda escucharlos su abuela del pueblo, que sin saber lo que era un adverbio modal hablaba en cristiano y se le entendía? ¿O no tendrán abuela? Porque lo que está claro es que el pueblo que tanto invocan (bueno, si son políticos lo evocan por gozar de otro fetiche verbal) se ríe del galimatías en —mente. En los años cuarenta, época del racionamiento, corría un chiste que decía: «con la Monarquía realmente se tomaba café, con don Miguel Primo de Rivera generalmente se tomaba café, con la República ordinariamente se tomaba café, ahora francamente no se toma café». Uno sospecha que la gente no se reía sólo de la malta y las bellotas, sino también del retumbar vacuo y pomposo de aquellos adverbios extraños —tan sucedáneos de los términos tradicionales como la cebada tostada lo era del café— que empezaban a proliferar en boca y pluma de las entonces llamadas jerarquías, padres de los formadores de opinión de ahora.

Lo malo, como siempre, no es el uso aislado de estos adverbios monótonos, sino su abuso. En proporción de más de uno por página parece que empachan. Además los hay pésimos (como obviamente), los hay malos y los hay hasta graciosos. Entre estos últimos podríamos incluir dos de los más antiguos, viejas palabras venidas a menos en la sociedad, rancios términos que hoy suenan paletos, pero no cursis: mayormente (el Manual de Estilo de TVE dice que «es poco elegante y debe evitarse»; Cervantes no siguió este consejo del Sr. Calviño) y mismamente. No estarán tan mal cuando nuestros formadores de opinión no los usan y sus abuelas de pueblo sí.


(Este artículo apareció en el ABC del 13 de Julio de 1985 y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))



Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

1 comentario:

  1. Vanía rebotado (en el buen sentido) de otra página y he llegado aquí, Al principio leí receloso, no lo oculto, por ser de alguien con ese nombre rimbombante pero después me he encontrado con este artículo y otros llenos de inteligencia clara y lenta sabiduría. También de su poco de retranca. Enhorabuena por este oasis.

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