El otro día oí algo muy certero en una conferencia sobre la oratoria. Don Joaquín Calvo-Sotelo, el conferenciante, vino a decir que parecen vanos los esfuerzos de tantos oradores por alcanzar la fama a través de una larga obra de discursos cuando se comparan con la instantánea ascensión del general Cambronne a la celebridad, merced a un solo discurso de una sola palabra. El auditorio de la conferencia era joven y dudo que más de uno o dos oyentes entendiesen la alusión del señor Calvo-Sotelo. Los jóvenes de hoy se privan de mucho honesto placer por falta de cultura, erróneamente convencidos de que cultura equivale a aburrimiento. Ignoraban que la arenga de Cambronne, pronunciada en Waterloo tras ser conminado a rendirse, consistió en la respuesta Merde!
Está claro que el apóstrofe de aquel general es un discurso elegante, si aplicamos el concepto de elegancia tal como se usa en ciencias físicas y naturales. «La elegancia de cualquier generalización científica —dice Edward O. Wilson, el biólogo— se mide por su simplicidad en relación con el número de fenómenos que abarca». Cambronne pudo haber pronunciado un discurso prolijo declarando que por sentido del honor, oportunidad táctica y vergüenza torera no pensaba rendirse sino seguir matando prusianos. Prefirió resumirlo todo en el exabrupto Merde! Fue elegante. Pasó a la Historia.
Esta elegancia, hecha de concisión, precisión y claridad a partes iguales, es tan compatible con el desgarro como con la exquisitez. Puede darse en pintadas, gritos callejeros o maldiciones gitanas, pero también en lemas heráldicos, epitafios o viejos textos legales. Donde hoy es ya inútil buscarla es en el Boletín Oficial del Estado o en los diarios de sesiones parlamentarias. Así es que más vale fijarse en las sucias vallas. Hace un mes observé en Palencia, cerca de la catedral, esta notable afirmación teológico-política pintarrajeada en una casa en ruinas: Dios hubiera votado no y el diablo sí. Aparte de una ingenua fe en el talante democrático de Dios y del diablo, la pintada revela cierto gusto por el misterio, ya que no aclara de qué votación se trataba. ¿OTAN, aborto, LODE? Otra mano, queriendo acaso aclarar, había complicado la cosa al añadir, tajante, hijos de puta. Resultaba en cambio inequívoca la ironía de otro letrero de autor anónimo visto en Venta de Baños, importante nudo ferroviario donde es de suponer que los trenes atropellan de vez en cuando a algún borracho en los pasos a nivel: RENFE, te quiero sin barreras.
Así pues, la ambigüedad, en general deliberada, es compatible con la claridad formal que exige la elegancia concisa. Buenos ejemplos de ello encontramos en los lemas heráldicos. Nec metu nec spe (ni miedo ni esperanza) es gallardo orgullo bastante comprensible, pero en el mismo tono de desencanto valeroso cuesta ya más entender el Fiel pero desdichado que aparece —en español, por cierto— en el escudo de la familia Churchill. ¿Quiere decir que se mantendrá la fidelidad a costa de la propia dicha? ¿O a pesar de la deslealtad del soberano? La cuestión, para un hombre de honor, no era baladí. También abunda la concisión misteriosa en las empresas, figuras enigmáticas acompañadas de una divisa, muy apreciadas en el siglo XVII. Una de las «Empresas políticas» de Saavedra Fajardo reza Más que en la tierra nocivo y representa un alacrán entre estrellas. Luego aclara el autor que, «aun trasladado el escorpión en el cielo y colocado entre sus constelaciones, no pierde su malicia, antes es tanto mayor que en la tierra cuanto es más extendido el poder de sus influencias venenosas sobre todo lo criado», y que por ello los príncipes han de poner buen cuidado en escoger a quien encumbren, pues «las inclinaciones y vicios naturales crecen siempre». ¿A qué periodista moderno se le hubiese ocurrido un titular tan conciso y elegante como Más que en la tierra nocivo?
Pero a veces los hallazgos en este campo lacónico son fortuitos. Leyendo la Revista General de Marina, de febrero de 1987, encuentro esta frase de un oficial tras disparar los cañones de un barco de guerra: «Artillería sin novedad en material y personal; ánima clara». Esto último significa que las piezas ya no están cargadas y los cañones se hallan limpios. Consultado un amigo Capitán de Artillería, me dice que ellos en el Ejército de Tierra dirían ánima libre. Celebro la variedad de expresión, que es lo que salpimenta el lenguaje. Pero cualquiera de las dos expresiones sería un buen lema heráldico, y un deseable suspiro antes de morir. El general Cambronne, hecho su grosero y elegante discurso de Merde!, agotada la munición, creyéndose al borde de la muerte, hubiera podido declarar con igual concisión y orgullo «ánima clara». Incluso «ánima libre». A la postre, sólo lo conciso es claro y libre.
(Este artículo apareció en el ABC del 16 de Mayo de 1987)
Proceden dos addenda, uno culto y otro cutre, ambos tajantes.
Addendum cutre:
Nos están meando y dicen que llueve (pintada suscrita con la A de los anarquistas, vista en octubre de 1987 en la calle de Melquiades Biencinto, Vallecas).
Addendum culto:
Nihil obstat (no me refiero al uso habitual de la frase nada se opone —resolución favorable de la censura eclesiástica— sino al uso propuesto por Maurice Baring en 1917: lema heráldico de la nueva arma, los carros de combate).
(El artículo y esta nota fueron recogidos en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
De haber escrito hoy el anterior comentario, hubiese sido más severo con las burdas pintadas. Quizás antes había algunas con gracia o con vigor, pero ahora, desde que las llaman grafitis (sic) en vez de pintadas, los letreros y monigotes se han vuelto cursis además de feos. Para colmo, dicen que en la próxima edición del Diccionario van a admitir el barbarismo analfabeto de grafiti, aunque otro informador más solvente me asegura que no, que lo que van a hacer es remitir desde grafiti a grafito, cuyo plural sería grafitos. Parece plausible puesto que en italiano, de donde viene la voz, en singular se dice graffito y en plural graffiti.
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(c) Marqués de Tamarón 2008
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