Viene esto a cuento de un texto de Antonio Machado, que acabamos de encontrar en nuestra búsqueda incansable de escritos políticos de literatos para estudiar su lenguaje, a veces peregrino cuando se lanzan al elogio o a la diatriba. Ante todo hemos de confesar que los artículos publicados por Antonio Machado durante la guerra civil nos han producido una admiración inesperada. No por ponderados —que no lo son nunca— sino por su limpio estilo literario, llano y pulido a la vez. A nosotros siempre nos había parecido Antonio Machado un poeta algo cursi, una especie de Campoamor de izquierdas. Competente pero feble, sin la imaginación relampagueante de García Lorca, sin la brillantez ocasional de Alberti, sin el patetismo de Miguel Hernández, sin la magia verbal de Eugenio d’Ors, sin el vigor de Rosales. Pero resulta que esos mismos defectos de su poesía, ese tono prosaico, lo convierten, claro está, en un excelente prosista y un sólido luchador en lo que él llamaba «retórica peleona o arte de descalabrar al prójimo con palabras». Escribe muchas simplezas como «cuando triunfe Moscú, no lo dudéis, habrá triunfado el Cristo» (el Deán anglicano de Cantórbery, Hewlett Johnson, dijo lo mismo con la doble agravante de ser clérigo y de haber estado en Moscú y podido ver la realidad) y se enternece don Antonio con Stalin y su «virtud suasoria», su «claridad de ideas», su «tranquila seguridad». «La lógica sigue siempre del lado de Stalin.» Todo lo más parece reprocharle una cierta tibieza política: «Stalin no es un fanático de la Revolución, pero carece del prejuicio antirrevolucionario.» Esto último debía de ser un consuelo para sus lectores enfervorizados del momento. Pero el caso es que todas estas insensateces —que llamaríamos machadas de no ser por miedo al retruécano— las hilvana con soltura y elegancia. Tiene un sentido instintivo del ritmo propio de la prosa castellana. Alterna párrafos largos con frases concisas. Nunca es pedante; tampoco vulgar. Siempre es un placer leer a este peculiar apologista de la dictadura del proletariado («¿por qué nos asustan tanto las palabras?» pregunta, angélico).
Pues bien, con tan correcta sencillez escribe Antonio Machado estas prosas de circunstancias o de encargo que no es de extrañar que evite los escabrosos errores de Mme. Littré o Mrs. Webster entre asombrar y sorprender. Comentando en 1937 el sexto aniversario de la proclamación de la República, y tras referirse a la salida de España de Alfonso XIII, escribe sobre el 14 de abril de 1931: «Un día de paz, que asombró al mundo entero. Alguien, sin embargo, echó de menos el crimen profético de un loco, que hubiera eliminado a un traidor. Pero nada hay, amigos, que sea perfecto en este mundo.» No entremos en el pesar del autor por la omisión del regicidio; sin duda es una mera licencia poética, como su invocación a Lister («Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, contento moriría»). Pero admiremos su talento de precursor al inventar la imagen, luego tan manida, de España como asombro del mundo. Con ella, a fin de cuentas, entronca la frase publicitaria del turismo en la época de Franco: España es diferente. Y no es sino plagio de Machado la frase de los tiempos de UCD: España asombrará al mundo. ¿O vendría la idea de más atrás? Bien pensado, puede que sea trasunto del «España, luz de Trento...». De asombrar a alumbrar o deslumbrar no hay más que un paso, que a los españoles nos gusta dar, convirtiéndonos si se tercia en «martillo de herejes».
Lo malo es que a veces el mundo nos sorprende en algo torvo cuando creemos estar asombrándolo con grandiosas machadas. Que nos pilla en flagrantes martillazos a herejes, en revoluciones, magnicidios o... simples estupros en la cocina.
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¡Lo que es la vanidad humana! Yo andaba tan ufano con haber inventado lo de «Antonio Machado, un poeta algo cursi, una especie de Campoamor de izquierdas». Mas he aquí que dos meses después de mi veredicto don Antonio Burgos (en el ABC, 18-11-85) hablaba de «el Machado mostrenco de Campoamor pasado por la Institución Libre de Enseñanza». La frase inquietó algo mi instinto de la propiedad, aunque mi engreimiento quedó incólume e incluso creció («la imitación es la forma más sincera del halago», etc.) El golpe vino cuando en un libro muy anterior a estos pronunciamientos nuestros leí: «Sí, un Antonio Machado más filosófico que metafísico, muy siglo XIX; sentencioso en aforismos rimados de un Sem Tob hecho Campoamor» (Juan Ramón Jiménez, Guerra en España). Hube de resignarme: cuando a uno se le ocurre algo ingenioso es probable que ya antes se le haya ocurrido a otro, y es seguro que se le ocurrirá a un tercero.
Mi único consuelo es comprobar que se abre camino el emparejamiento entre Campoamor y Machado; mi única duda es si será de verdad tan malo Campoamor. Confieso haber leído poco de él.
(Este artículo se publicó en el ABC del 14 de Septiembre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Siempre me digo que haber leído a alguien es haber leído todo lo de ese alguien. Es la falta de exhaustividad la que lleva a algunos, incluso no malintencionados, a colocarse bien en la parte alta, bien en la baja del columpio, y a opinar (qué palabra maltrecha) con esa falta de equilibrio al que llevan impepinablemente la ignorancia o la urgencia por abrir la boca. Callados estamos todos más guapos, sobre todo cuando no hemos tenido la precaución de ser exhaustivos (para empezar, claro, pues la exhaustividad es condición apenas necesaria pero no suficiente para estar eso, guapos hablando).
ResponderEliminarLe agradezco, Tamarón, la búsqueda incansable, y aprovecho su adjetivo para hacerme y hacer notar lo que de deporte de fondo tiene la vida estudiantil. Existimos los permeables a las enseñanzas del prójimo y existimos los que incluso las agradecemos explícitamente y sin bajar la mirada, por más que nos jodan. No sólo de soberbia está hecho el contertulio. Usted me hace rodajas a Machado, al simpático aunque cardoso prosista en verso de arte mayor. Me revienta además a una especie de doméstico ídolo del bachillerato. Qué le vamos a hacer, mea culpa, no había sido exhaustivo. Ni ganas que tuve, le advierto. Darío se me queda en la memoria; Machado no.
Gracias por esta mano que usted me da en la labor de irme roturando las entendederas. Como se solía decir cuando se era pobre y no se podía corresponder con nada digno, Dios se lo pague.
Campoamor tiene la poética más inteligente de su tiempo. Y la más moderna. Merece ser leída. Creo que hay una edición moderna al cuidado del crítico José Luis García Martin. Que su verso no remontara el vuelo es otra cosa. Predicó pero no dio ejemplo. Tanto Antonio como Manuel Machado son admiradores de Campoamor que, pese a su ramplonería como versificador, al menos era sencillo y se oponía a la ampulosidad de su época -al menos en teoría-. Tanto Manuel como Antonio Machado (los cito por orden de edad) tienen poemas dedicados a Campoamor reconociéndole su magisterio.
ResponderEliminarLa prosa de guerra de Antonio Machado me parece honrada para su circunstancias. Él se confiesa precavidamente un viejo liberal en su discurso a las Juventudes Socialista Unificadas e incapaz de aceptar el materialismo dialéctico. Nunca fue a Rusia, pero repite que lo mejor que nos puede llegar de ella, del pueblo ruso, es una visión más directa del Cristo. No fue ni combatiente ni comisario político, por lo que pudo mantener una opinión de una República traída por el pueblo y segada por un golpe de Estado militar. Rusia ayudaba a la República española, luego su comportamiento era correcto, y no como las democracias occidentales que escurrían el bulto. Él supo poco del escoramiento a la dictadura bolquevique de la República (lo veía como propaganda fascista) y fue un gran poeta. Que sea un gran poeta nada tiene que ver con sus ideas. La mayoría de los poetas que he admirado como maestros tienen a él como maestro, de la altura de un fray Luis. Pero a nadie puede gustarle todos los clásicos. A este respecto, Auden afirmaba que el crítico que decía que se deleitaba con la lectura de Homero, Virgilio, etc. (y aquí seguía todo el "canon" occidental), o no entendía nada de poesía o mentía como un bellaco. Por lo que me parece refrescante que Tamarón haga público su poco aprecio por la lírica de un clásico contemporáneo. Eso es lucidez, no cinismo. Hay poetas menores que nos gustan mucho más que los grandes clásicos, quizá por motivos personales, y esto lo hemos experimentado todos. Disfruto mucho leyendo la inteligente ironía de Tamarón. Le agradeceríamos que se prodigara más
Fernando Ortiz
Suscribo al 100% el texto de Fernando Ortiz; y, para posibles interesados, añado que en efecto hay edición moderna de la Poética de Campoamor, publicada en 1995 en la colección "Universos" de "Llibros del Pexe", y efectivamente al cuidado de JLGM. Y de veras merece la lectura, como en su momento ya señalaron Cernuda o Vicente Gaos.
ResponderEliminar¿Es tan malo Campoamor? Esta pregunta se la hizo Juan Luis Alborg cuando escribió su Historia de la Literatura Española, y respondió con esta cita de Dámaso Alonso: "No estamos aún preparados para hacer justicia a Campoamor. La reacción, primero violenta, después despectiva y al fin de mera ignorancia, contraria a él, alcanza ya a tres generaciones. Espero que llegará un día en que se reconozca cuán original fue su posición dentro del siglo XIX español, cuán desigual fue la lucha entre su propósito y los medios estilísticos que supo o pudo allegar para ello". Merece la pena leer las más de cien páginas que le dedica Alborg, con abundantes citas de Gaos -autor de un sugerente ensayo titulado "Campoamor, precursor de T.S. Eliot"- y Cossío, para reconocer, al menos, su mérito como teórico del arte poético.
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