El dicho «cada loco con su tema» se refiere a la tema («idea fija que suelen tener los dementes», según el Diccionario) y no al tema (una de las temas o fetiches verbales de los políticos y periodistas de hoy cuando no saben qué decir). Dicha casta —no la de los locos, sino la de los políticos, periodistas, burócratas y demás formadores de opinión, «opinion-makers» en inglés— es muy aficionada a ciertas palabras, en general equivocadas, a las que atribuye valor mágico. Con razón, porque suelen permitirle ocultar la indigencia o lo torcido de sus razonamientos. De esas temas en boga hemos comentado ya varias, pero el disparatorio contemporáneo es rico y conviene proseguir su estudio.
Animal político.— Aristóteles dijo que el hombre es por naturaleza un «zoon politikon», o sea, un animal social y político en el sentido de dado a la vida en comunidad. Es notable dislate decir, como empieza a ser habitual, que el ministro Fulano o el diputado Mengano son animales políticos. Ya Unamuno aseguraba que los únicos animales son los que traducen así. Y es verdad, pero ¿qué más nos da que los formadores de opinión se llamen animales entre ellos? Sus razones tendrán. Será que han convertido la razón de estado en razón de establo, que decía el clásico español.
Tecnología.— No se llega a ninguna parte diciendo técnica. Hay que decir tecnología, que es más largo y más distinguido. Como hay que decir «noujau» (know-how) en lugar de pericia o conocimientos. La última edición del Diccionario de la Real Academia define técnica como el «conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte» y tecnología como el «conjunto de los conocimientos propios de un oficio mecánico o arte industrial». La diferencia parece clara. Sin embargo, al redactor del preámbulo de ese mismo Diccionario no debió de gustarle y sacrificó la precisión verbal ante el fetiche, escribiendo esperanzado: «Es posible que las nuevas tecnologías que se han empleado en esta edición permitan que se haga la vigésimo primera en un plazo bastante más corto que el que separa la vigésima de la décimo novena.» En fin, vivan las tecnologías si nos evitan otros catorce años de espera hasta la próxima edición.
Compromiso.—El Sr Garrett, que dio clases de inglés a cientos de diplomáticos españoles, gustaba de decirles en broma que el castellano es tan intransigente que carece de una palabra que traduzca el «compromise» inglés, y que no deja de ser revelador que componenda tenga un claro sentido peyorativo. Quizá por eso nuestros diplomáticos —y detrás de ellos los susodichos formadores de opinión, como borregos— se apresuraron a lanzar el anglicismo compromiso. Lo único que han conseguido es que nuestra lengua sea un poquito más ambigua y pobre —mala cosa para la diplomacia— al desdibujar las acepciones legítimas de compromiso. Ni siquiera se trata de uno de esos neologismos necesarios, que llenan un hueco irritante. Es cierto que avenencia o arreglo no recogen el sentido de concesiones mutuas que tiene el pragmático «compromise» inglés. Pero acomodamiento y ajuste sí. Como también transacción. Bien, pues a pesar de todo se va extendiendo el uso espurio de compromiso. Su única ventaja —para los políticos, claro está, no para el resto de los españoles— es que cuando un hombre público dice que ha llegado a un compromiso con alguien ya no se sabe si se ha comprometido o ha transigido en algo.
Parámetros.— Es la tema perfecta, el fetiche más milagrero de los formadores de opinión. No quiere decir nada en absoluto. Nada. O todo, según el tono de voz o la intención íntima del que la usa. Intención que no hay por qué manifestar. Es un simple ruido, o garabato escrito. Se comprende que a los que viven de la ambigüedad les guste más que a un tonto un látigo. El Diccionario dice que parámetro es la «línea constante e invariable que entra en la ecuación de algunas curvas, y muy señaladamente en la de la parábola». Como eso sólo lo entienden los doctores en Ciencias Exactas, a los demás se nos puede hablar con impunidad de parámetros atribuyéndoles al azar el significado de marco conceptual de una cuestión, líneas generales de un problema, condicionamientos, solución, imposibilidad de toda solución. Cualquier cosa.
Por este camino llegaremos al lenguaje inefable. Inefable quiere decir, en puridad, que no se puede hablar. Cada cual hará su gárgara o su cacareo o su gruñido y le dará el sentido que le plazca, sin preocuparse de que lo entiendan o preocupándose de que no lo entiendan. Cuando llegue ese día del guirigay total habrá desaparecido la civilización y sólo podremos llorarla o encogernos de hombros y decir: «Cada loco con su tema.»
La tema del parámetro fue de nuevo examinada en el ABC el 4 de agosto de 1987, por don Fernando Lázaro Carreter. Aludió a su origen italiano y perfecta inutilidad —salvo para los estafadores— y provocó la apología proparamétrica del catedrático de Lógica don Manuel Garrido. A ésta replicó el profesor Lázaro (ABC, 17-10-87) reiterando su pobre opinión del parámetro extramatemático, «una intromisión pedantesca en nuestro buen hablar». Y en el mismo periódico (13-11-87) volvió a la carga, airado pero docto, el profesor Garrido. No me convence su defensa del parámetro de los formadores de opinión; peca de optimismo impropio de un catedrático de Lógica si no ve el peligro de dar semejante arma polisilábica a los charlatanes.
(Este artículo apareción en el ABC del 29 de Junio de 1985 y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))
P.D.:
“Razones, no de Estado, sino de establo” es frase aplicada a Maquiavelo por Baltasar Gracián (El Criticón, Primera Parte, Crisi Séptima). Ahora recuerdo que cuando escribí este artículo hace 26 años me cansó comprobar si la frase era de Gracián y acudí al fácil recurso de atribuírsela a “el clásico español”. Pero en la actualidad basta con teclear una frase en un buscador para que unos apuntalen su cultura tambaleante y otros finjan la suya. Está claro que los dos únicos inventos útiles de los últimos lustros son el Goretex y el Internet, aparte de medicinas que pronto harán invivible el planeta de los siete mil millones de hombres.
Otrosí, también acabo de recordar que mi docto amigo Joaquín Torrente me señaló hace mucho que la expresión en puridad es equívoca. Y, en efecto, verifico ahora que puede querer decir tanto “sin rebozo, claramente y sin rodeos” como “secretamente” (DRAE, 2001). Como para creer que la ambigüedad es fruto reciente en nuestra lengua. Se conoce que siempre hubo formadores de opinión y otros estafadores más amigos de la oscuridad que de la pura puridad.
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
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La vida está llena de parábolas (¿asentadas?):
ResponderEliminar"Queda mucho camino que recorrer, pero los parámetros de la paz están bien asentados", sostiene Moratinos, que cree que en la actualidad "estamos mejor que en el año 1991".
Las palabras "nuevas tecnologías" han contraído unión indisoluble y en el ámbito legislativo, por poner un ejemplo, no hay exposición de motivos en la que falte este dúo. Lo mismo sucede con las "redes sociales", también devenidas inseparables por el uso privado y oficial.
ResponderEliminarSi uno rastrea la expresión "en puridad" verá que en nuestros días lo habitual no es emplearla con el significado que le atribuye el DRAE sino como sinónimo de la expresión "en sentido estricto" o "en rigor". No siempre ha sido así; en nuestro Siglo de Oro "en puridad" significaba siempre "en secreto", y ese uso es el que encontramos en Cervantes (Capítulo LII de la segunda parte de El Quijote), en Lope, en Calderón y en Tirso. Valga para todos ellos esta cita de La Villana de la Sagra, de Fray Gabriel Téllez, precedida de la acotación escénica "Don Luis habla aparte con Angélica y Carrasco con Doña Inés":
Oiga aquí aparte
Quiero hablalla en puridad,
que tengo que hacer un poco
y quiero dalle un recado
que el peregrino me ha dado
a quien en mi ayuda invoco.
En el siglo XIX los hombres de letras sabían bien lo que les esperaba cuando alguien anunciaba que iba a hablar en puridad. Don Juan Valera, por ejemplo, escribía en carta a Ernest Mérimée el 25 de abril de 1902 a propósito de Don Ramón de Campoamor: "Por lo que a mí atañe, hablando en puridad y por más que me esfuerce, nunca he podido participar de la admiración de los críticos de allende por las Humoradas, las Doloras y los Pequeños Poemas". Hay una carta del portugués Domingo Garcia Peres a Don Marcelino Menéndez Pelayo en la que leemos: "En puridad le digo que el concepto que me merece el Sr. Castelar es que si su palavra (sic) espontánea, armoniosa y fosforica puede fascinar al oyente, el lector reflexivo de entre tantas flores coge escaso fruto, y éste de poca miga y menos jugo." Es verdad que "secretamente" y "sin rodeos" parecen antitéticos, pero la verdad es que no lo son tanto. Al fin y al cabo no siempre se puede hablar sin ambages si no es en la intimidad; en puridad en ambos casos. Véase para ello este "Solo" de Clarín:
"El trece de Febrero",
hablando con franqueza
y para ser sincero,
es un drama sin pies y sin cabeza.
Esto es, en puridad, Fabián amigo,
y cuenta que a ti solo te lo digo.
¿Y la problemática que nos rodea? ¿No es horrorosa?
ResponderEliminarSí, la problemática es horrorosa. Y la palabra también. Pero decir problema parece hoy en día soso y poca cosa. Problemática, en cambio, añade el prestigio que da una sílaba más y ser palabra esdrújula ¿Le parece poco para que el cursi postmoderno se sienta ufano? La Insobornable Contemporaneidad consiste en eso, en dejarse sobornar por todo, hasta por las esdrújulas.
ResponderEliminarAntes de entrar el anglicismo en la lengua diplomática española, ¿cómo era conocido el histórico y medieval Compromiso de Caspe?
ResponderEliminarSupongo que el Compromiso de Caspe se llamaría Compromiso de Caspe. Pero pudo llamarse fallo o sentencia, al ser emitido por los nueve compromisarios reunidos en Caspe en 1412 para escoger a uno de los seis candidatos al trono de Aragón. O pudo llamarse Compromís de Casp (en catalán y supongo que en valenciano). Aunque, todo hay que decirlo, no ha faltado algún historiador como Domenech y Montaner que lo llame la iniquitat de Casp.
ResponderEliminarPara volver al meollo de la cuestión -la acepción clásica en español de compromiso como obligación contraida y la acepción recientemente introducida de arreglo o transacción o acomodamiento, o sea, calco del compromise inglés- convendría recordar lo que dice el DRAE:
compromiso.
(Del lat. compromissum).
1. m. Obligación contraída.
2. m. Palabra dada.
3. m. Dificultad, embarazo, empeño. Estoy en un compromiso.
4. m. Delegación que para proveer ciertos cargos eclesiásticos o civiles hacen los electores en uno o más de ellos a fin de que designen el que haya de ser nombrado.
5. m. Promesa de matrimonio.
6. m. Der. Convenio entre litigantes, por el cual someten su litigio a árbitros o amigables componedores.
7. m. Der. Escritura o instrumento en que las partes otorgan este convenio.
de ~.
1. loc. adj. Dicho de una solución, de una respuesta, etc.: Que se dan por obligación o necesidad, para complacer.
estar, o poner, en ~.
1. locs. verbs. desus. Estar, o poner, en duda algo que antes era claro y seguro.
sin ~.
1. loc. adv. Sin contraer ninguna obligación. Se puede probar el traje sin compromiso.
2. loc. adj. Sin novio o novia. Está soltero y sin compromiso.
No veo rastro que permita adecuar la palabra al nuevo uso importado del inglés.
El Compromiso de Caspe se pudo llamar en castellano moderno pero no en castellano de la Insobornable Contemporaneidad compromiso (acepciones 1, 2, 4, 6 o 7).
O sea, cualquier acepción salvo la 3 (dificultad, embarazo...) y la 5 (promesa de matrimonio).