Tras muchas y gratas conversaciones con José Antonio Martínez Climent lo convencí para que recogiera de su puño y letra alguno de sus puntos de vista sobre lo liberal reaccionario. Ahí va, con mi agradecimiento al autor.
José Antonio Martínez Climent, fotografía de Carlos Espeso para El Norte de Castilla |
¿Cuántos
de nosotros no tenemos ya una cierta edad que nos permita hablar sosegada y
abiertamente? Esta justificación, que bien escrita abriría una novela de
Maugham, me es útil para afirmar que uno es un maníaco. Mas, y por seguir
buscando el tono del inglés, confío en no haber causado alarma entre los
lectores del Marqués de Tamarón. Deben saber que, pese a una cierta propensión
a la repetición, me refiero más a la manía de aire griego que a la que
patrocina la ya no tan joven princesita del salón escribiente europeo: la
psicología. Esa mezcla inextricable de antigüedad y vida moderna sólo puede
agradecerse, y reconocer, como un día hiciera A. O. Barnabooth, que no
disponemos de suficientes horas al día para tratar a nuestras manías como se merecen.
Al
desligarlas de su medio psicológico, es decir, al sustraerlas de las garras de
la enfermedad, recobran un cierto prestigio, y queda uno en libertad para
devorar tres platos de arroz con leche en el postre o para afirmar sin pudor
que ha releído a Ortega. Se hace uno así poseedor de una largueza peculiar en
su trato con el mundo, cuyos objetos, colores, seres y matices se presentan con
perfiles netos, cuando los tienen, o en su indecible borrosidad, como es más
frecuente. Quizá debiera decir «liberalidad» en lugar de «libertad», pues esa
anchura se ejerce sujeta por invisibles restricciones que al irrestricto hombre
moderno se le antojan literarias, en el mejor de los casos. Nietzsche o el
propio Ortega dieron cuenta de esa arquitectura, de ese armazón que nos retiene
y del que, tarde o temprano, nos veremos desprendidos; pues si algo no se
presenta de forma neta en nuestras vidas es la moral, al modo en que lo hace
ante el hombre pequeño-burgués, de envidiable clarividencia.
Esa pugna con el mundo provoca una serie de respuestas que, para mayor confusión del psicólogo, no son tanto de orden razonable como instintivo. Al conjunto de respuestas visibles y al fabuloso cuerpo rocoso que se adivina bajo ellas se le llama «reacción». Forma un complejo de reflejos corporales y mentales que, admitámoslo, con el paso del tiempo se vuelve algo rígido, e incluso llega a sedimentar en nuestras viejas y queridas manías. Todo ello es más posible aún porque el maniático liberal reaccionario comprende por instinto y desde siempre que el medio que estimula sus resortes es invencible. Sabe que el retiro parcial del mundo de hoy, empezando por el rechazo a su lenguaje, constituye una forma de religión (en la que para el creyente cabe Cristo, o se desprende de Él), puede que la única. ¿Cuál, pues, sería su INRI? Aunque he olvidado de quién es la cita, sé que Trapiello lo trajo no hace mucho a colación: «Solitarios del mundo, uníos». Se abren las catacumbas.
José Antonio Martínez Climent
En un meandro del Pisuerga, a comienzos del AD MMXV.