Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Ortega escribe a los niños españoles

viernes, 27 de junio de 2025

Ortega escribe a los niños españoles

 José Ortega y Gasset 

La variedad de los temas tratados en un momento u otro por José Ortega y Gasset sorprende. Y sorprende más todavía la variedad en el tono y enfoque de sus opiniones. En el fondo de su pensamiento late un profundo sentido reaccionario ante la política del momento y el pensamiento del pasado. Cuanto más leo y releo sus artículos y ensayos, más lamento que no escribiera novelas ni poesía. No obstante, algo queda muy claro para quien no se empeñe en cerrar los ojos:  Ortega sembró toda su vasta obra con fogonazos reaccionarios entre otros destellos conservadores. Pero si la substancia era muy de derechas, la forma no siempre tenía el mismo tono. No por oportunismo sino por consideraciones formales, de estilo literario. Cuando ya estallaba de ansias de acción dinámica, coincidiendo con la crisis final de la monarquía de  Alfonso XIII, acuñó el grito teatral Delenda est monarchia, el 15 de noviembre de 1930 en el periódico El Sol, que por cierto era liberal, no otra cosa. Por cierto, que Ortega entonces como en otras ocasiones actuó de acuerdo con sus sentimientos más que con sus ideas.

En fin, el resto es historia. Pero como todas las historias, aparece reflejada en donde menos se espera. A continuación, me atrevo a copiar literalmente un maravilloso ejemplo de Ortega en funciones taumatúrgicas. Ojalá todos los niños hubiesen leído y meditado esta hermosa, atrevida y perspicaz exhortación:


PARA LOS NIÑOS ESPAÑOLES  

“El porvenir de España depende enteramente de vosotros los niños españoles. Y dentro de vosotros, niños españoles, depende enteramente de que aprendáis o no aprendáis una cosa. ¿Sabéis cuál? Esto que habéis de aprender y cultivar en vosotros exquisitamente, niños españoles, es lo que en mayor grado faltaba a nuestros padres y nuestros abuelos. ¿Sabéis qué es? ¡Ah!, una cosa que parece muy sencilla. Esta: distinguir entre personas. 

No ignoráis que con el ejercicio y el adiestramiento consigue el hombre perfeccionar incalculablemente su capacidad de distinguir. El pintor llega a notar la diferencia entre colores que a los demás parecen iguales. El músico distingue las más leves divergencias entre los sonidos. Para el que es catador de vinos, como lo fue el padre de Sancho Panza, no hay dos vinos iguales. La palabra "sabio" significó en un principio el que distingue de sabores.

Pues bien, la vida de una sociedad y más aún la de un pueblo depende de que sus individuos sepan bien distinguir entre los hombres y no confundan jamás al tonto con el inteligente, al bueno con el malo.

Mirad: a la hora en que escribo esto para vosotros hay en España, desgraciadamente, muy pocos hombres inteligentes y de corazón delicado. Solo esos hombres puros, espirituales, profundos y nobles podrían mejorar a la patria. Pero no logran que se les atienda.

Porque los españoles que ahora forman nuestra sociedad no saben distinguir entre hombres y, acaso de buena fe, creen que son inteligentes los que son más necios, que son buenos los que son más farsantes. Ya sabéis que hay enfermos de la visión los cuales ven grises los objetos azules. Una cosa parecida nos acontece hoy a los españoles: padecemos una perversión del juicio sobre personas. Se juzga inteligentes a esos vanos charladores que llaman "políticos". Se cree que es buen poeta, buen novelista, buen profesor el que más lugares comunes dice, el que mejor halaga al público repitiendo las tonterías que este pensaba veinte años hace.

Y en tanto los mejores, los que verdaderamente valen son poco conocidos, nadie les hace caso o, tal vez, se les combate en todas formas.

¿Veis cuán importante seria que vosotros llegaseis a la madurez con una exquisita sensibilidad para distinguir entre el valer verdadero y el falso?

A este fin yo os recomendaría, entre otras, cuatro reglas o criterios:

1ª No hagáis nunca caso de lo que la gente opina. La gente es toda una muchedumbre que os rodea -en vuestra casa, en la escuela, en la Universidad, en la tertulia de amigos, en el Parlamento, en el circulo, en los periódicos. Fijaos y advertiréis que esa gente no sabe nunca por qué dice lo que dice, no prueba sus opiniones, juzga por pasión, no por razón.

2ª Consecuencia de la anterior. No os dejéis jamás contagiar por la opinión ajena. Procurad convenceros, huid de contagios. El alma que piensa siente y quiere por contagio es un alma vil, sin vigor propio.

3ª Decir de un hombre que tiene verdadero valor moral o intelectual es una misma cosa con decir que en su modo de sentir o de pensar se ha elevado sobre el sentir y el pensar vulgares. Por esto es más difícil de comprender y, además, lo que dice y hace choca con lo habitual. De antemano, pues, sabemos que lo más valioso tendrá que parecernos, al primer momento, extraño, difícil, insólito y hasta enojoso.

4ª En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veáis que de una parte combaten muchos y de otra pocos, sospechad que la razón está en estos últimos.

Noblemente prestad vuestro auxilio a los que son menos contra los que son más.”

  

Texto escrito por Ortega y Gasset para su inclusión en el volumen Nuestra raza, libro de lectura manuscrita escolar. Editorial Hispano-Americana. Reus, 1928.


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