Se ha dicho de Don José Ortega y Gasset que era hombre de mal genio y buen carácter. Nada, pues, comparado con Unamuno, a quien el propio Ortega llamó energúmeno, tal vez por aliteración.
Quizá por eso a algún gracioso pudo recordarle al personaje bipolar de Robert Louis Stevenson, Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Mi padre pensaba lo contrario, que el eminente profesor era bastante apacible, como lo demostró en una larga travesía marítima de Barcelona a Buenos Aires. Se fue creando una pequeña tertulia en la cubierta donde Ortega llevaba la voz cantante. Un buen día la conversación versó sobre los toros y Don José lució toda su retórica brillante pero con poca base en el arte del toreo. Ya al final le preguntó a mi padre qué pensaba él sobre sobre lo allí dicho, a lo cual le contestó entre tímido y malhumorado:
- Profesor, yo pienso que usted sabe muchísimo de filosofía...Pero de toros...sabe poco.
Don José mostrose ofendido y mi padre nunca se convenció de haber obrado como es debido hablando con un gran sabio.
A fin de cuentas, a todos nos gusta más presumir de algo ajeno a nuestra profesión que de jactarnos de lo que de verdad sabemos. Entre el homo universalis y el fantasma no hay más que un paso.
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