UNA de las falacias más repetidas es que los
españoles son indiferentes ante la Naturaleza. Sorprende esta afirmación
reiterada y gratuita -auténtica falacia patética, que diría Ruskin- cuando todo
a nuestro alrededor indica que en su mayoría los españoles no sólo no son
indiferentes ante la Naturaleza, sino que con notable eficacia la detestan. Esa
antipatía se manifiesta a veces de forma canallesca, quemando el monte o envenenando
animales. En otras ocasiones el estilo es tan sólo achulado, y se desparrama
basura en parajes de singular belleza, estridencias de discoteca y moto en el
corazón del silencio, pintadas procaces o mitineras en las rocas. Es una manera
de decir, con desplante de imbécil, «por aquí he pasado yo, que no soy menos
que ese roble tan viejo o esa águila que salió huyendo».
Pero las más de las veces el odio rezuma por
omisión más que por acción: los vecinos se sonríen ante el atropello, el juez
se encoge de hombros, el Ayuntamiento se inhibe, los Gobiernos callan o fingen.
Es la más sincera de las connivencias. «Vaya usted a saber quién lo hizo, sería
muy difícil probarlo, además el bosque era muy viejo, y ya es hora de que esto
beneficie a las personas y no sólo a los pajaritos». Y suspiran satisfechos los
especuladores urbanos, tratantes de madera quemada, cazadores furtivos,
extorsionistas, camellos de la droga, piariegos y retenes renegados.
El ejemplo perfecto de la mezcla de
resentimiento y estupidez demagógica fue aquella brillante coletilla al lema de
la vieja campaña contra los fuegos forestales: «Cuando arde un bosque, algo
suyo se quema, señor conde». Añadiendo esas dos palabras, el gracioso -creo
recordar que en La Codorniz-
convertía el incendio en un acto progresista, puesto que fastidiaba a la
oligarquía. Y además heroico, ya que en aquel entonces la Guardia Civil aún era
o podía ser severa.
Huelga decir que esa
bellaquería en particular no es ya políticamente correcta. Pero otras sí, pues
casi todo es turbio en ciertas actitudes sociales. Ni siquiera los
delincuentes, que deberían ser fieles a su imagen social de dechado de lógica
-lógica egoísta y amoral, pero lógica al fin- son tal cosa cuando se dedican a
destruir la Naturaleza. Rara vez actúan con la frialdad de un delincuente
puramente racional, como por ejemplo un monedero falso. Éste tan sólo busca el
estricto provecho económico, mientras que el incendiario, con independencia del
posible lucro, suele disfrutar haciendo daño. Diríase que en ese terreno hay
tanto o más odio que codicia. A veces cabe preguntarse si ciertos vertidos
tóxicos o incendios no tendrán más en común con los crímenes de los violadores
que con los de malhechores supuestamente racionales como los ladrones. Después
de todo es de suponer que el sueño de quien aspira a hacer el mal perfecto es
mancillar a su madre y luego matarla, y eso es, en exacta metáfora, lo que
hacen miles de autores de delitos ecológicos al año, sobre todo en verano. Si
tan sólo buscasen el lucro, es probable que escogieran otros delitos más
rentables y que causan menos dolor innecesario.
Lo más triste, sin embargo,
es que lo turbio de las motivaciones de los delincuentes parece desdibujar las
propias reacciones de la opinión pública, de las autoridades y de los
periodistas. No conozco otro ámbito donde haya menos ideas claras y menos
acciones decididas. Abunda, eso sí, la palabrería. Todas las fuerzas políticas
coinciden en sus ansias retóricas de «preservar el medio ambiente» (artículo 38
de la Constitución de 1978), pero ninguna muestra respeto siquiera por su
propio nombre; se conoce que no va con ellas lo de nomen est omen. Los socialistas valoran muy poco en la práctica el
primer bien social, que es la Naturaleza. A los conservadores no les interesa
mucho conservar esta vieja piel de toro, tan llena de mataduras. Los verdes,
absortos en la izquierda unida, tienen mucho más de izquierdistas que de
verdes. Y los llamados ecologistas nunca se manifiestan cuando el desastre
ecológico ocurre donde gobiernan las izquierdas.
Prueba de lo que antecede es
la anarquía urbanística en casi todos los municipios españoles. Sea cual sea su
militancia política, el sueño megalómano de un alcalde es benidormizar entero su término municipal, edificarlo del uno al otro
confín. Yerran quienes atribuyen el anhelo a un afán de beneficio personal. Por
lo común no se trata de cohecho sino de una fe pétrea en el progreso, entendido
éste como un aumento acelerado del casco urbano y del número de automóviles en
circulación.
Contra creencia tan firme no
hay leyes que valgan, y menos en un país latino, donde la tradición es legislar
profusamente pero sin luego aplicar las normas con demasiado rigor. A veces,
sin embargo, triunfan paradójicos escrúpulos y ocurre, por ejemplo, que se
paraliza la declaración de tal Parque Nacional para no verse obligados a
entorpecer los negocios de la construcción ni sufrir la consiguiente pérdida de
votos.
Quizá por el mismo prurito
oficial de discreción -acaso para evitar la llamada alarma social- no sea
posible averiguar cuántos están en la cárcel tras los incendios, casi todos
provocados, de 180.000 hectáreas forestales en toda España durante el pasado
año 2005, o por cualquier otro delito ecológico (se dice oficiosamente que
nadie está en prisión por un quítame allá esas pajas, aun ardientes). Pero
cuesta creer que haya voluntad oficial de sigilo, pues los poderes públicos no
pueden ignorar el auténtico sentir popular ante todos estos abusos y delitos:
la sonrisa suficiente. Como mucho, los políticos evitarán en lo sucesivo
reconocer las amplias complicidades del pueblo soberano con los incendiarios,
después del revuelo causado en agosto pasado por la franqueza de la ministra de
Medio Ambiente al admitir que existía «tolerancia social» en Galicia y en el
resto de España, que impedía la identificación de los culpables.
A la tolerancia podía haber
añadido la desidia. Mientras escribo estas líneas y para no perder el sentido
de la realidad más humilde, tengo a mi lado una bolsa de carbón vegetal para
barbacoas hecho en el Paraguay y comprado esta primavera en unos grandes
almacenes madrileños. O sea, que mientras ardían los montes españoles porque
nadie era capaz de atajar el fuego, ya que el sotobosque no se mantiene limpio
desde que desapareció el piconeo, estábamos importando picón de una selva
situada a diez mil kilómetros de distancia.
Y es que aquí, como en otros
asuntos nacionales, el problema no está tanto en el Gobierno o los Gobiernos de
la nación cuanto en la nación del Gobierno. Un pueblo que no cree en él mismo
-en su historia ni en su naturaleza- mal puede exigir fe y voluntad a sus
Gobiernos. Y éstos -unos más que otros, es cierto- tendrán la perpetua
tentación de zanjar los problemas «como sea». Es decir, sin resolverlos.
Leer el artículo en el ABC
(c) Marqués de Tamarón 2008
Estaría muy bien publicar un mapa-guía de "El rompimiento de gloria" mostrando aquellos sólo aquellos lugares que podemos invadir los domingueros...
ResponderEliminarLo más específico de los españoles (generalizando) en esto de la relación con la naturaleza, me parece, es lo de confundir el progreso con el número de coches y la urbanización desenfrenada. Si se visitan algunos pueblos de países que nos dan cien vueltas en "progreso" (innovación, patentes, renta per cápita) comprobamos el explícito afán por respetar la naturaleza, convivir con ella e incluso disfrutarla. De todas maneras creo que hemos progresado ¿No es cuestión de ser más ricos y valorar por lo tanto lo más escaso?
ResponderEliminarLo que yo no sé es si se puede ser dominguero y ecologista al mismo tiempo. O ni lo uno ni lo otro inpunemente en nuestros tiempos.
ResponderEliminarMaximator
Seguro que este artículo no lo han leído ni Zapatero ni Rajoy (ni ninguno de sus precedesores, por cierto, o caciques autonómicos). De haberlo hecho España sería otra cosa
ResponderEliminarInteresante opinion de tus compatriotas, Tamarón, ¿Vas a refinar a los "commoneers" con estos comentarios? Quiza si les mandaramos a todos a Inglaterra un par de años volvieran con mayor interes por el "birdwatching" y la botanica, suponiendo que vayan al "Chelsea Flower Show" y no al estadio del Arsenal.
ResponderEliminarConcluyo al leer tu articulo que precisamente Ayuntamientos, forestales, y demas funcionarios son incapaces de cuidar de la Naturaleza,bien,eso es asi: Prueba de ello es que los terrenos peor conservados, donde hay mas asentamientos de viviendas ilegales, donde menos fauna y vegetacion queda son los terrenos de dominio publico como cañadas y dominio publico fluvial. Por eso es asombroso que apoyes una iniciativa como es el Parque Nacional de Cumbres de Guadarrama.
Gracias, estimado y valeroso Anónimo, por su comentario, que acabo de publicar con sus faltas de ortografía en varios idiomas.
ResponderEliminarLo dirige a una entrada mía de hace dos años y medio, con lo cual deduzco fácilmente quién se esconde tras el anónimo. Y no, no confío en "refinar" mucho al tercer estado, pero tal vez un poco al primero y al segundo de los estamentos. No les vendría mal mejorar en ortografía, por ejemplo.