Marie "Missie" Vassiltchikov
Edición y comentarios de
George Vassiltchikov
Traducción de R. Vilagrassa
Acantilado, Barcelona, 2004
509 páginas, 25 euros
Mientras Hitler se refocilaba contemplando las películas que le pasaban de las ejecuciones de los conjurados del 20 de julio de 1944 --estrangulados con cuerdas de piano por orden del Führer, para que durara más la agonía-- Missie Vassiltchikov se jugaba la vida haciendo dos cosas que consideraba necesarias y de las que no se jacta: buscar un pope ruso para que dijese una misa por lo ya muertos y por los demás acusados (tan sólo pudo asistir ella) y llevar a la cárcel, con una amiga, paquetes de comida para los cautivos, de los que había sido confidente y correo, desechando la posibilidad de escaparse a Suiza. No le faltó valor a la joven princesa rusa, sobre todo si se tiene en cuenta que mientras tanto el pueblo alemán rugía pidiendo el castigo ejemplar de la clase alta, culpable a sus ojos de traición por el intento de asesinar a Hitler.
Fue entonces cuando éste --jaleado por quienes, como el periódico oficial de las SS, vociferaban contra "Los cerdos traidores de sangre azul"-- lamentó ante sus próximos no haber seguido mejor el modelo soviético y no haber purgado de nobles las fuerzas armadas alemanas, lo cual tenía cierta lógica nacional-socialista. Incluso declaró que debería haber apoyado al Frente Popular y no a los Nacionales en la Guerra civil española. Se comprende que aun hoy el Conde de Stauffenberg, hijo del principal autor del atentado contra Hitler, siga corrigiendo --en los periódicos, como antes en los parlamentos, alemán y europeo, donde fue diputado-- a quienes dicen nazi en lugar de nacional-socialista, que es como se llamaba y lo que era aquel partido político.
Hacía falta, sí, mucho valor, y no sólo físico, para nadar contra corriente, y aun contra varias corrientes cruzadas, en aquellos tiempos. Ese insólito valor lo tuvieron la autora y muchos de sus amigos que aparecen retratados con unos pocos trazos, simples pero que no ocultan los trágicos dilemas que afrontaban y los matices sutiles de sus personalidades, que afloraban bajo la presión terrible de la guerra y de la conjura. Adam von Trott, el diplomático y amigo íntimo de la autora, se duerme o finge dormir en una reunión de trabajo con su jefe, una especie de comisario político de las SS, al que suele tratar con desprecio ostensible (¿por clasismo suicida? ¿o peligroso sentido del humor?). El Príncipe Heinrich Wittgenstein, uno de los mejores pilotos de la Luftwaffe, solía volar de paisano, y alguna vez de esmoquin, echándose una gabardina por encima; hubiera muerto como el anterior, ejecutado por Hitler, si no se hubiese adelantado la RAF. La noche en que murió había ya derribado cinco aviones aliados y en total 83 durante la guerra, pese a lo cual --o acaso por ello mismo-- los ingleses dejaron caer una corona de flores donde había muerto su enemigo. El Conde Gottfried Bismarck, cuando la Gestapo estaba a punto de detenerlo, se resistía a deshacerse de los restos de explosivos en su despacho "para intentarlo otra vez". Fue apresado y torturado, pero no ejecutado. Causa tristeza leer que tras sobrevivir a tanto, Bismarck y su mujer se mataron poco después de la guerra en un accidente de automóvil. En cambio alegra leer que el juez sádico que presidió el Tribunal Popular que condenó a los conjurados del 20 de julio (Freisler, un antiguo comunista converso al nacional-socialismo) murió en un bombardeo mientras juzgaba a Fabian von Schlabrendorff, que se salvó tanto del bombardeo como de la sentencia.
Estos diarios de guerra se pueden leer como un documento histórico o como un testimonio psicológico, pero en cualquier caso cautivan por la evidente sinceridad de la autora y el vigor sencillo del relato ("si al odio no respondes con más odio, y encima / no te las das de justo, ni de sabio al hablar" traduce Ucelay a Kipling). Sin duda tienen más interés histórico las páginas consagradas a los años 1940-1944, tiempo que la autora pasó casi todo trabajando en el servicio de Prensa del Ministerio de Negocios Extranjeros, y por supuesto lo más notable es lo relacionado con el intento de magnicidio. Aunque sólo sea por el resultado --más de 11.000 ejecuciones, la flor y nata de una nación ya desangrada por la guerra, pero unos jirones de honor que se salvan-- el 20 de julio de 1944 es una fecha histórica señera.
La última parte de los diarios --1945 y el trabajo de Missie Vassiltchivkov como enfermera en Viena-- sigue teniendo un hondo interés humano. Los bombardeos de Viena --como los de Berlín en páginas anteriores-- son, junto con las visitas de la autora a la cárcel y sus experiencias en el hospital de sangre, páginas muy duras de leer pero tan desprovistas de autocompasión y tan llenas de modestia que no dejan un sabor amargo. Y el estilo literario es tan natural que sobrevive incluso a una traducción torpe.
Se echa de menos el excelente índice onomástico de la edición original inglesa. Y las fotos están peor reproducidas, lo cual es una pena pues no es frecuente ver una serie de personajes tan hermosos. Hace un par de años le comenté a Tatiana Metternich, una hermana de la autora que vive aún, cuánto me había llamado la atención la belleza de ella, su familia y sus amigos. Me miró pensativa:
- Dicen que es siempre así. Cuando un mundo va a desaparecer los jóvenes son especialmente guapos... Y luego mueren.
Si al odio no respondes con más odio
por el Marqués de Tamarón
ABC - Blanco y Negro Cultural, 30 de Octubre, 2004
(c) Marqués de Tamarón 2008
No conocía este artículo del autor aunque sí algunos de los hechos que refiere. La Historia se encarga de poner a cada uno en su sitio; es una pena que la mayor parte de la gente permanezca en la ignorancia o se conforme con la memoria oficial dictada por jueces y políticos. De los partidos mayoritarios en España, cabe distinguir entre los formados después del fin de la dictadura y los creados antes de ella. Y entre éstos, preguntarse cuáles pasaron por etapas totalitarias, revolucionarias o de apología de la violencia. Luego, decidir cuál de ellos debe revisar su pasado y pedir perdón por él.
ResponderEliminarQué belleza la de la princesa rusa.
No conocía el libro, impresiona la narración de Tamarón y el foco en la muerte de la inteligencia y la belleza que retoma en "El rompimiento de gloria". Belleza que transmite la fotografía y atribuyo a la limpieza e inteligencia en la mirada de la autora.
ResponderEliminarResulta estremecedor el párrafo que describe el nutriente del ególatra: la contemplación de su cruel asesinato de los mejores.
Una interesante referencia a España en los Diarios de Berlin:
ResponderEliminarSaturday 6th january, 1.940. "After dressing, we ventured out into the darkness and luckily found a taxi on the Kurfürsterdamm which took us to a ball at the Chilean Embassy of the Tiergarten. Our host, Morla, was Chilean Ambassador in Madrid when the Civil War broke out. Although their own government favoured the Republicans, they gave shelter to more than 3.000 persons, who would otherwise have been shot and who hid out in the Chilean Embassy for three years, sleeping on the floors, the stairs, wherever there was space; and notwithstanding great pressure from the Republican Government the Morlas refused to hand over a single person. This is all the more admirable considering that the Duke of Alba's brother, a descendant of the Stuarts, who had sought refuge at the British Embassy, was politely turned away and subsequently arrested and shot".
Carlos Morla Lynch no era Embajador en España (el puesto lo desempeñaba Aurelio Núñez Morgado), pero ésta es una cuestión sin importancia. Sus "Diarios de Guerra en el Madrid Republicano", que acaban de ser publicados entre nosotros, también demuestran, como dice Tamarón, que las situaciones apocalípticas empeoran, si cabe, y siempre cabe por añadidura de la sordidez. Y, como la edición española de los Diarios de Berlin, se ven lastrados por un inepto índice onomástico en el que cohabitan de manera incompleta apellidos, títulos -mal transcritos- y apodos sin ayuda de una pobre nota a pie de página o reseña aclaratoria.
Salvando las distancias, su vida me recuerda la de Tamara de Lempicka, mujeres que expulsadas de Rusia por la revolución, y de sus nuevas patrias por la II Guerra Mundial, tuvieron que re-inventarse constantemente a sí mismas para no morir en la locura, de locura misma...
ResponderEliminarSiempre nos quedará el ejemplo del 20-J.
ResponderEliminarY el consuelo de miradas como la de la rusa de la foto.