Marqués
de Tamarón
El texto que reproduzco a continuación fue presentado en
el Congreso Internacional de la Lengua Española de Sevilla, 1992.
DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE
LA LENGUA ESPAÑOLA
Permítaseme empezar con una cita que a
algunos puede parecer inoportuna y a otros incluso irritante por venir de lo
que muchos consideran el adversario lingüístico, es decir, el mundo de otras
lenguas supuestamente rivales del español. George Steiner, uno de los pocos
políglotas auténticos de este siglo, hasta el punto de que él mismo no sabe si
su idioma principal es el inglés, el alemán o el francés, termina así un
brillante estudio sobre el lenguaje y la traducción: «Qué ironía si la
respuesta a Babel fuese el papiamento y no Pentecostés» (1).
Resultaría en efecto irónico que la bíblica
confusión de lenguas, la pluralidad idiomática del género humano, acabase no en
la glosolalia o don de lenguas pentecostal —que hoy sería obra de la educación
general, tan milagrosa para el hombre moderno como el Espíritu Santo para sus
mayores— sino en una lengua vehícular mundial basada en el inglés. Esta sería
una lingua franca corrupta y
simplona, una especie de papiamento o pidgin que mezclaría las ochocientas
cincuenta palabras del llamado Basic English
con voces de otros orígenes y resultaría jerga más o menos inteligible en todo
el planeta.
De realizarse tal posibilidad —y no faltan
ya presagios en aeropuertos, bancos y reuniones internacionales— asistiríamos a
una triple desgracia. Una desgracia para el español, que al igual que otros
idiomas quedaría relegado al papel de lengua muerta o de lengua familiar
empobrecida. Una desgracia para el inglés, que resultaría degradado hasta un
punto grotesco (2). Y una desgracia para la propia función comunicativa de las lenguas vehiculares, puesto que a la larga ningún
papiamento puede ser universal sino que adopta diversas formas locales.
Volveríamos, pues, a la babelización pero arrancando de cero, con léxicos y
estructuras muy toscos.
Es difícil
hacer previsiones a medio y largo plazo, pero no inútil. Tales conjeturas nos obligan
al saludable ejercicio de mirar con desapasionamiento el presente y preguntarnos
sobre las tendencias discernibles que apuntan al futuro. ¿Cuál es hoy el peso
internacional de la lengua española en comparación con otras? ¿Está ese peso internacional
determinado tan sólo por elementos ponderables o también intervienen en él
ciertos imponderables? ¿Es el español una lingua
franca? Si lo es, ¿qué ventajas y qué inconvenientes acarrea tal condición?
¿Existen indicios políticos, económicos, culturales o puramente lingüísticos
que permitan pronosticar el porvenir de nuestra lengua?
Cualquier análisis racional (3) de la
situación del español ha de apoyarse en un arduo inventario previo. Arduo
porque no existen datos fidedignos de las realidades que más nos interesan. A
ciencia cierta no se sabe ni siquiera cuántas personas hablan español (4) como
lengua materna (GLM) o única. Peor aún, si queremos comparar el español con
otras grandes lenguas internacionales nos encontramos con que tampoco se conocen
datos exactos de éstas. Por un lado se comprende que sea más hacedero un censo
de los hablantes del islandés que de los hispanohablantes, o del japonés que
del chino. Mas por otro lado es extraño que ninguna organización internacional,
pese a sus cuantiosos medios, haya resuelto estas dudas de manera
satisfactoria. En lo que toca al español, confiamos en que el Instituto
Cervantes, entre otros servicios a nuestra lengua, pueda decirnos pronto
cuántos la hablamos. El desglose entre el GLM y los que usan el español tan
sólo como lengua de relación no es tarea fácil puesto que se enfrenta con problemas
censales y a la vez tropieza con prejuicios políticos de una u otra laya.
Otra
información básica de la que no se dispone es la referente al número de personas
de todo el mundo que están aprendiendo el español y otras lenguas. Hay datos
parciales (5), útiles pero insuficientes para establecer las oportunas
comparaciones entre el interés mundial por el español y el que suscitan otros
idiomas. Cuando en 1989 apareció un estudio económico muy completo sobre la
lengua inglesa como mercancía mundial (6), su autor, Brian McCallen, se extrañó
de la poca atención que hasta entonces se había prestado al mercado de lo que
llamaba la «industria de la enseñanza del inglés como lengua extranjera». Él
calculaba que tal mercado (sin contar los gastos de las administraciones públicas)
generó en 1988 unos ingresos totales de 6 250 millones de libras esterlinas (incluyendo
enseñanza y, libros de texto, y abarcando las actividades de este orden en todo
el mundo, de las que el Reino Unido tan sólo se beneficiaba en un 16,4%). Un
mercado, pues, que hoy, tras cuatro años de crecimiento sostenido, puede estar
ya cerca de los dos billones (dos millones de millones) de pesetas anuales tan
sólo en el sector privado. ¿Podríamos cifrar el correspondiente mercado del
español? Me temo que no podríamos ni empezar a hacerlo, por falta de los datos
más elementales. Quizá estemos desaprovechando buenas posibilidades de dar a
conocer mejor nuestra lengua en el mundo. O, dicho con palabras más atractivas
para oídos modernos, acaso los empresarios y los asalariados de todos los
países hispanohablantes se estén perdiendo parte de un buen negocio. A fin de cuentas,
basta con que haya una persona que quiera aprender español por cada diez que quieran
aprender inglés para que estemos ante un mercado de dos mil millones de dólares
al año, y eso sin contar con la enseñanza pública. No parecen cantidades
desdeñables.
Nos faltan,
pues, datos para determinar con un mínimo de exactitud la importancia internacional
del español en relación con las otras lenguas. Pero ocurre además que cuando hay
datos de fiar hace falta interpretarlos con objetividad y eso no siempre es
posible. Sirva de ejemplo el antes mencionado asunto de la enseñanza del
español. Ciñéndonos al caso de Alemania, nos encontramos con que, como dice
Gregorio Salvador, «hasta no hace muchos años, en los seminarios de Lenguas
Románicas de las universidades alemanas el francés reinaba claramente y era la
lengua escogida como principal por la mayoría de los alumnos; hoy la situación
se ha invertido y es el español la lengua que se prefiere. La explicación es obvia:
los más de doscientos millones en que nuestro GLM excede al francés resultan
ahora determinantes para la elección desde una consideración utilitaria, que en
el aprendizaje de lenguas es criterio decisivo» (7). Ahora bien, las
estadísticas de la enseñanza secundaria en la República Federal de Alemania
muestran que en el curso 1985-86 había 2 242 432 estudiantes de francés y tan
sólo 61 287 de español (8).
¿Cómo explicar esta aparente contradicción?
¿Acaso los alemanes no se interesan por el español hasta que llegan a la
universidad? Supongo que lo más verosímil es que en muchos colegios alemanes no
haya profesores de español y sí de francés. En términos económicos, hay que
pensar que la oferta de servicios lingüísticos es rígida (se tardan años en
preparar a un profesor) y la demanda es flexible (la decisión de estudiar un
idioma u otro se puede tomar en un segundo). Hay que suponer también que al ser
mucho menor el número de estudiantes de lenguas en la universidad, ésta puede
atender mejor sus preferencias que los establecimientos de enseñanza media,
donde los programas de estudio serán más rígidos y más limitadas las
posibilidades prácticas de escoger. Digo que supongo todo esto pero sin mucha
seguridad, ya que la misma fuente nos dice que en el curso 1986-87 había en la universidad
alemana 742 personas preparándose para ser profesores de lenguas con el español
como principal disciplina, y 3955 que habían escogido el francés. Ahí ya la proporción
es mucho menos desfavorable para nuestra lengua, pero no deja el francés de tener
una gran ventaja.
Refiero lo que
antecede tan sólo para ilustrar las dificultades con que se enfrenta cualquier
proyecto de cuantificar y luego interpretar los factores que pueden indicar la importancia
relativa del español y de las demás lenguas. Creo, pese a todo, que el empeño
vale la pena, sobre todo si se emprende sin perder de vista los aspectos
políticos internacionales de la cuestión. Por eso hace ya dos años efectué un
primer intento (9) de reducir, a una ecuación el índice de importancia
internacional del español, y el de otras lenguas. Dicho índice es igual a la suma
de otros seis índices (cada uno multiplicado por un factor de ponderación)
dividida por la suma de los factores de ponderación. Los seis índices parciales
son: el llamado por la ONU índice de desarrollo humano —que incluye la
expectativa de vida, el nivel de instrucción y el producto interior bruto real
per cápita—, el número de hablantes, las exportaciones, el número de países que
tienen dicho idioma como lengua oficial, el uso como lengua en la ONU, y el
número de traducciones de ésa a otras lenguas. Después, ya este año, he puesto
al día los datos y he rehecho los cálculos, rectificado factores de
ponderación, para incluir una versión más trabajada en este informe. El lector
encontrará detalladas explicaciones metodológicas de las ecuaciones en el correspondiente
apéndice.
Tengo sin
embargo que decir aquí que los resultados (inglés, 0,590; francés, 0,445; español,
0,394; ruso, 0, 371; alemán, 0,346; chino mandarín, 0,342; japonés, 0,325; sueco,
0,297; italiano, 0,296; hindi, 0, 134) me parecen ya que no injustos al menos poco
equitativos, pese al cuidado escrupuloso puesto en todo el proceso. Mi insatisfacción
no obedece al patriotismo lingüístico sino a una impresión algo más que intuitiva
de que el español tiene un peso internacional mucho mayor —y no sólo un poco mayor—
que el chino mandarín o el japonés. También y sobre todo creo que el peso internacional
del inglés es muy superior al que aquí aparece en comparación con las otras
lenguas mencionadas. Y quizás asimismo el alemán y el italiano quedan por
debajo de su nivel real.
En suma, faltan elementos de juicio. No sólo
habría que tener en cuenta ciertos imponderables a los que me referiré después
—como la imagen o percepción que en el mundo se tiene de cada lengua— sino
también algunos semi-ponderables e incluso elementos que más que ser
imponderables están hoy por ponderar. Entre estos últimos destaca uno que ya he
mencionado: el número de personas que están aprendiendo cada idioma como lengua
extranjera. No sólo carecemos de este dato, sino que ni siquiera sabemos
cuántas personas conocen y usan ya esos idiomas como segundas lenguas. Tampoco
hay estadísticas de otros indicadores menos generales pero muy significativos, como
serían el uso de cada lengua en la actividad científica (10) o en el mundo del espectáculo.
Todo lo más hay datos, en general poco rigurosos, del inglés y de alguna otra
lengua, pero no de la docena que habría que conocer para tener una visión de conjunto.
Entre las
consideraciones que he llamado semi-ponderables hay tres que pesan a favor del
español, como señalan el profesor Salvador (11) y otros. Una es su facilidad.
La ortografía española es, en efecto, razonable si se compara con la
complejidad de la francesa o la arbitrariedad casuística de la inglesa, y
además es relativamente simple su correspondencia con la fonética. Otro extremo
que hay que valorar es la primacía de una lengua dentro de su familia lingüística.
El español es la más hablada de las lenguas románicas y constituye una llave
natural para entrar en dicha familia, familia por lo demás menos heterogénea
que otras. Por poner un solo ejemplo, parece natural que un banquero neoyorquino
con negocios en México y en el Brasil empiece por aprender español y no
portugués. La tercera consideración me parece más discutible o menos verificable.
Se dice que el español es una lengua más unitaria que otras, y a veces se cita como
ejemplo contrario el inglés. No estoy seguro de que sea más difícil para un londinense
entender a un vecino de Chicago o de Melbourne que para un leonés comprender a
un bonaerense o a un sevillano. En el uso popular de ambas lenguas existen
variedades considerables de léxico, acento y sintaxis, y volveré a ese asunto
más adelante.
Pero tal vez algunos de los fundamentos más
determinantes de la importancia internacional de un idioma sean del todo imponderables, y utilizo imponderable en
su triple acepción: «que no puede pesarse», «que excede a toda ponderación» y
«circunstancia imprevisible o cuyas consecuencias no pueden estimarse». Las
tres cosas se pueden predicar del influjo que ejerce —en la importancia
atribuida mundialmente a una lengua— un factor tan impalpable, tan singular y
tan cambiante como es la imagen que
en general se tiene de dicha lengua, su fama de moderna o anticuada, fácil o
difícil, pujante o decadente, lengua de ricos o lengua de pobres, habla de
científicos o de artistas. Merecedora a veces de figurar tanto entre los idola tribus como los idola fori de Bacon, esta imagen o fama
general de cada idioma es en ciertos casos demasiado tornadiza para que la
califiquemos de estereotípica, pero siempre influye poderosamente en el peso
político de cualquier idioma. Por supuesto la imagen de una lengua depende en
buena medida de la imagen de la cultura —nacional o multinacional— de la que
dicha lengua es vehículo. Y la imagen popular de esa cultura depende a su vez
de la sedimentación histórica y, —en proporción creciente, dado que nuestra
época genera vastas cantidades de información, no siempre exacta pero sí «en tiempo
real» de la actualidad más instantánea.
Podemos, pues,
hablar de ciclos cortos y de ciclos largos en la evolución de dichas imágenes.
La imagen, por ejemplo, que el mundo tiene del francés pertenece a un ciclo largo.
Conserva el prestigio de una lengua socialmente distinguida e intelectualmente refinada,
con una doble legitimidad, conservadora (es la lengua del Antiguo Régimen) y progresista
(en ella escribieron los enciclopedistas y los revolucionarios), y con el
lustre de su uso continuo por todas las vanguardias literarias hasta 1980 y
todas las retaguardias diplomáticas hasta 1920. Por eso —y porque la educación
francesa sigue siendo excelente— tantos burgueses ilustrados continúan en todo
el mundo mandando a sus hijos a los liceos. Por eso, repito, por un prestigio
cultural que Francia ha sabido mantener gastando sumas astronómicas de dinero,
y no porque los padres de los alumnos desconozcan el actual peso económico y
político del francés, tan menguado que no sólo lo ha desplazado el alemán en Europa
Oriental como segunda lengua extranjera (el inglés es la primera allí como en
el resto del mundo) sitio que en Hispanoamérica parece que el portugués lo ha
rebasado en la demanda de enseñanza de idiomas (12). La contradicción entre su
menguante atractivo utilitario y el persistente prestigio socio-cultural del
francés se ve muy clara en España, donde aparece plasmada en dos hechos
significativos: mientras que en los centros públicos de enseñanza secundaria
dicha lengua perdía en un solo año (del curso 1989-90 al siguiente) nada menos
que el 22,46% de sus alumnos como primer idioma extranjero (13) seguía habiendo
enormes listas de espera para ingresar en el Liceo Francés de Madrid, donde
cursan sus estudios secundarios miles de alumnos, en su mayoría españoles. La imagen,
pues, del francés ayuda a amortiguar su caída como lengua vehicular mundial.
La imagen del alemán, determinada desde 1800
por un curso ascendiente de ciclo largo, sufrió dos bajas de ciclo corto, una
entre 1918 y 1930 y otra entre 1945 y 1989. La caída del muro de Berlín y el
derrumbamiento del comunismo fue un hecho simbólico de fuerte efecto en dicha
imagen, aparte de su indudable importancia económica que algún día se podrá
calcular pero que hoy sigue siendo difícilmente mensurable. Nadie sabe si las cuantiosas
inversiones alemanas en toda la Europa Central y Oriental serán rentables, pero
todos sabemos que el alemán vuelve a ser lingua
franca en esa región, hasta el punto de que en algunos ámbitos de enseñanza
está superando al inglés. Y nadie encuentra extraño que en todas las instancias
internacionales, empezando por la Comunidad Europea, los alemanes comiencen a
no aceptar sin más la primacía de otras lenguas. Si hace cien años el estereotipo
habitual consideraba el alemán como la lengua de la ciencia, el francés de la diplomacia
y el inglés del comercio, hoy la imagen del alemán ha recuperado tan sólo parte
de su prestigio en las ciencias —donde es muy difícil competir con el inglés—
pero en cambio ha aumentado su influencia en los medios políticos y económicos.
El ruso, considerado en todo el mundo hasta
hace doscientos años como una lengua exótica de mero interés regional, inició una
larga fase ascendente con el prestigio cultural que le dieron sus grandes
escritores del siglo XIX. Tras 1917, representó para muchos intelectuales
occidentales la lengua de un gran imperio, no por impuesta menos grandiosa. En
un lance probablemente único en la historia de las lenguas, la imagen del ruso
cambió de forma tan radical y brusca que en unos meses de 1989 y 1990 pasó de
ser casi todo a ser casi nada. Esta imagen tornadiza constituye el máximo
ejemplo de la dificultad de reducir ciertos elementos a sumandos de una
ecuación. Los factores demolingüísticos del ruso han variado muy poco, pero su
estatus en el mundo está sufriendo un eclipse de duración incalculable. La
imagen cuenta.
¿Y la imagen actual del español? En primer
lugar hay que constatar que está mucho menos ligada a la fortuna de la nación
que le da nombre que el francés, el alemán y el ruso a sus respectivas cunas,
por evidentes motivos geográficos e históricos. En eso nuestra lengua se parece
mucho más al inglés que a las otras grandes lenguas indoeuropeas. En segundo
lugar, al ser plurinacional nuestra lengua, las diversas coyunturas políticas
de nuestros países se compensan hasta cierto punto entre sí y la evolución de
la imagen del español es lenta, propia de un ciclo largo. Eso, sin embargo, no
quiere decir que los acontecimientos no influyan en la imagen. El que más cerca
tenemos, la Exposición Universal de Sevilla, probablemente influirá en la
imagen de España y por tanto en la del español, como también los Juegos
Olímpicos de Barcelona han tenido su efecto. En una cultura de la imagen como
es la contemporánea los grandes espectáculos —y las catástrofes— dejan huella
muy extensa. En otro orden de cosas, «el desastre que no ocurrió» (como llama
un banquero de los Estados Unidos la felizmente superada crisis de la deuda
extranjera iberoamericana) (14) también modifica la imagen del español. De una
manera sutil, muchos no oyen con los mismos oídos el español de 1989 —idioma
que asociaban en América con la hiperinflación y el bajo crecimiento económico—
que el español de 1992, que asocian con la recuperación económica de varios
países hispanoamericanos.
De ritmo más lento y quizá de huella más
honda sea el cambio operado en la imagen internacional del español por obra del
acercamiento de muchos de nuestros países al modelo socioeconómico que impera
en el «mundo rico»: democracia más libre empresa. No digo que esa fórmula sea
una panacea, simplemente que así lo ven los «formadores de opinión» en los
países desarrollados. Por un mecanismo que no acabo de entender, lo que se
vuelve en contra de la imagen de la lengua rusa beneficia a la lengua española.
Pero en última instancia la imagen del
español es de ciclo largo y ha permanecido muy estable desde 1800. Está
estrechamente ligada a nuestra historia social, y quizá por eso arranca de
principios del siglo XIX —quiebra del orden tradicional en todos los dominios
de la corona hispánica, con la guerra napoleónica a un lado del Océano y la independencia
al otro— y no de antes. De hecho, antes, entre 1500 y 1800, los estereotipos
nacionales aplicados a los españoles, comparados por ejemplo con los ingleses,
eran casi exactamente los opuestos a los actuales o al menos a los del siglo
XIX. Se suponía hasta hace un par de siglos que los españoles eran graves,
taciturnos, taimados y despóticos, mientras que los ingleses eran apasionados,
inconstantes, vanos y borrachos (15). Algo así como si el mundo viese a España
tal como la veía el propio Calderón de la Barca y a Inglaterra como la
retrataba Shakespeare, pero no porque la opinión pública mundial se fundase en
esos dramas sino porque así percibía la realidad. Luego se volvieron las
tornas, por motivos que sería prolijo y acaso arriesgado explicar.
El caso es que desde 1800 ó 1830 la imagen
que circula de la cultura española es producto de una reelaboración romántica
de los principales acontecimientos y situaciones que se han ido viviendo entre
California y el Cabo de Hornos, y entre los Pirineos y el Estrecho de
Gibraltar. Esa imagen cultural de lo español es lo que ante todo determina la
imagen lingüística del español con los consiguientes errores: como nuestro vivir
ha sido turbulento y abigarrado, tan sólo se suele ver el lado dionisíaco de
nuestra cultura, y se acaba atribuyendo a nuestra lengua una inexistente
condición barroca, siendo así que el español es la lengua más clásica y lógica
desde que murió el latín. Se considera más hispánico a García Márquez que a
Borges, confundiendo el fondo y la forma, y olvidando que esa forma, la lengua,
tiene mil años, y este fondo doscientos. Por lo mismo se piensa que Unamuno es
un escritor más español que Ortega y Gasset. Al final concluimos acuñando un
desafortunado lema publicitario de raíces machadianas, «España es diferente»,
que confirma los más caros prejuicios de los turistas foráneos. Desde los primeros
viajeros románticos, el mundo busca esencialmente pathos en la cultura hispánica, y termina encontrando esas esencias
patéticas aun donde menos abundan, en nuestra lengua.
Tal
malentendido tiene inconvenientes y ventajas en el terreno práctico del peso internacional
del idioma. Muchos se sienten atraídos por el supuesto pintoresquismo de nuestra
lengua, otros repelidos por una presunta singularidad que la haría distinta y distante
de las demás y poco apta para la vida moderna. Esto último lo pueden creer
incluso franceses que para traducir noventa
tienen que decir quatre-vingt-dix o
ingleses que a cada paso han de pedir el deletreo al escuchar su propio idioma.
Pero en conjunto la lengua española «cae
simpática». Algunos le reprochan su aspereza fonética, pensando en la modalidad
castellana y no en la atlántica (andaluza e hispanoamericana). La imagen
psicológica de nuestra lengua, con todo, es cálida; se asocia hoy con un
conjunto de pueblos llenos de imaginación y vitalidad. Claro que esta vitalidad
no es sólo cordial sino genesíaca. El crecimiento demográfico del mundo de
habla española es un hecho, pero un hecho susceptible de diversas valoraciones.
Para unos es garantía de un futuro multitudinario luego grandioso, para otros
es indicio de una condición en esencia proletaria, como la del chino o el
indostánico. En general se ve con mucha más esperanza el porvenir económico y
social de casi toda Iberoamérica que el de buena parte de Asia y casi toda
África. De nosotros depende inspirar más simpatía y menos compasión, aunque
ambos términos sean etimológicamente sinónimos. El pathos está bien en pequeña cuantía, pero a la lengua y su decoro
les va mejor el logos, palabra y
razón a la vez.
Hay que añadir,
sin embargo, que lo que más influye en la imagen internacional de un idioma es
la impresión que produce de ser o no lingua
franca, entendiendo por tal la que se usa regional o mundialmente por
hablantes de otras lenguas (16). Me refiero a la impresión y no a la
certidumbre, pues repito que tampoco hay datos fehacientes de cuántas personas conocen
y usan una lengua ajena para tales menesteres cosmopolitas. Pero está claro,
con o sin estadísticas, que ciertas lenguas sirven para moverse entre hablantes
pertenecientes a diversos GLM, y que algunas de ellas tienen una utilidad
meramente sub-regional (como el hausa
en tres o cuatro países de África Occidental), otras se usan en vastas regiones
del orbe (como el árabe o el francés) y una, tan sólo una, el inglés, ha
llegado a desempeñar el papel de lingua
franca mundial. Es muy probable que si se encuentran un mexicano y un brasileño
hablen en español, un finlandés y un sueco en sueco, un húngaro y un austriaco en
alemán, pero si se reúnen los seis se tendrán que entender en inglés, que no es
la lengua materna de ninguno de ellos. Según un estudio reciente (17), más del
60 % de los científicos de todo el mundo puede leer inglés, el 70 % de todo el
correo va escrito en inglés y el 80% de la información almacenada en todos los
sistemas electrónicos está en inglés. La importancia mundial de esta lengua
tiene, pues, poco que ver con el hecho de que sea la lengua madre de media
docena de naciones ricas, numerosas e instruidas. En un revelador sondeo de
opinión (18), los jóvenes suizos que estudiaban inglés dieron nueve razones
para ello, entre las cuales la primera (97,4 %) era que dicha lengua sirve en
todo el mundo y la última (10,3 %) que sirve para saber más sobre Inglaterra
(el saber sobre los Estados Unidos tampoco les atraía mucho, y menos aún el
leer la literatura en lengua inglesa). Una lingua
franca es por definición una lengua sin fronteras, lo que es tanto como
decir una lengua desarraigada e indefensa.
Pero también tiene sus ventajas, claro está,
para quien la posee como lengua materna. Para empezar, no tendrá que molestarse
en aprenderla como lengua extranjera, aunque es posible que tenga que aprender
a usarla de otra forma, simplificando su discurso. Podrá utilizarla con mayor
soltura que quienes la tienen como segundo idioma, y eso resulta provechoso en
el trato económico, científico, cultural y humano. Puede escribir en su idioma
a sabiendas de que su posible público se cuenta en millones y no miles de lectores,
y al leer tiene acceso a una cultura de miles y no de docenas de autores, con ricas
variaciones regionales. Pero de casi todas estas ventajas (las culturales y
algunas de las prácticas) dispone en mayor o menor grado no sólo el hablante
nativo de una lingua franca sino el
de una gran lengua internacional, hablada por muchas naciones aunque pocos de
fuera de ellas.
¿Es el español una lingua franca o una gran lengua internacional? Más bien parece lo segundo,
si se repara en que la mayoría de los hispanohablantes no tiene otra lengua materna.
No significa lo mismo que un chileno o un cubano hablen en español en la ONU a
que lo haga en francés un congoleño o en inglés un paquistaní. El chileno o el cubano
no están empleando una lengua vehicular extranjera, están usando su propia y a veces
única lengua. El español es propiedad mancomunada de una veintena de naciones. El
inglés ya no es de nadie; por muy codiciado y manoseado que esté, es, en rigor,
un bien mostrenco.
Las cosas, sin embargo, están cambiando en
el español, para bien y para mal. El creciente interés que en todo el mundo
despierta su aprendizaje escolar, el que ya no resulte insólito que un
diplomático japonés o un periodista húngaro nos hablen en correcto español y,
sobre todo, las crecientes minorías hispanohablantes en los Estados Unidos y
otros lugares, son hechos halagüenos para nosotros y azarosos para nuestra lengua.
No quiero razonar como purista, sino como convencido de la utilidad práctica de
mantener la unidad de la lengua española. Si eso ya es difícil con trescientos
millones de hablantes esparcidos en doce millones de kilómetros cuadrados, pero
en su inmensa mayoría pertenecientes al GLM español, lo será más aún si nos
ocurre como al inglés, hablado hoy por más gentes como segunda que como primera
lengua. Son muchos los filólogos que pronostican al inglés una evolución que lo
llevaría a ser la lingua franca absoluta,
luego a la pidginización y, por
último a la fragmentación en diversos creoles
o criollos lingüísticos. ¿Podría ocurrir lo mismo con el español?
La primera contestación posible, y no del
todo satírica, sería afirmar que tal fragmentación del español —similar a la
del latín hace un milenio— ha ocurrido ya y no nos hemos enterado. Eso sería
una exageración, pero el hecho es que no se sabe cuándo exactamente se produjo
la fragmentación del latín. Cabe pensar que cuando tarde o temprano se produzca
la de nuestra lengua acaso no nos demos cuenta cabal del acontecimiento
histórico. Puede haber una etapa intermedia entre la unidad y la disgregación
lingüística durante la cual las personas cultas hablen entre sí un idioma distinto
del popular de cada rincón hispánico, como ocurre ahora con el árabe literario
y el dialectal. Es más, cada persona podría usar, según las ocasiones, distintas
modalidades del idioma ¿No lo hacemos ya, no se ha hecho siempre?
Ya hoy buena parte de nuestro léxico
cotidiano está diferenciado por naciones, por comarcas dentro de éstas y por
clases sociales y profesionales. Los ejemplos citados por Dámaso Alonso (19) y
por Manuel Alvar (20) para señalar la variedad terminológica de objetos tan
comunes como el volante, manubrio, timón, rueda, cabrilla, guía o manijera del
automóvil o el boli(grafo), birome, punta bola, lápiz pasta, esfero(-gráfico) o
lapicero, ejemplos que yo me he entretenido en completar, podrían ser
multiplicados. Por referirnos tan sólo a palabras de las antes llamadas
malsonantes o groseras, la variedad equívoca del español es tan enorme que para
estar seguros de no ofender involuntariamente a ningún hispanohablante habría
que acudir sin cesar a algún diccionario especializado (21).
Todo eso es ya inevitable, pero hay nuevos
elementos disgregadores que podrían ser frenados, como la distinta traducción
que se da a los nuevos términos científicos y técnicos ingleses en los países
hispánicos. Parece que ha habido más de un intento de arbitrar traducciones
únicas, válidas para todos los hispanohablantes, y no se ha conseguido gran
cosa, ni siquiera con los vocablos de nuevo cuño. No es esto un buen presagio.
Quedaría, eso sí, un meollo común del
idioma. Todos nuestros descendientes seguirían probablemente diciendo «te
quiero» o «te amo», aunque esto último no demostraría nada pues es latín casi
puro y en una reductio ad absurdum
podría probar que la fragmentación románica no tuvo lugar (22). Se seguiría
entendiendo por doquier oraciones como «tengo hambre» o «tengo sed», porque
tocan lo más hondo y permanente de nuestro ser. Pero el resto de nuestro
lenguaje se podría diversificar hasta extremos babélicos.
No hemos llegado, ciertamente, a ese punto.
Ni mucho menos. Aquí estamos hablando en español personas de muy distintos
orígenes geográficos y nos entendemos sin sombra de dificultad. Lo que ocurre
es que dentro de cada uno de nosotros coexisten varias normas lingüísticas.
Alguno acaso hable con acento y léxico andaluz en casa y castellano en el trabajo,
y emplee expresiones con sus hijos que no usaría con sus padres. El caso de
ciertas jergas juveniles es ilustrativo: muchos jóvenes saben en el fondo que
su habla es, más que un idioma, un juego que terminarán abandonando junto con
otros signos distintivos de la mocedad, y que la lengua de comunicación general
es la otra que también conocen.
Además en las lenguas nunca actúan solas las
fuerzas centrífugas; las centrípetas también empujan. Si la imprenta fue
decisiva para evitar la fragmentación lingüística del español durante la Edad
Moderna, es evidente que las comunicaciones fáciles durante la Edad
Contemporánea también han pesado mucho. Hoy, la televisión y el cine son
factores importantes de homogenización. Pero falta voluntad política y social
de mantener la unidad del idioma, o al menos fomentar su conservación. Muchos,
a ambas orillas del Atlántico, somos conscientes de que esa unidad nos
beneficia a todos, pero pocos hacen algo práctico para mantenerla. Sin llegar a
creer, como las autoridades francófonas, que en este campo todo se puede
conseguir con leyes, dinero y esfuerzo, sí podríamos hacer mucho más (23).
Algún día, sin
embargo, desaparecerá nuestra lengua, por ley de vida. Como insistía Dámaso
Alonso, lo que hemos de hacer es retrasar por todos los medios ese momento. Para
eso hay que trabajar y también usar la imaginación. Imaginar el futuro, vuelvo
a decir, es sano ejercicio pues nos obliga a comprender el presente y a veces
nos permite precavernos de ciertos riesgos. Dejo a imaginaciones más fértiles
que la mía la previsión de las consecuencias para el español de una posible no
integración lingüística de los hispanos en los Estados Unidos (24). No creo
que tal enclave lingüístico dure, pero tampoco podemos descartar nada. Si
perdurase, ¿se crearía algo parecido a lo que representa Quebec en el Canadá?
¿O cuajarían varios papiamentos de origen hispánico pero distintos entre sí? Si
ocurriese lo primero, puede que resultase beneficioso para la imagen
internacional del español, aunque quizá no tanto para la unidad de la lengua.
Si lo segundo, tal unidad quedaría rota. Una de las paradojas de la historia de
la cultura es que las lenguas ecuménicas son tan vulnerables como las de aldea,
aunque de distinta manera.
* * *
Durante
la realización de este estudio he mantenido largas conversaciones con doña M.ª Paz
Battaner, don José Manuel Blecua, doña Silvia Cortés, don Antonio Fontán, don
Emilio García Gómez, don Valentín García Yebra, don Fernando Lázaro Carreter,
don Ángel Martín-Municio, don Francisco Moreno, doña Pilar Palanco, don
Gregorio Salvador y don Alfonso Urzáiz. A todos agradezco su paciencia y
ciencia al atender a mis consultas; a todos también debo exonerar de cualquier
responsabilidad por cuanto aquí digo.
Intervino
muy directa y eficazmente en el acopio de datos y la elaboración de las ecuaciones
don Jaime Otero, al que debo gran reconocimiento aunque asimismo me declaro único
responsable de esa parte del trabajo.
APÉNDICE
ÍNDICE DEL PESO INTERNACIONAL DEL ESPAÑOL
Estudio comparativo de diez lenguas
Lo que fija y conserva la lengua de una
nación, así como sus ciencias y su historia, es únicamente la fuerza de su
imperio político, acompañado del bienestar alegre y del vagar de sus
habitantes.
Ibn
Hazm, siglo XI.
Notas
generales. La selección de lenguas
Entre las diez lenguas sometidas a examen,
puede llamar la atención la ausencia de algunas de las más habladas del mundo
—el portugués, el bengalí, el malayo, el árabe—, y la presencia de otras cuya
importancia numérica no es relevante. Precisamente uno de los sentidos de este
índice es mostrar que no es tan sólo el número lo que da fuerza a una lengua en
el mundo. Por ello se han incluido idiomas, como el italiano o el sueco, con un
sólido respaldo cultural (reflejado en sus traducciones o el índice de
desarrollo humano de sus hablantes). El árabe, lengua con gran acervo cultural
y ampliamente extendida, plantea enormes problemas a la hora de contar a sus
hablantes, entre otras cosas por su gran variedad de dialectos. El portugués es
un caso en buena medida representado ya en el español. Otros idiomas no
europeos con peso demográfico carecen verdaderamente de importancia política, y
podrían reflejarse en los casos del hindi o el chino.
La educación
El índice se ha elaborado conforme a la
siguiente ecuación:
Donde el índice (I) es igual al sumatorio
(1) del producto de cada índice (In) por su correspondiente factor de
ponderación (Wn), dividido por el sumatorio de los factores de ponderación,
teniendo en cuenta para calcular cada índice la media ponderada de los respectivos
componentes (hablantes, exportaciones, traducciones...). En el caso del índice
de Desarrollo Humano se ha realizado una evaluación adicional, afectando con un
factor de población relativa al valor correspondíente a cada nación dentro de
un idioma. El denominador es la suma de los factores de ponderación (=1)
El índice, componente por componente
El
número de hablantes (ponderación, 0,26). En el cómputo de los
hablantes de cada lengua se ha buscado el equilibrio entre la aplicación de un
rasero común a todas las lenguas, y el reflejo de la realidad de las mismas,
más allá de las cifras oficiales. Así, por lo general se ha equiparado el
número de habitantes con el de hablantes, sin tener en cuenta la existencia de
importantes GLM minoritarios en Estados Unidos (el hispano, por ejemplo),
España (el catalán, el gallego o el vasco), Perú (el quechua), etc. Se ha entendido
que en estos países el conocimiento de esa lengua es imprescindible para la integración
de cualquier minoría en la realidad estatal. Del mismo modo, tampoco se ha tenido
en cuenta a los hablantes de una lengua cuando forman minorías en países de las
características señaladas (vale el ejemplo a la inversa, y otros, como los de
las minorías alemanas de Europa central y del este, o las orientales de
América). Este criterio, por tanto, ha afectado negativa y positivamente a
todas las lenguas.
Excepciones a esta
regla son: a) la exclusión de los habitantes de microestados, por ser las
cifras poco significativas y alterar en cambio la realidad del número de países
que hablan una lengua (véase más abajo); b) en China y la India, y con reserva
de acatar opinión más experta, se ha optado por segregar los hablantes de otras
lenguas que no son el mandarín o el hindi, a pesar de la oficialidad y el
dominio de ambas en los respectivos Estados, por la efectiva fragmentación
lingüística existente en estos; c) al contar por separado sus diferentes
comunidades lingüísticas se ha tratado a Canadá, a Bélgica y Suiza como
Estados plurilingües: hay lenguas objeto de nuestro estudio que son
co-oficiales en estos países, expresan la cultura propia de dicha lengua, y
forman una identidad con un territorio continuo y una población homogénea, es
decir, con una nación; asimismo se ha sumado la población de Puerto Rico al
grupo de hablantes de español.
Otra precisión: hay importantes grupos de
población que conocen una de las lenguas consideradas, y la utilizan como
lengua vehicular o segunda lengua para entenderse con compatriotas que hablan
otra lengua, o en determinados sectores de actividad (el ejército, los negocios,
la enseñanza, la ciencia, la administración... ), y que no han sido contados como
hablantes. Es el caso del inglés en la India o el francés en Argelia, y en
muchos otros países. Esta laguna del índice (que lo es también de los sistemas
censales existentes) perjudica sobre todo al inglés, al francés y al ruso. En
los dos primeros casos también existe una particularidad: los dialectos
criollos, asimismo excluidos del GLM.
Por último, es necesario advertir sobre la
imprecisión de los datos sobre minorías lingüísticas, en especial en países en
desarrollo. Véase a este respecto la nota explicativa de la tabla «Language»,
en el anuario Britannica Yearbook
1991, pág. 774.
El
Índice de Desarrollo Humano (ponderación, 0,2 l).
Es éste un índice elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, que lo revisa cada año. Consta de tres componentes: la renta
nacional de un país, la expectativa de vida al nacer de sus habitantes, y su
nivel de instrucción, expresado por el grado de alfabetización y el término
medio de años de escolarización. Se ha vuelto a calcular para cada conjunto de
países que hablan una sola lengua.
Somos conscientes de que la heterogeneidad
estadística de este indicador le da un peso desproporcionado en la ecuación,
pero de otro modo ésta se convertiría casi en mero reflejo del número de
hablantes de cada lengua.
El
número de países (ponderación, 0, 19). Se trata
del número de países donde el idioma considerado es lengua oficial o
co-oficial. El índice correspondiente se ha obtenido como relación entre el
número de países que tienen uno de estos idiomas como lengua oficial, y el número
total de países que tienen como lengua oficial cualquiera de las consideradas
(110).
El sentido de este componente es una vez más
reflejar el peso internacional de una lengua, midiendo su fuerza potencial en
organizaciones internacionales o como bloque cultural y lingüístico.
Las
exportaciones (ponderación, 0, 15). Para calcular
las «exportaciones de una lengua» se han sumado las de los países que la tienen
como lengua nacional. En los casos del Canadá, Bélgica y Suiza se han repartido
las exportaciones totales proporcionalmente entre los grupos lingüísticos. En
el caso de Rusia se han descontado, también proporcionalmente, las
exportaciones de los nuevos Estados resultantes de la fragmentación de la
antigua Unión Soviética, pues aún no se dispone de datos que reflejen la nueva
situación. En los casos de la India y China se ha preferido no descontar del
total de exportaciones la proporción correspondiente a los hablantes de otras
lenguas de estos países, por no considerarse ninguna de ellas en este estudio,
por ser el chino y el hindi las lenguas internacionalmente más importantes de
ambos países, y por ser irrelevante su cantidad.
Este es uno de
los indicadores más variables en el tiempo de los que componen la ecuación, ya
que en él cuentan no sólo la pujanza económica de un país en un momento dado,
sino también las paridades de cambio (las exportaciones se expresan en millones
de dólares). Se trata con él de reflejar el peso internacional de una lengua en su aspecto económico (es el aspecto
externo más visible de la renta de un país, incluida en el índice de Desarrollo
Humano), pero también algo que llevan implícito las ventas mercantiles de un país:
la exportación de la cultura y la imagen de una nación. No refleja las
transacciones no comerciales (turismo, inversiones), por lo que se podría
pensar en sustituirlo por la comparación de las balanzas por cuenta corriente,
por el turismo u otros indicadores económicos. Pero, ¿qué significan las
inversiones extranjeras, por ejemplo, que el país que las recibe es atractivo o
que el que las envía es poderoso?
El número de traducciones (ponderación, 0,12). Este componente
recoge los datos de la Unesco sobre el número de traducciones de cada lengua
objeto de este estudio (traducciones contadas por un procedimiento que
desconocemos, aunque suponemos que suma sencillamente los títulos traducidos,
y, las lenguas a las que se traducen si son más de una).
Intenta reflejar la importancia de una
lengua en términos del interés despertado en otros países por su cultura y,
producción intelectual (en las traducciones se incluyen no sólo las de títulos
de ficción, sino también de libros científicos, manuales, etc.).
Una objeción importante a la
representatividad de este componente es la antigüedad de los datos
disponibles: el Anuario Estadístico
de la Unesco de 1991 tiene datos de 1985. Es previsible que tras la caída del
régimen socialista en la Unión Soviética los datos referidos al ruso (que
figura en segundo lugar a mucha distancia del inglés) serán muy diferentes. Aun
contando con la relevancia de la literatura de ficción en ruso, el lugar
ocupado en la clasificación de autores más traducidos por Lenin, Chernenko, Andrópov
y otros autores políticos nos hace sospechar que los datos más recientes colocarán
al ruso por detrás del francés e incluso del alemán.
La
oficialidad en la ONU (ponderación, 0,07). La
única forma de contar este componente es de modo binario (sí= 1, no= 0), a
menos que se establezca una diferencia entre lengua de trabajo y lengua
oficial.
De esta manera se intenta reflejar la
importancia diplomática de las diferentes lenguas, en su aspecto institucional.
Parece evidente, sin embargo, que fuera de la aparente igualdad de las lenguas
internacionales oficiales, la lengua diplomática en nuestros días es el inglés.
Cabe preguntarse, por otra parte, si la propia oficialidad no intenta reflejar
precisamente el poderío internacional de una lengua; en este caso, y como en
otras instancias de la ONU, quizás sea hora para esta organización de plantearse
el «ingreso lingüístico» de los dos grandes económicos, Japón y Alemania. No
se ha atendido al ordenamiento lingüístico de otras organizaciones
internacionales, por carecer de la universalidad de las Naciones Unidas.
Las fuentes
Para el índice de Desarrollo Humano, Human Development Report 1992, publicado
para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) por Oxford
University Press, Nueva York, 1992.
Para el número de hablantes, Anuario El País 1992 y Britannica Yearbook 1991.
Para las exportaciones, Britannica Yearbook 1991.
Para las traducciones, Anuario Estadístico de la Unesco 1991.
Cuadros
1. George STEINER, After Babel (Nueva York y Londres, 1975), pág. 474 (la traducción de la frase es mía).
2. En un editorial a medias irónico
(titulado Lingua franca, lingua dolorosa)
el semanario británico The Economist
(24 de agosto de 1991) señalaba que para un país poseer un idioma internacional
es como tener una divisa que sirva de reserva a otros: le trae ventajas a corto
plazo y disgustos a la larga.
3. Por análisis racional entiendo lo
contrario de esto: «España es víctima de una sistemática campaña de difamación.
Y no es todo desdén: ¡no! Allá en el fondo acaso haya, bien que subconsciente a
las veces, su parte de envidia. Nos sienten vivir y resurgir. Y sienten que
nuestra lengua llegará a ser la primera del mundo, y no nos lo perdonan» (carta
de Unamuno a Azorín, 13 de septiembre de 1907, publicada por primera vez en El País, 4 de enero de 1981). Con igual
justicia se podría presentar como ejemplo de lo contrario a un análisis
racional cualquiera de las lucubraciones que a veces se leen en la prensa de
Barcelona, Bilbao o Madrid y que coinciden en asegurar gratuitamente, sin
ninguna clase de pruebas, que el español es una lengua inútil e inadaptable al
mundo moderno.
4. Véanse «Los alegres guarismos de la
demolingüística», en Lengua española y lenguas
de España (Barcelona, 1987), de Gregorio Salvador, y «Situación y futuro de
la lengua española», en Política lingüística
y sentido común (Madrid, 1992), del mismo autor.
5. Por ejemplo en el estudio sobre Enseñanza de lenguas extranjeras en la
Comunidad Europea elaborado por la Unidad Europea de Eurydice (Bruselas,
1988), aunque tan sólo reseña la enseñanza en la CE de las lenguas oficiales de
la propia CE, con lo cual quedan excluidos los datos correspondientes al ruso y
a otras lenguas de cuya enseñanza sería útil tener más información a efectos
comparativos.
6. Brian Mc
CALLEN, English: A World Commodity. The
international market for training in English as a foreign language (The
Economist Intelligence Unit, Londres, 1989).
7. Gregorio SALVADOR, Política lingüística y sentido común, pág. 35.
8. Cf. el citado estudio sobre Enseñanza de lenguas extranjeras en la
Comunidad Europea.
9. Las
conclusiones provisionales aparecieron en un artículo publicado en El Sol, 3 de agosto de 1990, bajo el
título «Paradojas de la lengua española en el mundo». Un año después Philippe
Rossillon me hizo llegar su trabajo «L’avenir de la latinité» (en Civilisation Latine, obra de diversos
autores, París, 1986), donde aparecen alusiones poco explícitas a posibles
ecuaciones demolingüísticas. Supongo que existirán varias y que serán más
científicas que la elaborada por mí, pero yo no las he encontrado.
10. Hay datos parciales pero útiles en España, fin de siglo, de Carlos Alonso
Zaldívar y Manuel Castells, Madrid 1992 (vid.
pág. 365 y sigs.).
11. Gregorio SALVADOR, obras citadas, passim.
12. Cf.
«Language of Romance loses out to economics», The European, 6 de agosto de 1992.
13. Informe
sobre el estado y situación del sistema educativo, Min. de Ed. y Ciencia, Madrid,
1992, pág. 95.
14. William R.
RHODES «The disaster that didn’t happen», The
Economist, 12 de septiembre de 1992.
15. Cf. esa riquísima mina de datos que es Ideas de los españoles del siglo XVII,
de Miguel Herrero García (Madrid, 1966), y «Mapa intelectual y cotejo de
naciones» en el Teatro crítico universal
de Feijoo (Madrid, 1986).
16. Por eso uso la expresión lingua franca y no «lengua franca». Cf. el D.R.A.E. de 1992, An encyclopaedia of language (Londres,
1990), pág. 982, y David CRYSTAL, The
Cambridge encyclopaedia of language (Cambridge, 1987), págs. 357-358.
17. Brian Mc CALLEN, op. cit. pág. 1.
18. Ibid,
pág. 25.
19. Dámaso ALONSO, «Defensa de la lengua
castellana» (1956), en Del Siglo de Oro a
este siglo de siglas (Madrid, 1962) y «Para evitar la diversificación de
nuestra lengua» (Actas de la Asamblea de Filología del I Congreso de
Instituciones Hispánicas, pub. en Madrid, 1964).
20. Manuel ALVAR, « Planificaciones y
manipulaciones lingüísticas en el mundo hispánico», en El español de las dos orillas (Madrid, 1991).
21. Como el de Manuel CRIADO DE VAL, Diccionario de español equívoco (Madrid,
1981).
22. De hecho todavía en el siglo XVIII y con
tan sólo forzar un poco la ortografía se podía componer un majestuoso soneto
con sentido perfecto en latín, castellano, catalán, tanto que sigue siendo
válido hoy. No resisto la tentación de reproducir esta prueba sorprendente de
la relatividad de lo lingüístico:
Sol de Aquino,
de Sphera peregrina.
Heroica,
excelsa, clara, prodigiosa;
Gloria de
ltalia, Gracia mysteriosa,
Arca de
Sciencia, Fama de doctrina:
Cathedras de
infinita Disciplina,
Academia de
Sapiencia gloriosa,
Methodos de
Obediencia religiosa,
Thronos
fundas de sacra Medicina.
Si
declaras Sentencias tan profundas:
Si
tu frequentas Citharas Phebeas,
Si
Apollineas, cantas circunstancias:
Amplifica,
Thomas, venas fecundas
Administra
Poeticas ideas;
Metricas
representa consonancias
(Compuesto por Jaime de Portell y Font en
honor de Santo Tomás de Aquino, y reproducido en Arte Poética Española, de Juan Díaz Rengifo, Barcelona 1759, pág.
105. Aunque la primera edición de dicha obra es de 1592, este soneto debe de
ser del siglo XVIII ya que no aparece hasta la edición revisada por Joseph
Vicens en 1703)
23. Para
empezar, tomarnos en serio las graves advertencias del Informe Danzin a la
Comisión de las Comunidades Europeas (Vers
une infrastructure linguistique européenne, 1992), que señala el peligro
que corren las lenguas que no sepan aprovechar la revolución informática de
este fin de siglo.
24. Sobre este asunto sigo pensando
casi lo mismo que hace un lustro expuse en «La lengua española en los Estados
Unidos», recogido luego en El guirigay nacional
(Valladolid, 1988).