Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: marzo 2021

lunes, 15 de marzo de 2021

¿Por qué arde España?

  Creo que no he recogido este artículo de hace 30 años en ninguna otra publicación mía ni en esta bitácora. El problema y el escándalo de los incendios provocados, casi siempre impunes, perdura: 65.923,08 hectáreas de superficie forestal quemada en 2020, en pleno Estado de Alarma. 

   He copiado el texto tal como lo envié al Diario 16 y apareció el 5 de Septiembre de 1991.


¿POR QUÉ ARDE ESPAÑA?

«La única esperanza de que se acaben los incendios forestales es que perezca en ellos algún cura, periodista o político»

POR EL MARQUÉS DE TAMARÓN

 

Durante los últimos tres años he hecho un centenar largo de excursiones de montaña, casi todas por la Sierra de Guadarrama salvo algunas a Gredos y a Grazalema. No es mucho, pero acaso más de lo que ha andado por el monte la mayoría de los políticos, funcionarios y periodistas que están comentando los incendios forestales y en general la destrucción de nuestra Naturaleza. Como además no me gano la vida con nada que tenga que ver con la explotación, conservación o destrucción de nuestros montes, permítaseme una opinión desinteresada –ya  que no desapasionada– sobre algunos de los errores de juicio que a mi entender impiden de raíz la adopción de medidas eficaces para parar el desastre.

Faltan medios preventivos. Lo que falta es vergüenza. Yo tan sólo me he topado con guardabosques –por llamarlos de alguna manera– tres veces en otros tantos años, y nunca iban ellos andando o a caballo por el monte, sino en coche. En una ocasión (Julio de 1990) una cuadrilla se bañaba en el Arroyo del Telégrafo junto a su land-rover aparcado (PMM-0623-F). Uno de ellos intentaba coger truchas con un palo aguzado, mientras pocos metros río abajo un furtivo bien pertrechado pescaba al lado de un letrero que decía Vedado de pesca. En Junio de este año me encontré cerca de la cañada que sube por Poniente al Puerto de Pasapán con dos individuos armados con rifle de mira telescópica y ataviados con prendas que parecían de uniforme, pero sin insignias. No sé quiénes eran ni qué hacían allí; llegaron en vehículo particular por una pista forestal prohibida al tráfico privado.

Faltan leyes represivas. En España nunca faltan leyes, si caso sobran. Lo que pasa es que no se aplican. Estamos hartos de ver letreros prohibiendo el paso de motos, la acampada y las hogueras mientras los montes retumban con el agrio escape de las trial y aparecen marcados con la repugnante viruela del chamuscado de las fogatas y de los montones de basura que el noble pueblo español gusta esparcir. Las autoridades no hacen nada por evitarlo. En Suiza semejante comportamiento vandálico llevaría a la cárcel o al manicomio.

Falta de educación. Es la coartada típica de las autoridades para cruzarse de brazos. Suele ir seguida de la profecía: Y poco a poco el pueblo, cada vez más culto, dejará de destruir la naturaleza. Conviene preguntar a los mandamases por qué entonces no educan a la gente pronto, antes de que ya no quede naturaleza por destruir y por qué hasta los años setenta no había casi incendios. ¿Todos los españoles eran entonces unos exquisitos ilustrados?¿O sería que temían a la Guardia Civil? El otro día un director general predijo en la televisión que los incendios disminuirían sin necesidad de leyes, por la presión social, igual que ya la gente había dejado de tender la ropa en los balcones. No es que la comparación sea desafortunada, es que con poderes públicos así pronto España será un vertedero humeante.

Las repoblaciones estaban mal hechas. Pues háganlas ahora bien, y no haber dejado de repoblar en serio hace años.

Los incendios son obra de locos pirómanos. Es posible, pero también ésos sentían antes un sano temor por la Benemérita.

Lo que de verdad falta para sofocar la pira que está devorando lo mejor de España es voluntad política. La derecha española no es conservadora (ya se sabe, son conservaduros) y a ella le da igual conservar la naturaleza o no; la burguesía está dispuesta a edificar sus llamados chalés en terrenos recalificados tras un incendio forestal. La izquierda española ha mamado un falso ecologismo con poca marcha por el monte y mucha marcha contra la OTAN. Yo veo pocas esperanzas de remedio. Quizá sólo una, que se me ocurrió al caer en la cuenta de que la ETA nunca mata a curas, periodistas ni políticos, o cuando lo hace reconoce que es contraproducente puesto que son los únicos tres oficios que controlan la propaganda y la represión. Cabe esperar que en un fuego de bosque perezca algún obispo, o director de periódico, o diputado de cualquier partido. Entonces sí que se acabaría la piromanía.

 

El Marqués de Tamarón,

es escritor y socio de la Federación Española de Montañismo

 

Publicado en Diario 16 el 5 de Septiembre de 1991.


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lunes, 1 de marzo de 2021

El Demonio está enojado, lleno de melancolía


  Entre otras estrofas ingenuas y realistas y tiernas, esta Salve de los esquiladores tiene las siguientes:

Esta salve que cantamos
la ofrecemos a María
que nos libre del demonio
y de malas compañías

El demonio está enojado,
lleno de melancolía,
porque rezan los cristianos
el rosario de María

Las cuentas de este rosario
son balas de artillería
que todo el infierno tiembla
en diciendo ¡Ave María!

   La oí cantar en Cabanillas del Monte, en el esquileo segoviano del Vizconde de Altamira, en Mayo de 2010, y la coreamos dirigidos por el maestro esquilador Geminiano Herranz, que acababa de aligerar de cinco kilos de lana, con tijeras, a una oveja que luego parecía entre sobresaltada y aliviada por el trance.

   Volviendo en coche a la modernidad, medité sobre esa Salve, tan decididamente premoderna. Llegué a la conclusión de que el pensamiento y las creencias que refleja son más serias que las de Rousseau, puesto que la antropología de éste descansa en la gratuita presunción de que el hombre es bueno, mientras que la antropología cristiana –como la clásica– conoce la naturaleza caída del hombre. Es curioso que quien abrió la puerta a Hegel, a Marx y a Hitler –es decir a la Modernidad– sea tan poco realista. Es más, es incomprensible que el mundo de hoy no crea ya en la personificación del Mal, y en su cómodo asentamiento en las entrañas del hombre. Que muchos rechacen la existencia de Dios –a veces por no poder entender su coexistencia con el mal– puede resultar triste para otros que sí creen en la Divinidad, pero lo que resulta incomprensible, para creyentes o descreídos provistos de realismo, es que casi nadie crea ya en Satán. ¿Será que no han estudiado Historia, que no leen los periódicos, que ni siquiera ven la televisión con sus noticias de violadores y torturadores de niños? Los que maltratan al más débil y disfrutan causando dolor físico o moral son la prueba odiosa de que Jehová tenía razón cuando “al ver cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra […] se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y se entristeció en el corazón. Y dijo Jehová: Borraré los hombres que he criado de sobre la faz de la tierra […] pues me pesa haberlo hecho” (Génesis VI, 5-7).


***

   Hasta aquí escribí hace once años en un artículo que dejé incompleto e inédito, por razones que no recuerdo. Me atrevo ahora a publicarlo como una imagen más de una modesta búsqueda del tiempo perdido.


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