Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: La tragedia recurrente

martes, 9 de julio de 2019

La tragedia recurrente

   
Antonio Mingote en ABC, Lunes 27/7/2009 

Prólogo a la tragedia recurrente 

   Se observa un sutil cambio en las opiniones sobre los incendios forestales, que de nuevo destruyen los bosques españoles ante la indiferencia del público y la impunidad de los culpables. 

  Se va extendiendo, incluso entre gente seria y solvente, la idea difusa de que en el fondo, fondo, lo que pasa se debe a varias circunstancias ajenas a cualquier responsabilidad concreta. Si a algunos pastores en la Cornisa Cantábrica se les va la mano en sus modestos intentos de mejorar los pastos prendiendo fuego al matorral, ¿acaso no es porque se ven obligados a ello para no perder los rebaños y las correspondientes subvenciones de la Política Agrícola Común? Si la Justicia es indulgente con criminales, ¿no será porque se está usando el Jurado Popular, constituído por paisanos del delincuente, embargados por la compasión? Y cuando la Guardia Civil y los jueces no encuentran testigos del delito, ¿no hay que comprender que los convecinos son leales entre ellos? Por último, ¿no hay que comprender que los verdaderos culpables de lo que ocurre son quienes no limpian los bosques, no quienes les prenden fuego por distracción u honesto esparcimiento con barbacoas sanas y nutritivas? 

    El caso es que seguimos sin saber cuántos incediarios del verano pasado siguen en la cárcel al cabo de un año. Tampoco sabemos si las organizaciones ecologistas se interesan por los estragos producidos en los montes de España. 

    Así es que me decido a reproducir el siguiente artículo publicado hace 13 años en el ABC que sigue, por desgracia, vigente.


Otra falacia patética 


   Una de las falacias más repetidas es que los españoles son indiferentes ante la Naturaleza. Sorprende esta afirmación reiterada y gratuita -auténtica falacia patética, que diría Ruskin- cuando todo a nuestro alrededor indica que en su mayoría los españoles no sólo no son indiferentes ante la Naturaleza, sino que con notable eficacia la detestan. Esa antipatía se manifiesta a veces de forma canallesca, quemando el monte o envenenando animales. En otras ocasiones el estilo es tan sólo achulado, y se desparrama basura en parajes de singular belleza, estridencias de discoteca y moto en el corazón del silencio, pintadas procaces o mitineras en las rocas. Es una manera de decir, con desplante de imbécil, «por aquí he pasado yo, que no soy menos que ese roble tan viejo o esa águila que salió huyendo». 

   Pero las más de las veces el odio rezuma por omisión más que por acción: los vecinos se sonríen ante el atropello, el juez se encoge de hombros, el Ayuntamiento se inhibe, los Gobiernos callan o fingen. Es la más sincera de las connivencias. «Vaya usted a saber quién lo hizo, sería muy difícil probarlo, además el bosque era muy viejo, y ya es hora de que esto beneficie a las personas y no sólo a los pajaritos». Y suspiran satisfechos los especuladores urbanos, tratantes de madera quemada, cazadores furtivos, extorsionistas, camellos de la droga, piariegos y retenes renegados. 

   El ejemplo perfecto de la mezcla de resentimiento y estupidez demagógica fue aquella brillante coletilla al lema de la vieja campaña contra los fuegos forestales: «Cuando arde un bosque, algo suyo se quema, señor conde». Añadiendo esas dos palabras, el gracioso -creo recordar que en La Codorniz- convertía el incendio en un acto progresista, puesto que fastidiaba a la oligarquía. Y además heroico, ya que en aquel entonces la Guardia Civil aún era o podía ser severa. 

   Huelga decir que esa bellaquería en particular no es ya políticamente correcta. Pero otras sí, pues casi todo es turbio en ciertas actitudes sociales. Ni siquiera los delincuentes, que deberían ser fieles a su imagen social de dechado de lógica -lógica egoísta y amoral, pero lógica al fin- son tal cosa cuando se dedican a destruir la Naturaleza. Rara vez actúan con la frialdad de un delincuente puramente racional, como por ejemplo un monedero falso. Éste tan sólo busca el estricto provecho económico, mientras que el incendiario, con independencia del posible lucro, suele disfrutar haciendo daño. Diríase que en ese terreno hay tanto o más odio que codicia. A veces cabe preguntarse si ciertos vertidos tóxicos o incendios no tendrán más en común con los crímenes de los violadores que con los de malhechores supuestamente racionales como los ladrones. Después de todo es de suponer que el sueño de quien aspira a hacer el mal perfecto es mancillar a su madre y luego matarla, y eso es, en exacta metáfora, lo que hacen miles de autores de delitos ecológicos al año, sobre todo en verano. Si tan sólo buscasen el lucro, es probable que escogieran otros delitos más rentables y que causan menos dolor innecesario. 

   Lo más triste, sin embargo, es que lo turbio de las motivaciones de los delincuentes parece desdibujar las propias reacciones de la opinión pública, de las autoridades y de los periodistas. No conozco otro ámbito donde haya menos ideas claras y menos acciones decididas. Abunda, eso sí, la palabrería. Todas las fuerzas políticas coinciden en sus ansias retóricas de «preservar el medio ambiente» (artículo 38 de la Constitución de 1978), pero ninguna muestra respeto siquiera por su propio nombre; se conoce que no va con ellas lo de nomen est omen. Los socialistas valoran muy poco en la práctica el primer bien social, que es la Naturaleza. A los conservadores no les interesa mucho conservar esta vieja piel de toro, tan llena de mataduras. Los verdes, absortos en la izquierda unida, tienen mucho más de izquierdistas que de verdes. Y los llamados ecologistas nunca se manifiestan cuando el desastre ecológico ocurre donde gobiernan las izquierdas. 

   Prueba de lo que antecede es la anarquía urbanística en casi todos los municipios españoles. Sea cual sea su militancia política, el sueño megalómano de un alcalde es benidormizar entero su término municipal, edificarlo del uno al otro confín. Yerran quienes atribuyen el anhelo a un afán de beneficio personal. Por lo común no se trata de cohecho sino de una fe pétrea en el progreso, entendido éste como un aumento acelerado del casco urbano y del número de automóviles en circulación. 

   Contra creencia tan firme no hay leyes que valgan, y menos en un país latino, donde la tradición es legislar profusamente pero sin luego aplicar las normas con demasiado rigor. A veces, sin embargo, triunfan paradójicos escrúpulos y ocurre, por ejemplo, que se paraliza la declaración de tal Parque Nacional para no verse obligados a entorpecer los negocios de la construcción ni sufrir la consiguiente pérdida de votos. 

   Quizá por el mismo prurito oficial de discreción -acaso para evitar la llamada alarma social- no sea posible averiguar cuántos están en la cárcel tras los incendios, casi todos provocados, de 180.000 hectáreas forestales en toda España durante el pasado año 2005, o por cualquier otro delito ecológico (se dice oficiosamente que nadie está en prisión por un quítame allá esas pajas, aun ardientes). Pero cuesta creer que haya voluntad oficial de sigilo, pues los poderes públicos no pueden ignorar el auténtico sentir popular ante todos estos abusos y delitos: la sonrisa suficiente. Como mucho, los políticos evitarán en lo sucesivo reconocer las amplias complicidades del pueblo soberano con los incendiarios, después del revuelo causado en agosto pasado por la franqueza de la ministra de Medio Ambiente al admitir que existía «tolerancia social» en Galicia y en el resto de España, que impedía la identificación de los culpables. 

   A la tolerancia podía haber añadido la desidia. Mientras escribo estas líneas y para no perder el sentido de la realidad más humilde, tengo a mi lado una bolsa de carbón vegetal para barbacoas hecho en el Paraguay y comprado esta primavera en unos grandes almacenes madrileños. O sea, que mientras ardían los montes españoles porque nadie era capaz de atajar el fuego, ya que el sotobosque no se mantiene limpio desde que desapareció el piconeo, estábamos importando picón de una selva situada a diez mil kilómetros de distancia. 

   Y es que aquí, como en otros asuntos nacionales, el problema no está tanto en el Gobierno o los Gobiernos de la nación cuanto en la nación del Gobierno. Un pueblo que no cree en él mismo -en su historia ni en su naturaleza- mal puede exigir fe y voluntad a sus Gobiernos. Y éstos -unos más que otros, es cierto- tendrán la perpetua tentación de zanjar los problemas «como sea». Es decir, sin resolverlos. 


El Marqués de Tamarón   



Este artículo apareció en el ABC el 25 de Mayo de 2006 y en esta bitácora el 23 de Octubre de 2008, el 25 de Julio del 2010 y el 2 de Abril del 2012.

Sí, suave lector, e incluso suave lectora, sé que me repito, pero ya decía André Gide que como nadie escucha hay que seguir diciendo lo mismo. 



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9 comentarios:

  1. Tamarón, tú nos explicaste que Rousseau sigue envenenando a malos y buenos, con su demente teoría de que el hombre es bueno y la sociedad es mala, y por eso arrastra al hombre a actuar con maldad. La antropología cristiana es mucho más racional que la de Rousseau: descansa en la evidencia del Pecado Original y sus secuelas. La más inmediata, el primer asesinato de nuestra especie humana, el fratricidio de Abel por Caín.

    Así es que la saña de los españoles contra su hermosa Naturaleza no debe extrañarnos. Ni siquiera es exclusiva del torvo iberoide. Por eso “… se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.” (Génesis 6:6).

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    1. Cierto como luce el sol que el pensamiento de Rousseau es el más tóxico de los que nos afligen en educación y en antropología. Combinado con la idea de que la libertad es un bien supremo y no limitado, como es, y que todo es relativo, envés de y en todo caso, relacionado y que todo es indeterminado, azaroso y contingente produce incendios, aberraciones, y engendra sufrimientos. No me extraña que Dios esté harto.

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  2. ¿Ya se han olvidado todos del incendio de Guadalajara en Julio de 2005? El incendio quemó 13.000 hectáreas, provocó 11 muertes entre los bomberos, un juicio que duró 8 años y un solo culpable, que quedó en libertad. Como para fiarse del celo con el que se custodia hoy la Naturaleza en España.

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  3. Ay! don Santiago !! Me atemoriza este tema. Me la veo venir. En mi localidad, en el Maresme, provincia de Barcelona, sin querer ser pájaro de mal agüero, preveo un fuego inminente. Es calamitoso ver en el estado en que está el monte de pino y el encinar, completamente sin cuidar, con centenares de pinos caídos, por la sequía y por las plagas, cortando los senderos sobre una tierra ardiente, transitada a diario por personas, motocicletas, coches, bicicletas, perros... Si prende -que prenderá- la responsabilidad de que se extienda en minutos un fuego atroz será de quienes no han tomado -teniendo la obligación- cartas en el asunto, (obligando y promoviendo la tala de los pinos caídos, su retirada y limpieza) que serán los mismos que se rasgarán las vestiduras ( o los trapos de colores) diciendo alguna soflama como nunca más, o "tots contra el foc", que no traduzco por innecesario. Entonces una vez más maldeciré lo que siempre maldigo y lamentaré habiendo nacido tan cerca del mar, estar tan lejos del cielo.
    Suyo, a su servicio, y con gran respeto, su amigo,
    David Flores

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    1. No David, no maldigas nunca, al contrario, bendice...bendice tu tierra y sus ciudadanos, porque "al contrario" le interesa que hagas lo que tú dices. Y no sabes los rayos de Sol que otorgas por cada bendición.

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    2. Bueno, Jesús maldijo a una higuera y se enfadó (es un eufemismo, no por cursi, por comedido) fuerte en varias ocasiones. Imagínese qué no haré yo, pobre de mí!
      En todo caso entiendo su buena intención.
      Un afectuoso saludo.

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  4. Menos de un mes después de que avisaras de la Tragedia Recurrente, llegó y entró por la puerta grande de uno de los Reales Sitios, San Ildefonso de La Granja. Tiznada y remegrida del humo y coreada por el cómplice silencio estruendoso de las Oenegés y de los verdes y animalistas, volvió la Tragedia - mal llamada, pues es un fuego carente de grandeza, es una plaga como la Peste o el Vómito Negro.
    Y los ecologistas podemitas, calladitos. Aunque me los imagino eructando entre ellos gozosos comentarios, como los Orcos de Tolkien.

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    1. Sí. Tiene razón, toda la razón. Qué triste !
      Siguiendo con su metáfora, recordar es bueno que la Peste tenía un vector de transmisión, que eran las ratas. El vector del mal que nos aflige (por respeto a todos y en particular a nuestro anfitrión, y por dar por seguro que todos lo identificamos, al menos en parte, no lo nombraré) es mucho más maligno que Rattus rattus, pues aunque no lo parece es hijo del mismo infierno. Razón esta quizá es de que le guste tanto lo negro, lo feo, lo soez, el hedor, y lo vil.
      Dios nos ampare. Santa Bárbara nos asista, y Santiago el Mayor nos la guarde (a nuestra España, claro)

      Un respetuoso y afectuoso saludo.

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