jueves, 22 de diciembre de 2011
Felices Pascuas
En tiempos remotos -calculo que cerca de la Navidad de 1997- pedimos un villancico para felicitar las Pascuas desde el Instituto Cervantes. En aquel entonces la corrección política todavía no consideraba subversivos los villancicos. Tampoco a un viejo luchador de izquierdas como José Hierro, que había pasado años en la cárcel al final de la Guerra Civil, le repugnaba esa forma popular de celebrar las Pascuas. Como no podíamos, por motivos burocráticos, pagarle el trabajo, le pedí por teléfono que aceptara unas botellas de vino, preguntándole si prefería tinto o blanco. Todos son buenos, me contestó. Te equivocas, me atreví a decirle, es sabido que en España el mejor blanco es el rojo. Divertido al parecer por lo que podía interpretarse como un guiño político -aunque yo lo había dicho porque no me gustan los vinos blancos españoles y sí los tintos-, me escribió una letrilla de agradecimiento reconociendo que el tinto rojo es mejor que el blanco. Y es que él era un rojo y no un progre. Entre otras cosas porque el progre suele ser de medio pelo y él era rigurosamente calvo.
Así es que felices Pascuas a todos, incluido Pepe Hierro y nuestros demás amigos ya en el otro mundo; este año se nos han ido varios.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Tres poemas irónicos
Al jubilarme en este otoño de la varonil edad, que diría Gracián, varios ingenios de esta corte y de otras en el extranjero han acrecentado mi júbilo con bromas cultas y poéticas. La contestación a mi maestro sevillano Fernando Ortiz, que figura al pie de su magnífico soneto gongorino, es aplicable al soneto de mi antiguo jefe Miguel Ángel Ochoa y a la décima de mi antiguo alumno Fidel Sendagorta. Todos se ríen -creo yo- conmigo y no de mí. Dos de los tres se refieren a mi "augusta altura" y a mi "alta atalaya". Me traen a la mente y al corazón el recuerdo de Conchita Guzmán, mi maestra tierna y burlona gracias a la cual puedo tomarme a mí mismo el poco pelo que me queda en lo más alto de la atalaya.
En fin, ahí van los tres poemas, con mi hondo y alegre agradecimiento a sus autores.
Qué mejor regalo, querido Fernando, por el día de mi cumpleaños que tu perfecta broma afectuosa que a Góngora hubiese satisfecho. Me recordó a mi maestra Conchita Guzmán que con tanto cariño me enseñó a reírme de mí mismo y que cuando a los doce o trece años medía yo más de un metro ochenta, ella, que era diminuta, cuando discutíamos sobre las guerras púnicas (ella, republicana y católica, era partidaria de los romanos y yo, no sé por qué, de los cartagineses), me decía con guasa, "hijo, es que yo no puedo tener tu altura de miras". Y yo alguna vez piqué con sonrisa fatua, hasta que los dos rompíamos en carcajadas.
Pues así me reí anteayer, al leer de tu pluma el tercer verso del segundo cuarteto
que descendáis de vuestra augusta altura
y me reí con mucha alegría y mucha admiración por tu capacidad de escribir tan hermosísimo soneto festivo que no burlesco, para reírte con y no de un amigo. Tienes un don especial para reproducir a la perfección el estilo de muchos y en ocasiones difíciles autores.
¿Cómo habría que llamar uno de esos ejercicios virtuosos de estilo? No valen parodia o pastiche por demasiado burlescos ¿Al estilo de? En música se diría variaciones sobre un tema de...
En fin, Fernando, muchas gracias, de corazón. Y Dios te lo pague
Santiago
(20 de Octubre de 2011)
En fin, ahí van los tres poemas, con mi hondo y alegre agradecimiento a sus autores.
A Don Santiago Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón,
ingenio de las letras patrias,
y de cómo en su escudo
esplenden sus virtudes.
Clarísimo Marqués, dos veces claro
por vuestro ingenio y vuestra donosura,
tan extraños en esta selva oscura
de bosquimanos. Y por eso es raro
y precioso y sutil ese preclaro
don que me deja lleno de ventura:
que descendáis de vuestra augusta altura
a dispensarme vuestro fiel amparo.
Vos, noveno Marqués, Naturaleza
con vuestra pluma defendéis de ultraje
-luce la higuera en el blasón gallarda-.
Que inclina a grandes causas la nobleza.
Y a la española lengua en homenaje
dos lanzas de oro en aspa le dan guarda.
Fernando Ortiz
ingenio de las letras patrias,
y de cómo en su escudo
esplenden sus virtudes.
Clarísimo Marqués, dos veces claro
por vuestro ingenio y vuestra donosura,
tan extraños en esta selva oscura
de bosquimanos. Y por eso es raro
y precioso y sutil ese preclaro
don que me deja lleno de ventura:
que descendáis de vuestra augusta altura
a dispensarme vuestro fiel amparo.
Vos, noveno Marqués, Naturaleza
con vuestra pluma defendéis de ultraje
-luce la higuera en el blasón gallarda-.
Que inclina a grandes causas la nobleza.
Y a la española lengua en homenaje
dos lanzas de oro en aspa le dan guarda.
Fernando Ortiz
Qué mejor regalo, querido Fernando, por el día de mi cumpleaños que tu perfecta broma afectuosa que a Góngora hubiese satisfecho. Me recordó a mi maestra Conchita Guzmán que con tanto cariño me enseñó a reírme de mí mismo y que cuando a los doce o trece años medía yo más de un metro ochenta, ella, que era diminuta, cuando discutíamos sobre las guerras púnicas (ella, republicana y católica, era partidaria de los romanos y yo, no sé por qué, de los cartagineses), me decía con guasa, "hijo, es que yo no puedo tener tu altura de miras". Y yo alguna vez piqué con sonrisa fatua, hasta que los dos rompíamos en carcajadas.
Pues así me reí anteayer, al leer de tu pluma el tercer verso del segundo cuarteto
que descendáis de vuestra augusta altura
y me reí con mucha alegría y mucha admiración por tu capacidad de escribir tan hermosísimo soneto festivo que no burlesco, para reírte con y no de un amigo. Tienes un don especial para reproducir a la perfección el estilo de muchos y en ocasiones difíciles autores.
¿Cómo habría que llamar uno de esos ejercicios virtuosos de estilo? No valen parodia o pastiche por demasiado burlescos ¿Al estilo de? En música se diría variaciones sobre un tema de...
En fin, Fernando, muchas gracias, de corazón. Y Dios te lo pague
Santiago
(20 de Octubre de 2011)
El soneto que hoy pongo ante tus ojos
Es inferior a tus merecimientos,
Pero alberga sinceros pensamientos
Aunque sus versos se te antojen flojos.
Mas los versos, ¿qué son? Sólo despojos
De un más hondo caudal de sentimientos.
Y en tus ensayos dices y en tus cuentos
Que en la vida habrá más que trampantojos.
De ellos se burla tu literatura.
Mojas tu pluma en tinta de ironía
Y el mundo pintas cual lo ve tu mente.
Sigue poniendo broma a tu cordura.
Carga de buen humor tu artillería:
Pólvora pon, pero con aguardiente.
Miguel Ángel Ochoa Brun
Décima para Tamarón
Desde su alta atalaya
trata de tú a los halcones
y no pide mil perdones
por sobrepasar la talla.
Con instinto que no falla
redescubre la belleza
olvidada en la maleza
de un pasado solo oscuro
para necios que en el muro
estrellan su atroz cabeza.
Fidel Sendagorta
Es inferior a tus merecimientos,
Pero alberga sinceros pensamientos
Aunque sus versos se te antojen flojos.
Mas los versos, ¿qué son? Sólo despojos
De un más hondo caudal de sentimientos.
Y en tus ensayos dices y en tus cuentos
Que en la vida habrá más que trampantojos.
De ellos se burla tu literatura.
Mojas tu pluma en tinta de ironía
Y el mundo pintas cual lo ve tu mente.
Sigue poniendo broma a tu cordura.
Carga de buen humor tu artillería:
Pólvora pon, pero con aguardiente.
Miguel Ángel Ochoa Brun
Décima para Tamarón
Desde su alta atalaya
trata de tú a los halcones
y no pide mil perdones
por sobrepasar la talla.
Con instinto que no falla
redescubre la belleza
olvidada en la maleza
de un pasado solo oscuro
para necios que en el muro
estrellan su atroz cabeza.
Fidel Sendagorta
viernes, 16 de diciembre de 2011
LOS QUINCE MINUTOS DE FAMA DE ZAPATERO
A continuación reproduzco mi artículo publicado en la Nueva Revista, número 134 (julio, 2011), que reseña el siguiente libro:
MEMORIA DE WASHINGTON:
EMBAJADOR DE ESPAÑA EN LA CAPITAL DEL IMPERIO
Por Javier Rupérez
Prólogo de José María Aznar
La esfera de los libros, Madrid, 2011.
Hace más de medio siglo, en 1958, compartimos Javier Rupérez y yo el primer día (y después cinco años más) de nuestros estudios universitarios en Madrid. En 1965 hicimos juntos las oposiciones a ingreso en la Carrera Diplomática y en 1966 compartimos nuestro primer despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con José Luis Vázquez Dodero, excelente ensayista y periodista muy conservador, que miraba con bondadosa indulgencia a aquellos dos jóvenes semiprogres que Rupérez y yo éramos a sus ojos. En la Dirección General de Relaciones Culturales de aquel entonces coexistían diplomáticos de muy diversas tendencias, desde el Director General, Alfonso de la Serna, hasta los dos Gonzalos, el rojo y el azul, Gonzalo Puente Ojea y Gonzalo Fernández de la Mora. Todos ellos nos trataron con compañerismo bien liberal. Y si en esa época remota de nuestras vidas nos hubieran dicho cómo iban a ser nuestras respectivas existencias individuales y, más importante, el curso histórico de nuestro país, nos habrían sorprendido mucho ciertas cosas y nada otras. Siempre es así, supongo.
Javier Rupérez se ha jubilado hace un par de meses (como funcionario, ojalá no de su vida pública) y este libro recoge su embajada en Washington entre 2000 y 2004 a la vez con precisión y con humor, con datos objetivos y emociones personales. Siempre fue aficionado a leer y a escribir –este es sus octavo libro- y siempre supo expresarse con claridad y pulcritud, insólitas en nuestros políticos y funcionarios modernos. Esta Memoria de Washington está construida –acertadamente- de acuerdo con las reglas tradicionales de los despachos diplomáticos, o más bien de las cartas de los embajadores al ministro, antes de que las constantes filtraciones entorpeciesen la labor informativa y, de paso, el estilo literario de los profesionales. A esas reglas –orden cronológico en los hechos y orden lógico en su interpretación, franqueza templada si es menester por la prudencia- añade las de un juego melódico. Cada capítulo tiene un título descriptivo precedido de una calificación musical, empezando por el Capítulo 1: Introducción y rondó caprichoso: el retorno a la diplomacia y terminando con el Capítulo 21: Finale ma non troppo: de Washington a Nueva York.
Entre ambos, Rupérez describe con lucidez no exenta de ironía a veces y otras de melancolía, o tristeza o incluso ira, los acontecimientos históricos –o de la vida diaria de una embajada- de los que fue testigo o actor. En llegando aquí hay que recordar que la diferencia esencial entre una tragedia y una novela policíaca es que en la primera el público sabe muy bien lo que va a ocurrir y es esa inevitabilidad del desenlace conocido lo que le produce horror, mientras que en la segunda la oscura incertidumbre produce mera curiosidad. Y quién podría sentir mejor el lado trágico de la matanza terrorista de Madrid, en el 11 de marzo del 2004, que Javier Rupérez, víctima en 1979 de un secuestro de la ETA.
Por eso escribe: “El lunes 15 de marzo organicé en la Catedral católica de San Mateo un funeral por las víctimas del atentado […]. Y no encontré mejor manera para reflejar mis sentimientos que inspirar [sus palabras] en la desolación del Salmo: De profundis clamavi ad te, Domine […] Dije lo que quería decir […] que la dignidad de la persona humana era imprescriptible y la mejor manera de hacerla respetar consistía en la práctica de la democracia”. Pero también el Embajador de España pide a Dios “fortaleza para todos los pueblos de la tierra que sufren el azote del terrorismo, para que nunca piensen que cediendo pueden acabar con la bestia”.
(Al leer lo que antecede recordé que precisamente ese 15 de marzo del 2004 también a mí me tocó presidir un funeral por las víctimas de la barbarie, en la Catedral católica de Westminster, en Londres. También me ofrecieron escoger un texto bíblico y leerlo. También opté por los Salmos pero no el De profundis, que es el 130, sino el 58 (“Oh Dios, quiebra sus dientes en sus bocas”) y el 59 (“y tú, Señor Dios de los Ejércitos, no tengas misericordia de todos los que se rebelan con iniquidad… No los mates, para que mi pueblo no se olvide… Vuelvan a la tarde y ladren como perros y rodeen la ciudad”). Hay días en que los Embajadores, estén donde estén, no están para eufemismos).
Ya al final del libro y depués de lo relacionado con la tragedia del 11 de marzo del 2004, en esta Memoria de Washington comienzan a aflorar las miserias y ruindades de políticos y periodistas. A ese respecto, el penúltimo capítulo (Sonata disonante: España cambia de rumbo) no tiene desperdicio. El autor hace acopio de paciencia, y quizá de desprecio; ya lo dijo Chateaubriand, “hay tiempos en los que no se debe gastar el desprecio más que con parsimonia, de tantos necesitados como hay”. Describe con frialdad exasperada la retirada de las tropas españolas de Irak, empezando con la visita de José Bono, que todavía no era Ministro de Defensa, a Washington para entrevistarse con Donald Rumsfeld, el 5 de abril del 2004. Al parecer le hizo promesas que luego no fueron cumplidas cuando el 18 de abril el nuevo Presidente del Gobierno, Sr Rodríguez Zapatero, anunció que la retirada tendría lugar de manera inmediata. Así empezó la glaciación de las relaciones hispano-norteamericanas: por la forma tanto como por el fondo. En palabras de Javier Rupérez, “las excelentes relaciones que José María Aznar había sabido trabajosamente desarrollar con los Estados Unidos, y que recibían los parabienes de tirios y troyanos en aquel lado del Atlántico, fueron literalmente deshechas en los quince minutos que Zapatero empleó para anunciar la inmediata retirada de las tropas españolas de Irak”.
Todo el mundo tiene, según Warhol, quince minutos de fama en su vida. Triste fama será la del Sr Rodríguez Zapatero si queda centrada en esa aparición como oráculo fallido. Y bueno será, al escribir la historia de este comienzo de siglo, tener en cuenta el testimonio esclarecedor de Javier Rupérez.
MEMORIA DE WASHINGTON:
EMBAJADOR DE ESPAÑA EN LA CAPITAL DEL IMPERIO
Por Javier Rupérez
Prólogo de José María Aznar
La esfera de los libros, Madrid, 2011.
Hace más de medio siglo, en 1958, compartimos Javier Rupérez y yo el primer día (y después cinco años más) de nuestros estudios universitarios en Madrid. En 1965 hicimos juntos las oposiciones a ingreso en la Carrera Diplomática y en 1966 compartimos nuestro primer despacho en el Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con José Luis Vázquez Dodero, excelente ensayista y periodista muy conservador, que miraba con bondadosa indulgencia a aquellos dos jóvenes semiprogres que Rupérez y yo éramos a sus ojos. En la Dirección General de Relaciones Culturales de aquel entonces coexistían diplomáticos de muy diversas tendencias, desde el Director General, Alfonso de la Serna, hasta los dos Gonzalos, el rojo y el azul, Gonzalo Puente Ojea y Gonzalo Fernández de la Mora. Todos ellos nos trataron con compañerismo bien liberal. Y si en esa época remota de nuestras vidas nos hubieran dicho cómo iban a ser nuestras respectivas existencias individuales y, más importante, el curso histórico de nuestro país, nos habrían sorprendido mucho ciertas cosas y nada otras. Siempre es así, supongo.
Javier Rupérez se ha jubilado hace un par de meses (como funcionario, ojalá no de su vida pública) y este libro recoge su embajada en Washington entre 2000 y 2004 a la vez con precisión y con humor, con datos objetivos y emociones personales. Siempre fue aficionado a leer y a escribir –este es sus octavo libro- y siempre supo expresarse con claridad y pulcritud, insólitas en nuestros políticos y funcionarios modernos. Esta Memoria de Washington está construida –acertadamente- de acuerdo con las reglas tradicionales de los despachos diplomáticos, o más bien de las cartas de los embajadores al ministro, antes de que las constantes filtraciones entorpeciesen la labor informativa y, de paso, el estilo literario de los profesionales. A esas reglas –orden cronológico en los hechos y orden lógico en su interpretación, franqueza templada si es menester por la prudencia- añade las de un juego melódico. Cada capítulo tiene un título descriptivo precedido de una calificación musical, empezando por el Capítulo 1: Introducción y rondó caprichoso: el retorno a la diplomacia y terminando con el Capítulo 21: Finale ma non troppo: de Washington a Nueva York.
Entre ambos, Rupérez describe con lucidez no exenta de ironía a veces y otras de melancolía, o tristeza o incluso ira, los acontecimientos históricos –o de la vida diaria de una embajada- de los que fue testigo o actor. En llegando aquí hay que recordar que la diferencia esencial entre una tragedia y una novela policíaca es que en la primera el público sabe muy bien lo que va a ocurrir y es esa inevitabilidad del desenlace conocido lo que le produce horror, mientras que en la segunda la oscura incertidumbre produce mera curiosidad. Y quién podría sentir mejor el lado trágico de la matanza terrorista de Madrid, en el 11 de marzo del 2004, que Javier Rupérez, víctima en 1979 de un secuestro de la ETA.
Por eso escribe: “El lunes 15 de marzo organicé en la Catedral católica de San Mateo un funeral por las víctimas del atentado […]. Y no encontré mejor manera para reflejar mis sentimientos que inspirar [sus palabras] en la desolación del Salmo: De profundis clamavi ad te, Domine […] Dije lo que quería decir […] que la dignidad de la persona humana era imprescriptible y la mejor manera de hacerla respetar consistía en la práctica de la democracia”. Pero también el Embajador de España pide a Dios “fortaleza para todos los pueblos de la tierra que sufren el azote del terrorismo, para que nunca piensen que cediendo pueden acabar con la bestia”.
(Al leer lo que antecede recordé que precisamente ese 15 de marzo del 2004 también a mí me tocó presidir un funeral por las víctimas de la barbarie, en la Catedral católica de Westminster, en Londres. También me ofrecieron escoger un texto bíblico y leerlo. También opté por los Salmos pero no el De profundis, que es el 130, sino el 58 (“Oh Dios, quiebra sus dientes en sus bocas”) y el 59 (“y tú, Señor Dios de los Ejércitos, no tengas misericordia de todos los que se rebelan con iniquidad… No los mates, para que mi pueblo no se olvide… Vuelvan a la tarde y ladren como perros y rodeen la ciudad”). Hay días en que los Embajadores, estén donde estén, no están para eufemismos).
Ya al final del libro y depués de lo relacionado con la tragedia del 11 de marzo del 2004, en esta Memoria de Washington comienzan a aflorar las miserias y ruindades de políticos y periodistas. A ese respecto, el penúltimo capítulo (Sonata disonante: España cambia de rumbo) no tiene desperdicio. El autor hace acopio de paciencia, y quizá de desprecio; ya lo dijo Chateaubriand, “hay tiempos en los que no se debe gastar el desprecio más que con parsimonia, de tantos necesitados como hay”. Describe con frialdad exasperada la retirada de las tropas españolas de Irak, empezando con la visita de José Bono, que todavía no era Ministro de Defensa, a Washington para entrevistarse con Donald Rumsfeld, el 5 de abril del 2004. Al parecer le hizo promesas que luego no fueron cumplidas cuando el 18 de abril el nuevo Presidente del Gobierno, Sr Rodríguez Zapatero, anunció que la retirada tendría lugar de manera inmediata. Así empezó la glaciación de las relaciones hispano-norteamericanas: por la forma tanto como por el fondo. En palabras de Javier Rupérez, “las excelentes relaciones que José María Aznar había sabido trabajosamente desarrollar con los Estados Unidos, y que recibían los parabienes de tirios y troyanos en aquel lado del Atlántico, fueron literalmente deshechas en los quince minutos que Zapatero empleó para anunciar la inmediata retirada de las tropas españolas de Irak”.
Todo el mundo tiene, según Warhol, quince minutos de fama en su vida. Triste fama será la del Sr Rodríguez Zapatero si queda centrada en esa aparición como oráculo fallido. Y bueno será, al escribir la historia de este comienzo de siglo, tener en cuenta el testimonio esclarecedor de Javier Rupérez.
El Marqués de Tamarón
lunes, 12 de diciembre de 2011
¿Es España un Estado de Derecho?
La división de poderes es condición necesaria pero no suficiente para el recto funcionamiento del Estado de Derecho, y éste a su vez no es sinónimo de Democracia. El imperio de la ley está ligado esencialmente al Estado de Derecho, y quizá sea aquel el pilar más debilitado hoy de todo el edificio. En los tres poderes clásicos se echa en falta una aplicación cabal y sistemática del espíritu y la letra de nuestro ordenamiento jurídico. El poder legislativo –que rara vez legisla si no es a instancias del poder ejecutivo- aprueba leyes que a menudo nacen para no ser aplicadas, y que de hecho el poder judicial con no menos frecuencia no intenta aplicar.
Las sentencias judiciales, incluso las sentencias firmes del Tribunal Supremo, a veces no se ejecutan. Y de todas formas la advertencia Justicia dilatada es justicia denegada carece ya de vigencia en la práctica. A todo ello hay que añadir un defecto en la actuación del poder legislativo, defecto sin duda nacido de loables intenciones, que es el garantismo a ultranza, que conduce a la falta de garantías para la mayoría de la población.
Si a los poderes clásicos añadiésemos el poder de los medios de información o el de los sindicatos o el de los empresarios, veríamos que la obediencia a la ley dista tanto o más de ser general.
El problema es sencillo, la solución no. Las instituciones nunca obtendrán el respeto de los ciudadanos si no se respetan entre ellas. Y más aún, si cada institución no se respeta a sí misma acatando la ley.
Lo más desmoralizador para una nación es el oír decir con cierto fundamento aquí nunca pasa nada, esto en España sale gratis.
(El texto que antecede fue publicado en el ABC del pasado Lunes 28 de Noviembre de 2011, con leves ajustes de maquetación. Respondía a la pregunta que se me hizo, pidiéndome un breve comentario sobre un artículo del Profesor González Ballesteros, que todavía no estaba escrito, "sobre la necesidad en España de recuperar la división de poderes y el respeto entre ellos para que los ciudadanos, a su vez, respeten las instituciones". Me pareció más interesante centrarme en el problema evidente pero poco atendido del desmoronamiento del Estado de Derecho en nuestro país).
Las sentencias judiciales, incluso las sentencias firmes del Tribunal Supremo, a veces no se ejecutan. Y de todas formas la advertencia Justicia dilatada es justicia denegada carece ya de vigencia en la práctica. A todo ello hay que añadir un defecto en la actuación del poder legislativo, defecto sin duda nacido de loables intenciones, que es el garantismo a ultranza, que conduce a la falta de garantías para la mayoría de la población.
Si a los poderes clásicos añadiésemos el poder de los medios de información o el de los sindicatos o el de los empresarios, veríamos que la obediencia a la ley dista tanto o más de ser general.
El problema es sencillo, la solución no. Las instituciones nunca obtendrán el respeto de los ciudadanos si no se respetan entre ellas. Y más aún, si cada institución no se respeta a sí misma acatando la ley.
Lo más desmoralizador para una nación es el oír decir con cierto fundamento aquí nunca pasa nada, esto en España sale gratis.
(El texto que antecede fue publicado en el ABC del pasado Lunes 28 de Noviembre de 2011, con leves ajustes de maquetación. Respondía a la pregunta que se me hizo, pidiéndome un breve comentario sobre un artículo del Profesor González Ballesteros, que todavía no estaba escrito, "sobre la necesidad en España de recuperar la división de poderes y el respeto entre ellos para que los ciudadanos, a su vez, respeten las instituciones". Me pareció más interesante centrarme en el problema evidente pero poco atendido del desmoronamiento del Estado de Derecho en nuestro país).
jueves, 8 de diciembre de 2011
Botones de muestra (VI)
La frase de la portada de esta biografía de Alma Mahler Gropius, escrita por Almudena de Maeztu, dice mucho pero no todo: "Una mujer generosa, de espíritu libre, siempre polémica, musa de artistas, que fascinó a todos los que a ella se acercaron". Lo que no dice la portada pero sí el interior del libro es si era inteligente además de fascinante y buena persona además de generosa. La contestación a ambas preguntas que se desprende del texto de este libro es "Tal vez sí, tal vez no. Dependía de los días".
Esa condición cambiante en sus pasiones como en sus gustos hacía de Alma Schindler (por darle su nombre de soltera, que dejó de usar desde que se casó con el músico Gustav Mahler) materia perfecta para una biografía o una novela. La autora de este libro no ha desaprovechado la ocasión. Empezó escribiendo una tesis doctoral y luego la convirtió en una biografía que sin sacrificar el rigor histórico evita las arideces tan frecuentes en las tesis universitarias. Abarca la vida de la biografiada desde su nacimiento en 1879 hasta su divorcio en 1920 del arquitecto Gropius. Luego ella se casó con el escritor Franz Werfel y vivió hasta 1964. Tuvo amantes tan notables como los pintores Gustav Klimt y Oskar Kokoschka, amén de otros de menor cuantía.
Era vanidosa, voluntariosa y egoísta. En este libro aparece reproducida una larga y dura carta que le escribió Gustav Mahler, presa de los celos pero no ciego por ellos. Ni siquiera le hace reproches, más bien la analiza sin contemplaciones. Lo más curioso es que le señala, al parecer con motivos, que está vacía de ideas:
"Mi Alma, ¿cuáles son tus ideas? ¿Los escritos misóginos de Schopenhauer, las antimoralidades del superhombre de Nietzsche, tan falaz como detestable, los brumosos sueños ideológicos y etílicos de Maeterlink o la retórica de burdel de Bierbaum y compañía? Esas no son ideas tuyas, gracias a Dios, sino ideas ajenas."
Claro que junto a eso debía de tener una simpatía y un encanto arrolladores. Quizá también en vez de egoísta habría que usar el eufemismo egocéntrica. Y era muy guapa.
Esta biografía cumple brillantemente con la principal condición de ese género literario e histórico: expone de forma clara y amena la información disponible y deja al lector que juzgue al personaje. Leyendo este libro uno puede pensar que Alma Mahler era un monstruo. O una sirena cautivadora. O una eterna adolescente malcriada. O una mujer muy atractiva, que comprendía muy bien a los artistas y que gracias a eso fue una musa poderosamente inspiradora de músicos, pintores y escritores, y hasta arquitectos de la Bauhaus, a quienes cabría suponer una frialdad práctica y austera que los inmunizase ante cualquier vampiresa o valquiria. Quizá de verdad fue una fuerza de la naturaleza. Y, como me dijo la autora, "tal vez leyó demasiado a Nietzsche". Porque la biógrafa, Almudena de Maeztu, simpatiza con los personajes de estas vidas pero no deja de verlos con ojos muy claros ("Mahler en su música tenía un lado macarra", se atreve a decir). Qué diferencia con quienes descubren todo este mundo por casualidad, como tal político español que quedó prendado de la música de Gustav Mahler porque vio la película que lleva su nombre y hasta hoy no ha dejado de referirse a sus composiciones. "Consiguió que nos aburriese Mahler, pero peor hubiera podido ser si Alfonso Guerra en vez de ver Mahler hubiese descubierto a Mozart viendo Amadeus y nos hubiera hartado de su música", dice un amigo mío, anarca él.
Para los españoles que conocemos mal el mundo centroeuropeo y danubiano es éste un libro tan fascinante como Alma Mahler y esclarecedor del alma de Alma y de las tormentas de ella y de sus coetáneos.
Alma Mahler Gropius
Por Almudena de Maeztu
JP Libros
Barcelona, 2010
También disponible en edición Kindle:
https://www.amazon.es/dp/B006Y7DOXI
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miércoles, 7 de diciembre de 2011
Más sobre Ortega y Gasset
Me olvidé ayer de pedir nueva ayuda a los lectores sobre otra cita orteguiana sin verificar. Creo haberle leído alguna alusión a la cautela conveniente ante cualquier consenso político general, no sé si en la España contemporánea o en todo el mundo moderno. Decía algo así como "recelemos de una idea que entusiasme por igual a izquierdas y derechas".
Aunque tal vez lo haya soñado yo en un ataque de pensamiento desiderativo (wishful thinking, que dicen los bárbaros y los barbaristas). De ser de Ortega, apoyaría mi desconfianza ante la opinión general sobre el Quijote y algún otro fenómeno inquietante de unánime valoración histórica o literaria.
¿Alguien puede ayudarme?
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Ortega y el viril apetito de perforación
Aunque tal vez lo haya soñado yo en un ataque de pensamiento desiderativo (wishful thinking, que dicen los bárbaros y los barbaristas). De ser de Ortega, apoyaría mi desconfianza ante la opinión general sobre el Quijote y algún otro fenómeno inquietante de unánime valoración histórica o literaria.
¿Alguien puede ayudarme?
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Ortega y el viril apetito de perforación
martes, 6 de diciembre de 2011
Ortega y el viril apetito de perforación
Cuando ya casi había abandonado la esperanza de encontrar la cita exacta de Ortega y Gasset, los dioses del Olimpo -no se olvide que Don José Ortega y Gasset era tan olímpico como Goethe- se apiadaron de mí, o del filósofo español.
Hace una eternidad había citado (mal) a Ortega, atribuyéndole la frase de que el pensador debía acercarse a las ideas "con viril afán taladrador". (Véase abajo)
http://marquesdetamaron.blogspot.com/2011/08/karacho-y-otras-exportaciones-espanolas.html
Pero luego, al no encontrar en ningún sitio el brioso consejo, comprendí que me había equivocado. Me lamenté en una charla que di la semana pasada y alguien, de talante tan misericordioso como erudito, me sacó de dudas: Don José no tenía viril afán taladrador pero sí viril apetito de perforación. (cf. ut infra)
http://marquesdetamaron.blogspot.com/2011/11/un-abrazo.html?showComment=1322687984140#c5548293478234048929
Gracias sean dadas al Olimpo y a E. Vanhomrigh.
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Más sobre Ortega y Gasset
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http://marquesdetamaron.blogspot.com/2011/08/karacho-y-otras-exportaciones-espanolas.html
Pero luego, al no encontrar en ningún sitio el brioso consejo, comprendí que me había equivocado. Me lamenté en una charla que di la semana pasada y alguien, de talante tan misericordioso como erudito, me sacó de dudas: Don José no tenía viril afán taladrador pero sí viril apetito de perforación. (cf. ut infra)
http://marquesdetamaron.blogspot.com/2011/11/un-abrazo.html?showComment=1322687984140#c5548293478234048929
Gracias sean dadas al Olimpo y a E. Vanhomrigh.
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