Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: San Jerónimo

martes, 8 de marzo de 2011

San Jerónimo

Si hay un santo envidiable para todos los aficionados a traducir, o simplemente a escribir, o incluso tan sólo a leer, es San Jerónimo. Me refiero a San Jerónimo en su faceta de traductor de la Biblia, no a San Jerónimo como padre del yermo, haciendo penitencia muy dura, cosa esta última admirable para todos pero envidiable únicamente para unos pocos.

Ya Valery Larbaud, excepcional políglota y traductor, escribió Sous l’invocation de Saint Jérôme. Pero lo que más nos puede acercar a él, más aún para algunos que la lectura de la Vulgata en latín –hoy ya tristemente postergada–, es contemplar algunos de los muchos retratos que lo representan trabajando en un cuarto lleno de libros pero también de animales que simbolizan episodios de la vida del santo. Desde niño me fascinaban esas escenas; me parecía que el lugar era lo más acogedor, cómodo y seguro (gracias al león) y que allí se sería muy feliz leyendo. Lo sigo pensando y durante un tiempo voy a hacer la vida un poco más agradable a los que entren en esta bitácora, pues se van a encontrar con una imagen, que irá cambiando, de San Jerónimo en lugar de ver mi cogote.

Procuraré escribir un comentario de cada cuadro, pero para no hacerlos esperar a ustedes empezaré con el de Antonello de Mesina (pintado hacia 1475), sin pretender mejorarlo con palabras quizá superfluas.

Ah, y si quieren ver la imagen más grande, pinchen sobre el cuadro.



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6 comentarios:

  1. Me llama la atención la perdiz, dicen que simboliza la verdad de Cristo.
    A mí me recuerda al inventor del compás, sobrino y víctima del envidioso Dédalo. Me sugiere una crítica a la Roma que empujaría hacia Belén a nuestro Santo intérprete.
    Parece que, en los tiempos de San Jerónimo, en Roma el talento podía alzar tanto el vuelo como en los de Antonello de Mesina.

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  2. Parece la representación más adecuada a lo que en realidad fue la vida del santo, pues llevó más una vida de trabajo intelectual en una biblioteca que de eremita retirado en el desierto, quitándole al león la espina, que es como tan a menudo se le representa.

    El nombre Jerónimo como que ha caído un poco en desuso, una pena ahora que parece reviven los godos, con los parques llenos de Pelayos, Rodrigos y Ramiros.. ¿Para cuando un Wamba, un Witiza o un Teudis? ¿y Urraca? Se nos ha aguado un poco la sangre parece, y no nos atrevemos con estas cosas.

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  3. Muchas gracias por el regalo, de la idea y del cuadro. El retrato es maravilloso, pero, al menos a primera vista, lo que llama más la atención es el orden, una de las condiciones clásicas de la belleza. El retrato, aunque no siempre, es una forma de discurso, y éste está maravillosamente equilibrado, posee una lógica envidiable; el hombre en el centro de un artificio también perfectamente ordenado, sólido y ligero, al servicio de su vocación, de su interés en una vida digna y plena. Los animales, tan hermosos, a la puerta, pero ya con su carácter propio, fuera de la función meramente simbólica del arte medieval. ¡Y tanto y tan protegido espacio para que los libros puedan hablar sin que nadie moleste!

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  4. Hay en el cuadro un detalle que pasa desapercibido y que puede dar otra pista de las actividades del santo, y es, un libro de cintura (tambien llamado libro del peregrino o libro del caminante)que llevaban los monjes, peregrinos, abogados, médicos....colgando de la cintura cuando se desplazaban de de un lugar a otro. El contenido del libro de cintura de los monjes, solia ser: breviarios, misales, libros de oración...
    En el cuadro, el libro en cuestión se encuentra situado en la parte izquierda de la estantería superior derecha.
    Soy encuadernadora artística y he hecho una réplica de uno de ellos, así es que los detecto casi como "buscando a willy".

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  5. Por las referencias medievales que recuerdo creo que la perdiz representa la doblez, el latrocinio y la vida depravada.

    Saludos.

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  6. Bellísimo cuadro, tan repleto de símbolos que su examen bien puede convertirse en un apasionante estudio teológico. Dice Chimo que la perdiz representa la verdad de Cristo; no le falta razón aunque la mención que hace San Jerónimo a esta ave dista de ser amable. Parafraseando al profeta Jeremías (17:11) dice que “así como la perdiz que junta los huevos e incuba los pollos que no han de seguirla, así el varón impío posee riquezas contra derecho, teniendo que dejarlas en el mejor de sus días.”
    La perdiz -que, según algún exegeta, sería más bien un cuco, ya que la palabra hebrea “koré” no significa otra cosa que “el que canta" o "el que llama”-, pierde en algún momento posterior esta connotación negativa y se convierte en un animal honorable, alegoría del reconocimiento de la verdad del mensaje de Cristo.
    No es fácil establecer el momento en que la perdiz es rehabilitada. En el Bestiario de Aberdeen, del siglo XII, la perdiz es un animal lascivo -avis dolosa et inmunda- que roba los huevos de otras -adeo autem fraudulenta ut alter alterius ova diripiat-. Del mismo modo, dice el Bestiario, obra el Diablo, intentando robar sus criaturas a Dios, pero “ubi vox Christi audita fuerit ab eis, sumentes sibi alas spirituales provide evolant et se Christo commendant: Una vez que escuchan la voz de Cristo con alas espirituales vuelan a Él y a Cristo se entregan."
    Siglos más tarde, nuestro Fray Luis de Granada glosa a San Jerónimo y evoca la leyenda: “La perdiz también padece otro agravio en la creación de sus hijos (...) muy semejante al de aquellas dos malas mujeres que contendían ante Salomón, una de las cuales hurtó el niño a la otra diciendo que era suyo. Porque hay perdiz que hurta los huevos de otra perdiz y los calienta y saca y cría por suyos. Mas aquí interviene una tan gran maravilla que, si no la halláramos en el Capítulo 17 de Jeremías, del todo pareciera increíble, aunque sean muchos los autores que la escriben, como refiere San Jerónimo. El cual dice que la perdiz hurta a otra los huevos y los calienta y cría. Mas como estos, después de ya grandecillos, oyen el reclamo de la verdadera madre que puso los huevos, dejan la falsa y siguen la verdadera. ¿Quién pudiera creer ésto, si el mismo autor de esta maravilla no lo dijera en la Escritura? El cual nos quiso aquí representar el misterio y fruto de la Redención de Cristo, por cuyo merecimiento los hombres, que hasta el tiempo de su venida servían a los dioses ajenos, cuando oyeron la voz de su verdadero padre, mediante la predicación del Evangelio, dejaron los falsos dioses que adoraban y acudieron a servir y adorar al verdadero Dios y criador suyo”.

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