Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: 2025

viernes, 23 de mayo de 2025

Cuarto de muestras. Quince autores alrededor del jerez


El jerez
Acuarela de W.H.Riddell

Acaba de publicarse un libro sobre el vino de Jerez por quince autores muy cualificados, que me hicieron el honor de encargarme el prólogo. Apareció así: 



Prólogo

Marqués de Tamarón

    Leyendo estos veintiún relatos o ensayos jerezanos se siente uno andaluz, salvo que sea jerezano de nacimiento, en cuyo caso siente una vaga añoranza de desterrado en el tiempo ya que no en el espacio.

    A esa vaga añoranza se añade hoy una muy concreta inquietud ante el innegable (pero no innegado) cambio climático. Ambos sentimientos me vinieron a la mente al leer la primera página:

    «Nos encontramos en casa, en el campo, en una tarde al comienzo del verano con el calor propio de esta estación cada vez más larga y seca que se nos va haciendo normal a fuerza de acostumbrarnos. Es una desgracia cada vez más habitual que los veranos duren cinco y hasta seis meses, con periodos prolongados de calor y casi ausencia de lluvias, por lo que tenemos asegurada la falta de agua en el campo si el otro medio año no ha sido muy generoso».

    El capítulo, primero de esta obra, va titulado «El cuento de una tarde de verano con niños en el campo», y está escrito por Antonio y Myriam. El libro tiene el mérito poco común de empezar con las frases que acabo de citar. El mérito aumenta cuando el lector constata que los autores compaginan la lucidez inquieta con el disfrute sonriente del campo con sus niños.

    Para el lector viejo, ochentañero, es un buen regalo leer un libro de quince autores, presumiblemente más jóvenes que él. Jerez ha cambiado pero me aseguran que el jerez no. O muy poco. Sería vano pero no aburrido pretender esbozar un retrato de Jerez o del jerez. Vano porque Jerez ha cambiado del todo durante el último medio siglo. El jerez no, pero los bebedores del jerez sí. ¿Y los bodegueros? Pues no tanto.

    La apología del jerez aparece en este libro bajo distintas formas: relatos largos, anécdotas breves, descripciones muy pictóricas de formas, colores y luces.

    ¿Hasta qué punto ha cambiado Jerez en los últimos sesenta años? ¿Mucho, poco, nada? Han desaparecido bodegas importantes, o al menos han cambiado sus dueños.

    «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie», dice el Gatopardo en la novela del Príncipe de Lampedusa.

    Volviendo al día de hoy y a nuestras tierras jerezanas, los autores antes citados concluyen:

    «Pero bueno, los autores han elegido el estío y bien está, que para eso son ellos los que ponen la imaginación y además han querido mostrar cómo están cambiando las cosas en nuestras tierras con veranos larguísimos, secos y calurosos, e inviernos breves de lluvias cortas y torrenciales.

    Nada bueno».

    Jerez, a fin de cuentas una ciudad pequeña, da para muchos escritores, como siempre hemos pensado los nativos. Pero tal vez olvidamos que otra ciudad pequeña, la Atenas del Siglo de Oro, hace 2500 años, tenía a Esquilo, Sófocles y Eurípides en el Teatro y a Sócrates, Platón y Aristóteles en la Filosofía.

    Sin embargo, más de una vez esas ciudades irrumpen en la historia con tragedias o con comedias. Lo demuestra Linares, escenario de la muerte de Manolete el 28 de agosto de 1947, tal como refleja el pésame de Churchill a la madre de Manolete, doña Angustias:

    «Señora, estoy muy apenado al conocer la trágica muerte de su hijo en Linares, y quiero enviarle la expresión de mi más profunda simpatía. Me conmoví al recibir el noble trofeo de su hijo soberbiamente matado en la plaza de toros, enviado a mí con ocasión de nuestra victoria en Europa. Quiero añadir mis sinceras condolencias a todos los reconocimientos que Vd. ha recibido. Sinceramente suyo. Winston Churchill».

    Tan noble y hermoso para los ingleses y españoles de entonces como chocante a los políticamente correctos de hoy. Por cierto que hoy en Inglaterra sería ya impensable por mor de la corrección política que un antiguo primer ministro aceptase la cabeza de un toro. Y mañana tal vez la misma corrección política en España prohíba las corridas de toros. Menos mal que seguirán existiendo en Francia y en Méjico.

    Uno de los atractivos más melancólicos de este libro es que todas nuestras aficiones están anticuadas y algunas ya prohibidas: beber, fumar, cazar…

    En cambio, se va afianzando una novedad reflejada en el índice de este libro: que nosotros, los seis autores, las nueve autoras y yo, mero prologuista, somos bastante menos machistas que la media nacional.

    Yendo al grano, sería imposible citar a los quince autores mencionados, más allá de la pareja citada en la primera página. Pero es de justicia referirnos a los hermanos Cuevas, Pepe y Jesús, muertos hace más de treinta años, aunque aquí honrados generosamente por Enrique García-Máiquez. En él figura un excelente ensayo suyo bajo el título de «La bodega entrañable». Proviene de una novela con el mismo título que apareció en 1957, escrita por los citados hermanos de las Cuevas Velázquez- Gaztelu, de Arcos de la Frontera. García-Máiquez nos recuerda la admirable regla de Pepe Cuevas: «El jerez debe ser bebido, no con moderación, sino con mesura; no con continencia, sino con contención, remachando y arrastrando las erres en vez de tropezarlas».

    En fin, este libro entero rebosa de filologías sin pretensiones, con etimologías poco conocidas o con vocablos insólitos como bienmesabe, dulce que se hace con yemas de huevo, almendra molida, azúcar. Era costumbre dar a las monjas las yemas tras haber usado las claras para clarificar el vino joven.

    Pero es justicia dejar la última palabra a una cita jerezana, de Carmen Oteo, en esta misma obra:

    «La caída de la tarde es el mejor momento para la lectura y la copa de amontillado. La caída de la tarde es el mejor momento del día y el más fugaz. Este texto está pensado para que dure una copa mientras se lee y pida una segunda a su fin, cuando nos demos cuenta de que ya casi se ha hecho de noche».

    Pues eso, querido lector. Disfruta de este libro que tiene mucho del bienmesabe. Y más de la caída de la tarde.

Aldealengua de Pedraza, Marzo de 2025


lunes, 20 de enero de 2025

Otro meandro del Pisuerga

     

G. K.Chesterton, Maurice Baring y Hilaire Belloc, por James Gun, 1932

    Como otro meandro del Pisuerga vuelve a surgir una dicotomía a la que merece la pena asomarse. A ese respecto reproduzco a continuación una página de La túnica sin costuras, novela de Maurice Baring publicada en 1929, cuya acción se desarrolla antes de la Primera Guerra Mundial. 

The Coat without Seam, Maurice Baring, 1929. 
Page 205
“Are you a Christian ? ”. said Mousourov, 
“No”, said Christopher, “I am a Catholic by birth, but I don’t practise”.
“I understand. I think I understand”, said Mousourov. “One more question. Were you a pro-Boer yourself? ”.
“Yes”. 
“Ah,  I undestand exactly. You are, my friend, a real reactionary, —reactionary in the sense that you react. React against the prevalent Liberal or Conservative opinion, as may be. I am sorry for you. You will all your life be against vivisection and against the anti-vivisectionists. Triste sort ! That is to say, an impossible situation. You will be ground like a mill stone between warring contradictions and opposites. You will never be at home in any camp”.
“I hate camps and catchwords,”   said Christopher.
Mihailov and Mousourov, having been brought together by the common political opponent, were now talking on friendly terms. 

La túnica sin costuras, Maurice Baring, 1929
Página 205
“¿Es usted cristiano?” dijo Mousourov.
“No”, dijo Christopher, “soy católico de nacimiento, pero no practicante”.
“Lo entiendo. Creo que lo entiendo”,  dijo Mousourov. “Otra pregunta, ¿era usted partidario de los Boers?
“Sí”.
“Ah, ahora lo comprendo. Usted, amigo, es un auténtico reaccionario, — reaccionario en el sentido de que usted reacciona. Reacciona contra la opinión dominante Liberal o Conservadora, cualquiera de las dos. Lo siento por usted. Durante toda su vida usted se opondrá a la vivisección y a los anti-viviseccionistas. Triste sort! Es decir, una situación imposible. Será usted molido con una piedra de molino entre contradicciones y opuestos que luchan. Nunca estará usted a gusto en ningún campo.”
“Detesto los campos y consignas”, dijo Christopher. 
Mihailov y Mousourov ya reconciliados por compartir un oponente político, hablaban ahora como amigos. 

 (Traducción mía)



viernes, 10 de enero de 2025

En un meandro del Pisuerga, por José Antonio Martínez Climent

 Tras muchas y gratas conversaciones con José Antonio Martínez Climent lo convencí para que recogiera de su puño y letra alguno de sus puntos de vista sobre lo liberal reaccionario. Ahí va, con mi agradecimiento al autor. 

José Antonio Martínez Climent, fotografía de Carlos Espeso para El Norte de Castilla

    ¿Cuántos de nosotros no tenemos ya una cierta edad que nos permita hablar sosegada y abiertamente? Esta justificación, que bien escrita abriría una novela de Maugham, me es útil para afirmar que uno es un maníaco. Mas, y por seguir buscando el tono del inglés, confío en no haber causado alarma entre los lectores del Marqués de Tamarón. Deben saber que, pese a una cierta propensión a la repetición, me refiero más a la manía de aire griego que a la que patrocina la ya no tan joven princesita del salón escribiente europeo: la psicología. Esa mezcla inextricable de antigüedad y vida moderna sólo puede agradecerse, y reconocer, como un día hiciera A. O. Barnabooth, que no disponemos de suficientes horas al día para tratar a nuestras manías como se merecen.

Al desligarlas de su medio psicológico, es decir, al sustraerlas de las garras de la enfermedad, recobran un cierto prestigio, y queda uno en libertad para devorar tres platos de arroz con leche en el postre o para afirmar sin pudor que ha releído a Ortega. Se hace uno así poseedor de una largueza peculiar en su trato con el mundo, cuyos objetos, colores, seres y matices se presentan con perfiles netos, cuando los tienen, o en su indecible borrosidad, como es más frecuente. Quizá debiera decir «liberalidad» en lugar de «libertad», pues esa anchura se ejerce sujeta por invisibles restricciones que al irrestricto hombre moderno se le antojan literarias, en el mejor de los casos. Nietzsche o el propio Ortega dieron cuenta de esa arquitectura, de ese armazón que nos retiene y del que, tarde o temprano, nos veremos desprendidos; pues si algo no se presenta de forma neta en nuestras vidas es la moral, al modo en que lo hace ante el hombre pequeño-burgués, de envidiable clarividencia.

Esa pugna con el mundo provoca una serie de respuestas que, para mayor confusión del psicólogo, no son tanto de orden razonable como instintivo. Al conjunto de respuestas visibles y al fabuloso cuerpo rocoso que se adivina bajo ellas se le llama «reacción». Forma un complejo de reflejos corporales y mentales que, admitámoslo, con el paso del tiempo se vuelve algo rígido, e incluso llega a sedimentar en nuestras viejas y queridas manías. Todo ello es más posible aún porque el maniático liberal reaccionario comprende por instinto y desde siempre que el medio que estimula sus resortes es invencible. Sabe que el retiro parcial del mundo de hoy, empezando por el rechazo a su lenguaje, constituye una forma de religión (en la que para el creyente cabe Cristo, o se desprende de Él), puede que la única. ¿Cuál, pues, sería su INRI? Aunque he olvidado de quién es la cita, sé que Trapiello lo trajo no hace mucho a colación: «Solitarios del mundo, uníos». Se abren las catacumbas.

José Antonio Martínez Climent

En un meandro del Pisuerga, a comienzos del AD MMXV.