Joaquín Torrente y García de la Mata, excelente ensayista en la vieja tradición de juristas cultos y bien conocido por los lectores de esta bitácora, me ha hecho el honor de comentar Entre líneas y a contracorriente.
Ha ido al grano desde la primera línea, lo único bueno de la modernidad, que se refiere al prodigioso invento de la Red. Y en la segunda línea, the knowledge we have found in information, el conocimiento que hemos encontrado en la información, da la vuelta a las palabras de T.S. Eliot, where is the knowledge we have lost in information?
No creo que nadie haya acusado nunca de exceso de optimismo a Joaquín Torrente. Pero sí conviene al leerlo tener presente que la ironía socrática pervive, aunque sea entre líneas y a contracorriente, en hombres como él y que es cosa muy de agradecer.
Como lo es su generosidad, acreditada entre otras circunstancias por el silencio con que envuelve sus propios, frecuentes y siempre atinados comentarios aparecidos en esta bitácora.
LO ÚNICO BUENO DE LA
MODERNIDAD
o
THE KNOWLEDGE WE HAVE FOUND IN INFORMATION
por Joaquín Torrente
“Las bibliotecas no
siempre, y menos en Agosto, están para leer, ni para escribir, y ni siquiera
para guardar libros. Las bibliotecas a veces, y más en Agosto, están para
sestear, soñar, comer chocolates y fumar”, escribía el marqués de Tamarón en
2002. Para leer, para soñar y para
simultanear con otras actividades igualmente placenteras es también su muy
original ENTRE LÍNEAS Y A CONTRACORRIENTE,
vasta biblioteca que recoge escritos, artículos, notas de lecturas, casi todas propias, algunas ajenas, cuyo
tono predominante -nos dice en el prólogo- es de hartura ante las vanas
pretensiones de la Insobornable Contemporaneidad.
Parece paradójico
llevar una activa vida digital y al mismo tiempo vivir en conflicto con la denostada
e insoportable contemporaneidad. Tamarón nos diría que no hay contradicción en
ello y que él ya lo lleva predicando desde, al menos, 1995, año de la publicación
de su obra “El peso de la lengua española
en el mundo”, que incluía bibliografía y notas críticas digitales.
Advertía
entonces Tamarón que el tradicional desconocimiento de los hechos ha sido
sustituido por la auténtica ignorancia, es decir, la torpeza en el análisis,
acaso por sobreabundancia de datos. Este aserto tampoco entraña una condena de
la pluralidad de fuentes informativas que nos proporciona la red global. El
problema de la profusión de noticias no estriba en su existencia sino en su asimilación,
como demuestran desde extremos antagónicos San Isidoro de Sevilla y Don Alonso
Quijano, y por eso Tamarón no tiene empacho en recordar en el catálogo de
agradecimientos a Sir
Timothy John Berners-Lee, “el inventor de lo único bueno de la modernidad, la
WWW, la Red por antonomasia, el instrumento que permite buscar y verificar en
segundos lo que hasta ahora podía llevar milenios.”
¿Qué es
este libro y qué tiene en común con una Biblioteca? El marqués de Tamarón
mantiene en internet, desde 2008, un blog -que él prefiere llamar bitácora- en el que habla en voz
alta de sus preocupaciones y aficiones preferidas, en la que comparte sus
perplejidades, evoca recuerdos personales, comenta hechos históricos o desata
su indignación con indisimulada cólera, como cuando se trata de la destrucción
de la Naturaleza.
Con exagerada modestia
dice el autor que este libro es un centón de artículos o colaboraciones. Pobre
descripción de lo que parece un nuevo género literario: un blog publicado en
papel para que el progreso técnico no dé al traste con él y para permitir su
lectura y consulta a los amantes del libro impreso. Como buena biblioteca, que
no centón, es un amplio muestrario de tentaciones, y el lector curioso
encontrará piezas dedicadas a literatura, poesía, lingüística, historia y
política, arte y derecho, economía y ciencia, el medio ambiente y su defensa,
filosofía y religión, semblanzas, ocurrencias y disquisiciones. Quien practique
la sana costumbre de empezar los libros por el índice se verá atrapado por los
temas -y postemas- propuestos, por los autores citados y por el sorprendente
plantel de comentaristas. Un libro en el que firman Andrew Tarnowski -The Monster of the Vistula-, Rafael
Reig, Aquilino Duque, Blanca García Valdecasas o Enrique García Máiquez, en el
que debaten poetas como Fernando Ortiz o diplomáticos como Fidel Sendagorta y
Miguel Albero, y en el que inopinadamente irrumpen Marlene Dietrich, Tallulah
Bankhead y Madame Sosostris no es algo que aparezca todos los días y hay que
detenerse en él.
Pensemos en un lector
que deambula por esta biblioteca. Encontrará sobre una mesa un un ABC de 2005
en el que Tamarón publicó un artículo, “La
civilización del vacío”, de desconsoladora actualidad, un número de The
Spectator de 2008 con una erudita crítica del libro Words of Mercury de Patrick Leigh Fermor y un ejemplar de El País
de 1997 que incluye una entrevista con el autor bajo el alentador epígrafe “atrevámonos a ser catetos”. Verá luego una
novela de Javier Esparza prologada por el autor, una disertación sobre el humor
en la novela española y en la inglesa y otra sobre el español como lengua
internacional, las dos repletas de observaciones nuevas y reveladoras sobre
literatura y lingüística. Puede también encontrar en esta biblioteca una novela
completa -El rompimiento de gloria-
o, si su estado de ánimo es más dado a la variedad, los primeros capítulos de
varios libros del autor: Trampantojos,
El guirigay nacional, Pólvora con aguardiente o El siglo XX y otras calamidades.
Esto es solo una pequeña
parte la Biblioteca Sin ánimo de inventariar su contenido, en otra sección el autor exhibe y comenta una galería de
imágenes de San Jerónimo en la que figura por derecho propio San Agustín,
también convenientemente representado. La patrística, la simbología, la
estética y hasta el lenguaje, a través de una aportación de Don Valentín García
Yebra, hacen aquí acto de presencia. También
hay sitio en este espacio para la música porque Tamarón cree, con Dostoyevski, que la
belleza salvará al mundo, y los enlaces musicales permiten escuchar La Pasión
Según San Mateo, el Gloria de Vivaldi, la Misa en Si menor de Bach, y hablar sobre
compositores y composiciones.
No pretendamos ser
exhaustivos. El dolor por la muerte de dos queridos amigos y admirados autores,
Sir Patrick Leigh Fermor y Fernando Ortiz, se entremezclan con explosiones de
cólera causados por incendios, plagios y bellaquerías varias; en estos estantes
hay libros severos y otros festivos. La biblioteca de Tamarón es de esas en que
los lectores anotan y comentan lo que leen; el respeto al propietario se
percibe en la calidad de las apostillas, por regla general inteligentes, no
reiterativas, pertinentes y apartadas del lugar común.
Podría
decirse mucho más de esta sorprendente publicación, avanzadilla de un género
nuevo que ha nacido con internet y que tiene vocación de permanencia. Where
is the knowledge we have lost in information? , clamaba T. S. Eliot en uno de los cantos de The Rock. En este caso la
información no nos hace perder sino ganar, y mucho, y nos anticipa que lo mejor
puede estar todavía por venir. Los aficionados al thriller o a la novela de
espionaje tienen una sorpresa final en una de las últimas entradas de la
bitácora, Tomás Harris, con sus
agentes dobles, sus coincidencias sorprendentes, el juego de pistas ciertas y
equívocas que asoman y se desvanecen into
thin air. Como en una biblioteca que se precie el lector pasará de un
género a otro y cambiará de asunto según su disposición y estado de ánimo. No
debe esperar desapasionamiento ni objetividad; es una colección hecha con
parcialidad evidente ya que su propietario quiere y aborrece con igual
intensidad y transmite sus pasiones al lector. El cual encontrará a cada paso,
en prosa de calidad, una observación
inteligente, una opinión inesperada, un juicio resuelto o una perspectiva
inédita y desafiante sobre las cosas.
Joaquín Torrente
12 de Diciembre de 2018