Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Lo único bueno de la modernidad

jueves, 13 de diciembre de 2018

Lo único bueno de la modernidad

     Joaquín Torrente y García de la Mata, excelente ensayista en la vieja tradición de juristas cultos y bien conocido por los lectores de esta bitácora, me ha hecho el honor de comentar Entre líneas y a contracorriente
   Ha ido al grano desde la primera línea, lo único bueno de la modernidad, que se refiere al prodigioso invento de la Red. Y en la segunda línea, the knowledge we have found in information, el conocimiento que hemos encontrado en la información, da la vuelta a las palabras de T.S. Eliot, where is the knowledge we have lost in information?
   No creo que nadie haya acusado nunca de exceso de optimismo a Joaquín Torrente. Pero sí conviene al leerlo tener presente que la ironía socrática pervive, aunque sea entre líneas y a contracorriente, en hombres como él y que es cosa muy de agradecer.
    Como lo es su generosidad, acreditada entre otras circunstancias por el silencio con que envuelve sus propios, frecuentes y siempre atinados comentarios aparecidos en esta bitácora.


LO ÚNICO BUENO DE LA MODERNIDAD

o

THE KNOWLEDGE WE HAVE FOUND IN INFORMATION

por Joaquín Torrente


“Las bibliotecas no siempre, y menos en Agosto, están para leer, ni para escribir, y ni siquiera para guardar libros. Las bibliotecas a veces, y más en Agosto, están para sestear, soñar, comer chocolates y fumar”, escribía el marqués de Tamarón en 2002. Para leer,  para soñar y para simultanear con otras actividades igualmente placenteras es también su muy original ENTRE LÍNEAS Y A CONTRACORRIENTE, vasta biblioteca que recoge escritos, artículos, notas de lecturas, casi todas propias, algunas ajenas, cuyo tono predominante -nos dice en el prólogo- es de hartura ante las vanas pretensiones de la Insobornable Contemporaneidad.

Parece paradójico llevar una activa vida digital y al mismo tiempo vivir en conflicto con la denostada e insoportable contemporaneidad. Tamarón nos diría que no hay contradicción en ello y que él ya lo lleva predicando desde, al menos, 1995, año de la publicación de su obra “El peso de la lengua española en el mundo”, que incluía bibliografía y notas críticas digitales.

Advertía entonces Tamarón que el tradicional desconocimiento de los hechos ha sido sustituido por la auténtica ignorancia, es decir, la torpeza en el análisis, acaso por sobreabundancia de datos. Este aserto tampoco entraña una condena de la pluralidad de fuentes informativas que nos proporciona la red global. El problema de la profusión de noticias no estriba en su existencia sino en su asimilación, como demuestran desde extremos antagónicos San Isidoro de Sevilla y Don Alonso Quijano, y por eso Tamarón no tiene empacho en recordar en el catálogo de agradecimientos a Sir Timothy John Berners-Lee, “el inventor de lo único bueno de la modernidad, la WWW, la Red por antonomasia, el instrumento que permite buscar y verificar en segundos lo que hasta ahora podía llevar milenios.”

¿Qué es este libro y qué tiene en común con una Biblioteca? El marqués de Tamarón mantiene en internet, desde 2008, un blog -que él prefiere llamar bitácora- en el que habla en voz alta de sus preocupaciones y aficiones preferidas, en la que comparte sus perplejidades, evoca recuerdos personales, comenta hechos históricos o desata su indignación con indisimulada cólera, como cuando se trata de la destrucción de la Naturaleza.

Con exagerada modestia dice el autor que este libro es un centón de artículos o colaboraciones. Pobre descripción de lo que parece un nuevo género literario: un blog publicado en papel para que el progreso técnico no dé al traste con él y para permitir su lectura y consulta a los amantes del libro impreso. Como buena biblioteca, que no centón, es un amplio muestrario de tentaciones, y el lector curioso encontrará piezas dedicadas a literatura, poesía, lingüística, historia y política, arte y derecho, economía y ciencia, el medio ambiente y su defensa, filosofía y religión, semblanzas, ocurrencias y disquisiciones. Quien practique la sana costumbre de empezar los libros por el índice se verá atrapado por los temas -y postemas- propuestos, por los autores citados y por el sorprendente plantel de comentaristas. Un libro en el que firman Andrew Tarnowski -The Monster of the Vistula-, Rafael Reig, Aquilino Duque, Blanca García Valdecasas o Enrique García Máiquez, en el que debaten poetas como Fernando Ortiz o diplomáticos como Fidel Sendagorta y Miguel Albero, y en el que inopinadamente irrumpen Marlene Dietrich, Tallulah Bankhead y Madame Sosostris no es algo que aparezca todos los días y hay que detenerse en él.

Pensemos en un lector que deambula por esta biblioteca. Encontrará sobre una mesa un un ABC de 2005 en el que Tamarón publicó un artículo, “La civilización del vacío”, de desconsoladora actualidad, un número de The Spectator de 2008 con una erudita crítica del libro Words of Mercury de Patrick Leigh Fermor y un ejemplar de El País de 1997 que incluye una entrevista con el autor bajo el alentador epígrafe “atrevámonos a ser catetos”. Verá luego una novela de Javier Esparza prologada por el autor, una disertación sobre el humor en la novela española y en la inglesa y otra sobre el español como lengua internacional, las dos repletas de observaciones nuevas y reveladoras sobre literatura y lingüística. Puede también encontrar en esta biblioteca una novela completa -El rompimiento de gloria- o, si su estado de ánimo es más dado a la variedad, los primeros capítulos de varios libros del autor: Trampantojos, El guirigay nacional, Pólvora con aguardiente o El siglo XX y otras calamidades.

Esto es solo una pequeña parte la Biblioteca Sin ánimo de inventariar su contenido, en otra sección  el autor exhibe y comenta una galería de imágenes de San Jerónimo en la que figura por derecho propio San Agustín, también convenientemente representado. La patrística, la simbología, la estética y hasta el lenguaje, a través de una aportación de Don Valentín García Yebra, hacen aquí acto de presencia.  También hay sitio en este espacio para la música  porque Tamarón cree, con Dostoyevski, que la belleza salvará al mundo, y los enlaces musicales permiten escuchar La Pasión Según San Mateo, el Gloria de Vivaldi,  la Misa en Si menor de Bach, y hablar sobre compositores y composiciones.

No pretendamos ser exhaustivos. El dolor por la muerte de dos queridos amigos y admirados autores, Sir Patrick Leigh Fermor y Fernando Ortiz, se entremezclan con explosiones de cólera causados por incendios, plagios y bellaquerías varias; en estos estantes hay libros severos y otros festivos. La biblioteca de Tamarón es de esas en que los lectores anotan y comentan lo que leen; el respeto al propietario se percibe en la calidad de las apostillas, por regla general inteligentes, no reiterativas, pertinentes y apartadas del lugar común.

Podría decirse mucho más de esta sorprendente publicación, avanzadilla de un género nuevo que ha nacido con internet y que tiene vocación de permanencia. Where is the knowledge we have lost in information? , clamaba T. S. Eliot en uno de los cantos de The Rock. En este caso la información no nos hace perder sino ganar, y mucho, y nos anticipa que lo mejor puede estar todavía por venir. Los aficionados al thriller o a la novela de espionaje tienen una sorpresa final en una de las últimas entradas de la bitácora, Tomás Harris, con sus agentes dobles, sus coincidencias sorprendentes, el juego de pistas ciertas y equívocas que asoman y se desvanecen into thin air. Como en una biblioteca que se precie el lector pasará de un género a otro y cambiará de asunto según su disposición y estado de ánimo. No debe esperar desapasionamiento ni objetividad; es una colección hecha con parcialidad evidente ya que su propietario quiere y aborrece con igual intensidad y transmite sus pasiones al lector. El cual encontrará a cada paso, en prosa de calidad,  una observación inteligente, una opinión inesperada, un juicio resuelto o una perspectiva inédita y desafiante sobre las cosas.


Joaquín Torrente
12 de Diciembre de 2018


3 comentarios:

  1. Se agradece: " excelente ensayista en la vieja tradición de juristas cultos", porque casi inexistentes ya.

    ResponderEliminar
  2. D. Santiago, lo que escribe el Sr Torrente es absolutamente cierto.
    Verá lo hecho en mis diez lustros y pico, me ha servido para llegar a la conclusión que en la vida, a parte de haber prioridades y excepciones y límites, lo que no es imprudencia es vanidad. Permítame ser imprudente. Vanidoso ya lo fui. Los tiempos que cruzamos me parecen sombríos. No por ser ni mejores ni peores que los de antaño en cuanto a las personas comunes que los cruzamos, que en definitiva somos parecidas. Son sombríos por faltar egregios con mando en plaza, como solía decirse en castrense, en cualquier parte que uno mire. Este es un problema capital. Da miedo y pena. Miedo no por cobardía, mejor por la falta de optimismo que implica saber, por tautología, lo que va a suceder. Y pena, por lo mismo y además, por la destrucción sistemática a la que están sometidas todas las formas de Armonía que han sido sustituidas en este nuevo orden por ruidos y trapos colonizado todo lo que uno ama, desde la ópera hasta los bosques, pasando por los libros, y naturalmente, por los poetas. En este panorama que ya insinuaba Gonzalo Fernández de la Mora, al que debo tantas horas de ahorro, pues sus libros son un atajo a la estupidez, como los suyos Tamarón, queda usted y un puñado. Yo le deseo que Dios le guarde muchos años, con la sinceridad de un amigo y el egoísmo de un devoto. Cada vez hay menos. Está usted en peligro de extinción, como el sentido común, como las escenografías cabales, como el silencio, como los bosques, como los tigres, y como nuestra Patria.
    Español siempre,suyo,seguro servidor, con el debido respeto y con afecto:

    David José Flores

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me encanta leer al capitán Aldana e imaginar al soldado cultivando berenjenas en la montaña de su amigo Arias Montano.

      Eliminar

Comentar