Prólogo
(o más bien Epílogo, que los autores
muertos
no necesitan prólogo; los pájaros
y los
castillos tampoco, pues se ven desde
lejos)
POR EL MARQUÉS DE TAMARÓN
Escribo esto en mi despacho en Madrid que parece tener
docenas de ventanas abiertas a la luz y al color de Andalucía, de África, de
Escocia y de figuras de porcelana francesas u obras de arte oriental.
No son ventanas, todas son acuarelas. Sorprendentemente
frescas, salvo alguna desvaída por el sol implacable de Andalucía. Me detengo a
observar un pavo real de colores vivísimos. En el reverso aparece una
inscripción:
Painted specially for
Santiago Mora-Figueroa
(“though he is only
three”)
by his affectionate
uncle
Bill Riddell
1944
with every good wish
En efecto, yo tenía tres años y las comillas indicaban una
cita de A.A. Milne, autor de Winnie the
Pooh además del poema Disobedience.
Mi tío Bill murió dos años después, cuando yo acababa de
cumplir seis años. Yo lo admiraba por las referencias que me llegaban de su
vida aventurera en África. Recuerdo un intento de conversación con él, en el
patio grande del castillo de Arcos, junto a una de las palmeras que acaban de
morir atacadas por el Picudo Rojo,
gracias a algún dios de la gentilidad clásica, protector de los cipreses. Yo
quería que me hablase de los safaris. Supongo que él intentó hacerlo en
español, puesto que yo no sabía inglés. No entendí nada de lo que me dijo.
Sufrí una cierta desilusión cuando años después de su regalo
del pavo real comprendí que él había pintado muchos más leones que pavos reales
y lo que a mí me tocó era bastante menos heroico.
Pensando en la vida y en la obra de William Hutton Riddell
se ve cómo mostró desde el principio una doble querencia. Él era un romántico y
un irónico. Un aventurero, como todos los románticos, y un pensador y
científico irónico, como la mitad de los que han pensado, al menos desde Sócrates.
Esa mezcla está presente en toda su vida, “tan clara, tan rica de aventura”, si
se me permite la paráfrasis de Lorca.
Ya desde muy joven aparece un lance de esta suerte, que
marcó su vida, a tenor de los relatos familiares. Su padre era muy aficionado a
los caballos y a las carreras. Su casa en el campo estaba cerca de uno de los
lugares habituales de las carreras de caballos. Invitaba a amigos, todos
aficionados. Una larga tarde de verano, cuando los convidados bebían una copa
antes de sentarse a la cena, uno de ellos vió por la ventana un hermoso caballo
y preguntó What’s that? El joven Bill
contestó, petulante, That is God.
Su padre lo oyó, se indignó por la insolencia rayana en la blasfemia y le dijo a Bill que lo desheredaba aunque le adelantaba una pequeña cantidad para que se fuese a alguna colonia ultramarina a abrirse camino.
Su padre lo oyó, se indignó por la insolencia rayana en la blasfemia y le dijo a Bill que lo desheredaba aunque le adelantaba una pequeña cantidad para que se fuese a alguna colonia ultramarina a abrirse camino.
Fiel a su lado aventurero se fue a Kenia y montó un próspero
negocio criando avestruces en una granja. Se ganó la vida – pese a su formación
en Cambridge estudiando Lenguas Clásicas – con la venta de plumas para los
sombreros y las boas que estaban de moda a principios del siglo pasado.
Pero luego llegó la Gran Guerra y él volvió a Inglaterra. Luchó en Flandes como oficial de la Royal Horse Artillery. Si hay ocupaciones que exigen exactitud, pocas podrán compararse con el trabajo de un oficial de artillería en un frente de guerra, tanto como con el afán de un ornitólogo con prismáticos, lápiz y papel.
Pero luego llegó la Gran Guerra y él volvió a Inglaterra. Luchó en Flandes como oficial de la Royal Horse Artillery. Si hay ocupaciones que exigen exactitud, pocas podrán compararse con el trabajo de un oficial de artillería en un frente de guerra, tanto como con el afán de un ornitólogo con prismáticos, lápiz y papel.
En otro ejemplo de su mezcla de precisión con imaginación
romántica, veo en su ejemplar de The
Oxford Book of English Verse su inscripción a lápiz:
W.H. Riddell
A companion of mine
1916 – 1919
In France. Flanders
Como contraste, también tengo otro ejemplar del Oxford Book of English Verse regalado a
tía Violeta por Abel Chapman – viejo amigo tanto de Bill como de ella – en el
que dice algo así como “he leído con cuidado todos los poemas aquí incluídos y
no he hallado ni un solo pensamiento u observación de la Naturaleza que tenga el
menor interés”.
Bill Riddell nunca hubiera estado de acuerdo con cosas como
esa que a veces decía su muy querido amigo y mentor Chapman, del cual ilustró
varios libros sobre la caza y la naturaleza. Cuando al final de la Primera
Guerra Mundial volvió a África se encontró con que el cambio de la moda había
arruinado el negocio de su hermano Jack y él con la granja de avestruces. Halló
una salida organizando safaris que dirigía como white hunter.
Siguó siendo un romántico. Tal vez la tradición oral
familiar realzó ese lado suyo. Abundan reproducciones de su escudo heráldico, auténtico
pero resaltado por algunos relatos familiares que no he logrado verificar. El
lema, HAB SHAR, según me contó mi tía Violeta o mi madre estaba en persa pero
según los libros de heráldica británicos está en escocés y quiere decir I hope to share o Without offence or a share. Esto último es incomprensible.
Las tres flechas dentro de la corona apuntan hacia abajo
(parece la colocación normal en un carcaj o aljaba). De niño me contaron que al
final de su estancia en África como white
hunter cometió un error disparando a una gacela pequeña con un rifle y munición
para matar elefantes y ante el guiñapo sanguinolento decidió no volver a cazar.
Salvo pájaros, claro. Y que se ocupó de cambiar ante el Rey de Armas oficial en
Inglaterra o en Escocia la colocación de las flechas en la aljaba, que hasta entonces
llevaban las puntas hacia arriba.
También conservó muy vivo su lado irónico. Mi madre le pidió
que firmara en un abanico de los que se preparaban para la feria y que iban
dedicando y firmando en el paisaje los amigos de la dueña. Bill Riddell escribió
con su hermosa caligrafía:
The best thing about the
Jerez fair
Is that I was not there
Pero no era un anacoreta ni un aguafiestas. Tenía sentido
del humor y también corazón. Mauricio González-Gordon Díez, Marqués de Bonanza,
escribió en el 2002: “más de medio siglo después de su muerte recuerdo a Bill
con verdadero afecto, me trató como a un hijo, y nunca olvidaré su generosidad”.[1]
Y en la misma fecha y obra, Luis de Mora-Figueroa resumió alabando “su pintura, aunque ésta sólo sea una faceta de una personalidad notablemente compleja, rica y profunda”. Cuando murió en 1946 su amigo Hugh M.S. Blair escribió: “A man of charming disposition, and the most steadfast of friends, he will be sorely missed” (Un hombre de talante encantador, y el más firme amigo, será muy echado de menos).[2]
Y en la misma fecha y obra, Luis de Mora-Figueroa resumió alabando “su pintura, aunque ésta sólo sea una faceta de una personalidad notablemente compleja, rica y profunda”. Cuando murió en 1946 su amigo Hugh M.S. Blair escribió: “A man of charming disposition, and the most steadfast of friends, he will be sorely missed” (Un hombre de talante encantador, y el más firme amigo, será muy echado de menos).[2]
Y no sólo usaba la ironía con los demás sino también con él
mismo, aplicándose una buena dosis de humor
self-deprecating, variedad anglosajona de no tomarse demasiado en serio. Tenía
dos retratos al óleo muy buenos que le había hecho de joven su amigo Sir Gerald
Kelly. En ambos se ve a un hombre bien parecido y elegante. En uno tiene
aspecto teatral, vestido de frac. Cuando se casó y llevó algunas cosas a Arcos,
contó que su madre titulaba el cuadro con una frase que podría haber dicho el
mayordomo:
Madam, the conjurer has
arrived (Señora, el prestidigitador ha
llegado).
Tal vez el ejemplo más sutil que nos dejó de esa capacidad
suya de sonreir con una leve ironía ante el espejo o ante su obra, sea el propio
título original en inglés de este libro:
Birds from a castle in
Spain
Pues resulta que traducido al español el modismo inglés, a castle in Spain (procedente del
francés renacentista un château en
Espagne), se diría un castillo en el
aire.
Claro que eso no excluye la sonrisa, acaso melancólica, al
describir escenas donde el escritor no es actor sino tan sólo espectador.
Riddell escribió bastante sobre la naturaleza y la fauna españolas, y por
supuesto también sobre el arte español del Siglo de Oro y de épocas anteriores
y posteriores. Pero un curioso artículo suyo, publicado póstumamente en el
Blackwood’s Magazine, en Julio de 1947, con el título de Spanish Vignette y la firma pseudónima de Bombardier, constituye una mezcla interesante y conmovedora de
humor, ternura y compasión. Relata unos sucesos en Arcos de la Frontera desde
el comienzo de la Guerra Civil hasta pocos años después. Parece verlo como un
microcosmos de la España de esa época tormentosa, que él observó sobre el
terreno sin ocultar nunca sus claras preferencias por los nacionales.
Es de justicia dejar bien clara la deuda que tenemos con Don
Javier Ruiz Martínez y Don Juan Carlos Rodríguez Rodríguez cuantos admiramos la
obra de William Hutton Riddell. Sin ellos las nuevas generaciones habrían
olvidado ya el trabajo de los ornitólogos ingleses en España, que desempeñaron
una labor benemérita comparable en su propio campo con el empeño de diversos historiadores
o filólogos hispanistas de su época.
Añádase, en el caso de Riddell, que su curiosidad
intelectual era muy amplia y abarcaba las ciencias y las artes. Sorprende que
alguien como él, que casi siempre vivió muy apartado de los centros de la
cultura como Londres o Madrid, aislado en África Oriental o en el piedemonte de
la Sierra de Grazalema, escribiera serios ensayos de Historia del Arte
(Occidental y Asiático), de Prehistoria, de Ornitología, e incluso algún
cuento. Lástima que no abordase el género autobiográfico. Pero no faltan datos,
observaciones y opiniones de nuestro autor en los tres volúmenes en los que
distribuí toda su obra publicada.
Y mucho más ahora en este libro escrito en 1946 e inédito
desde entonces, que aparece con el título de Aves desde un castillo en el Sur de España, gracias a la ejemplar
dedicación de Javier Ruiz y Juan Carlos Rodríguez. Cuantos hemos seguido de
cerca o de lejos la preparación del libro, empezando por el descifrado del
manuscrito de Riddell – labor digna de un egiptólogo sin la Piedra Rosetta –
podemos imaginarnos el número incalculable de horas de trabajo, los desvelos y
el entusiasmo callado necesarios para culminar esta obra. Y además ser capaces
de afirmar que el personaje central tiene substancia suficiente para “tres o
cuatro libros más”.
Sin duda ambos son, después de William Hutton Riddell, los
grandes merecedores del agradecimiento del lector.
[1] Recuerdos de Bill, por Mauricio
González-Gordon y Díez, Marqués de Bonanza, y Semblanza Biográfica (1880-1946),
por Luis de Mora-Figueroa, en William Hutton Riddell 1880-1946, Pintor y
Naturalista . Catálogo de la exposición en Jerez, Septiembre de 2002.
[2] Obituario de William Hutton
Riddell por Hugh M.S. Blair, en “The Ibis”, Vol. 89, July 1947.
Aves desde un castillo en el sur de España
William Hutton Riddell
Edición: Javier Ruiz y Juan Carlos Rodríguez
Primera edición: Octubre, 2019
Palitroque Editorial
ISBN: 978-84-09-15103-5
Se encuentra en: https://www.agricolajerez.com/es/product/aves-desde-un-castillo-en-el-sur-de-espana
Aves desde un castillo en el sur de España
William Hutton Riddell
Edición: Javier Ruiz y Juan Carlos Rodríguez
Primera edición: Octubre, 2019
Palitroque Editorial
ISBN: 978-84-09-15103-5
Se encuentra en: https://www.agricolajerez.com/es/product/aves-desde-un-castillo-en-el-sur-de-espana
Recuerda a la obra de Chesterton "El Mago" y al mismo tiempo a Jardiel Poncela que siempre echaba la culpa de todo al mayordomo: " contó que su madre titulaba el cuadro con una frase que podría haber dicho el mayordomo: Madam, the conjurer has arrived (Señora, el prestidigitador ha llegado).".
ResponderEliminarEl año pasado en las marismas de la Puebla del Río y el arroz en una gran laguna un guarda forestal me habló del tarro canelo bonito pájaro que venía de las tierras del preste Juan Etiopía a pasar invierno en Doñana y su entorno.ahora apenas vienen
ResponderEliminarComo tantas otras veces el tema y su explicación me ha proporcionado un deleite.
ResponderEliminarUn buen librero de libro antiguo de Barcelona, me explicaba hace algunos años , que los ejemplares vendidos sueltos de las Historias Naturales más solicitados eran los de las aves. Tal información ni me sorprendió ni me fue indiferente, pero la recuerdo quizá como alivio ya que yo buscaba las de minerales.
Traigo este comentario como curiosidad al pensar en el interés grande de la ornitología entre nosotros. Este tipo de persona que tan bien nos describe don Santiago, en costumbres y en carácter, es ciertamente de otro tiempo. Hoy los libros de naturaleza ya no se iluminan, se ilustran, o sea que se ponen fotografías donde hubo láminas. Recuerdo haber leído a propósito de esto que las láminas anatómicas seguían usándose al margen de la modera tendencia, por ser el dibujo más asertivo y claro que la fotografía. El dibujo matiza aquello que el texto enfatiza, o al revés, que la propiedad es conmutativa aquí. La fotografía, que es muy democrática, tiende a la uniformidad y prometiendo objetividad acaba en confusión. Parecido ocurre hoy con los textos de divulgación científica. La colección de la editorial Labor de Iniciación Cultural, por poner un ejemplo, que empezó su andanza allá por los años 20 del siglo pasado, ofrecía en su apartado de ciencias físico-naturales, excelentes ejemplos de cómo en apenas 300 páginas ofrecer un compendio claro, de gran nivel y perfectamente ilustrado, en color incluso. Hoy esto ha desaparecido. Prueben suerte con un texto de divulgación, quizá la tengan, pero lo común es encontrar pocas letras, escasos contenidos y muchas fotografías en color - muy bonitas, eso sí- impresas en Asia sobre detestable papel couché, el más horroroso de los soportes.
Este tipo de personaje mitad sabio, mitad artista, algo aventurero y siempre polimorfo, cuya suma superaba sus partes, ha sido fundamental en el desarrollo y divulgación del saber. Hoy está extinto o en vías de estarlo. Encarnaban a menudo aquello del trabajo por Amor al Arte, ¿Se acuerdan de eso? Y es que muchos de ellos eran diletantes pero no por ello menos rigurosos ni menos estudiosos que los académicos, que a veces habían sucumbido a la comodidad de la cátedra olvidando el campo. Sean pues bienvenidas todas las aportaciones que sustenten el recuerdo de los naturalistas de antaño que tantas aportaciones y obras nos han legado.
Su amigo servidor seguro y leal,
DF
Leyendo este blog me viene a la memoria aquel programa de jm de Prada. Lagrimas en la lluvia. En la que usted participó en alguna ocasión.. Que maravilla y cuanto aprendí de todos los sabios que participaban. Que pena que no exista. Gracias por el blog don Santiago. Juan viejo
ResponderEliminarEs posible que el Señor Hutton Riddell quisiera decir con la pintura del pavo real, que nunca hay que pavonearse en la vida.
ResponderEliminarSí es posible, pues William Hutton Riddell tenía sentido del humor y tal vez quiso dejar a su sobrino nieto un aviso didáctico. Pero él mismo se pavoneó en los dos retratos pintados que se conservan y en más de una de sus fotografías. Claro que los artistas tienen derecho a las contradicciones. Y los escritores también, que para eso somos artistas.
EliminarY sin embargo... ese niño de tres años que era yo hubiera preferido una pintura de un león.
¡No sabe D. Santiago, lo fascinante que son las contradicciones, a veces!
Eliminar¡Pues adelante!: " Y además ser capaces de afirmar que el personaje central tiene substancia suficiente para “tres o cuatro libros más”. Sería una grata sorpresa.
ResponderEliminarRiddell es el eslabón perdido de la Historia Natural en la provincia de Cádiz... o, lo que es lo
ResponderEliminarmismo, del nacimiento de la ornitología como pasión y ciencia en sur de España. Es quien une
a Abel Chapman y a Walter J. Buck —los autores de las celebérrimas La España agreste (1893)
y La España inexplorada (1910)— con Mauricio González‐Gordon Díez. Es decir, Riddell tiene
la llave que abre el momento expansivo de la conservación de la naturaleza en España entre
1950 y 1970, con el paradigma que sería la creación hace ahora cincuenta años del Parque
Nacional de Doñana. Es sin duda, también, nuestro primer exponente del Wildlife Art y uno
de los últimos cazadores naturalistas. Aquí recogemos, por tanto, su legado perdido y
afortunadamente recuperado. Un libro sui géneris repleto de ironía, de crítica y de sabiduría
ornitológica.