Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Botones de muestra (VIII)

miércoles, 29 de febrero de 2012

Botones de muestra (VIII)


Después del siglo XX
Por Fernando Ortiz
Ediciones de la Isla de Siltolá
Sevilla, Enero 2012
(El libro se encuentra en Amazon.es)



En un lugar de la blogosfera de cuyo nombre conviene acordarnos (Apuntes y Reflexiones), abundan nuevos regalos en prosa y en verso que Fernando Ortiz hace a sus lectores con constancia, arte y hondura. Algunos acaban de aparecer en papel -por cierto, buen papel, buena tipografía, buena maquetación- bajo el título Después del siglo XX. El librito contiene entre otros este hermoso poema en endecasílabos blancos que no me resisto a reproducir entero como botón de muestra:


Memorias de un niño leído

Verano, la campiña, la cocina
a través de una puerta se abre al campo.
Trajinaban en ellas las mujeres.
Y por aquella puerta yo salía
al huerto, y arrancaba de la mata
un tomate al que daba algún mordisco.
Y escogía algún fruto bien maduro
del árbol, con pericia de un experto.
Agotado del juego matutino
a comer me llamaban, y el gazpacho
embaulaba y algún plato riquísimo.
Luego a dormir la siesta. Por la tarde,
en un sillón de mimbre me sentaba
bajo las buganvilias del jardín.
Y pensaba qué triste era mi vida.



Me trajo a la mente una frase del último artículo que publicó Joaquín Calvo-Sotelo, y la cito de memoria: "Lo único que reprocho a la vida es que no me avisó cuando más feliz era yo". Los endecasílabos de Fernando Ortiz tienen un claro y limpio tono elegíaco. Junto a poemas elegíacos, algunos ya fúnebres, hay otros de desengaño irónico. Y también hay uno que es pura sátira (es decir puro humor, según acabo de leer a Monseñor Ronald Knox), como este broche por soleares:


El siglo XX

Que nadie se llame a engaño:
Lo mejor del siglo XX
ha sido el cuarto de baño.





No es chico valor decir eso. Nabokov dijo algo parecido pero con menos gracia y sin rima, y por poco no lo matan los progres.

Así es que preparémonos para defender a Fernando Ortiz ahora que se declara incrédulo sobre la existencia del Progreso. Desde luego en la poesía no hay ningún Progreso, que se sepa. Pero ya es mucho e inhabitual estar a la altura de lo mejor del pasado, como consigue Fernando Ortiz.

Gracias, maestro.


Enlaces relacionados:
Dos antologías poéticas de Fernando Ortiz

1 comentario:

  1. Las Memorias de un niño leído bien pudieran haber sido escritas por un A. O. Barnabooth adolescente. Esa languidez premeditada es muy propia de él, y constituye un arte difícil de encontrar. No sé si un arte o un genio; quizá más bien lo segundo, sin ánimo de rebajarlo.

    Barnabooth es el joven multimillonario amateur “dueño de toda la propiedad raíz del mundo”, personaje creado por Valéry Larbaud (Vichy, 1881- id., 1957). Les dejo aquí la espléndida traducción de Alvaro Mutis de su poema Ievropa:


    Gira su cabeza flamígera en la noche, derviche gigante,
    y en su vértigo de luz
    ilumina los caminos del campo, los setos de flores,
    la cabaña,
    el retardado ciclista, el coche del médico por las landas,
    y los abismos desiertos que cruza el paquebote.
    He visto el fuego girante y he callado.
    Mañana al desayuno las gentes del salón, subiendo al puente
    exclamarán con entusiasmo «Tierra»
    y se extasiarán tras sus binóculos.
    Europa ¡entonces, eres tú! Yo te sorprendo en la noche,
    vuelvo a encontraros en vuestros lechos perfumados.
    ¡Oh mis amores!
    He visto la primera y la más avanzada de todas tus luces.
    Allá, en esa breve esquina de la tierra
    roída toda por el océano que abraza islas inmensas,
    en los millares de repliegues de sus abismos incógnitos,
    allá están las naciones civilizadas,
    con sus enormes capitales, brillando en la noche
    hasta teñir el cielo de un color rosa,
    aún sobre los jardines en sombra.
    Los suburbios se prolongan hacia las ralas praderas,
    los faroles alumbran las rutas que parten de la ciudad;
    los trenes iluminados se deslizan sobre sus rieles;
    los vagones restaurantes están llenos de gente a la mesa;
    los coches esperan en oscuras hileras
    la salida de los teatros, cuyas blancas fachadas se yerguen
    bajo la luz eléctrica, que silba en la lechosa
    incandescencia de los bombillos.
    Las ciudades manchan la noche como constelaciones.
    Las hay en la crma de las montañas,
    en el nacimiento de los ríos, en medio de las llanuras,
    y en las aguas mismas en donde reflejan sus fuegos rojos...
    «Mañana todos los almacenes estarán abiertos, alma mía!»

    Europa ¡tú satisfaces esos ilimitados apetitos
    del saber, y los apetitos de la carne,
    y los del vientre y los apetitos indecibles
    y más que imperiales de los poetas,
    y todo el orgullo del infierno,
    (me he preguntado a menudo si no serías tú uno de los
    escalones,
    un Cantón adyacente al inferno).
    ¡Oh musa mía! hija de las grandes capitales, tú reconoces
    tus ritmos
    en el ronroneo incesante de las calles interminables.
    Ven, quitémonos nuestros trajes de noche y vistamos,
    yo este usado abrigo y tú un traje de lana,
    y mezclémonos con el pueblo que ignoramos.
    ¡Vamos a los bailes de los estudiantes y las modistillas!
    ¡Vamos a encanallarnos al Café concert!


    Atentamente,
    Jose A. Martínez

    PD: Temo que el formato de este cajón de comentarios no admite la longitud original de los versos, y el (mal)genio de la informática los corta por donde le da.

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