Es triste acertar cuando se otea el
horizonte del cambio histórico. Seguro que la misma Casandra sintió más dolor
que vanidad satisfecha cuando vio que del Caballo de Troya salían los enemigos aqueos
que acabarían con la ciudad.
Pues bien, he aquí un pronóstico de algo tan
próximo que parece presente ya:
There are, as I have said, things that western states can do to
arrest their own institutional degeneration. But I do not believe that
institutional reforms alone will suffice to solve the fundamental imbalances
that we see today: the imbalance between an ageing Europe and a youthful Muslim
world; the imbalance between a post-Christian Europe—secularised and unbelieving—and
an increasingly devout Muslim world; the imbalance between a fundamentally safe
and just Europe and a dangerous, lawless Muslim word; above all, the imbalance
between a Europe that is failing to create sufficient employment even for its own relatively well educated inhabitants
and a poorly educated Muslim world, to whom even the benefits paid to asylum
claimants represent an improvement in living standards.
[…]
My final question is a stark one: is Europe today any better
equipped to withstand the new ideological plague of Islamic extremism, and all
that follows in its wake, not least the inevitable populist backlash? In the
absence of radical institutional reform to reverse the great degeneration, and
without a revival of belief in the values of western civilisation itself, I
doubt it. From the outside, Europe may continue to look attractive. But on the
inside I fear it is only going to get uglier.
(Niall
Ferguson: The degeneration of Europe, Prospect Magazine, November 2015)
Es de suponer que el Profesor
Ferguson ve con angustia el futuro inmediato que vislumbra. Debe de verlo con más
claridad aún que la que hace diez años presentaba el porvenir, por lo menos a mis
ojos:
La civilización del vacío
La mezcla más mortífera de pasiones es la envidia entreverada con
desprecio, dice Toynbee. Se refiere a pasiones esencialmente políticas, puesto
que atañen a los fundamentos del gobierno de la polis. El historiador veía
en esa amalgama la causa principal de la caída de las civilizaciones y elabora
un esquema general arrancando del estudio detallado del caso de lo que llama
Civilización Helénica y otros llamarían civilización grecorromana o clásica.
Entiende que con la
decadencia del Imperio Romano surgen dos proletariados, uno externo y otro
interno. El primero está constituido por las naciones y tribus bárbaras de la
periferia, pueblos que han dejado de admirar a Roma como modelo político,
religioso y cultural y que apenas son mantenidos a raya por la fuerza militar
de las legiones. En cuanto al proletariado interno, también por lo general de
origen bárbaro, siente hondo resentimiento hacia sus amos, en los que no ve
ninguna superioridad moral. Pero ambos proletariados -recuérdese que Toynbee no
emplea la palabra en el sentido marxista- sienten tanta envidia como desdén
hacia la hegemonía social y económica de Roma: ansían las riquezas y el poderío
de los decadentes. De ahí la paradoja explosiva en las entrañas de Roma, una
masa hirviente e inasimilada que no comparte el sistema oficial de valores pero
codicia lo inasequible, todo ello rodeado de pueblos hostiles.
El desenlace de aquella
situación es de sobra conocido. Lo que no sabemos -y mucho importaría saber- es
si nuestra sociedad occidental moderna lleva el mismo camino. Parece que sí,
mas acaso se pueda aún desandar el camino recorrido. Para ello habría que
empezar por afrontar la realidad y dejar de hacer como el avestruz. Europa
Occidental lleva casi medio siglo tomando ciertas decisiones cruciales por
acción o por omisión, sin pararse a pensar en sus posibles consecuencias. Me
refiero a los enormes movimientos migratorios de los últimos tiempos. Quizás
eran y siguen siendo imprescindibles e incluso beneficiosos para todos, pero no
lo sabemos, pues el debate público, informado y sosegado ha sido escasísimo.
Ha habido, eso sí,
griterío. Ocurría, sin embargo, que los gritos rara vez mencionaban lo que
podía resultar dialécticamente incómodo, no ya para el gritador sino incluso
para su antagonista. Por eso se daban por buenas ciertas premisas harto
discutibles.
La primera premisa
-siempre tácita, nunca expresa- era que la economía moderna tan sólo puede
funcionar si el Producto Mundial Bruto aumenta constantemente, para lo cual ni
siquiera basta con un aumento del consumo de una población estable sino que
hace falta crecimiento demográfico. Dado que en los países como España no hay
fertilidad suficiente en la población autóctona, la inmigración se veía como
una necesidad ineludible. Huelga decir que si aceptamos esa visión de la
economía como un alud en necesario y perpetuo crecimiento, nos podemos ahorrar
ulteriores disquisiciones, puesto que nos reconocemos condenados a destruir
nuestro planeta.
La segunda premisa era
negativa y consistía en nunca preguntarse si se podía hablar de falta de mano
de obra cuando la tasa de paro oscila entre el 10% y el 25% durante el último
cuarto de siglo. Es cierto que las respuestas podían turbar la paz social:
mencionar la codicia de los ricos y la pereza de los pobres hubiera sido cosa
de mal gusto, pero el hecho es que los empresarios prefieren importar mano de
obra barata y dócil a dar trabajo a quienes viven bastante bien con los
subsidios y trabajarían de muy mala gana, y que los trabajadores en paro
prefieren que se abran las fronteras a la inmigración mientras ellos conserven
sus subsidios. Ambos comportamientos son racionales, aunque miopes.
La tercera premisa
suponía la imposibilidad -unos decían que física, otros que moral- de parar
la inmigración ilegal. No era políticamente correcto censurar la indecisión
política o la incompetencia de los vigilantes.
Y, por último, la
presunción más pueril y suicida: creer por sistema que los actos carecen de
consecuencias, que violentar el artículo 3 de la Constitución atribuyendo un
papel internacional impropio al catalán no va a obligar a hacer lo mismo algún
día con el árabe, que la consagración del matrimonio homosexual no puede
acarrear la de la poligamia y la poliandria. O que la inacción ante la
inmigración ilegal y la delincuencia no va a alumbrar un nuevo partido político
similar al Frente Nacional en Francia, cuyo nacimiento sería de consecuencias
incalculables para los partidos tradicionales de izquierdas y de derechas.
Ha sido necesario sufrir
oleadas de delincuencia y terrorismo para atreverse a ver el presente y a
pensar en el porvenir. Hoy en casi toda la Europa Occidental se considera
urgente reducir al mínimo la inmigración y a la vez integrar a los inmigrantes
ya admitidos de hecho o de derecho.
Lo primero parece
factible si hay voluntad política para ello, cosa que aún falta en España. Lo
segundo se ve cada vez más arduo, y no necesariamente -o no tan sólo- por
resistencias de los inmigrantes a integrarse en sus nuevos países de
residencia. De hecho el mayor obstáculo a tal integración es la falta de un
terreno social y espiritualmente fértil donde puedan aclimatarse quienes llegan
de muy lejanos climas culturales. Lo que a muchos inmigrantes les ocurre no es
que no quieran integrarse, es que no encuentran dónde. Tenemos que afrontar una
realidad incómoda de admitir: nuestras sociedades opulentas postmodernas
constituyen un vacío axiológico casi perfecto. Y digo casi porque todos los
valores -los conservadores y los de izquierdas, los religiosos, los morales y
los estéticos- se han convertido en uno solo, el dinero al servicio del ansia
de consumo. Ahora bien, en un vacío donde solamente resuena el tintineo de unas
cuantas monedas es muy difícil integrarse, y muy fácil pensar que se puede
agarrar las monedas y desentenderse de la llamada “sociedad de acogida”.
Imaginemos a un
inmigrante musulmán cualquiera, a uno de los millones que viven o malviven en
la Europa opulenta tras superar las dificultades propias de desarraigos y
viajes más o menos legales. Un día ve por la televisión cómo sale de la cárcel
con permiso un sujeto al cabo de muy pocos años de haber violado y asesinado a
una niña, mientras un médico explica que con toda seguridad ese sujeto volverá
a intentar crímenes iguales. Asqueado, el inmigrante cambia de programa. En
otro, escucha a un sociólogo explicar la obsesión por mantener el velo de las
mujeres musulmanas, símbolo de la resistencia primitiva contra el progreso. El
inmigrante apaga la televisión y se alista en alguna organización que a usted,
lector, y a mí no nos gusta nada. Pero es que él cree en terribles durezas
premodernas y nosotros no creemos ni siquiera en nuestras blanduras
postmodernas.
No, no es posible que se
integre en un vacío. Y tampoco es posible la alianza entre una civilización
áspera y la civilización del vacío, por muchas ansias infinitas de paz que
tengamos.
Marqués de Tamarón
(Publicado en el ABC,
Madrid, el 8 de Enero de 2005)
Por lo menos nadie podrá tachar a Niall Ferguson de ser racista y cristiano acérrimo. Se declara ateo y está casado con una bellísima somalí.
ResponderEliminarSr. Scriptum, ojalá fuera un asunto concreto de racismo para poder contenerlo y superarlo. Si fuera así, por lo menos nos podríamos atener a algo que tendría con mucho esfuerzo una solución medio concreta, aunque creo que no existe un mundo sin racismo. Pero la cosa es mucho más grave y aquí ya no hay nada que atajar me parece. Con lo que ha ocurrido en los últimos meses en Europa el futuro solamente puede ser el pronóstico de Ferguson o un vaticinio incluso peor.
EliminarEntre toda esta oleada revestida sobre todo de dolor, de la que no sabemos nada a ciencia cierta, hay gente con hondísimos sufrimientos y gente llena de rabia. Habrá los que huyan de la guerra y el hambre y otros que sin haberse radicalizado al entrar a Europa se adentren sin saberlo, en el terreno fértil para incubar un odio enorme por todo lo que desconoce y no se asemeje a sí mismo. Aquí en el sentimiento de lo ajeno, junto con no trabajar, sentirse marginado, o no entender una lengua se enfatiza la ceguera de un dogma y una fe pesimamente mal interpretados. Y de allí sale la justificación. Sí, quizás no hemos sabido integrarlos pero, ¿ellos quieren integrarse?
El tiempo dirá que será de este mundo en 20 años, donde nada de lo que vimos o con lo que crecimos exista quizás.
Siempre he desconfiado de los sujetos que quieren mandar sobre el dinero y los pensamientos de los demás.políticos y banqueros nos estropean la existencia..comp Unamuno,prefiero la verdad a la razón y el sentido propio al sentido común
ResponderEliminarque nadie intenté dirigir mi cabeza y mi bolsillo
Lleva Usted razón Señor Anónimo, lo malo es cuando el bolsillo se llena por ser regalado, ese fue el principio del mal.
EliminarHombre.depende del tamaño del regalo.una cosa es regalar y otra robar
EliminarEstamos en un presente-futuro cogido con pinzas, demasiado está aguantando el globo sin desinflarse del todo, pareciera estar al máximo.
EliminarLa Civilización del Vacío da miedo pero es un hecho real, la triste cobardía o el astuto pasotismo de la gente, no es fácil tomar decisiones duras, pero al final nos fagocitan. Siempre es el dinero y el poder, nada más a costa de lo que sea.
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