Releo a Eugenio
d´Ors y lo redescubro. Me pasa cada quince años. Siempre disfruto del
reencuentro; ventajas de la mala memoria. Ahora estoy releyendo su Nuevo Glosario, que
recoge en un volumen las glosas publicadas desde 1934 hasta 1943. Suelo abrirlo
al azar, de noche, para poder dormirme con una sonrisa de admiración por su
prosa brillante e irónica.
Pero anoche me salió
no prosa sino un soneto. Y el soneto (de 1943) me pareció, más que irónico, un
poco cruel:
La lectora de novelas
Usa Pilarín y abusa,
con delectación morosa,
ya de la novela rosa,
ya de la novela rusa.
Pero tampoco rehusa
la angloamericana prosa,
patética y caudalosa,
patosa o patidifusa.
Si un alma de taquimeca
creyó encontrar en «Rebeca»
el sustancial alimento,
hoy su ilusión avasalla,
siempre a escolta de pantalla,
«Lo que no-sé-qué del viento».
Claro que la sátira suele ser cruel, pero creo que
no se ha de practicar nunca la crueldad con alguien más débil. Me pareció que
aquí Eugenio d'Ors se comportaba como un vulgar Christian Grey. Me equivocaba.
Lo que hacía Eugenio d'Ors era evidentemente burlarse de la literatura y el cine
al estilo de Rebeca (Don Eugenio detestaba los
bestiaséleres, sobre todo los escritos por autores en lengua inglesa, quizá, tal
vez, acaso con un punto de envidia). Para ello hacía una caricatura de la
lectora a su entender típica de esa literatura. Pero si decía que la tal lectora
tenía "alma de taquimeca" no era por esnobismo social (o no del todo) sino en
alusión al chotis de "Las taquimecas":
Con la falda muy cortita, muy cortita,
ajustadita, luciendo el talle
y el pelito muy cortito, muy cortito,
yo, muy airosa, voy por la calle.
Los zapatos muy chiquitos, muy chiquitos;
las medias finas a lo Rebeca,
las muchachas taquimecas, mecas, mecas,
son la admiración
de los chicos cañón.
Hay que saber, cosa que yo acabo de averiguar, que
Celia Gámez lo cantaba en "Las castigadoras", revista de 1927. Sobre todo conviene saber que cuando se estrenó esa revista muchos la presentaron como un "himno
reivindicativo de la mujer trabajadora" (sic). Y, claro, Eugenio d'Ors quince años después se
burlaba de eso, de la supuesta condición progresista de las admiradas por los
"chicos cañón".
Claro que si lo que hubiese querido decir Eugenio
d'Ors es que la taquimeca, cuando se eleva de anécdota a categoría, conserva una
peculiar condición cursi, no podríamos estar de acuerdo, ya que los grandes
cursis de la literatura española -Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío, los dos
Machado, Juan Ramón Jiménez- tienen un nivel social superior a la media de las
taquimecas pero también una dosis de cursilería congénita muy superior.
Pero para terminar con otro botón de muestra de la
ironía d'orsiana, ésta muy dura y muy merecida, ahí va un trozo de la glosa "La
cola del león, la cabeza del ratón", de 1941:
Lo malo es aquella condenada tabla de valores, de inspiración turbiamente romántica, que hace casi dos siglos vienen metiendo el Parlamento, la Escuela y la Prensa –con la entreverada colaboración de tal cual dudoso momento de la Poesía– en la cabeza de las pobres gentes. Y, según la cual, el bien supremo para el existir de los pueblos es la independencia. En esto, tanta culpa han tenido el contagioso enfermo don Juan Jacobo como el arriesgado sportman [sic] señor Byron, el precoz folklorista profesor Herder como el inventor de camisetas Giuseppe Garibaldi; tanta, los patriotas que besaban mentalmente la piojosa pelliza del héroe Viriato como los que, a la salida de la Ópera, en el Teatro de la Moneda, transformaban en Brabanzona los aires de Lucía de Lammermoor; o los que se enmandilaban en las tenidas de «ventas» con Simón Bolívar, o los que pasaban el rosario con cuentas de Guernikako-arbola y avemarías Internacional, dentro de algún famoso «Cinturón de hierro»...
Ahí sí que Eugenio d'Ors demostraba conocer el
pasado y adivinar el porvenir.
Eugenio d'Ors por Ramón Casas MNAC © Wikimedia Commons |
Nuevo glosario Vol. III (MCMXXXIV - MCMXLIII)
Por Eugenio d'OrsEditorial Aguilar
Madrid, 1949
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