Miradas al último espejo (Poesía 2007-2010). Fernando Ortiz. Diputación de Sevilla, 2011
Poesía de una vida. Antología poética 1978-2011. Fernando Ortiz. Diputación de Sevilla, 2011
Qué humilde la verdad de la hermosura, murmuraba a veces un montañero amigo mío mientras paseaba por el monte fijándose en la belleza y modesta gallardía de las flores que soportan los rigores del yermo. No lograba recordar dónde había leído el endecasílabo. Y es que lo memorable se suele volver (por injusticia o por tributo) anónimo. El verso es de Fernando Ortiz y recoge varias de las señas de identidad de su poesía, cuyas diversas facetas quedan por lo demás muy bien retratadas en estas dos antologías.
La primera seña de identidad sería la elegancia, en el sentido matemático del vocablo: “característica de una comprobación que deriva el resultado de manera sorprendente de teoremas en apariencia no relacionados”. Huelga decir que esa elegancia no es blando amaneramiento sino todo lo contrario. De ahí que Ortiz pueda afirmar con Quevedo vivo en conversación con los difuntos, empezando por el propio Quevedo y el resto de los poetas barrocos españoles. De su familiaridad con ellos da fe el último, sombrío y brillante poema en ambas antologías: Homenaje al soneto barroco. En perfecto bucle, es un soneto muy barroco, precedido de unas soleares que dicen lo mismo en tono popular, y el ninguna de las dos composiciones hay una sola palabra que suene pretenciosa, oscura o falsa. Señal de que la elegante sencillez es, además, versátil.
Para eso hacen falta cultura y lectura de toda una vida, amén de un oído poético prodigioso, pese a declararse “el mejor poeta sordo de su calle”. Sus lecturas son muy diversas y él agradece a los clásicos lo mucho que les debe en Si mi palabra vale viene de ellos: Homero y Virgilio, Arnaut Daniel y los provenzales, Ronsard, Donne, Eliot, el Mío Cid, el Siglo de Oro español, los Machado. Y en otros lugares reconoce con generoso orgullo su admiración por otros poetas españoles del siglo XX. Pero la gran deuda instrumental la reconoce a la buena biblioteca paterna y al buen profesor de griego y latín en el bachillerato. Así dice, buenos, que es mucho decir en boca de hombre parco en superlativos.
Fundamenta, pues, todo lo hasta ahora dicho en la tradición, entendida a la manera de T.S. Eliot, a quien admira y de quien aprende. Incluso aconseja repetidas veces acatar su máxima: “un buen poeta suele tomar prestado de autores remotos en el tiempo, o ajenos en la lengua, o de distintos intereses”. Además, dice Ortiz, “saber bien el oficio es indispensable” – y él lo sabe, y se deleita ejerciéndolo – “pero la poesía, si alguna vez se alcanza, es más. Es la alta noche de los místicos, el acorde de Cernuda”. “El proceso de creación poética ha sido siempre algo misterioso y emparejado a lo sagrado…”. “Se escribe poesía porque se lee poesía, y su poder encantatorio u órfico […] nos seduce a muy temprana edad”.
Difícil sería explicar mejor el papel de la traditio en la creación artística, desde Altamira hasta hoy. O quizá hasta ayer. Hay que agradecer estas últimas antologías al mayor preceptor y creador de la llamada Generación poética de la Transición.
(Esta reseña apareció en el ABC Cultural del 15 de Octubre de 2011, bajo un buen título escogido por la redacción del periódico: Préstamos líricos)
Si en su librería habitual no tienen estas dos antologías de Fernando Ortiz, por favor díganle que los encarguen al distribuidor: info@maresdelibros.com
Enlaces relacionados:
Interpretación auténtica de Fernando Ortiz
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A mí lo que más me llega es el terceto final de su Homenaje al soneto barroco:
ResponderEliminarSiguiendo la común humana suerte,
a todos llegará el último día
como el último verso a este soneto.
Buena y sensible lectura del poema, Caperucita, porque te has fijado en la verdad existencial que quiero expresar -nada grata, por cierto- y no en el ropaje retórico que, en parte por pudor, en parte por oficio literario, lo encubre.
ResponderEliminarFernando Ortiz
Es de verdad hermoso el endecasílabo de Fernando Ortiz con el que arranca la reseña y es muy característico de su poesía:
ResponderEliminarQué humilde la verdad de la hermosura
Si el montañero que reconoció la imagen por las palabras del poeta había andado hace poco por las sierras del centro de España, pudo en efecto haberlas visto cuajadas de pequeños lirios azulados, llamados quitameriendas, muy parecidos a otros que florecen a finales del invierno, los azafranes serranos. Los primeros son humildes y heróicos y hermosos, salen tras los calores que achicharran aquellos pedregales, casi sin esperar las primeras lluvias. Los segundos son humildes y heróicos y hermosos, salen entre heladas feroces, sin esperar el final del invierno, todavía entre nieves. Qué lección de "grace under pressure". Cuesta trabajo creerlo, pero hay una afinidad escondida entre Hemingway, Fernando Ortiz y...
"Considerad los lirios del campo, cómo crecen. No trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos."
Es humilde la verdad de la hermosura porque humildad, como escribió Santa Teresa en las Moradas, es andar en verdad. O como dijo antes el Libro de los Proverbios: "ubi fuerit superbia ibi erit et contumelia ubi autem humilitas ibi et sapientia". Sería una temeridad por mi parte intentar el comentario de la obra de Fernando Ortiz: la poesía -su poesía- es para ser paladeada, saboreada, sentida, hecha propia, no emborronada con torpes o aproximativas apreciaciones. La trayectoria vital y literaria de Ortiz está condensada en esta sentida e íntima exclamación, que entenderá cualquiera que lea estas dos bellísimas antologías: "¡Oh pasión de mi vida, poesía, cómo sostienes de mi vida el paso!".
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