Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: El ruiseñor cristiano y otros pájaros cantores

miércoles, 24 de marzo de 2010

El ruiseñor cristiano y otros pájaros cantores

Resulta difícil imaginar, por ejemplo, a un arquitecto exclamando airado: ¡Mi musa es insobornable! En cambio sí estamos acostumbrados a oír estas u otras palabras similares en boca de escritores. Conviene, no obstante, pararse a pensar que no siempre fue así. Hasta el siglo XIX un autor literario encontraba tan natural que le encargasen una loa como un arquitecto que le encomendasen una edificación. A sueldo, claro está. Los escritores que hoy llamamos clásicos no rehuían el mecenazgo, lo buscaban. No sólo no se avergonzaban de su dependencia, sino que se enorgullecían del poderío o la opulencia de sus valedores. No había deshonra en cantar las alabanzas de alguien por dinero y apoyos, como sigue sin haberla hoy en cobrar por trabajar como abogado, arquitecto o médico de uno o varios clientes.

El cambio de actitud de los escritores obedece a dos causas. Primero la concentración del mecenazgo en unas pocas manos, no por anónimas menos poderosas: el Estado, los partidos políticos, la Prensa, las editoriales. Segundo la secularización de la sociedad occidental, con el consiguiente debilitamiento del magisterio de la Iglesia. Ante la nueva situación social los escritores reaccionan poniéndose al servicio de los nuevos poderes —mucho más ideológicos y menos personales que los anteriores— y a la vez ocupando el hueco que iba dejando el clero. A principios del siglo XX la transformación estaba ya consumada. Los escritores —que pasaron a llamarse intelectuales— habían asumido las funciones magistrales, moralizantes, censoras y proféticas del clero. Se habían arrogado el papel de conciencia pública. Habían subido de categoría social, pero no económica. Seguían necesitando mecenas, y éstos sólo podían ser los nuevos poderes anónimos antes citados. Pero ocurre que un sacerdote —aunque sea laico y agnóstico— que es a la vez mantenedor de los juegos florales del Poder puede chocar. Había, pues, que cambiar de lenguaje. Era menester declararse en todo momento insobornable, aunque se cantasen las loas de tal o cual capillita. El fenómeno era a veces inconsciente y otras cínico. Pero siempre lo hacía más llevadero el que ya no se trataba de ensalzar al Conde de Lemos, a don Juan de Austria o al Cardenal Richelieu, sino abstracciones como la democracia, el nacionalsocialismo, el comunismo, la libre empresa o el cubismo. El lenguaje era otro. Se perdió el fino arte de la coba ad hominem.

Por eso son tan torpes los autores modernos cuando las circunstancias los obligan a volver al viejo género literario de la loa personal. Ya hemos visto que hasta Sartre se ponía a escribir como el tebeo cuando tenía que ensalzar a Castro, y que a otro grave escritor norteamericano sólo se le ocurría compararlo con un falo para encomiarlo. Góngora lo hacía mucho mejor. Obsérvese el marmóreo decoro de su soneto al Marqués de Ayamonte, que empieza: Clarísimo Marqués, dos veces claro / por vuestra sangre y vuestro entendimiento. O aquel otro en que mata dos pájaros de un tiro, puesto que se dirige al Conde de Villamediana —que era Correo Mayor del Rey— con un ¡Oh Mercurio del Júpiter de España! Seguro que a un vate progre sólo se le hubiera ocurrido una sosería para halagar a la vez a don Felipe González y al director general de Correos y Telecomunicaciones. Pues ¿y el donaire de llamar al Conde de Lemos, con sus cuarenta años, Florido en años, en prudencia cano?

Está claro que hoy nadie sabría halagar con finura literaria. Y no por recato, que basta con abrir un periódico para leer alabanzas desmesuradas, proferidas con descaro ejemplar. Pero les falta gracejo. La prueba es que cuando en 1928 cierto gran poeta escribió un largo Poema al Ilmo. Sr. Vizconde de Amocadén, muy inspirado en ejemplos del Siglo de Oro, parió un engendro. Empieza: ¡Párate, gran Vizconde! Ten el freno / áureo de tu caballo jerezano / y al pie del Guadalete, ya sereno / presta tu oído a un ruiseñor cristiano. Y termina: Pensativo, el Vizconde, a la carrera, / se perdió hacia Jerez de la Frontera. No, no es de La venganza de don Mendo. Está escrito por Rafael Alberti, el ruiseñor cristiano. Según nuestras noticias, el homenajeado quiso regalarle un caballo, pero el ruiseñor cristiano contestó que no tenía cuadras y aceptó en cambio cinco mil pesetas. De las de entonces.

Como en tantas otras cuestiones relacionadas con el lenguaje, la dificultad estriba en la desaparición de ciertas convenciones. Las antiguas reglas formales del panegírico le daban una paradójica naturalidad. Era legítimo como el obligado piropo del huésped a la niña de la casa. Cuando hace veinte siglos el cáustico Marcial —que aunque natural de Calatayud no era ningún maño rudo y sincero— escribía en un epigrama a uno de los Emperadores más desalmados de la Historia, Domiciano, el pudor que antes de tu venida no existía ni en la alcoba conyugal ha comenzado a entrar hasta en los mismos prostíbulos, ni engañaba ni pretendía engañar a nadie. Todos, empezando por el César, sabían a qué atenerse. Aquello era una declaración política, ni más ni menos que el editorial de un periódico moderno apoyando al Poder. La única diferencia está en que seguía otros cánones literarios. Y el problema de los turiferarios de hoy cuando quieren volver al estilo más directo y personal de antaño es que ignoran las viejas formas, y la loa resulta torpe. Esto y que tanto han hablado de su musa insobornable que les falta soltura en la adulación. La vieja loa de encargo no pretendía ser sincera: la de ahora sí, y por eso mismo es hipócrita.

(Este artículo se publicó en el ABC del 31 de Agosto de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))



Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

12 comentarios:

  1. Me parece que hay, en lo que aquí se dice, una cierta confusión. Es verdad que la primera parte del Quijote, por ejemplo, lleva una dedicatoria al conde de Lemos (fusilada, por cierto, de otro autor, lo que, aunque no demuestre nada, muestra al menos lo poco que le importaba a Cervantes..., si es que la puso él); pero EL TEXTO del Quijote, que es lo verdaderamente importante, no es una adulación a nadie.
    También ahora, en las dedicatorias (públicas o privadas), se adula, y hasta se miente, a veces; pero confundir un panfleto (que también entonces los había) con un libro que ni lo es ni lo pretende, sólo porque lleve dedicatoria (entonces usual, por cierto) a un poderoso, es, me parece, una manera segura de no aclararse.

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  2. Creo que el cambio se produce en el siglo XVIII. El fin del orden tradicional implica también el del patronazgo. EL principio del escritor como hechura de su señor, sea el Rey o un Grande, no es posible cuando aquél se considera un poder moral indiscutible (Voltaire,por ejemplo) o un elegido por los dioses (los románticos). Esto no impedía que ilustrados y románticos (éstos quizá menos) necesitasen y recibiesen la protección de los poderosos, aunque de otra manera.

    Reciba usted un cordial saludo.

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  3. No está quedando muy bien Alberti por aquí...
    Es verdad que su Oda a Stalin no ha resistido el paso de unos pocos años -también que no tiene un solo verso duro- y que el Vizconde no le inspiró demasiado. Parece que la pintura le resultaba más sugerente:

    A la perspectiva

    A ti, engaño ideal, por quien la vista
    anhela hundirse,prolongada en mano,
    yendo de lo cercano a lo lejano,
    del hondo azul al pálido amatista.

    A ti, sin fin, profundidad, conquista
    de la espaciada atmósfera en lo plano,
    por quien al fondo del balcón cercano
    decides que la mar lejana exista.

    A ti, aumento, valor de los valores,
    vaga disminución de los colores,
    música celestial, arquitectura.

    Los ámbitos en ti fundan su planta.
    La línea con el número te canta.
    A ti, brida y timón de la pintura.

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  4. Lo siento, anónimo lector, pero Cervantes no dedicó la primera parte del Quijote al Conde de Lemos, sino al Duque de Béjar. Si lee usted con cuidado el Quijote verá que a Lemos le dedica la segunda parte. Y apreciará que da coba a los dos poderosos. También da coba a otros muchos en la novela, como por ejemplo a los anónimos y antonomásticos duques, a costa, por cierto, del pobre hidalgo manchego, que Cervantes deja en ridículo.

    En cuanto al resto de sus objeciones, la verdad es que no creo que contradigan el fondo de mi artículo. Si lo relee usted verá que contrapongo las antiguas formas de la loa a las modernas: "Las antiguas reglas formales del panegírico le daban una paradójica naturalidad [...] La vieja loa de encargo no pretendía ser sincera: la de ahora sí, y por eso mismo es hipócrita".

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  5. Acepto y agradezco, naturalmente, la corrección, y siento el despiste, respecto a la dedicatoria tal-vez-no-cervantina. Pero sigo sin creer que el intelectual de hoy sea más adulador que el antiguo, como tampoco creo -menos todavía- que el intelectual sea adulador por naturaleza. Quien adula lo hace a los poderosos, como es lógico; y hay intelectuales bien valiosos que en su vida se acercaron al poder; hasta los hay que vivieron y murieron del todo, e injustamente, desconocidos.
    Naturalmente que hay escritores que adulan. Pero también los hay que no lo hacen. Y no son menos representativos, menos valiosos ni (me parece) menos abundantes que los otros. En cualquier caso, no son menos escritores. Identificar una cosa y otra, escritor y adulador, es, sigo creyéndolo, claramente erróneo.

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  6. Dichoso el de Béjar, que pasó a la Historia por las dedicatorias de Cervantes y de Góngora. Y la dedicatoria de Góngora en las "Soledades" al de Béjar dista de ser una convención. Es la primera y una de las más bellas partes del inmortal poema. Ahí está la Historia de la Literatura Universal, que es muy obstinada, desautorizando su muy libre y personal opinión.
    Fernando Ortizz

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  7. ¡Si sólo fueran los años los que no han sido clementes con la Oda de Alberti! ¡Si fuera verdad eso de que no contiene un solo verso duro! Transcribo a continuación unos versos del mismo autor. Son del año 1981; lo aclaro por aquello de la perspectiva.

    ¿No orinaste esta noche?

    Se siente que en la noche,
    asesinatos de gobernadores,
    guardias civiles,
    secuestros de ministros,
    huelgas,
    amnistiados y vueltos a prender,
    torturas,
    órdenes apremiantes de extradiciones,
    comunicados, amenazas, anónimos,
    asaltos a los bancos...
    lentamente, hacia España,
    va avanzando el "Guernica".

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  8. Caigo en la cuenta que mi comento puede ser interpretado como contumelia con el Marqués de Tamarón, cuando lo que pretendía era indicar al primer y anónimo comentarista del muy acertado artículo del Marqués las razones por las que consideraba errónea su apostilla.
    Fernando Ortiz

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  9. Agradezco a mi admirado Fernando Ortiz su rapapolvo, aunque me confieso del todo incapaz de comprender en qué sentido se me puede criticar, remitiéndose a mi primera intervención o a cualquier otra, la supuesta idea de que una dedicatoria por fuerza ha de ser una convención; yo mismo, aunque modesto, soy autor publicado, y puedo jurarle haber hecho dedicatorias, públicas y privadas, que nada tenían, en mi intención al menos, de convencionales.
    Mi desacuerdo con el Marqués de Tamarón (quizá no he sabido explicarlo bien) procede de lo que me parece excesiva generalización por su parte, ya que al hablar, como lo hace, de "escritores" o "autores modernos" en general (y más si le sumamos lo que afirma en su entrada del pasado 15 de Marzo: "el intelectual adulador -perdón por el pleonasmo-...") parecería dar a entender que TODOS los intelectuales, o los escritores, modernos son por necesidad aduladores, cosa ciertamente errónea según pienso.
    En dicha entrada del 15 de Marzo hay un comentario mío en que, a cuenta de una aclaración del Marqués, me doy por satisfecho con sus precisiones (habla en ella de los "sedicentes intelectuales"), aunque le objeto que, siendo su uso de la palabra distinto al habitual -y al que recoge el DRAE, que allí le cito-, la confusión parece inevitable.

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  10. Por echar mi cuarto a espadas, yo diría que el cambio se produce más bien en el Romanticismo. Es el prurito de originalidad e independencia que tiene los adeptos a este movimiento el que, a mi juicio, provoca esta pose un poco adolescente. Por otro lado, durante el Antiguo Régimen, la Iglesia y la nobleza poseen además del poder económico sus propios códigos estéticos a los que se tienen que adaptar los artistas, no sólo los escritores. Otra cosa es que existan en la actualidad más o menos tiralevitas. En el fondo, el intelectual moderno debe contentar/conjurar a un monstruo de millones de cabezas: el público.

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  11. Muy de acuerdo con la intervención última de David Menaza, aunque yo quizá matizaría un pormenor: si, en efecto, es fácil que el prurito de originalidad lleve a una actitud menesterosa y adolescente (creo que Goethe decía que "el romántico se queja, el clásico es sano"), me parece que esa actitud puso de relieve algo hasta entonces, quizá, no suficientemente destacado, y es que cada uno de nosotros -incluso el más ciego, el más torpe- es un punto de vista único e irrepetible sobre la realidad, y la consciencia de ese carácter único puede dar una orientación en algo diferente a la labor artística. No siempre el romanticismo es infantilismo y exageración, y aquello -respecto a lo que trajo consigo, artísticamente hablando- de que "lo nuevo no es bueno, y lo bueno no es nuevo" puede estar bien como ironía, pero no es, en mi opinión, del todo verdadero.

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  12. Entender la ironía es como apreciar el vino: es necesario tener paladar

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