Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: El intelectual y sus héroes

martes, 2 de marzo de 2010

El intelectual y sus héroes

Uno de los pocos comentarios políticos inteligentes que hemos leído en España durante el último cuarto de siglo aparecía hace seis años escrito en una pared, en Pego, pueblo de la provincia de Alicante. El texto era lacónico, pero de una sutileza casi infinita. Estaba preñado de matices. En un mundo político como el nuestro, donde las afirmaciones —desde el pareado que se grazna en la manifestación o la frase que mancilla el muro, hasta el editorial del sesudo periódico— suelen ser reducibles a «viva Fulano» o «muera Mengano», donde reina el maniqueísmo, donde todo es blanco o negro, la pintada de Pego destacaba por su compleja riqueza semántica. No es que fuera gris, es que era tornasolada, tan amplia gama de ideas y sentimientos políticos abarcaba. La pintada de Pego decía Franco, gordito. Era, a todas luces, producto de una mente comparable en sutileza a la de Gracián o Maquiavelo. No es posible adivinar si el tono era irónico o tierno. ¿Sería su autor un anciano azañista culto y masoncete, deseoso de desmitificar —pero sin estridencias— al caudillo? ¿O una vieja solterona de pueblo, beata apacible, mas fiel a una antigua pasión secreta y platónica por aquel joven general de la guerra de Africa, luego viejo y achacoso como ella, y por tanto menos remoto, más entrañable, más gordito, más suyo? En todo caso el autor anónimo era un maestro de la lítote y un singular analista político. No es fácil poner a cavilar al lector con dos palabras lapidarias.

Contrasta tan sugerente concisión con la torpe verborrea política de las citas recogidas en un libro reciente sobre los viajes de intelectuales occidentales a la Unión Soviética, China, Cuba y Vietnam desde 1920 hasta nuestros días. Como no es probable que un libro tan duro con la crema de la inteleztualidad se publique en España traducido, damos aquí su referencia original: Political Pilgrims, por Paul Hollander (Oxford University Press, 1981). Se trata de un estudio minucioso de cómo algunas de las luminarias de la cultura moderna, gente que se supone dotada del máximo espíritu critico —¿no vivimos en plena época de racionalismo científico?—, renuncian a todo raciocinio y se lanzan a las loas más desmelenadas del déspota de turno en los países que visitan. El fondo de la cuestión no ofrece mayores sorpresas a los de antemano convencidos de que un intelectual comprometido moderno no es ni más ni menos objetivo y liberal que un monje medieval. Los prejuicios son otros, y eso es todo. G. B. Shaw, H. G. Wells, Sartre, Simone de Beauvoir o Chomsky no eran más lúcidos que los que describían las maravillas del Preste Juan. Es cierto que éstos no conocían sus dominios y que los otros, medio milenio después, sí habían visitado los de Stalin o los de Mao, por lo que tenían más obligación de ser realistas. Pero no hay que pedir cotufas en el golfo. Ya en cierta ocasión Sartre explicó a Koestler que la ciencia no le interesaba, con lo que al rechazar el método empírico excluía toda necesidad de cotejar las ideas con la realidad. Lo de estos intelectuales es pensamiento mágico, fe ciega, así que no es de extrañar que sus ditirambos sean coplas de ciego.

Pero sí asombra la forma, el lenguaje. A veces es de novela barata, otras de folletín de la televisión. No sorprende que adulen al tirano, sino que siendo escritores consagrados lo hagan tan mal. ¿Cómo pudo Norman Mailer escribir de Fidel Castro «Hay héroes en el mundo... es como si el espíritu de Hernán Cortés apareciese en nuestro siglo cabalgando el corcel blanco de Zapata»? Claro que Mailer no podía saber que años después Castro abominaría de Cortés y demás conquistadores, pero tampoco tenía necesidad de remedar a Salgari. Sartre dice que Fidel y los suyos «se han liberado casi de la rutina de dormir... comen y ayunan más que nadie... hacen retroceder los límites de lo posible». Es lenguaje muy apropiado para describir al Superhombre, pero no al de Nietzsche, sino al Superman del tebeo. Sin embargo lo supera la descripción que hace Abbie Hoffman de la entrada de Castro en La Habana, subido en un carro de combate, aclamado por las muchachas que le arrojan flores. «Se yergue. Es como un pene poderoso que se despierta y, cuando está alto y tieso, la muchedumbre de inmediato se transforma».

Stalin en cambio les inspiraba una sensiblería dulzona que estallaba en frases de novela rosa. «Sus ojos castaños son en extremo juiciosos y suaves. Un niño querría sentarse en sus rodillas y un perro querría acurrucarse contra él», escribía Joseph Davies, embajador —político, que no diplomático profesional— de los Estados Unidos. «Le confiaría gustoso la educación de mis hijos» confesaba Emil Ludwig, Harold Laski alabó el Gulag, y Shaw también, citando entre sus ventajas la de que los presos podian, al terminar su condena, pedir el reenganche.

Ni que decir tiene que Hitler y el nacional-socialismo suscitaron frases similares en otros distinguidos huéspedes intelectuales. A veces ni siquiera eran otros, sino los mismos panegiristas.

En fin, que los clásicos daban coba mejor. Con hipérboles bien tarifadas pero sin ñoñerías. Otro día les explicaremos, queridos lectores, cómo adular al Poder con maña. Y no echen todo esto en saco roto, que algún día les puede ser útil. El lenguaje, bien manejado, da para mucho.



* * *


El único caso antiguo de coba de un escritor al poder comparable en torpeza y turpitud a los modernos es éste:
«Por lo que a mí toca, quisiera en esta ocasión poder desahogar los borbotones de mi júbilo, dando a V. E. aunque no fueran sino doce o quince estrujones, llamados abrazos en el calepino del amor, salpicados de seis u ocho besos bien rechupados y que dejasen estampado en sus mejillas el sello de mi ternura y alborozo...»
Así de baboso felicitaba Juan Pablo Forner a Godoy por su nombramiento de Primer Secretario de Estado (cf. Cuenta y Razón, Agosto-Septiembre 1987, pág. 13).


(Este artículo se publicó en el ABC del 24 de Agosto de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))



Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

5 comentarios:

  1. Ese libro debe ser traducido y de enseñanza obligatoria en los talleres de escritores españoles, para poder así, si cabe, perfeccionar lo suasorio de nuestras loas al poder.
    Fernando Ortiz
    poeta y escritor.

    ResponderEliminar
  2. Menéndez Pelayo reproduce la oda que el Abate Marchena dedicó a José I (mejor sería decir que perpetró en unión del Penitenciario de la Catedral de Córdoba Don Manuel María de Arjona) con motivo de su viaje a Andalucía en 1810, en la que llaman al rey intruso "delicias de España y sol benigno que venía a dorar de luces pías las márgenes del Betis".

    Así el Betis te admira cuando goza
    a tu influjo el descanso lisonjero
    al tiempo que de Marte el impío acero
    aun al rebelde catalán destroza.

    Los versos son malos, dice Don Marcelino, pero aún es peor y más vergonzosa la idea. Y recuerda que Moratín llamó "digno trasunto del héroe de Vivar" al mariscal Suchet, tirano de Barcelona y de Valencia.

    ResponderEliminar
  3. Y hablando de embajadores americanos, cuenta Margaret MacMillan en PARIS 1919 que el diplomático William Christian Bullit, enviado por el Presidente Wilson a la Unión Soviética en misión especial junto con el periodista Lincoln Steffens, describía así a Lenin: "He is straightforward and direct, but also genial and with a large humour and serenity". Steffens añadía que Lenin le parecía "a liberal by instinct".
    Justo es reconocer que Bullit, que fue en 1934 el primer embajador estadounidense en la Unión Soviética, se convirtió a partir de entonces en un decidido anticomunista.

    ResponderEliminar
  4. ¿Castro "cabalgando el corcel blanco de Zapata"? ¿Humor negro? ¿O Norman Mailer se refiere al otro, al mejicano?


    George Orwell

    ResponderEliminar
  5. Pecado de juventud9 de marzo de 2010, 16:46

    Y qué decir de la coba del compositor Víctor Manuel dedicara a Franco en la canción UN GRAN HOMBRE del año 1966 del siguiente tenor:
    “Hay un país
    que la guerra marcó sin piedad.
    Ese país
    de cenizas logró resurgir.
    Años costó
    su tributo a la guerra pagar.
    Hoy consiguió
    que se admire y respete su paz.
    No, no conocí
    el azote de aquella invasión.
    Vivo feliz
    en la tierra que aquél levantó.
    Gracias le doy
    al gran hombre que supo alejar
    esa invasión
    que la senda venía a cambiar.
    Otros vendrán
    que el camino no habrán de labrar.
    Él lo labró,
    a los otros les toca sembrar.
    Otros vendrán,
    el camino más limpio hallarán.
    Deben seguir
    por la senda que aquél nos marcó.
    No han de ocultar,
    hacia el hombre que trajo esta paz,
    su admiración.
    Y por favor pido siga esta paz”

    ResponderEliminar

Comentar