Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: El Rompimiento de Gloria (cap. III)

lunes, 15 de diciembre de 2008

El Rompimiento de Gloria (cap. III)

III

Aquellas ordalías me hicieron perder casi todas las uñas de los pies, pero también muchas de mis timideces. Si ellos me tomaban tal como era, ¿por qué no iba yo a aceptar su condición tan distinta de la mía? Además su naturaleza tampoco podía ser muy diferente, puesto que todos los hombres somos iguales. Ese prejuicio rousseauniano mío de entonces me costó muy caro, pero ni aun hoy sé si debo lamentar o celebrar mi error. En todo caso y pese a mi ingenuo acatamiento de las ideas del siglo, algo singular y peregrino debí de barruntar en los hermanos cuando me empeñé en aprender todo sobre ellos y sobre su mundo nebuloso. Ellos no rehuían mis preguntas y creo que las contestaban con franqueza, pero yo cuanto más sabía menos entendía; quizá las hojas me impedían ver el bosque o, más probable, me faltaba entonces cultura —más que erudición— para discernir. Cuántas veces, años después, en El Cairo o en Cambridge, he oído en mi mente el clic de una pieza del rompecabezas que por fin encajaba con las demás y daba sentido a uno de los muchos rincones oscuros de la vida de mis amigos o de sus raíces. Interrogando a refugiados de Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial, leyendo libros de memorias del siglo pasado, viajando, hasta hojeando trabajos etimológicos, he ido comprendiendo lo que al principio sólo podía amar, envidiar o detestar.


It will all end in tears, solía decir mi maestro inglés en Cambridge cuando notaba que un discípulo empezaba a idolatrarlo a él o a su ciencia. Pero es que todas las vocaciones y las pasiones terminan en lágrimas de frustración cuando no acaban en hastío. No debo, pues, quejarme; estoy llegando al final de una vida no exenta de amargura mas sí limpia de hastío. Ayer mismo comprendí algo que me dio una alegría pueril pero considerable. Siempre me había parecido una injusticia poética que Fonseca, el título español de la familia Cienfuegos, hiciese referencia a una fuente seca; era una antipática transgresión de la regla nomen est omen, que por cierto en mí sí se cumple puesto que me apellido Prieto y soy moreno. Pues bien, acabo de caer en la cuenta, con medio siglo de retraso, de que ese topónimo Fonseca debe de venir de Fuente del Sauce. Tendré que comprobarlo, pero al fin nomen est numen.


El caso es que ya entonces para mí en el principio era el verbo, y así empezó la velada de la horchata en las Vistillas.


─ Vosotros seréis asturianos, ¿no? Lo digo por vuestro apellido, Cienfuegos- Me gustaba pensar que en cierto modo éramos de comarcas vecinas.
─ Eso nos preguntan siempre, pero la realidad es más caprichosa. Descendemos de James Campbell of Glenlarig, un laird escocés jacobita. En nuestra familia siempre ha habido debilidad por las causas perdidas, pese a que el clan Campbell era en su mayoría protestante y partidario de los Hannover. Cuando fracasó el levantamiento de 1715 a favor de los Estuardo, a Sir James le requisaron sus tierras y, como sólo le quedaba su experiencia guerrera, buscó un soberano católico al que servir. Fue a parar a un principado italiano y allí lo primero que le hicieron fue cambiarle el nombre -por homofonía, creo que lo llamáis los lingüistas- a Campobello. A la generación siguiente, il Barone Campobello cruzó los Alpes y pasó al servicio de los Wittelsbach. Los bávaros, más concienzudos, tradujeron literalmente Campobello por Schönfeld. Tiempo después, a un Freiherr von Schönfeld se le ocurrió alistarse en los tercios españoles de Carlos IV, y vuelta a la adaptación homofónica, esta vez a las bravas. Dicen que el coronel de mi antepasado, harto del trabalenguas cada vez que pasaba revista, dispuso manu militari que se llamase Cienfuegos. "A mis primos asturianos no les disgustará que les salga un pariente así, hidalgo, cristiano viejo y buen mozo. Además Cienfuegos se parece a su nombre tudesco tan embrollado", concluyó el militar. Y en Cienfuegos nos hemos quedado, por ahora.

─ Miguel, vas a aburrir a Saturnino.

Pero no me aburría, me embobaba con las cosas de un mundo que se me antojaba tan exótico como el de los jíbaros reductores de cabezas, pero que los jíbaros sentían vivo, con sus ritos, parentescos, libertades nómadas y duras exigencias del decoro. Decidí preguntar todo lo que me resultase desconocido, disposición que requiere constantes esfuerzos de humildad pero que es la única alternativa a ir por la vida de enteradillo mediopelo.


─ ¿Qué es un laird?
─ Un señor feudal abominable en Escocia.
─ No te burles de mí. Estoy intentando aprender inglés, pero mi profesor es de Murcia.
─ Nosotros nacimos en Londres, pero por casualidad; nuestro padre estaba destinado allí como agregado militar a la Embajada. Si nuestras partidas de nacimiento te inspiran más confianza que la del murciano, podemos ayudarte de vez en cuando.


Quedamos en que a cambio yo echaría una mano a Elena corrigiendo ejercicios de latín y que otras veces les pagaría en especie, como a Sócrates.


La primera tarde llegué con jamón muy bueno y vino muy malo que me habían mandado del pueblo. Hacía mucho calor y decidimos regar el jardín y merendar antes de ponernos al trabajo. Nos alargamos y al final nos quedamos fuera un rato largo mirando en silencio un cielo espectacular con nubes de colores crepusculares inverosímiles.


You're the purple light of a summer night in Spain -canturreó Miguel- A ver, traduce, Saturnino.
─ Eres la luz púrpura de una noche de verano en España- contesté mirando de reojo a Elena.
─ Bien, bien. Suena cursi pero no con lo que sigue. Verás, no os mováis— Miguel entró en la casa por la ventana, de un salto, y se puso a tocar el piano, cantando con buena voz de barítono


You're the top!
You're Mahatma Gandhi.
You're the top!
You're Napoleon brandy.
You're the purple light of a summer night in Spain,
You're the National Gallery
You're Garbo's salary,
You're cellophane.


Me explicaron lo que era el papel de celofán y el coñac Napoleón. No me gustó la idea irreverente de mezclar a un anti-imperialista como Gandhi con Greta Garbo, protagonista de Ninotchka, una vulgar sátira contra la Unión Soviética. Me quejé y los hermanos me miraron con pasmo algo enternecido.


─ Eres más puritano que nuestras tías de Pamplona, Saturnino — y para burlarse de mí pusieron la misma canción en el gramófono y se lanzaron a bailar con gracia y con bríos.


Cuando hube escuchado tres veces seguidas el mismo disco, se me metió la tonadilla en la cabeza pero también me entró en el corazón un punto de envidia triste por no saber bailar el fox-trot. Elena lo notó en el acto.


─ Venga, ahora baila tú conmigo.
─ No sé.
─ Pues te enseñaré.


Y me hundí en el suplicio de mi azaro. Manoteaba y pataleaba para no ahogarme en las oleadas de agua de colonia, de risa ante mi torpeza, de inocente alegría animal entre mis brazos. Aguanté poco.


─ Elena, por favor vamos a descansar. ¿Qué es eso de You're the green and the mauve and the gold of the old school tie?
─ La corbata del equipo de cricket de Eton, un colegio oligárquico.
─ ¿Y quién era Lady Astor?
─ Es una señora de la sociedad, algo de izquierdas. Una especie de Carmen Yebes en Londres.
─ A ésa -añadió Miguel- le hizo tío José Antonio una letrilla:


La ciudadana Muñoz,
que a su marido aproveche,
me gusta más que el arroz
con leche.


─ En Viena hay otra señora por el estilo y en París dos o tres.
─ ¿Y vosotros por qué sois tan cosmopolitas? Yo creía que érais unos castizos de la caverna hispánica.
─ Es que no somos cosmopolitas, somos catetos en varios idiomas.


Y era verdad, según fui descubriendo. Los Campbell — Campobello — Schönfeld — Cienfuegos, en su deambular por Europa durante el Siglo de las Luces —más bien de la pólvora y del fuego para ellos, que lo husmeaban sin melindres— no habían hecho sino reanudar con la costumbre de su horda celta en milenios anteriores: dejar descendencia allí donde acampaban durante un par de generaciones. Sus nombres aparecían a veces en el Almanach de Gotha o en el Debrett's Peerage y más a menudo en el Freiherrlichen Taschenbuch y en el Burke's Landed Gentry. A medida de que la simiente de Sir James Campbell of Glenlarig se extendía por el litoral báltico y por las riberas del Danubio, por los valles del Tirol y las dehesas de Extremadura -alguno llegó hasta el Bósforo para servir a la Sublime Puerta y otro estuvo con Tolstoy en la campaña de Chechenia, como si más que añorar los moors escoceses quisiesen volver a los ralos pastos del corazón de Eurasia-, cuando ya, por la mayor fertilidad de las hembras sedentarizadas en castillos con goteras y castaños centenarios, abundaban más los lejanos primos Károlyi , Silfverstierna o Kermadec que los que llevaban en cualquiera de sus versiones el nombre de la línea de varonía, empezaron todos a perder el sentido tribal del parentesco por encima de las fronteras, de los ríos y de las montañas. Pero la rama española, menos numerosa, recobró bastante el trato con los demás pues tanto el abuelo como el padre de Elena y Miguel habían sido agregados militares en varias embajadas por Europa, y habían ido renovando la amistad con sus parientes à la mode de Bretagne.


Los hermanos se gastaban durante las vacaciones los ahorros del resto del año, viajando en tercera por toda Europa para visitar a sus primos y amigos. Entre éstos había hidalgos de aldea tan poco ricos como ellos, encastillados en sus casas solariegas de las que sólo salían para ir de caza, a la guerra, o al dentista. También había potentados con enormes tierras y palacios en Viena, Londres o Bucarest. Pero todos tenían más sentido de casta que de clase económica - nadie podía considerarse venido a menos si pertenecía a su estirpe; en el peor de los casos sería pobre, cosa molesta pero accesoria, como ser zurdo o haber hecho la guerra en el bando opuesto - así es que recibían a sus primos pobres españoles con largueza y naturalidad. El hidalgüelo abría sus últimas botellas buenas y el magnate daba un baile y le regalaba a Elena un vestido de Balmain para la ocasión, musitando:


Tu ressembles tellement à ta grand-mère... les mêmes yeux verts... non, plutôt bleus... Enfin , il faut te trouver un mari ici... tu sais, les Roumains ne sont pas de très bons maris, mais ils sont beaux garçons et sympathiques...


El que los dos fuesen tan guapos contribuía sin duda a su éxito, pero tanto o más debía de pesar su modestia y su buen humor, su don de adaptarse a cada circunstancia sin perder su personalidad propia. Ahora los imagino ayudando a la cocinera vieja a hacer mermelada de moras, al niño mal estudiante a preparar los exámenes de Septiembre y al Príncipe Ghyka, que llevaba treinta años estudiando el Número de Oro, a ordenar su biblioteca polvorienta de sabio balcánico. Y luego se arreglarían para ir a bailar con los jóvenes en un night - club hasta la madrugada. En cualquier ciudad de Europa estaban de moda las mismas canciones americanas de Cole Porter, Gershwin o Irving Berlin, a veces con la letra adaptada al gusto europeo. Casi todas y en mayor medida las de Porter, estaban dirigidas a un público de cierta instrucción y mucho dinero. No me parecía que ese fuese el ambiente preferido de Elena y Miguel.


─ No —contestó éste— pero me atrae el contraste entre las melodías, a veces tan buenas y quizá tan duraderas como los lieder de Schubert, y las letras, a la fuerza efímeras en cuanto se convierten en listas irónicas de los superlativos del momento.
─ Además las letras —añadió Elena— no son peores que las poesías de Browning. También me recuerdan a veces a Eliot.
─ ¡Pero es que Eliot es un reaccionario! —estallé.
─ ¿Y qué? No digas tonterías, Saturnino. Si sigues confundiendo el culo con las témporas no aprenderás nunca inglés. Ni inglés ni nada —me replicó Miguel, de pronto cansado.
Me levanté para irme, con el corazón en un puño.
─ Espera, una última lección, para que te vayas con buen sabor de boca —dijo Elena—- ¿Sabes lo que es esto?
Se acercó al piano y cantó:
You're the top! You're a tangy lipstick
Luego besó una cuartilla en blanco y me la dio.
─ Esto es un tangy lipstick.

Guardé el papel con la marca roja en un libro, hasta que lo perdí en Belchite.

* * *



He encontrado esta versión de You´re the top cantada y tocada al piano por el propio compositor, Cole Porter, en 1934, y creo que al lector puede ayudarle a sentirse ambientado en esta escena de la novela. Por mala que sea la grabación y la voz del maestro, tiene su encanto:



Bibliografía de El Rompimiento de Gloria


Bibliografía del Marqués de Tamarón

(c) Marqués de Tamarón 2008

2 comentarios:

  1. I love it. You write so beautifully. Each word is like a carved stone. The ideas are lovely.

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