Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón

miércoles, 8 de junio de 2016

Tres mentiras




     Don Francisco Umbral y doña Pilar Urbano son una sola y misma persona
. Se hizo un tenso silencio y todos miramos atónitos al ordenador que acababa de revelarnos uno de los secretos mejor guardados de este final de siglo. Las batas blancas acentuaban la lividez del rostro de nuestro equipo de analistas literarios que habla alimentado al monstruo informático con varios miles de artículos de ambas firmas. Pedimos explicaciones al aparato y en el acto llegó la rotunda contestación: Nadie en el mundo real habla ni escribe con barras y guiones. Si Umbral/-Urbano tienen la misma obsesión por puntuar de forma incomprensible es que son un solo ente o entelequia. Los ordenadores no se equivocan. Sólo nos queda aconsejar al prolífico periodista que se quite el disfraz hermafrodita y diestro/siniestro (hombre-mujer-de-izquierdas-y-de-derechas, para entendernos) y firme todos sus artículos con el anagrama Umbrano.

     Este singular enigma al fin desvelado no pasaría de ser una curiosidad literaria si no fuese porque ayuda a refutar una triple falacia muy de moda hoy en día. Para justificar su lenguaje pobre, obscuro, feo e impreciso —fruto de la pereza, la cursilería y la ignorancia— los políticos y los periodistas suelen, en efecto, alegar estos tres pretextos:

     1º «Hablamos y escribimos mal en mítines, periódicos, radio y televisión porque así se expresa el hombre de la calle». Mentira descarada. ¿En qué calle hay un solo hombre con garganta capaz de reproducir con mugidos las barras y guiones de Umbrano? ¿Qué español de a pie dice la pasada jornada (oído en Radio Nacional) por ayer? ¿A qué pueblo llano creía imitar Antena 3 cuando dijo el 22 de octubre pasado «el armador posibilitó a los marineros tres coches»? ¿Cree ABC que un hombre con los huesos rotos exclama que su coche colisionó con otro? ¿Piensa El País (15 de diciembre) que los pescadores del Mar Menor dicen «a las cuatro semanas de iniciarse formalmente la captura de este molusco», en lugar de «al mes de empezar en serio a coger ostras»?

     La verdad es que el hombre de la calle puede —y aun suele— ser vulgar, pero rara vez es cursi. La obscuridad relamida y el barbarismo redicho no nacen en el desgarro achulado de las calles y menos en la claridad brutal de los campos. Nacen en el quiero y no puedo cosmopolita de quienes han leído por el forro y con diccionario a un sociólogo francés de tercera o han ido a Londres en vuelo «charter».

     2° «Lo único que le está pasando a nuestra lengua es lo que siempre le ocurrió: que evoluciona». Mentira piadosa. Si tan sólo hubiese evolución natural no tendríamos motivos de preocupación. Los neologismos suelen ser útiles y más cuando surgen con espontaneidad. No es una tragedia que vale substituya a de acuerdo o sí señor. Hoy por hoy no es más que una falta de educación y mañana ni eso será. Además nos salva de la invasión del O.K. norteamericano o del correcto hispanoamericano (que aquí los cursis hubieran terminado pronunciando correzto y los catetos correto). La tragedia está en el empobrecimiento gradual y en la creciente imprecisión del lenguaje. Claro que hay evolución. Pero cuando la evolución es a peor se llama degeneración.

     Alguno de nuestros cientos de doctorandos que se dedican a hacer tesis a golpe de fusilar fuentes secundarias podía ocuparse con más provecho en contar el número de vocablos distintos empleados en un editorial de principios de siglo y en otro actual de la misma longitud. Encontraría casi con seguridad que el antiguo usaba un léxico dos veces más rico que el moderno.

     3° «La degradación del español sólo afecta a la estética del idioma». Mentira suicida. La pobreza y la imprecisión de una lengua la hacen inútil para tratar asuntos complejos en la política, el derecho y la filosofía. Ya Unamuno, socarrón, aconsejó a sus paisanos que intentasen traducir la Crítica de la razón pura, de Kant, al vascuence antes de dar el espaldarazo a dicha lengua. Sin riqueza lingüística no se pueden analizar ni resolver los problemas llenos de matices de una civilización complicada. En bantú no se puede redactar un Código Civil. En bantú lo probable es que ni se pueda escribir a la novia nada más sutil que yo querer cama con tú.

     Un político cínico podría —borracho— contestar que nada de esto le importa puesto que la pobreza de su habla le permite desconcertar a los cultos y la obscuridad engañar a los incultos. Pero a nuestros políticos les puede salir el tiro por la culata. Deberían leer un artículo en Le Point (3 de diciembre) donde se señala que, según un estudio del Institut Infométrie, el éxito de Le Pen y su movimiento de extrema derecha populista en Francia se debe a que es el único que se atreve a hablar a la gente llamando al pan, pan, y al vino, vino. Claro que las perogrulladas no suelen resolver los problemas enrevesados. Pero el hombre de la calle puede empezar a preferir las perogrulladas claras a las perogrulladas obscuras y salpicadas de barras y guiones. Y lo malo de un tiro así por la culata sería —en frase de Foxá—  que a los políticos les darían una patada en nuestro culo.

(Este artículo se publicó en el ABC del 15 de Junio de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))

     Escribí esto hace 31 años; ahora no lo escribiría así sino con peor humor. Pero por pereza y rectitud lo dejo tal cual, sin cambiar ni una coma.

Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

viernes, 6 de mayo de 2016

Botones de muestra (XXXI)



      Se ignora mucho de Cervantes pero más aún se desconoce sobre Shakespeare. No sé si estas carencias tienen remedio, pero en todo caso hay que tomarlas con más de un grano de sal en este cuarto centenario de la muerte de ambos escritores. Las incógnitas sobre Cervantes nunca alcanzan la envergadura de las dudas sobre Shakespeare, que llevan a algunos a creer que la obra de Shakespeare no es de Shakespeare, mientras otros discuten sobre su posible condición de católico clandestino. Pero las ambigüedades sobre la vida de Cervantes son muchas y muy hondas. Diríase que podrían interpretarse como una novela de aventuras escrita por un novelista psicológico.

      Eso es lo que hace con ejemplar mesura el brillante hispanista francés Jean Canavaggio. No elude los elementos equívocos, ni siquiera los que tienen ribetes vidriosos. Pero tampoco se recrea en ellos. Comenta el caso Ezpeleta, la cárcel en Sevilla, el intento frustrado de ir a Indias, e incluso las lagunas de su largo cautiverio en Argel. Lo hace con admirable templanza, compasión y aun sentido del humor. Sin embargo lo más notable es el relato que hace de los cinco últimos días de la vida de Cervantes, sobre los que tenemos el testimonio estremecedor de las palabras del propio autor:
[...] el lunes 18 de abril [de 1616], el licenciado Francisco López, limosnero del convento de los trinitarios había ido a administrarle los últimos sacramentos. Al día siguiente de la ceremonia, Cervantes aprovechaba un breve respiro para dirigir al [Conde] de Lemos la admirable dedicatoria del Persiles
           Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: 
Puesto ya el pie en el estribo, 
quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar, diciendo: 
Puesto ya el pie en el estribo,
Con las ansias de la muerte,
Gran señor, ésta te escribo, 
Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa vuesa Excelencia éste mi deseo... 
      «Llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.» Con el solo fin, precisa el agonizante, de ofrecer al ilustre mecenas las obras que le ha prometido y, particularmente, «el fin de la Galatea de quien sé está aficionado vuesa Excelencia». Por cierto, en el autor del Quijote, el hombre y el escritor no son más que uno. Pero en verdad, añade con melancolía, «si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diese el cielo vida». El milagro no se producirá. El miércoles 20 de abril, Cervantes dicta de un tirón el prólogo del Persiles, y concluye dirigiéndose al lector: 
          Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida (...). ¡Adiós gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida. 
      Éstas son las últimas palabras que de él conservamos. El viernes 22 de abril, poco más de una semana después de William Shakespeare, Miguel de Cervantes rinde el último suspiro.
      No se me ocurre mejor homenaje al escritor más interesante, más enigmático pese a sus aires risueños -a veces cómicos de sal gorda- Miguel de Cervantes, que reproducir estos párrafos esclarecedores de Canavaggio. Por lo mismo también los cité de viva voz en la entrevista que abajo aparece.

      Pero recomiendo igualmente la lectura del Prólogo y la Bibliografía del erudito francés. Reconoce lo mucho que no sabemos y tal vez nunca sepamos sobre el Gran Manco. Añade que "se echa de menos un Corpus cervantinum, es decir, una recopilación metódica y crítica de todos los documentos referentes al escritor". Y concluye con inocente osadía "carecemos, asimismo, de una biografía crítica digna de este nombre: en su mayoría, las Vidas de Cervantes son, en efecto, relatos novelados. La obra monumental de Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra [...] es muy discutible en su método y sus prejuicios, pero reúne una suma considerable de informaciones, y constituye por ello una referencia insustituible". Esas y otras observaciones clarividentes le han acarreado más de un roce dentro de la Crema de la Inteleztualidá. Y es que, ya se sabe, genus irritabile vatum. Ya lo era, por cierto, en los tiempos de Cervantes. Por eso se despidió en el lecho de muerte de sus compañeros de la República de las Letras con ese sarcástico y macabro "adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida".














Cervantes
Por Jean Canavaggio
Colección Austral
Editorial Espasa Calpe
Madrid, 2005







jueves, 28 de abril de 2016

Botones de muestra XXX


     Esta novela está llena de misterios, grandes y pequeños, relacionados con los espíritus, los hombres, los animales, las plantas, los elementos y los meteoros. Esos misterios plantean un caso de conciencia a quien escribe una reseña del libro. El crítico que despeje los misterios comete una impiedad, y además priva al lector del placer de moverse entre las sombras y explorar entre los fantasmas. El crítico que no desvele los misterios puede parecer que no se los toma en serio o que no quiere ayudar al lector menos avezado. Yo tengo que confesar que no despejo este cúmulo de misterios porque no sé cómo hacerlo y si lo supiese tampoco lo haría, por respeto.

     Pero si no puedo despejarlos, sí puedo señalarlos, con admiración y disfrute. Uno de ellos es la recia y extraña toponimia de esta comarca, la Tierra del Grajo, que aparece como parte del Maestrazgo Tauritano.
     “Cuando alguien, viniendo (Dios sabe por qué) del páramo de Guárdate, o del de Los Perros (o por intentar atajar desde Lutos de Amalia hasta el llano de La Amargura), pierde la huella y acaba en ese somontano cubierto de brezo blanco y de sabina negra […]. Desde ahí ya no se vuelve a ver el sol. La trocha transcurre entre pequeños canchales y lajas vencidas cubiertas por líquenes, y la única compañía que se tiene es la de los pocos troncos de carrasca, resecos, nudosos y retorcidos […]”. (Pg 220)
     A lo que antecede cabe añadir nombres de lugar que aparecen en un cuidadoso –y, es de suponer, fantástico- levantamiento topográfico, tales como Santos Culpables, Nuestra Señora de la Matanza, Sangrabobos, Sinsantos, Machos Corvos o Mascasombras. No es de extrañar que para el autor “Arte y Miedo son sinónimos”, como apunta en una auto-reseña.

     Y para completar el ambiente de conjuros pocas veces afables, casi siempre ominosos, emplea con maestría un recurso retórico que Ruskin describió a mediados del siglo XIX llamándolo falacia patética y censurando su uso en los grandes poetas románticos. Consiste en atribuir sentimientos o acciones a seres inanimados. Nunca estuve de acuerdo en esto con la reprobación de Ruskin pues no sólo los poetas románticos sino todos los poetas al menos desde los griegos hasta hoy acudieron a la personificación como recurso retórico; el secreto está en hacerlo bien, cosa difícil. José Antonio Martínez Climent sí lo sabe hacer. Así, por ejemplo:
     “Una sombra aserrada silenciosa baja por las torrenteras del Refraile, dejando tras de sí un zócalo de una densa oscuridad en el que, poco a poco, comienzan a aparecer densos cortinones de lluvia. En el otro extremo del horizonte, un delgado rayo anaranjado se desgaja del sol y cruza la meseta entera hasta encontrarse con las primeras y desflecadas nubes del bloque de la tormenta, y muere en un bello e inútil gesto que nadie ha visto. Los primeros goterones caen sobre el polvo de los tomillares, sobre las oscuras hojas de coscoja, en el morro de un conejo que (indeciso entre juzgar aquel aparato como otra operación de propaganda o huir a todo lo que den sus patas de aquella ladera) ventea el aire con su húmedo hocico y estira mucho las orejas para oír qué hay de verdad en ese trueno que retumba por los cantiles y que dice querer bajar a destruir el monte”. (Pg 210)
     Pues bien, el escenario de la novela abarca buena parte de Europa, desde Escocia hasta los Balcanes, aunque se concentra en el Este de la Península Ibérica. El tiempo parece comenzar a finales del siglo XIX y alargarse durante unos cien años. Los personajes dan a la acción una viveza extraordinaria. Los hay ricos y pobres, viejos y jóvenes, guapos y feos. El lector observa con curiosidad que el autor se ha encariñado con sus criaturas. Creo que eso es una buena señal: tan sólo los malos escritores rezuman odio contra algunos y dejan endiosarse a otros. En esta novela todos actores del largo drama tienen dignidad y encanto, incluso los Malos. Predominan, eso sí, en el elenco los que responden a una especie que el autor define en su glosario (pg 295) como hòme d’honor empagesit, hombre de honor de costumbres rústicas. No sólo existían en Mallorca y otras tierras del Levante sino, claro está, en el resto de Europa donde la nobleza rural ha persistido hasta hace muy poco, y puede que aún subsista atrincherada en lugares recónditos como los que aparecen en La tierra del grajo (pgs 216-217):
     “Quizá la vuelvas a ver, una o dos temporadas después, si tiras camino arriba del paraje que llaman La Pregunta, o del de Vuelacabras, o por Guárdate, y te llegas, por esas sendas de herradura, hasta el caserío de Belmorir”.

La tierra del grajo
José A. Martínez Climent
Editorial Verbum
Madrid, 2015

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martes, 29 de marzo de 2016

Ni errata ni error: arcaísmo



     Al volver de Puerto Rico me entero del revuelo que se formó aquí a propósito de un rótulo aparecido en la televisión de San Juan durante la intervención del Rey al inaugurar el 15 de Marzo pasado el Congreso Internacional de la Lengua Española. Más de un semialfabetizado se rasgó las vestiduras porque el letrero (pronto corregido) rezaba SU MAGESTAD EL REY DE ESPAÑA FELIPE VI.

     El fingido escándalo aderezado con bromas ignaras carecía de sustento. No hubo ni errata ni error, sino arcaísmo. Éste es fácil de entender teniendo en cuenta que la isla de Puerto Rico fue declarada dominio de la Corona Hispánica en 1493 (unos 20 años antes que Navarra) por Cristóbal Colón. Y en aquel entonces y durante varios siglos más Magestad se escribía así, con g. Basta con mirar el mejor diccionario español, el que publicó la Real Academia y pasó a llamarse el Diccionario de Autoridades, cuyo tomo cuarto, de 1734, recoge cuatro entradas de la voz Magestad:


     Y si no lo ven claro, vayan ustedes al Diccionario de Autoridades puesto en la Red por la Real Academia Española (http://web.frl.es/DA.html) donde aparecen esas cuatro acepciones de la palabra Magestad:
MAGESTAD. s. f. Título honorífico, que propriamente pertenece a Dios, como a verdadera Magestad infinita, y después a sus retratos en la tierra, quales son los Emperadores y Reyes: y assí se dice, Vuestra Magestad, su Magestad, &c. Es del Latino Majestas. RECOP. lib. 4. tit. 1. l. 16. Y en el remate de ella, no se diga más que Dios guarde la Cathólica Persona de V. Magestad. SANT. TER. Cart. tom. 1. Cart. 9. num. 1. Plegue a su Divina Magestad, se sirva de darmelos (trabajos) a mi sola. 
MAGESTAD. Superioridad y autoridad sobre otros. Latín. Praestantia. Dignitas
MAGESTAD. Significa tambien grandeza, autoridad, decoro, magnificencia y suntuosidad, con que se executa alguna cosa. Latín. Dignitas. Magnificentia. MUÑ. M. Marian. lib. 4. cap. 3. Entró el Santíssimo Sacramento por su casa, con la magestad y acompañamiento que hemos visto. 
MAGESTAD. Se toma assimismo por seriedad, entereza y severidad, en el semblante o acciones. Latín. Oris majestas, gravitas. SIGUENZ. Hist. part. 3. lib. 3. Disc. 21. Tanta fue siempre la magestad de este Rey, que ninguno le habló jamás, que por lo menos no sintiesse en sí alguna notable mudanza.
     La verdad es que algunos se pasan de listos burlándose de este arcaísmo y no de otros como la x de México. A mí me gustan todos esos arcaísmos, a fin de cuentas reconocimientos en aquellas tierras de sus lejanas raíces castellanas.

martes, 23 de febrero de 2016

Portentos y presagios de la fenología

Día y Noche. M. C. Escher © The M. C. Echer Company - Baarn, Holanda.

     Todo apunte fenológico refleja un portento. Pero es un portento del cual no se sabe lo que presagia. En general barrunta el fin del mundo. El fin de nuestro mundo.

     Cualquier pequeña y amable epifanía – el canto del primer cuco, la floración de un almendro, la migración de una bandada de patos – puede encerrar un aviso ominoso. Basta con que menudee a destiempo y persista la anomalía.

     No hace falta ser arúspice o augur para interpretar los signos. Tampoco resulta imprescindible ser ecologista, aunque ayuda a conseguir prestigio mesocrático y postmoderno. Lo mejor es ser ecólogo serio con una pizca de melancolía premoderna.

     Ambas condiciones las reúne Don José Antonio Martínez Climent, como se ve en su novela La tierra del grajo, de la que pronto daremos aquí cumplida noticia. Sirvan de adelanto estas sus notas, también reveladoras de su condición irónica, melancólica y premoderna. Y generosa, puesto que nos regala el texto para su publicación aquí.

Breves notas fenológicas

Por José Antonio Martínez Climent

* 4 de septiembre de 2015. Sierra del Ventós, Agost, provincia de Alicante.

     ¡Qué escándalo el de la incontinencia so pretexto de los calores! Tan sangrante es que currucas o tarabillas correteen por setos y por piedras molineras idas, entusiasmadas como si acabasen de leer la Celestina como que el Gran Duque haya perdido el decoro y cante desde los rocosos balcones de sus castillos solicitando amores a la primera duquesita que acierte a pasar al pie del cantil casi en cualquier época del año. Si algo ha tenido la nobleza es la obligación de ser sustento del Tiempo, como ilustra maravillosamente el Duque de Berry en su libro de Horas. Cada estación tiene su afán: en invierno calentarse las piernas en la fogata, en otoño a vendimiar, el verano para la altanería y el baño refrescante, y la primavera para decir serranillas, bailar saltarelos y trinchar perdices y princesas.  Y no menos que la nobleza el clero, que con su división canónica del día (anunciada por el lejano tañido de una campana) nos recuerda a cada tanto que el tiempo sacro supera en sustancia, en hermosura y en provecho al tiempo administrativo y marxista. Todo sea también que Don Francisco, avisado de que la sustancia del siglo mengua un poco cada vez que suenan primas, tercias, sextas y nonas, mande dar las campanadas a toque de corneta a sus filas franciscanas, tan poco amigas de liturgias y de altas formas.

* 20 de septiembre de 2015. San Vicente del Raspeig, provincia de Alicante.

     Crisis de refugiado

     Después de poco más de un lustro se ha vuelto a ver una verde crisopa por estas tierras. El ejemplar se encuentra en la vertical de la cabeza del que escribe, agarrado al techo de su habitación, sin decir ni mu, y se diría que tirita. Sin duda ha entrado por la ventana, frontera natural entre el Mundo Libre y la que hasta ahora ha sido su tierra, el vecino jardín del colegio estatal, huyendo de las diarias y matinales fumigaciones que llevan a cabo la hordas de funcionarios contratados a golpe de talón con cargo a bolsillo ajeno, y lo hacen porque pueden. 

     El exterminio de las etnias de crisopas por motivos ideológicos se lleva a cabo en este pueblo con mayor o menor crudeza desde hace al menos ocho años sin que ni grupos ecologistas subvencionados ni organizaciones gubernamentales ni partido político alguno hayan condenado la matanza, de lo que se deduce connivencia con la causa exterminadora porque también se peca por omisión. Se teme un incremento de la tensión en la frontera cuando mañana lunes la horda fumigadora reanude la búsqueda, porque muy sanguinarios y laicos son, pero en fin de semana no se extermina porque no se cobra, y el domingo se santifica en el bar. 

* 9 de enero de 2016. Ibídem.

     La margarita común de descampado (Bellis perennis) ha florecido tardíamente este año en San Vicente del Raspeig. A las dificultades que el ayuntamiento impone a la planta para mantener su área de distribución se suma la bolsa de aire africano, sucio, terroso, que se ha asentado sobre la provincia como un mal presagio, y que trastorna sus menesteres y trajines fotosintéticos. Con este son ya catorce años que en las flores no se ha visto, en su ronda ensimismada y monacal, a ninguna mariquita.

     La floración fue inusualmente abrupta, como si un angélico y moroso funcionario hubiera dado orden tardía de producir pétalos y corolas a tiempo para mediados de enero, cumpleaños de cierta madre que las tenía por preferidas.

* 13 de enero de 2016. Ibídem.
     Uno tenía bien asentada la imagen bruegueliana de la urraca picando migas o nueces sobre el lago helado en el que patina una hacendosa y diligente burguesía mercantil holandesa, erguida sobre la gárgola burlona y horrenda de un vierteaguas gótico, volando en línea recta en un cielo agrícola y despejado sobre un barbecho puntuado por serenos almiares belgas,  o picando los gusanos de las rosas que trabajosamente produce el suelo turboso de un jardín palatino. Toda esa imaginería lograda por siglos de historia europea queda ahora hecha añicos debido tanto a la translocación del clima como a esa transubstanciación antifukuyámaica del mundo en más mundo, del siglo en más siglo, del tiempo en peor tiempo, por esa crecida de aguas leninistas que tanto crédulo creyó cegada para siempre pero que con la caída del Muro provocó una lenta escorrentía hacia Occidente mucho mayor que el tibio goteo de liberalismo que rodó Telón de Acero abajo.
     Pero no. Ahora las urracas campan a sus anchas por el cielo alicantino, por la huerta murciana, en la plana castelloní, y cuando uno, poco acostumbrado, levanta la vista, ve cómo una estampa de otro sitio tapa el cuadro habitual de los últimos decenios, una imagen panorámica de cromo doble del Serengeti, todo manchas de blanco y negro que se dirían cebras lejanas, y el susto que se lleva es morrocotudo. No es que no desee el bienestar de las picazas ni que lamente que vuelvan a sus antiguos dominios, sino que desearía que lo hubieran hecho con un orden y una jerarquía distintos: que en lugar de patrullar rotondas, avanzar a saltitos sobre las farolas y cebarse en vertederos municipales sobrevolaran huertas regadas, anidasen en granados reventones y graznasen desde la punta de esos cipreses que marcaban los caminos de las fincas molineras, esas quintas costumbristas del agro ibérico en las que los ávidos adalides del progreso no ven más que futuros museos agrícolas.

* 6 de febrero de 2016. Ibídem.

     Por la Ermita del Pozo de San Antonio ya no pasan más que parejas que buscan satisfacer sus nocturnos ardores en la urgente incomodidad de algún asiento trasero; cuartetos de mujeronas vestidas de chandal fucsia andando deprisa, sin mirar los pocos almendros que aún quedan; pandillas de instituto que con un tablero, un vaso y varias litronas pretenden invocar al demonio junto a una hoguera, y quiero pensar que también acude allí ese último ufólogo que en toda provincia española debe de permanecer en la sombra, venido a menos porque hace ya decenios que nadie organiza salidas para ver ovnis en el cielo peninsular pero sin que eso haga mella en su fe setentera e inmarcesible. A poca tarde y en sábado, para no molestar a la relicta fauna de tan singular región, tengo por costumbre acercarme hasta la encalada fachada recalentada por el sol y allí merendar un bocadillo de tortilla, si es la estación con habas frescas, sentado en mi silla plegable. Si me canso, que no me canso, de mirar la rambla aneja, con sus tarays, sus algarrobos, sus taludes agujereados por conejos y abejarucos, y con esa lavadora oxidada medio enterrada por un aluvión de cañas viejas, me doy la vuelta y miro la pared cuarteada por el sol y el abandono. En esas estaba hace un par de semanas, pensando que había dejado la tortilla corta de sal y diciéndome que es pena que en la Toscana este paisaje parezca lírico y ensoñado y aquí se lo tome por la esencia misma del atraso, cuando me vino el pensamiento de anotar unas líneas comparando la tibia caída de la luz invernal en la corta espadaña de la ermita con esa torrentera solar e ígnea que el mes de agosto derrama sobre el campo alicantino. Dejé el bocadillo sobre un romero bajo y ancho, bien envuelto en una ya aceitosa servilleta, y cuando me había calado el lápiz en la boca con ese gesto arquetípico de escriba en busca de palabras vi el mismísimo comienzo de la primavera en pleno mes de febrero. Era una golondrina común: iba sola, cabalgando una suave brisa vespertina.

* 9 de febrero de 2016. Ibídem.

     1.- El bios ha tocado a rebato. Pelotones de verdecillos, mirladas enteras, avanzadillas de piquituertos y hasta los gatos de los tejados han caído presa del estro. Pero quizá porque los cantos, maullidos y aullidos de la fauna callejera llegan con meses de adelanto sobre lo que manda el calendario zaragozano el coro resulta inarmónico: los gorriones lanzan chirridos de ferretería, los jilgueros pían con gallito, los colirrojos chascan como con la boca seca y las currucas suenan como cámaras de fotografiar con el paso averiado.

     2.- A principios de febrero el mirlo ha comenzado a declamar su gay saber desde la punta del ciprés, y no contento con saltarse el mandato astronómico de esperar hasta finales de marzo, en lugar de pasar la mañana recitando leys d’amors de perfil, recortado contra el arrebol matutino, a la menor ocasión baja de un salto suicida al tejado del colegio vecino donde, en compañía de otros cuatro, comienza a recorrer las aguas entregado ciegamente a las urgencias de un estro muy poco lírico (por apresurado y público) que en todo contradice la contención propia del herido de amor galante. 

* 11 de febrero de 2016. Ibídem.

     Los verdecillos rompen el crepúsculo matutino con sus líricos sofismas, y no puede uno ni salir a por el pan sin topárselos posados de ocho en ocho en el tendido de la luz o en la valla del polideportivo, más que recitando enmarañados versos de amor, amenazando a todo viandante con sus sonoras urgencias vocales.

José Antonio Martínez Climent
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Botones de muestra XXX: La tierra del grajo




lunes, 8 de febrero de 2016

Cabeza de chorlito

Chorlito dorado común (Pluvialis apricaria), en plumaje prenupcial
© Wikimedia Commons

     Si hubiera justicia, Cabeza de chorlito no sería expresión peyorativa ("Persona ligera y de poco juicio", dice el diccionario de la Real Academia) sino encomiástica.

     Este invierno han emigrado hacia el Sur menos aves que otros años. El otro día leí en el Spectator que entre los pájaros hay pocos escépticos sobre el cambio climático. En Castilla tampoco, según he estado observando estos días. Los milanos negros no han emigrado este año al África. Los chorlitos tampoco se han obstinado en negar con escepticismo los evidentes cambios.

     No ocurre así entre los humanos.

     Los de derechas no suelen creer en el cambio climático. Es natural, pues no suelen ser conservadores sino conservaduros (hoy diríamos conservaeuros).

     Los de izquierdas fingen creer en el cambio climático pero no hacen nada para mitigarlo, igual que los de derechas. Y menos aún que la derechona, la izquierdona se preocupa poco por identificar a los culpables de los incendios.

     En cuanto a las grandes Oenegés, brillan por su ausencia a la hora de pedir castigos para los culpables. Ni siquiera piden los datos del número de condenados que permancen encarcelados más allá de la prisión provisional.

     Así, no es de extrañar la impunidad de los canallas (http://marquesdetamaron.blogspot.com.es/2012/09/mas-canallas-impunes_7.html).

     Las únicas cabezas sensatas son las de los chorlitos. Huyen de la quema.

viernes, 29 de enero de 2016

¿Barones o caciques? ¿O rabadanes?


     No se habla de otra cosa. Los rumores sobre confabulaciones de barones e incluso de barones no varones, es decir, baronesas, circulan por los mentideros y las covachuelas de esta villa y corte (o de las demás villas y cortes europeas, americanas, africanas, asiáticas y hasta oceánicas).

     No hace tanto que en España se emplea la palabra barón para designar a la “persona que tiene gran influencia y poder dentro de un partido político,una institución, una empresa, etc.” (DRAE, 2014). Antes los mandamases de diverso cuño eran calificados de caciques: “Persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos" (o administrativos, se añadía en anteriores ediciones, pero la palabra ha sido suprimida por pudores de corrección política).

     Lo curioso es que casi nadie recuerda ya el origen del trasvase de la palabra desde su uso medieval hasta el moderno. Ocurre que fueron los Barones de la Inglaterra medieval los que en el hermoso prado de Runnymede doblegaron la voluntad absolutista del Rey Juan sin Tierra en 1215. Gracias a ellos triunfó la libertad –no la democracia, claro– contra la arbitrariedad regia. El parlamentarismo fue una conquista esencialmente aristocrática, como don José Ortega y Gasset no se cansaba de recordar, para espanto de progres e ingenuos.

     Los franceses fueron los primeros que hace ya casi medio siglo copiaron la palabra barones para designar a los capitostes de los partidos de la V República. Recuerdo a mi Embajador en París sonriéndose de lo que creía ser un error producto de la ignorancia de los periodistas que llamaron al político gaullista Olivier Guichard “Barón”. No sé si logré convencerlo, con mi pedantería de Secretario de Embajada, de que en efecto Guichard era portador de un título hereditario de barón del imperio napoleónico, a la vez que cacique de la UNR y de los partidos gaullistas sucesores de esta.

     En fin, para qué vamos a discutir. Yo, si fuera cacique progre no me haría llamar barón, con sus ecos carcas, ni tampoco cacique, exótico y plutocrático. Estaría orgulloso de que me llamaran rabadán: “Mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores.” (DRAE, 2014). Nada más meritocrático y democrático que una junta de rabadanes: reunión de rabadanes, oveja muerta.

martes, 19 de enero de 2016

Sinónimos de la Insobornable Contemporaneidad

en las Artes, el Pensamiento y la Retórica:

El Patio de Monipodio: Rinconete y Cortadillo (personajes de Cervantes) al llegar a Sevilla se asocian con "Monipodio, jefe de un gremio de ladrones. Viven en su gran casa, cambian de nombres y forman parte de esta pintoresca cofradía de criminales" (Wikipedia).

El Puerto de Arrebatacapas: "Lugar o casa donde, por la confusión y el desorden y la calidad de las personas, hay riesgo de fraudes o rapiñas" (DRAE).

La Feria de Cuernicabra: "obra de teatro de Alfredo Mañas, estrenada en 1956 [...] nueva versión de El Corregidor y la Molinera" (Wikipedia).

La Casa de Tócame Roque: "legendaria vivienda madrileña, populosa, destartalada y jaranera [...] habitada por 72 familias entre habituales riñas y escándalos" (Wikipedia).

ONU, Nueva York, 1960
Parlamento catalán, Barcelona, 2013