(El ensayo que aparece a continuación ha sido publicado el Sábado 5 de Agosto en la Gaceta de la Iberosfera)
Lo principal que tienen en común Gracián, jesuita español del siglo
XVII, y Schopenhauer, filósofo alemán ateo del siglo XIX, es el pesimismo.
El hoy llamado pesimismo filosófico aúna un
grupo variopinto que incluye a creyentes y agnósticos, cínicos, hipócritas y
santos, occidentales y orientales, paganos, judíos y cristianos. Pero ningún tonto.
Entre el Rey Salomón
y Camus hay una procesión abigarrada de ilustres pesimistas como Pascal,
Voltaire, Giacomo Leopardi, Hippolyte Taine, Lord Acton, Nietzsche, Fernando
Pessoa o Cioran. Es curioso comprobar que los integrantes de dicha procesión
eran reaccionarios además de pesimistas. Más raro aún resulta
observar que a la vez eran liberales. Quizá sea imposible ser pesimista sin ser
también reaccionario. ¿Y liberal?
Pues también el ser liberal —“generoso, dadivoso” desde 1295— es compatible con
ser reaccionario, término que en su origen francés se refería a que algunos
monárquicos reaccionaban cuando los revolucionarios pretendían decapitarlos. Puestos a decidir quién es más liberal,
el que se resiste a que lo degüellen o
el degollador, yo no tengo ninguna duda. Los
liberales reaccionarios no son “de centro izquierda” o “de centro derecha” o “fachas disfrazados”
o “rojos disfrazados”. No, los liberales
son gente liberal
en algunas cosas y reaccionarios en otras. Escasean, pero abundan más cuando consiguen
despistar a periodistas y psiquiatras.
Los liberales reaccionarios no saben que lo son, pero tampoco las ballenas saben que son mamíferos marinos. Y ambas especies ignoran que están en peligro de extinción. Por eso, aunque con frecuencia invocan la sindéresis, no siempre la poseen o practican. Júzguese con ayuda del Diccionario:
“Del
latín medieval synderesis, y este del griego bizantino συντήρησις syntḗrēsis
'observación cuidadosa, preservación', derivado del griego συντηρεῖν syntēreîn
'observar de cerca', 'guardar, proteger'
1. f. Discreción, capacidad natural para juzgar rectamente”.
Diccionario de la Lengua Española, Edición del Tricentenario,
actualización 2022.
Cabe preguntarse si los dos primeros mencionados, Gracián y
Schopenhauer, eran plenamente conscientes de su lugar en la eterna ágora donde discuten optimistas y pesimistas, liberales y reaccionarios.
Ayuda a aclarar el panorama
el dato de que el alemán Schopenhauer era buen conocedor y aun más, traductor del español Gracián.
Pero lo más esclarecedor es la vieja costumbre de
citar con cierto detalle textos característicos, como estos de Gracián:
“De la gran sindéresis. Es el
trono de la razón, basa de la prudencia, que en fe della cuesta poco el
acertar. Es suerte del Cielo, y la más deseada
por primera y por mejor:
la primera pieça del arnés, con tal urgencia que
ninguna otra que le falte a un hombre lo denomina falto; nótase más su menos.
Todas las acciones de la vida dependen de su influencia y todas
solicitan su calificación, que todo ha de ser con seso. Consiste
en una conatural propensión a todo lo más conforme a razón, casándose
siempre con lo más acertado”.
(Núm.96, Oráculo Manual y Arte
de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647).
Antes de tachar de
ingenuo optimista al maestro Gracián, véase cómo más adelante en el mismo Oráculo exhorta a ser “mixto de paloma
y de serpiente”.
“No ser todo
columbino. Altérnense la calidez de la serpiente con la candidez
de la paloma. No hay cosa más fácil que engañar a un hombre de bien; cree mucho el que nunca miente y confía mucho el que nunca
engaña; no siempre
procede de necio el
ser engañado, que tal vez de bueno. Dos géneros de personas previenen mucho los daños: los escarmentados, que es
muy a su costa, y los astutos, que es muy a la ajena. Muéstrese tan extremada
la sagacidad para el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser
tan hombre de bien que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de
paloma y de serpiente; no monstro, sino prodigio”.
(Núm.243, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647)
Pocos clásicos españoles del siglo XVII son tan brillantes en
el fondo y en la forma
como Baltasar Gracián,
S.J. No conviene olvidar que sus
sutiles desahogos dialécticos
terminaron costándole caros. Tras la publicación de El Criticón en 1657 sus superiores jesuitas
—que no la Inquisición— lo castigaron dejándolo a pan y agua, y sin poder disponer
de papel y tinta. Solicitó permiso para pedir el ingreso en otra orden
religiosa. Pero murió,
poco después, en Tarazona en Diciembre de 1658.
Baltasar Gracián, atribuido a Velázquez, Museo de Bellas Artes de Valencia |
Paradójicamente, Gracián es recordado sobre
todo por su libro El
Criticón. No conozco
a nadie que lo haya leído entero.
Pero lo mencionan como una novela comparable al Quijote, popular y divertida. Claro que
tampoco me fío de muchos que
dicen haber leído el Quijote entero.
En fin, El Criticón es
más pesado aún que À la recherche du temps perdu,
que sí he leído empujado por mi juvenil pedantería.
Gracián terminó, pues, triste, humillado, maltratado. ¿Sería del todo creyente? La pregunta no es gratuita, aunque carece de respuesta en este mundo. Enlaza a su manera con el caso de Schopenhauer, quien fue ambicioso y reivindicativo, y acabo satisfecho y engreído. ¿Sería del todo ateo?
“Tres grandes fuerzas tiene el mundo, dice muy acertadamente un pensador de la antigüedad: prudencia, fuerza y azar. Creo que la más poderosa es la tercera, pues el curso de nuestra vida se parece a la navegación de un barco. El azar, la secunda aut adversa fortuna [«fortuna favorable o adversa»], desempeña el papel del viento, que nos hace avanzar o retroceder rápidamente; contra él pueden muy poco nuestros esfuerzos y actuaciones. Estos corresponden a la función de los remos en nuestro ejemplo: cuando los remos nos han hecho avanzar un trecho determinado, gracias a muchas horas de arduo trabajo, aparece súbitamente una ráfaga de viento que nos hace retroceder otro tanto. En cambio, si el viento es favorable, nos impulsa de tal modo que podemos prescindir de los remos. Este poder de la fortuna lo expresa insuperablemente un refrán español:
«Da buena ventura a tu hijo y échalo a la mar».
Es cierto
que el azar como tal es una
fuerza maligna de la que uno debe
depender lo menos posible. Sin embargo, ¿qué otro donante, al mismo tiempo que nos concede algo, nos da a entender
de manera tan clara que no tenemos
ningún derecho a sus dones, que debemos los mismos no a nuestra
valía sino exclusivamente a su magnanimidad y a su compasión, y que, justamente por ello, podemos aún
albergar la esperanza de recibir humildemente otro don inmerecido? Sólo el azar: él
domina el arte soberano de hacernos entender
que, comparado con su favor y
su compasión, cualquier merecimiento es
impotente y carente de valor.
[…]
Quizás aquel impulso interior esté bajo la dirección, inconsciente para nosotros, de ciertos sueños proféticos que olvidamos al despertar y que le otorgan a nuestra vida esa regularidad y unidad dramática que la consciencia cerebral, tan frecuentemente insegura y extraviada, tan voluble, no es capaz de infundirle, y a consecuencia de la cual, por ejemplo, el predestinado a llevar a cabo grandes obras de una clase determinada intuye esto mismo interna y ocultamente desde su juventud y trabaja para ello como las abejas en construir su panal. Esto viene a ser para cada cual lo que Baltasar Gracián denomina «la gran sindéresis»: la gran custodia instintiva de sí mismo, sin la cual el individuo acabaría por perecer. Obrar de acuerdo con principios abstractos es asunto difícil, y sólo se consigue tras mucha práctica, e incluso así, no siempre: muchas veces, además, no bastan los principios. En cambio, cada cual tiene ciertos principios concretos innatos, con los que está plenamente identificado porque son la quintaesencia de todo lo que piensa, siente y quiere. Casi nunca los percibe in abstracto, sino que, al volver la vista hacia su vida pasada, se da cuenta de que siempre los ha observado y ha sido guiado por ellos como por un hilo invisible. Dependiendo de su índole, esos principios innatos lo conducirán hacia su felicidad o hacia su desdicha”.
(Núm.48, Aforismos sobre
el arte de vivir, Arthur Schopenhauer, 1851, Ed. Franco Volpi, Trad. de
Fabio Morales 2009)
La verdad es que escribe mejor Gracián que Schopenhauer.
Aunque a veces pienso que será cosa
de la traducción del alemán, imposible como todas las traducciones. Entonces me viene a la mente el fenómeno inexplicable: Schopenhauer, fascinado por Gracián, aprendió español no sólo para leerlo sino
para traducirlo y publicarlo. Al final lamento mi ignorancia que me hace
incapaz de leer los aforismos mestizos, hijos de Gracián y Schopenhauer. Pero me consuelo
pensando que la realidad inconfesable es que aforismos de verdad son los
de Gracián (concisos aunque no siempre claros pues “el sentimiento barroco pinta
virutas de fuego, hincha y complica el decoro”, que diría Antonio Machado) y no los de Schopenhauer, largos
y en párrafos que encierran cada uno un ensayo en miniatura.
En su traducción al alemán del Oráculo Manual y Arte de Prudencia
Schopenhauer
debió de encontrar
un maestro en Gracián, aprovechable para sus propios juicios, que andaban en equilibrio sobre un abismo de cinismo o tal vez sólo de
pesimismo irónico:
“Llevar sus cosas con suspensión. La admiración de la novedad es estimación
de los aciertos. El jugar a juego descubierto
ni es de utilidad ni de gusto. El no declararse luego suspende, y más
donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga misterio en todo, y con su misma
arcanidad provoca la veneración […]¹”.
(Núm.3, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647)
Habría que iluminar el escenario –largo, muy largo, pues Gracián nació en 1601 y Schopenhauer en 1788– donde ambos ensayistas analizaron, comentaron y sentenciaron las dificultades y las recompensas del trato entre los humanos. Tal vez Voltaire las definió con su habitual amargura sonriente: "Nous laisserons ce monde-ci aussi sot, aussi méchant que nous l'avons trouvé en y arrivant"².
Otrosí , hay que reconocer a Schopenhauer un don
teatral que apreció o creyó apreciar
más de uno. Por ejemplo, Nietzsche cuando escribió :
“El solitario desesperado no podría escoger un símbolo
mejor que el Caballero entre la Muerte y el Diablo, tal como Durero lo grabó, el Caballero con coraza y la mirada
dura de bronce que sigue su camino de espanto,
indiferente a sus horribles
acompañantes, pero sin esperanza, solo entre su caballo y su perro. Nuestro
Schopenhauer era ese Caballero de Durero: no tenía ninguna esperanza, pero quería la verdad. Ningún otro lo igualaba”.
(El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche, 1872)
El Caballero, la Muerte y el Diablo. Albrecht Dürer, 1513 |
El grabado de Durero tiene tal fuerza grandiosa y siniestra
que, por mucho que Nietzsche lo crea, no es verosímil ningún parecido entre el diabólico caballero y el burgués
teatral. A Schopenhauer hay que entenderlo sin
creerse nada de lo que él creía ni de lo que creían sus amigos ni sus enemigos.
Además, conviene en todo caso tener en cuenta las dos etapas de su vida y vocación filosófica. Todos los comentaristas coinciden en señalar su impaciencia juvenil, reflejada en El Mundo como voluntad y como representación, y el éxito en su vejez de sus Aforismos sobre el arte de vivir. A este proceso suele señalarse la coincidencia con su retrato como joven romántico y el daguerrotipo como anciano volteriano y sarcástico.
“El rasgo característico
y fundamental de la vejez es el desengaño: han desaparecido aquellas ilusiones
que hasta entonces habían hecho atractiva la vida y dado estímulo a la acción;
uno ha acabado reconociendo la nadería y vacuidad de todas las maravillas del mundo, en especial del lujo, la pompa y la
aparente grandeza; uno ha descubierto que detrás de la
mayoría de las cosas deseadas y los goces aspirados no se esconde gran cosa y
así ha llegado gradualmente a comprender la enorme pobreza y vacuidad de toda nuestra
existencia. Solo a los 70 años
comprende uno del todo el primer
verso de Kohelet [Eclesiastés 1,2: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»].
Pero esto es asimismo lo que otorga a la vejez cierto toque de tristeza.
Lo que
«uno es para sí mismo»
nunca adquiere tanto valor como cuando
se llega a viejo”.
(El Arte de sobrevivir, Arthur Schopenhauer, Trad. José Antonio Molina Gómez, 2013).
Gracias a todo eso Arthur Schopenhauer pudo pensar, vivir y ser quintaesencialmente liberal y reaccionario. Nunca quiso casarse. Siempre dijo lo que pensaba y casi siempre pensó lo que decía. También era soberanamente ecléctico. Como hemos visto, entre sus gustos, más bien pasiones, estaba la obra de Baltasar Gracián. Tradujo el Oráculo Manual y alabó fervientemente El Criticón. El Oráculo Manual es fascinante y en otro momento podremos hablar del merecido éxito que el jesuita Gracián tuvo y de lo caro que le costó su buena pluma. Descanse en Paz Gracián y si es posible, también Schopenhauer.
Y, por cierto, asimismo el Caballero de Durero.
¹ Su misma arcanidad provoca la veneración. Basado en Tácito: omne ignotum pro magnifico est (todo lo desconocido se tiene por magnífico). Nota de Arturo del Hoyo.
² “Dejaremos este mundo tan necio y tan perverso
como lo hemos encontrado al llegar”. Carta a la Condesa de Lutzelbourg , 19 de Marzo de 1760.
Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián
Charles Baudelaire. Reaccionarios Liberales o Liberales Reaccionarios I