Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: agosto 2023

lunes, 7 de agosto de 2023

La gran sindéresis

     (El ensayo que aparece a continuación ha sido publicado el Sábado 5 de Agosto en la Gaceta de la Iberosfera)

Lo principal que tienen en común Gracián, jesuita español del siglo XVII, y Schopenhauer, filósofo alemán ateo del siglo XIX, es el pesimismo. El hoy llamado pesimismo filosófico aúna un grupo variopinto que incluye a creyentes y agnósticos, cínicos, hipócritas y santos, occidentales y orientales, paganos, judíos y cristianos. Pero ningún tonto.

Entre el Rey Salomón y Camus hay una procesión abigarrada de ilustres pesimistas como Pascal, Voltaire, Giacomo Leopardi, Hippolyte Taine, Lord Acton, Nietzsche, Fernando Pessoa o Cioran. Es curioso comprobar que los integrantes de dicha procesión eran reaccionarios además de pesimistas. Más raro aún resulta observar que a la vez eran liberales. Quizá sea imposible ser pesimista sin ser también reaccionario. ¿Y liberal? Pues también el ser liberal —“generoso, dadivoso” desde 1295— es compatible con ser reaccionario, término que en su origen francés se refería a que algunos monárquicos reaccionaban cuando los revolucionarios pretendían decapitarlos. Puestos a decidir quién es más liberal, el que se resiste a que lo degüellen o el degollador, yo no tengo ninguna duda. Los liberales reaccionarios no son “de centro izquierda” o “de centro derecha” o “fachas disfrazados” o “rojos disfrazados”. No, los liberales son gente liberal en algunas cosas y reaccionarios en otras. Escasean, pero abundan más cuando consiguen despistar a periodistas y psiquiatras.

Los liberales reaccionarios no saben que lo son, pero tampoco las ballenas saben que son mamíferos marinos. Y ambas especies ignoran que están en peligro de extinción. Por eso, aunque con frecuencia invocan la sindéresis, no siempre la poseen o practican. Júzguese con ayuda del Diccionario:

“Del latín medieval synderesis, y este del griego bizantino συντήρησις syntḗrēsis 'observación cuidadosa, preservación', derivado del griego συντηρεῖν syntēreîn 'observar de cerca', 'guardar, proteger'

1. f. Discreción, capacidad natural para juzgar rectamente”.

Diccionario de la Lengua Española, Edición del Tricentenario, actualización 2022.


Cabe preguntarse si los dos primeros mencionados, Gracián y Schopenhauer, eran plenamente conscientes de su lugar en la eterna ágora donde discuten optimistas y pesimistas, liberales y reaccionarios. Ayuda a aclarar el panorama el dato de que el alemán Schopenhauer era buen conocedor y aun más, traductor del español Gracián. Pero lo más esclarecedor es la vieja costumbre de citar con cierto detalle textos característicos, como estos de Gracián:

“De la gran sindéresis. Es el trono de la razón, basa de la prudencia, que en fe della cuesta poco el acertar. Es suerte del Cielo, y la más deseada por primera y por mejor: la primera pieça del arnés, con tal urgencia que ninguna otra que le falte a un hombre lo denomina falto; nótase más su menos. Todas las acciones de la vida dependen de su influencia y todas solicitan su calificación, que todo ha de ser con seso. Consiste en una conatural propensión a todo lo más conforme a razón, casándose siempre con lo más acertado”.

(Núm.96, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647).


Antes de tachar de ingenuo optimista al maestro Gracián, véase cómo más adelante en el mismo Oráculo exhorta a ser mixto de paloma y de serpiente”.

No ser todo columbino. Altérnense la calidez de la serpiente con la candidez de la paloma. No hay cosa más fácil que engañar a un hombre de bien; cree mucho el que nunca miente y confía mucho el que nunca engaña; no siempre procede de necio el ser engañado, que tal vez de bueno. Dos géneros de personas previenen mucho los daños: los escarmentados, que es muy a su costa, y los astutos, que es muy a la ajena. Muéstrese tan extremada la sagacidad para el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser tan hombre de bien que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma y de serpiente; no monstro, sino prodigio”.

(Núm.243, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647)


Pocos clásicos españoles del siglo XVII son tan brillantes en el fondo y en la forma como Baltasar Gracián, S.J. No conviene olvidar que sus sutiles desahogos dialécticos terminaron costándole caros. Tras la publicación de El Criticón en 1657 sus superiores jesuitas —que no la Inquisición— lo castigaron dejándolo a pan y agua, y sin poder disponer de papel y tinta. Solicitó permiso para pedir el ingreso en otra orden religiosa. Pero murió, poco después, en Tarazona en Diciembre de 1658.

 

Baltasar Gracián, atribuido a Velázquez, Museo de Bellas Artes de Valencia 


Paradójicamente, Gracián es recordado sobre todo por su libro El Criticón. No conozco a nadie que lo haya leído entero. Pero lo mencionan como una novela comparable al Quijote, popular y divertida. Claro que tampoco me fío de muchos que dicen haber leído el Quijote entero. En fin, El Criticón es más pesado aún que À la recherche du temps perdu, que sí he leído empujado por mi juvenil pedantería.

Gracián terminó, pues, triste, humillado, maltratado. ¿Sería del todo creyente? La pregunta no es gratuita, aunque carece de respuesta en este mundo. Enlaza a su manera con el caso de Schopenhauer, quien fue ambicioso y reivindicativo, y acabo satisfecho y engreído. ¿Sería del todo ateo?

“Tres grandes fuerzas tiene el mundo, dice muy acertadamente un pensador de la antigüedad: prudencia, fuerza y azar. Creo que la más poderosa es la tercera, pues el curso de nuestra vida se parece a la navegación de un barco. El azar, la secunda aut adversa fortuna [«fortuna favorable o adversa»], desempeña el papel del viento, que nos hace avanzar o retroceder rápidamente; contra él pueden muy poco nuestros esfuerzos y actuaciones. Estos corresponden a la función de los remos en nuestro ejemplo: cuando los remos nos han hecho avanzar un trecho determinado, gracias a muchas horas de arduo trabajo, aparece súbitamente una ráfaga de viento que nos hace retroceder otro tanto. En cambio, si el viento es favorable, nos impulsa de tal modo que podemos prescindir de los remos. Este poder de la fortuna lo expresa insuperablemente un refrán español:

«Da buena ventura a tu hijo y échalo a la mar».

Es cierto que el azar como tal es una fuerza maligna de la que uno debe depender lo menos posible. Sin embargo, ¿qué otro donante, al mismo tiempo que nos concede algo, nos da a entender de manera tan clara que no tenemos ningún derecho a sus dones, que debemos los mismos no a nuestra valía sino exclusivamente a su magnanimidad y a su compasión, y que, justamente por ello, podemos aún albergar la esperanza de recibir humildemente otro don inmerecido? Sólo el azar: él domina el arte soberano de hacernos entender que, comparado con su favor y su compasión, cualquier merecimiento es impotente y carente de valor.

[…]

Quizás aquel impulso interior esté bajo la dirección, inconsciente para nosotros, de ciertos sueños proféticos que olvidamos al despertar y que le otorgan a nuestra vida esa regularidad y unidad dramática que la consciencia cerebral, tan frecuentemente insegura y extraviada, tan voluble, no es capaz de infundirle, y a consecuencia de la cual, por ejemplo, el predestinado a llevar a cabo grandes obras de una clase determinada intuye esto mismo interna y ocultamente desde su juventud y trabaja para ello como las abejas en construir su panal. Esto viene a ser para cada cual lo que Baltasar Gracián denomina «la gran sindéresis»: la gran custodia instintiva de mismo, sin la cual el individuo acabaría por perecer. Obrar de acuerdo con principios abstractos es asunto difícil, y sólo se consigue tras mucha práctica, e incluso así, no siempre: muchas veces, además, no bastan los principios. En cambio, cada cual tiene ciertos principios concretos innatos, con los que está plenamente identificado porque son la quintaesencia de todo lo que piensa, siente y quiere. Casi nunca los percibe in abstracto, sino que, al volver la vista hacia su vida pasada, se da cuenta de que siempre los ha observado y ha sido guiado por ellos como por un hilo invisible. Dependiendo de su índole, esos principios innatos lo conducirán hacia su felicidad o hacia su desdicha”.

(Núm.48, Aforismos sobre el arte de vivir, Arthur Schopenhauer, 1851, Ed. Franco Volpi, Trad. de Fabio Morales 2009)

 

La verdad es que escribe mejor Gracián que Schopenhauer. Aunque a veces pienso que será cosa de la traducción del alemán, imposible como todas las traducciones. Entonces me viene a la mente el fenómeno inexplicable: Schopenhauer, fascinado por Gracián, aprendió español no sólo para leerlo sino para traducirlo y publicarlo. Al final lamento mi ignorancia que me hace incapaz de leer los aforismos mestizos, hijos de Gracián y Schopenhauer. Pero me consuelo pensando que la realidad inconfesable es que aforismos de verdad son los de Gracián (concisos aunque no siempre claros pues “el sentimiento barroco pinta virutas de fuego, hincha y complica el decoro”, que diría Antonio Machado) y no los de Schopenhauer, largos y en párrafos que encierran cada uno un ensayo en miniatura.

En su traducción al alemán del Oráculo Manual y Arte de Prudencia Schopenhauer debió de encontrar un maestro en Gracián, aprovechable para sus propios juicios, que andaban en equilibrio sobre un abismo de cinismo o tal vez sólo de pesimismo irónico:

“Llevar sus cosas con suspensión. La admiración de la novedad es estimación de los aciertos. El jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni de gusto. El no declararse luego suspende, y más donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga misterio en todo, y con su misma arcanidad provoca la veneración […]¹”.

(Núm.3, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, Baltasar Gracián, 1647)


Habría que iluminar el escenario –largo, muy largo, pues Gracián nació en 1601 y Schopenhauer en 1788– donde ambos ensayistas analizaron, comentaron y sentenciaron las dificultades y las recompensas del trato entre los humanos. Tal vez Voltaire las definió con su habitual amargura sonriente: "Nous laisserons ce monde-ci aussi sot, aussi méchant que nous l'avons trouvé en y arrivant"².

Otrosí , hay que reconocer a Schopenhauer un don teatral que apreció o creyó apreciar más de uno. Por ejemplo, Nietzsche cuando escribió :

“El solitario desesperado no podría escoger un símbolo mejor que el Caballero entre la Muerte y el Diablo, tal como Durero lo grabó, el Caballero con coraza y la mirada dura de bronce que sigue su camino de espanto, indiferente a sus horribles acompañantes, pero sin esperanza, solo entre su caballo y su perro. Nuestro Schopenhauer era ese Caballero de Durero: no tenía ninguna esperanza, pero quería la verdad. Ningún otro lo igualaba”.

(El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche, 1872)

 

El Caballero, la Muerte y el Diablo. Albrecht Dürer, 1513


El grabado de Durero tiene tal fuerza grandiosa y siniestra que, por mucho que Nietzsche lo crea, no es verosímil ningún parecido entre el diabólico caballero y el burgués teatral. A Schopenhauer hay que entenderlo sin creerse nada de lo que él creía ni de lo que creían sus amigos ni sus enemigos.

Además, conviene en todo caso tener en cuenta las dos etapas de su vida y vocación filosófica. Todos los comentaristas coinciden en señalar su impaciencia juvenil, reflejada en El Mundo como voluntad y como representación, y el éxito en su vejez de sus Aforismos sobre el arte de vivir. A este proceso suele señalarse la coincidencia con su retrato como joven romántico y el daguerrotipo como anciano volteriano y sarcástico.


“El rasgo característico y fundamental de la vejez es el desengaño: han desaparecido aquellas ilusiones que hasta entonces habían hecho atractiva la vida y dado estímulo a la acción; uno ha acabado reconociendo la nadería y vacuidad de todas las maravillas del mundo, en especial del lujo, la pompa y la aparente grandeza; uno ha descubierto que detrás de la mayoría de las cosas deseadas y los goces aspirados no se esconde gran cosa y así ha llegado gradualmente a comprender la enorme pobreza y vacuidad de toda nuestra existencia. Solo a los 70 años comprende uno del todo el primer verso de Kohelet [Eclesiastés 1,2: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»]. Pero esto es asimismo lo que otorga a la vejez cierto toque de tristeza. Lo que

«uno es para mismo» nunca adquiere tanto valor como cuando se llega a viejo”.

(El Arte de sobrevivir, Arthur Schopenhauer, Trad. José Antonio Molina Gómez, 2013).


Gracias a todo eso Arthur Schopenhauer pudo pensar, vivir y ser quintaesencialmente liberal y reaccionario. Nunca quiso casarse. Siempre dijo lo que pensaba y casi siempre pensó lo que decía. También era soberanamente ecléctico. Como hemos visto, entre sus gustos, más bien pasiones, estaba la obra de Baltasar Gracián. Tradujo el Oráculo Manual y alabó fervientemente El Criticón. El Oráculo Manual es fascinante y en otro momento podremos hablar del merecido éxito que el jesuita Gracián tuvo y de lo caro que le costó su buena pluma. Descanse en Paz Gracián y si es posible, también Schopenhauer.

Y, por cierto, asimismo el Caballero de Durero.

 



¹ Su misma arcanidad provoca la veneración. Basado en Tácito: omne ignotum pro magnifico est (todo lo desconocido se tiene por magnífico). Nota de Arturo del Hoyo.

² “Dejaremos este mundo tan necio y tan perverso como lo hemos encontrado al llegar”. Carta a la Condesa de Lutzelbourg , 19 de Marzo de 1760.

 

Enlaces relacionados 

Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián

Nueve liberales reaccionarios

Charles Baudelaire. Reaccionarios Liberales o Liberales Reaccionarios I

Liberales Reaccionarios (II)