Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: noviembre 2021

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Nueve liberales reaccionarios

Durante todo este otoño en el que he cumplido ochenta años me he propuesto no leer más que por gusto, título por cierto de mi último libro. Por una feliz coincidencia han ido llegando a mis manos libros que tenían en común una sólida aunque sutil condición liberal-reaccionaria. Podían haber sido otros, pero fueron estos los libros que acompañan mis pensamientos - más bien serenos y a veces burlones de mí mismen este Otoño de la Varonil Edad o ya quizá en el Invierno de la Vejez, que diría Baltasar Gracián.

Cabe preguntarse qué tienen en común un novelista inglés del siglo XIX como Kipling, un sinólogo belga del siglo XX que escribía en francés, en inglés y en chino, como Simon Leys, un filósofo ateo, cristiano español que escribía en inglés como George Santayana, un historiador del arte francés como Marc Fumaroli, un pensador colombiano como Nicolás Gómez Dávila, un aforista rumano que escribió en rumano y luego en francés, como Cioran, un filólogo español como Darío Villanueva, un novelista zoólogo como José Antonio Martínez Climent y una farmacéutica y ensayista del siglo XXI como Esperanza Ruiz. Cuatro de ellos escriben en español, cuatro en inglés, tres en francés, uno en rumano y otro en chino.

Todo parece indicar que siete de los nueve son cristianos. Más o menos ateos son Santayana y Cioran. Santayana, a quien su amigo Bertrand Russell¹ reprochaba su capacidad de declararse ateo y a la vez católico abulense. En cuanto a Cioran, que también se declara ateo, parece hacerlo sobre bases más sólidas, aunque no faltan quienes ven en el rumano más soberbia masoquista que otra cosa². 

He tardado medio siglo en concebir la sospecha de que Cioran era el mejor escritor cómico del siglo XX, además de sincero pesimista. Su exhibicionismo sentado en la calle para mostrar las llagas purulentas o acostado en un lecho de púas– era sincero. Los farsantes suelen ser sinceros. Los nihilistas también. Los existencialistas no. Piense usted en el sucio J. P. Sartre.


Cioran escribe prosa en un francés tan puro y sobrio como la poesía de La Fontaine tres siglos antes. Pero Cioran obliga al lector a preguntarse si se puede ser a la vez falso en el fondo y sincero en la forma. Tal vez sí; a fin de cuentas Cioran debió de ser sincero al menos en su amor por Simone Boué. Ella tuvo una santa devoción por su compañero sacándolo de su obsesiva sordidez material. Por eso no me atrevo a generalizar del todo sobre nada relacionado con el rumano feroz. No se sabe cuándo está desnudo y cuándo viste disfraz. Por ejemplo esta reflexión: 

Si Dieu existe, c'est grâce à Bach; si je ne me suis pas tué, c'est à lui aussi que je le dois. 
Si j'ai décidé d'exister c'est à Bach que je le dois. Il est vrai que Dieu lui doit encore plus: son existence.
Dieu et moi, nous devons tout à Bach.³  
 

Los nueve son bondadosos, quizá salvo Cioran. Pero éste finge maldades que lo hacen sospechoso de ser bueno. Esperanza Ruiz también hace a veces comentarios sarcásticos y amargos. Pero como habla bien de mí, deduzco que mala del todo no es, más bien lo contrario. Los soplos de amargura no son sino exorcismos... 

— ¿Y por qué cree usted tal cosa? 
— Porque también yo intento esos exorcismos. 
— Claro, cree el ladrón que todos son de su condición. 
— Sí señor, así lo creo. Pero yo no me comparo con la ensayista y autora de cuentos porque carezco de su arma secreta: es especialista en Formulación Magistral de medicamentos. Y además escribe mejor que yo, con su estilo de frases de diez o veinte palabras.

Y tenue y hermosa esperanza (Nomen est omen) hay en el libro de Esperanza Ruiz: 

La naturaleza humana se rebela ante la creación del hombre nuevo, porque está hecha para la trascendencia. Tan solo es necesario que existan rescoldos -por eso la tradición es revolución. 

Tal vez el común denominador de mis nueve autores sea que aprecian las mismas opiniones y los mismos escritores. Pero no lo creo. Más pesa el que todos ellos desprecian las mismas cosas habituales en sus compañeros de la República de las Letras. Por ejemplo desprecian la cobardía y la obediencia servil a la moda, características señeras de la Postmodernidad, Posmodernidad o Pusmodernidad.  

También creo ver presente una oposición en estos nueve autores al relativismo a ultranza de la Pusmodernidad. El caso es que en alguno de estos libros hay nostalgia, en el sentido de añoranza de un pasado que no se llegó a conocer. En otros hay simple irritación frente a la brutal vulgaridad de la insobornable contemporaneidaz

En uno, el de Cioran, suena risa amarga ante "el peor de los mundos posibles", que diría Schopenhauer.  

En otro, el de Darío Villanueva, hay asombro y rechazo frente a la posverdad, la corrección política y otros epifonemas de la estupidez o la bellaquería. 

Mientras Fumaroli desde su primera página llora por el hombre, soberbio como un mono furioso, an angry ape en la cita de Shakespeare con la que abre su libro y de paso desmiente al prologuista Pierre Laurens cuando cita a Pascal: 

Quand l'univers l'écraserait, l'homme serait encore plus noble que ce qui le tue.⁵ 

Kipling es el único que circunscribe su melancolía en el espacio más que en el tiempo. Aunque el tono cambia tras la Gran Guerra en la que murió su único hijo, John Kipling, a los 18 años, Teniente del Regimiento Irlandés de la Guardia Real. 

Un caso ambiguo y difícil de clasificar a estos efectos es este de Rudyard Kipling. Ahora estoy absorto releyendo sus novelas y cuentos. Los bienpensantes políticamente correctos, hoy llamados woke, y demás tribus progres levantan la ceja y sonríen suficientes: 

–  ¡Un racista, imperalista trasnochado, machista ....!

Kipling no era nada de eso. Puede tomarse como ejemplo uno de sus cuentos,  titulado  Lisbeth (incluido en los Plain tales from the hills, de 1888, mal traducido como Cuentos de las colinas) donde una muchacha india llamada Lisbeth es la heroína en todos los sentidos de la palabra. Recogida de niña huérfana muy pequeña por un misionero protestante británico y su mujer en una aldea del Himalaya, educada a la europea y en inglés, conoce a un joven viajero inglés enfermo, se enamora de él, lo cuida, le declara muy seria su amor y él, hipócrita sonriente, le dice que volverá para casarse con ella. Pasa el tiempo y él no da señales de vida pero le encarga a la mujer del misionero que le diga a Lisbeth que no va a volver a la India. La muchacha se va a otra aldea de la montaña y se casa con un leñador de allí que le pega regularmente. Cuando ella ya está vieja acostumbra a emborracharse y contar su amor frustrado. 

Todo eso lo cuenta Kipling en siete páginas sobrias y perfectas. A veces parece Maupassant. No sobra nada, no exhibe bellos sentimientos, no oculta luces y sombras. Las sombras están casi todas del lado civilizado, británico, cristiano, hipócrita. Ella, llamada Lisbeth en plan cursi de clase media por el misionero y su esposa, es descrita como una diosa griega o un héroe medieval sans peur et sans reproche o, más próxima en la geografía, como un dios guerrero del Asia Central. 

El otro ejemplo de perfección narrativa y mucho más largo es Kim. Allí más que en ninguna otra de sus obras presenta Kipling un amplio elenco de personajes de todas las razas y religiones del subcontinente indio. Kim es hijo huérfano de un cabo irlandés borracho y su mujer también irlandesa, que se cría solo en los suburbios de Bombay, como un golfillo indio cualquiera. Aparecen en la novela, llenos de buenas intenciones dificilmente conciliables, un capellán católico, un pastor anglicano, un musulmán, un tratante de ganado afgano, un espía británico, y el héroe supremo: el lama tibetano que se prepara para morir.

Nicolás Gómez Dávila recogió en su libro Escolios a un texto implícito una imponente colección aforismos que culminan en las dos últimas páginas: 

Ser reaccionario es haber aprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino invitar. 
Escribir es la única manera de distanciarse del siglo en el que le cupo a uno nacer.
 
Esta es una buena descripción de la actitud liberal-reaccionaria ante la vida. Tiene mil antecedentes, mil melancolías y burlas agridulces, desde Catulo hasta Cioran pasando por Quevedo. 

Pero también hay otros miembros de la familia liberal-reaccionaria con menos acidez. Simon Leys es uno, cuyo talante no sé si apacible o resignado a la violenta estupidez del siglo XX se refleja en estos ensayos de The Hall of Uselessness. Su bondad tolerante aflora cuando escribe sobre conservadores mucho menos apacibles que él, por no decir feroces, como Evelyn Waugh. Con él está de acuerdo y el lector se ríe con ambos, no de ambos. Simon Leys también sabe reirse de Jacques Lacan cuando en un frenesí hiperprogre "realiza frente a sus fieles un exorcismo al estilo del vudú, frenéticamente pisoteando y destruyendo un ejemplar del libro de Revel titulado ¿Por qué filósofos? en el que se analizaba el charlatanismo de Lacan."

Pero el más ambiguo y sutil de los escritores liberal-reaccionarios es José Antonio Martínez Climent. Un lugar sagrado donde cazar trata de un mundo ya desaparecido pero que no lo sabe. Por ahora me limitaré a decir que conmueve su evocación de los restos de la clase dirigente rusa anterior a 1917, y también sorprende en cada vuelta y revuelta del relato. Pero ocurre que las novelas con intriga requieren respeto infinito por parte del crítico para no desvelar o revelar los entresijos del libro. Así es que le dedicaré a la novela otra entrada exclusiva en esta bitácora. 

Eso mismo haré con otros de los libros aquí señalados. Qué menos que eso para agradecer su compañía en mi tránsito -risueño por ahora- del Otoño al Invierno. 

En resumen, todos son reaccionarios. Reaccionarios de diversas maneras, pero reaccionarios pues reaccionan ante lo que consideran peligroso, necio o feo. Además de consustancial al hombre, suicida a medio plazo.



Notas: 

¹ Manuel Garrido, en su prólogo a la edición en español de “Interpretaciones de poesía y religión” de Santayana, escribe: 

"[...] unos atribuyen a Bertrand Russell y otros a Robert Lowell: «Santayana cree que Dios no existe y que María es su madre»."

² Le rien et Dieu chez Cioran, Marc Dumas.

³ Segundas galeradas de la Sur la musique, de Cioran

Si Dios existe, es gracias a Bach; si yo no me he matado también se lo debo a él.
Si he decidido existir es a Bach a quien se lo debo. Es verdad que Dios le debe aún más: su existencia. 
Dios y yo, lo debemos todo a Bach.  

 Whiskas, Satisfyer y Lexatin, Esperanza Ruiz. 

⁵ Dans ma bibliothèque, la guerre et la paix, Marc Fumaroli:

Aún cuando el universo lo aplastase, el hombre seguiría siendo más noble que aquello que lo mata.


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"Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo" (George Santayana) 
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
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