De nuevo reanudo esta bitácora, cuando está a punto de ir a la imprenta, por haber recibido este interesante comentario de alguien que lleva años intentando comprender la personalidad y las intenciones de Tomás Harris, sobre quien queda mucho por dilucidar. No rechazo comentarios, pero aparecerán después de que el texto que a continuación se muestra haya aparecido también en la versión en papel de esta bitácora, 2008-2018.
MIS RECUERDOS SOBRE TOMÁS HARRIS
Por Sebel.lí
Era joven e
impresionable la primera vez que vi a Tomás, nuestro nuevo vecino; quizás por
ello, con infantil curiosidad trataba de averiguar y saber más sobre aquel
extranjero amable y cercano, “el inglés” para los vecinos de Camp de Mar, que acababa
de instalarse en nuestra pequeña sociedad. A mis nueve años y con mucho tiempo
libre tras la escuela, seguía los pasos de mi pintoresco vecino que, aunque
retirado, recibía muchas visitas de extranjeros, lo que llamaba indudablemente
la atención de la provinciana sociedad mallorquina de la época.
Tomás
pasaba horas enteras junto al mar, estudiando los mil colores que la luz
mediterránea adoptaba. Algunas tardes se dejaba caer por nuestra casa, y pasaba
un buen rato con mi padre, con quien siempre mantenía largas conversaciones.
Era un hombre de amplia cultura y fino sentido del humor a quien mis padres
apreciaban. No eran sólo ellos, sino que otras familias como los Enseñat o el
dibujante José Bover, el doctor Mestre y nuestro cura párroco de Andratx lo apreciaban
y poco a poco fue haciéndose un hueco en nuestra pequeña sociedad. Tomás era
muy niñero y muchas tardes, cuando veía que me asomaba por la puerta del
despacho de mi padre sonreía y me invitaba a pasar y quedarme un rato junto a
ellos, escuchando así sus anécdotas
sobre Londres o sus reflexiones sobre el último cuadro que estaba pintando. Era
admirador de Van Gogh, pintor menos valorado en aquella época y a quien empecé
a apreciar a raíz de sus explicaciones. También era un gran conocedor de Goya,
llegando a elaborar un detallado Catálogo de sus grabados.
Había
ocasiones en que distanciaba sus visitas lo que coincidía invariablemente con
la llegada de sus invitados, normalmente otros “ingleses”, en el decir de
aquella época, que llegaban en barco a Palma y en automóvil hasta casa de Tomás
provocando el correspondiente revuelo en aquellos años en que coches y
combustible escaseaban. No puedo recordar mucho más de sus visitantes, pues en
aquellas ocasiones Tomás, contrariamente a su carácter abierto y extrovertido,
se mostraba huidizo y distante, tratando de evitar el contacto con los locales.
Por lo
demás, era un excelente y pródigo anfitrión, un destacado pintor y una
presencia constante en mis recuerdos de la infancia.
Años
después, por azares de la vida, acabé destinado en Londres, y por casualidad
acabé instalándome a pocas manzanas de Chesterfield Gardens, en la que había
sido su casa en pleno Mayfair. Eran los años en que en el Parlamento, un 15 de
noviembre de 1979, la primera ministra británica, Margaret Thatcher, desvelaba
solemnemente la identidad del “cuarto hombre” de la red de espionaje al
servicio de la Unión Soviética que se conocía como círculo de Cambridge: era
nada menos que Sir Anthony Blunt, prestigioso historiador del arte, asesor de
la Reina en este campo y uno de los más reputados miembros de la elite
intelectual. A raíz de ese hecho, que conmocionó a la sociedad británica, mi
memoria volvió hacia atrás y, casualidad o no, los recuerdos ligados a mi
vecino Tomás volvían una y otra vez a mi mente.
Fue entonces cuando, tras leer numerosas noticias y participar en numerosos debates sobre qué había llevado a un personaje como Blunt, investigador y erudito, profesor reconocido internacionalmente, hombre de gustos selectos y modales exquisitos, a embarcarse en aquella aventura y, por decirlo en los crudos términos de la prensa tabloide, a “traicionar a su patria”, decidí investigar más profundamente si había algo de cierto en los rumores que comenzaban a apuntar a Tomás como otro de los traidores a la Patria.
Fue entonces cuando, tras leer numerosas noticias y participar en numerosos debates sobre qué había llevado a un personaje como Blunt, investigador y erudito, profesor reconocido internacionalmente, hombre de gustos selectos y modales exquisitos, a embarcarse en aquella aventura y, por decirlo en los crudos términos de la prensa tabloide, a “traicionar a su patria”, decidí investigar más profundamente si había algo de cierto en los rumores que comenzaban a apuntar a Tomás como otro de los traidores a la Patria.
Había
tenido oportunidad de charlar brevemente con Sir Anthony unos años antes, en
1975, durante la inauguración de la exposición de la obra de Tomás en el Courtauld
Institute of Art, institución que entonces él dirigía con gran éxito. En
aquella breve conversación y tras saber que yo era mallorquín, dejó caer su
pesar sobre la muerte de Tomás, aquel desgraciado accidente que, según él,
había sido causado por el mal genio de Hilda, su esposa, y sus continuas
discusiones.
Puede
parecer extraño, pero a partir de ese breve encuentro se despertó de nuevo mi
curiosidad por Tomás Harris, y decidí tratar por mi cuenta de averiguar si los
rumores que apuntaban a mi vecino Tomás como espía de la red de Cambridge, que
algunos sospechaban que contaba hasta con ocho miembros, carecían o no de
fundamento. Para ello, aparte de la lectura de autores como Miranda Carter, Ben
Macintyre o Peter Wright, he pasado horas en los archivos ingleses de Kew, siéndome
de gran ayuda mi hija mayor, que pese a trabajar en la City siempre está
dispuesta a acompañar a su padre y, a pesar de las críticas de mi esposa, dedicar
parte de su fin de semana a los archivos, a ordenar mis notas o a ilustrarme
sobre el uso de internet.
Ofrezco
ahora al lector, aprovechando la amabilidad de un amigo que me acoge en su
bitácora, un breve resumen del resultado de mis lecturas y mis conclusiones,
basadas en numerosos indicios, pero recordando al mismo tiempo lo que afirmaba
Alfonso X el Sabio en las Partidas: "E
aún hay otra manera de prouar, a que llaman presumpción: que quiere tanto dezir
como grand sospecha", y que como estudiábamos en los ya lejanos
tiempos de la Universidad, configura una categoría intermedia entre la prueba
legal y la libre convicción. Sin la excesiva rigidez de la primera y sin la
excesiva incertidumbre de la última...
* * *
Las
primeras sospechas sobre el papel desempeñado por Tomás Harris afloran en 1964.
Hasta entonces en el mundillo del gobierno y los servicios secretos, su hoja de
servicios era irreprochable, siendo el responsable de la Operación Fortitude que,
con gran éxito, consiguió, a través del famoso espía Garbo, crear confusión en
los mandos alemanes facilitando el éxito del desembarco aliado en Normandía. En
agradecimiento por sus servicios, Tomás fue condecorado con la Orden del
Imperio Británico por el rey Jorge VI por sus servicios al Reino Unido.
Sin
embargo, su impoluta hoja de servicios se vio cuestionada a partir de las
informaciones transmitidas por el ruso Anatoli Golitsyn tras su deserción en
1961, en las que se apuntaba a la existencia de varios topos en el seno de los
servicios secretos británicos. En marzo de 1962, Arthur Martin, jefe de la Sección
D1 del MI5, entrevistó a Golitsyn. Golitsyn afirmó que Kim Philby, Donald
Maclean y Guy Burgess eran miembros de un Ring
of Five con base en Gran Bretaña, estrechando así el círculo en torno a
Philby, sobre el que se cernían las sospechas desde la huida a Moscú en 1951 de
Guy Burgess y Donald Maclean. Una vez que Philby dejó el servicio secreto, su
primer destino fue España y, en concreto Mallorca, donde fue acogido por su
buen amigo Tomás.
Una antigua
amiga de Philby, Flora Solomon, desaprobaba lo que ella consideraba los
artículos pro-árabes de Philby en The Observer.
En agosto de 1962, durante una recepción en el Instituto Weizmann, le dijo a
Victor Rothschild, que había trabajado con el MI6 durante la Segunda Guerra
Mundial y que tenía estrechas relaciones con el Mossad, el servicio de
inteligencia israelí: "¿Cómo es que The
Observer emplea a un hombre como Kim? ¿No sabe que es comunista? Luego pasó
a decirle a Rothschild que sospechaba que Philby y su amigo, Tomas Harris,
habían sido agentes soviéticos desde la década de 1930; en sus propias
palabras: "Esos dos eran tan amigos que
siempre tuve la intuición de que había algo más".
Lo
indudable es que la relación entre Tomás y Philby era más que estrecha. Philby
cuenta en sus memorias cómo fue Tomás Harris quien costeó la educación de uno
de sus hijos; también fue Harris quien lo introdujo en el mundo de los
servicios secretos. Y es Tomás quien acude junto a Philby a ver al MI5 el 30 de
mayo de 1951, tras la huida de Burgess y Maclean, como recoge un testimonio
incluido en el expediente de Philby, abierto recientemente al público en los
archivos de Kew, a los que hice numerosas excursiones y que curiosamente omiten
varios de los biógrafos del Círculo de Cambridge.
Philby
jamás ocultó su admiración por Tomás, que casualmente había fallecido en 1964,
días antes de su interrogatorio, como se relata en varias páginas de internet
en que se deja entrever la “oportunidad” del accidente que le arrebató la vida,
justo en el momento en que las sospechas sobre su relación con Kim Philby y las
dudas que lo rodeaban comenzaban a crecer exponencialmente.
En el curso
de mi investigación topé con una cuestión apenas tratada y que, a mi juicio,
reviste extraordinaria gravedad, teniendo en cuenta el carácter de mecenas que
algunos han atribuido a Tomás.
Fue mi hija
la que encontró un artículo, hoy desaparecido, publicado en el National Post del Canadá el 14 de
diciembre de 2000. En él, su autora Isabel Vincent es la primera persona en
descubrir el nexo real que une a Blunt con Harris. A partir de sus artículos,
la catarata de trapicheos, falsificaciones y negocios oscuros que ha desatado
la revisión de los negocios de Harris y Blunt ha sido continua.
En la época
del apogeo de los voraces coleccionistas de arte de finales del siglo XIX y
principios del XX, el agudo olfato de Lionel Harris, padre de Tomás, lo llevó a
fundar, primero en Madrid y luego en Londres, la “Spanish Art Gallery”, galería especializada en arte español donde
también recalaron,entre otras piezas, dos tablas góticas del retablo de San
Martín de Riglos, una tabla del retablo mayor del monasterio de Sijena y dos
pinturas atribuidas al Maestro de Torralba.
Como explica su sobrino José Antonio Buces, la verdadera vocación de Tomás
fue la pintura, pero su padre insistía en que de eso no podía vivir y que se
tenía que dedicar al negocio de las antigüedades, y así se inició de manera
precoz como galerista, primero con un negocio propio y después asumiendo con
gran éxito las riendas de la “Spanish Art
Gallery”.
Isabel Vincent relata, en un artículo publicado en el National Post del Canadá el 14 de diciembre de 2000, cómo Harris
vendió a la National Gallery de Ottawa
diversas obras, unas veces con la colaboración de Blunt y otras sin ella. Hizo
varios viajes a España durante la Guerra Civil y, supuestamente, se benefició
del arte expoliado por los soviéticos. Las obras de arte se robaron de
monasterios, museos y galerías y fueron vendidas a una red de marchantes de
Londres, Bruselas y París. Los beneficios fueron al ejército soviético para
financiar su ayuda a los republicanos españoles [1]. He llegado incluso a
encontrar en internet un catálogo sobre obras de procedencia dudosa o ilícita
con las que traficó la familia [2].
Las denuncias de Isabel Vincent venían a sumarse a las declaraciones hechas
años antes por el falsificador de pinturas Eric Hebborn, amigo de Blunt y de su
pareja y heredero John Gaskin, que ponían en evidencia que Blunt era conocedor
de las falsificaciones. Hebborn murió asesinado en Roma en 1996, y aún se está
investigando el alcance del engaño y a través de qué galerías llegaron las
falsificaciones a los museos de medio mundo. Otro medio de comunicación
canadiense, The Telegraph, continuó devanando
los hilos de la madeja y publicó en febrero de 2001 un interesante artículo. En
2006 Eric Frattini en su obra “MI6: Historia de la Firma”, sostiene y se hace
eco de las investigaciones posteriores, que demuestran cómo la obra con la que
comerciaba mi antiguo vecino Tomás procedía del expolio que llevaron a cabo los
republicanos durante nuestra guerra civil. Queda también por aclarar el papel
de su hermana Enriqueta Harris, íntima colaboradora de Blunt [3].
* * *
Mientras iba compilando artículos de prensa y haciendo anotaciones al
margen de mis libros, una pregunta volvía una y otra vez a mi mente: ¿Qué
hubiera pasado si Tomás no hubiera encontrado la muerte en su coche camino de Palma?
¿Qué resultados habría arrojado su interrogatorio? ¿Hubiera acabado sus días en
Moscú acompañando a su íntimo amigo Kim Philby? ¿Qué de cierto hay en las
acusaciones sobre el robo de las obras de arte? En su caso, ¿financiaba así
Tomás a la red de sus amigos de Cambridge? ¿Merece Tomás ser recordado como
mecenas y gran galerista o como un vulgar expoliador de nuestros tesoros
artísticos?
Como me responde siempre mi hija, cuando muchos domingos en la sobremesa
vuelvo a plantear estas y otras preguntas, podemos especular hasta el infinito
y nunca lo sabremos con absoluta certeza pero, lo que es indudable y está
demostrado con hechos, es que Tomás tenía lazos estrechos no sólo con Kim
Philby, sino también con Anthony Blunt. Aunque siempre en un segundo plano, cada
vez que aparecen Philby o Blunt la sombra de Tomás está allí. El hecho de que
el accidente, que tan oportunamente evitó que fuera interrogado, tuviera lugar
en un tramo de carretera con muy buena visibilidad y que Hilda resultara ilesa,
tampoco contribuye a que su muerte parezca inocente, recordando la oportuna
desaparición temporal de su agente Pujol en Venezuela, en la que él tomó parte.
Quizás algún día, cuando se desvelen nuevos documentos clasificados, mi
hija, fiel a su promesa, encuentre respuestas a estas y a las demás preguntas.
Entre tanto, invito al lector a que navegue en internet, lea y trate de sacar
sus propias conclusiones.
__________________________
[1] La periodista de investigación Isabel Vincent es muy clara en este
punto: “At least one of his contacts, Tomas
Harris, is suspected of having dealt in art looted from Spain by the Soviet-backed
republican side during Spanish Civil War from 1936 to 1939 […] Harris made
several trips to Spain during the civil war and allegedly profited from the
sale of art looted by Soviet-backed troops. […] The profits went to the Soviet
army to finance its aid to the Spanish republicans”.
[2] Entre otras destacan en 1937 en plena Guerra Civil española, la venta a
la National Gallery de Ottawa de un
cuadro de un pintor español, Jusepe Leonardo, titulado “San Juan Bautista”.
Según los registros de la National
Gallery, la pintura estaba en una colección privada en Inglaterra, cuyo
nombre no consta, antes de ser adquirida por Harris. Antes de esto hay una laguna
de más de 40 años. Los registros de propiedad más antiguos del museo muestran
que el San Juan Bautista estaba en posesión del Conde Pedro Daupias en Lisboa,
a principios de siglo.
Por consejo de Blunt, la misma National Gallery de Ottawa compró “Augusto
y Cleopatra” en 1953. Por aquel entonces el cuadro se le atribuía al pintor
francés Nicolas Poussin. Blunt, un experto en Poussin de fama mundial, ayudó a
que el museo adquiriera la pintura por 500 libras en la Spanish Art Gallery de Harris en Londres. La procedencia bastante
imprecisa de la obra indica que Harris la adquirió en 1938; antes había estado
en una colección privada en Gran Bretaña cuyo nombre no consta.
Blunt también aconsejó a la National Gallery para que comprara
“Abraham y los tres ángeles”, obra pintada en el siglo XVII por Murillo. Aunque
esta pintura no fue adquirida a través de Harris en Londres, también tiene una
procedencia dudosa. El cuadro, encargado para adornar un hospital en la ciudad
natal de Murillo, Sevilla, fue robado por las tropas napoleónicas durante sus
saqueos en Europa.
El catálogo detallado se puede
encontrar en el siguiente enlace:
[3] Jimmy Burns Marañón en su obra “Papá espía” relata el fuerte rechazo de
Enriqueta a comentar sus actividades y las de su hermano. “Enriqueta también
negó que su hermano Tomás fuera un espía ruso, en contra de lo que afirmaban
algunos expertos en los servicios de inteligencia. Más adelante me di cuenta de
que no le había preguntado por su hermano cuando mencionó su nombre al hablar
de los tres de Cambridge”. Ante su reacción, hay quien podría recordar el viejo
aforismo romano “excusatio non petita,
accusatio manifesta”.
Sebel.lí
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