Esta bitácora, que pronto cumplirá nueve años, va a quedar en reposo durante unos meses. Pretendo dedicar ese tiempo a escribir un libro ya empezado pero que requiere dedicación exclusiva. Más que exclusividad en el tiempo lo que busco es concentrar la atención en ese empeño literario, probablemente el último de mi vida. Éste es el momento de abordarlo, por dos motivos. El primero porque a los 75 años es temerario confiar en que durará una cierta capacidad intelectual. El segundo porque el día 27 de Enero de este año de 2017, a petición propia, cesé por Real Decreto en mi último puesto diplomático, Embajador de España para la Diplomacia Cultural. Este último trabajo no era agobiante, pero sí me siento ahora más libre para decir lo que pienso e incluso pensar lo que digo.
Así pues celebraré el comienzo de mi nueva vida -no tan nueva- agradeciendo a todos mis compañeros de oficio y a todos mis amigos el haber soportado mis manías. Y me permito reiterar una de esas manías, la exigencia de concisión en los textos, profesionales o no. Aprendí mucho de mis primeros jefes, hace medio siglo en una embajada perdida en el desierto. Allí los mensajes se cifraban todavía con métodos rudimentarios; en especial las circulares, con sus interminables sumas -¿o eran restas?- de grupos de cinco números, seguidas de la consulta del diccionario especial. Los viejos diplomáticos habían aprendido de jóvenes a redactar con brevedad y laconismo, lo que ahorraba tiempo al cifrar, al descifrar y al leer el mensaje. Y casi siempre el estilo conciso hacía más comprensible la información.
Obsérvese por ejemplo como Winston Churchill, Primer Ministro británico en el otoño más sombrío de la historia de su país, razonaba en esta carta, del 17 de Octubre de 1940, a Lord Halifax, su Ministro de Negocios Extranjeros, ordenando que los diplomáticos en el extranjero fuesen breves en sus telegramas en aras del trabajo en los departamentos de cifra y de los que tenían que leer sus mensajes:
El número y la longitud de los mensajes enviados por un diplomático no dan la medida de su eficacia.
Perdona este grito de dolor.
Tuyo muy sinceramente,
Winston S. Churchill
Carta de Churchill a Halifax (PREM 11/1374, Prime Minister's Office, National Archives, GB) |
He intentado en esta página no ser prolijo -una bitácora nunca lo es- y espero que me sirva de entrenamiento para tampoco serlo en mi próximo libro.
Mientras tanto dejaré descansar a los lectores que busquen novedades, aunque siempre podrán leer o releer lo ya publicado. Pero no publicaré nuevos comentarios. Todo ello sin perjuicio de alguna nueva y ocasional entrada, abierta a ulterior discusión.
En fin, adiós. O si prefieren algo más pagano y menos tajante,
agur
Santiago
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