viernes, 17 de marzo de 2017
Don Javier de Mora-Figueroa (1941-2017)
El Teniente de Navío Rector del Santuario de Torreciudad
― Consigues compaginar la virtud de la resignación cristiana, propia de un sacerdote, con la virtud pagana del estoicismo, propia de un militar.
― Hombre, yo creo que son compatibles― contestó Don Javier, ya muy enfermo, con una media sonrisa.
Don Javier en la Iglesia, el Teniente de Navío Mora-Figueroa en la Marina, Javier para casi todos sus compañeros en ambos oficios, era un hombre de fe y principios muy firmes. Pidió la admisión en el Opus Dei en 1962 y fue ordenado sacerdote en 1981. Su temperamento era tan recto en su vertiente de viejo militar como en la de viejo cura, palabra que él no rehuía, tal vez porque la cura de almas, el cuidarlas o el sanarlas, le parecía la misma cosa que el don sacro del sacerdote.
Por eso desempeñó con tanta entrega y tanto acierto el cargo de Rector del Santuario de Torreciudad. Lo ejerció durante diecisiete años, desde 1998 hasta 2015, cuando ya estaba muy afectado por el cáncer. Disfrutaba cada momento de ese trabajo.
― Torreciudad es como un barco. Me gusta ocuparme de la navegación, de la intendencia, del personal, de las visitas.
Y lo hacía. Paseaba y hablaba con todo el mundo en la gran explanada y en los soportales, en la iglesia y en las capillas, preguntando o dando órdenes a propios y extraños, habitantes y peregrinos. Hacía siempre lo que le gustaba, porque le gustaba todo lo que tenía que hacer.
Le gustaba la música e hizo que en Torreciudad la música sacra fuese una actividad importante de la vida espiritual del santuario. Reconocía que la Via Pulchritudinis hacia Dios no había sido bastante explorada durante los tiempos recientes. Ante la pregunta de por qué Juan Sebastián Bach no ha sido canonizado por la Iglesia Católica, se quedaba pensativo y no alegaba ninguna de las razones habituales, de tan poco fundamento.
Se recreaba en diversas lecturas, desde las novelas policiacas hasta la poesía religiosa de John Donne. Por este último sentía ternura y admiración, sobre todo por sus poemas a la Virgen María.
―Pero Javier, si Donne saqueó Cádiz y fue un apóstata y delator de católicos. Era un canalla, ¿no?
― Sí, pero algo más…
Conocía bien la obra y la vida de algunos de los principales escritores ingleses católicos, conversos o no, muchos de ellos del grupo de Chesterton, Tolkien y C. S. Lewis. Publicó en Scripta de Maria ensayos sobre Donne, Chesterton y también sobre el Cardenal Newman. Le interesó mucho descubrir el largo ensayo titulado Enthusiasm, de Monseñor Knox, tan ortodoxo en su catolicismo como desconfiado de los excesos entusiásticos de la Iglesia primitiva y de las herejías del siglo XVI y XVII. Y le fascinó el cuento de Kipling On the gate donde aparece San Ignacio de Loyola (“an officer and gentleman”) luchando para arrancar al Demonio el alma de los traidores muertos en los combates de la I Guerra Mundial.
Santiago de Mora-Figueroa,
Marqués de Tamarón
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PD: Lo que antecede es exactamente lo que envié al ABC ayer 16 de Marzo. Pero hoy apareció publicado con varios cambios, entre otros el retrato de Don Javier de Mora-Figueroa. Así es que he decidido, en recuerdo de mi amigo, primo y compañero, reactivar esta bitácora excepcionalmente. Me parece lo adecuado, tratándose de una bitácora y de un marino.
Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXIX): Javier de Mora-Figueroa
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
domingo, 5 de febrero de 2017
Hasta pronto
Esta bitácora, que pronto cumplirá nueve años, va a quedar en reposo durante unos meses. Pretendo dedicar ese tiempo a escribir un libro ya empezado pero que requiere dedicación exclusiva. Más que exclusividad en el tiempo lo que busco es concentrar la atención en ese empeño literario, probablemente el último de mi vida. Éste es el momento de abordarlo, por dos motivos. El primero porque a los 75 años es temerario confiar en que durará una cierta capacidad intelectual. El segundo porque el día 27 de Enero de este año de 2017, a petición propia, cesé por Real Decreto en mi último puesto diplomático, Embajador de España para la Diplomacia Cultural. Este último trabajo no era agobiante, pero sí me siento ahora más libre para decir lo que pienso e incluso pensar lo que digo.
Así pues celebraré el comienzo de mi nueva vida -no tan nueva- agradeciendo a todos mis compañeros de oficio y a todos mis amigos el haber soportado mis manías. Y me permito reiterar una de esas manías, la exigencia de concisión en los textos, profesionales o no. Aprendí mucho de mis primeros jefes, hace medio siglo en una embajada perdida en el desierto. Allí los mensajes se cifraban todavía con métodos rudimentarios; en especial las circulares, con sus interminables sumas -¿o eran restas?- de grupos de cinco números, seguidas de la consulta del diccionario especial. Los viejos diplomáticos habían aprendido de jóvenes a redactar con brevedad y laconismo, lo que ahorraba tiempo al cifrar, al descifrar y al leer el mensaje. Y casi siempre el estilo conciso hacía más comprensible la información.
Obsérvese por ejemplo como Winston Churchill, Primer Ministro británico en el otoño más sombrío de la historia de su país, razonaba en esta carta, del 17 de Octubre de 1940, a Lord Halifax, su Ministro de Negocios Extranjeros, ordenando que los diplomáticos en el extranjero fuesen breves en sus telegramas en aras del trabajo en los departamentos de cifra y de los que tenían que leer sus mensajes:
El número y la longitud de los mensajes enviados por un diplomático no dan la medida de su eficacia.
Perdona este grito de dolor.
Tuyo muy sinceramente,
Winston S. Churchill
Carta de Churchill a Halifax (PREM 11/1374, Prime Minister's Office, National Archives, GB) |
He intentado en esta página no ser prolijo -una bitácora nunca lo es- y espero que me sirva de entrenamiento para tampoco serlo en mi próximo libro.
Mientras tanto dejaré descansar a los lectores que busquen novedades, aunque siempre podrán leer o releer lo ya publicado. Pero no publicaré nuevos comentarios. Todo ello sin perjuicio de alguna nueva y ocasional entrada, abierta a ulterior discusión.
En fin, adiós. O si prefieren algo más pagano y menos tajante,
agur
Santiago
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