Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: ¿Barones o caciques? ¿O rabadanes?

viernes, 29 de enero de 2016

¿Barones o caciques? ¿O rabadanes?


     No se habla de otra cosa. Los rumores sobre confabulaciones de barones e incluso de barones no varones, es decir, baronesas, circulan por los mentideros y las covachuelas de esta villa y corte (o de las demás villas y cortes europeas, americanas, africanas, asiáticas y hasta oceánicas).

     No hace tanto que en España se emplea la palabra barón para designar a la “persona que tiene gran influencia y poder dentro de un partido político,una institución, una empresa, etc.” (DRAE, 2014). Antes los mandamases de diverso cuño eran calificados de caciques: “Persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos" (o administrativos, se añadía en anteriores ediciones, pero la palabra ha sido suprimida por pudores de corrección política).

     Lo curioso es que casi nadie recuerda ya el origen del trasvase de la palabra desde su uso medieval hasta el moderno. Ocurre que fueron los Barones de la Inglaterra medieval los que en el hermoso prado de Runnymede doblegaron la voluntad absolutista del Rey Juan sin Tierra en 1215. Gracias a ellos triunfó la libertad –no la democracia, claro– contra la arbitrariedad regia. El parlamentarismo fue una conquista esencialmente aristocrática, como don José Ortega y Gasset no se cansaba de recordar, para espanto de progres e ingenuos.

     Los franceses fueron los primeros que hace ya casi medio siglo copiaron la palabra barones para designar a los capitostes de los partidos de la V República. Recuerdo a mi Embajador en París sonriéndose de lo que creía ser un error producto de la ignorancia de los periodistas que llamaron al político gaullista Olivier Guichard “Barón”. No sé si logré convencerlo, con mi pedantería de Secretario de Embajada, de que en efecto Guichard era portador de un título hereditario de barón del imperio napoleónico, a la vez que cacique de la UNR y de los partidos gaullistas sucesores de esta.

     En fin, para qué vamos a discutir. Yo, si fuera cacique progre no me haría llamar barón, con sus ecos carcas, ni tampoco cacique, exótico y plutocrático. Estaría orgulloso de que me llamaran rabadán: “Mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores.” (DRAE, 2014). Nada más meritocrático y democrático que una junta de rabadanes: reunión de rabadanes, oveja muerta.

6 comentarios:

  1. Creo que las palabras de D. Benito Pérez Galdós, siguen siendo actuales, acertaba mucho el escritor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Galdós fue uno de los más elocuentes debeladores del caciquismo. Pero no sin antes haber sido diputado cunero en 1886 del Partido Progresista por Puerto Rico, hermosa isla que nunca había pisado. Más tarde se afilió al Partido Republicano y en las legislaturas de 1907 y 1910 fue diputado por Madrid de la Conjunción Republicano Socialista. Finalmente en 1914 fue elegido diputado por Las Palmas.

      En El Imparcial, el 13 de mayo de 1910, escribe: "Este partido [el Republicano Socialista] está pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques y caciquillos. Tienen más que los monárquicos. [...] Luego vienen los caciques de distrito y los de barrio... ¡Oh! !Esos vejestorios endiosados de Comité local y de barriada! ¡Papas rojos, que se creen infalibles e indiscutibles!
      Para hacer la revolución, lo primero, lo indispensable, sería degollarlos a todos. Si éstos trajeran la República, estaríamos peor que ahora. [...] ¡Y para ver este espectáculo me vine yo de Santander e interrumpí mi veraneo!.
      [...] Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado, admirable, que hay en la España política. […] ¡Es por el socialismo por donde llega la aurora!".

      Así es que Don Benito, que fue cuatro veces diputado, zahirió con justicia los vicios caciquiles pero no hizo ascos a tales prebendas.

      Pero el caso es que Galdós era un magnífico novelista y se ha merecido pasar a la historia de la literatura española. A esos efectos, da igual que haya sido un mediocre mayoral de zagales y pastores del solar patrio.

      Eliminar
    2. Sobre las veleidades políticas de Galdós ya se ha dicho suficiente arriba, y bien claro. Sobre su posición en el sombrío e ideologizado parnaso literario ibérico me viene a la memoria un ensayo de Juan Benet. Conociendo su facilidad para la puya me sorprende que Benet fuera tan comedido con algo que le disgustaba. Quizá el día que lo escribió hacía sol y brisa suave, lo que entreverado con unos modales superiores a los de la España pseudogaldosiana de hoy en día produjo una refutación bastante sosegada. Extraigo unas líneas para beneficio de los detractores de Galdós y para irritación de quienes disfrutan de su obra, mirando de guardar mi opinión porque es lo de menos y, al fin y al cabo, hoy hace sol.


      "[...] No le sorprenderá, con lo anterior, que observe el culto a Galdós como una desgracia nacional, ejemplo sumario de otros muchos males que aquejan al país. Cuando -sobre todo para disimular un estado de carencia- se alteran las proporciones de una figura pública, no sólo se incurre en un engaño colectivo sino que se introducen, con alcance nacional, unos vicios de pensamiento que nada han de favorecer a la facultad de discernimiento de toda la opinión. Tal es el caso, a mi modo de ver, que nos ocupa: un escritor de segunda fila, elevado (casi por razones de prestigio nacional) al rango de patriarca de las letras. Y yo no soy capaz de ver sino dos grandes razones que amparen -más que cualesquiera otras- el presente estado de cosas: la primera es la carencia de un escritor mejor; la segunda es la todavía vigente alineación de Galdós a la in illo tempore izquierda española. Ambas pertenecen, casi de lleno, más que a la literatura a la sociología literaria, una materia que -hoy por hoy- no me produce excesivo entusiasmo.

      Si Galdós es pasto para esa clase de sociólogos es porque literariamente emociona poco y representa mucho. Bien mirado, aparte de una imagen -bastante discutible- de la sociedad que pintó, logró poca cosa, ni siquiera una de esas frases sugerentes que sirvan luego de pórtico a un libro de poemas. Carecía de un lenguaje bello, su imaginación era litográfica y tan sólo se desvivió por poblar las estanterías de la burguesía con un innumerable censo de personajes que algunos críticos -haciendo uso de un término que produce muchas sospechas- calificarán luego de "muy humanos". Sin duda su generación estaba atormentada por los ejemplos de Balzac y Zola en tal medida que, en el campo de la novela de dimensiones titánicas, resultaba impensable todo proyecto que no siguiese, casi al pie de la letra, esas ejecutorias. Ahora bien, me atrevo a decir que ninguno de esos dos proyectos era genuinamente literario sino, con matices y calidades diferentes, más bien sociológicos. Y si Balzac conoció mejor fortuna no fue por una más estética concepción sino porque, al servicio de una facultad extraliteraria, puso en marcha un instrumento artísticamente elaborado, un lenguaje matizado y una penetración ante los enigmas del espíritu que, con mucha frecuencia, podían sustraerse al diktat del proyecto. Pero ni Zola ni Galdós lograron encontrar la libertad que concede un lenguaje artístico: el diktat sociológico redactaba todos sus párrafos de tal suerte que sólo hicieron una novela asertórica, exactamente esa clase horrible de novela que la sociedad -no demasiado enterada de la no-necesidad de una obra así- "esperaba que hiciese".


      Benet, J. 1983. Sobre Galdós. Articulos, Volumen I (1962-1977), pág. 89-99. Ediciones Libertarias. Madrid.

      Eliminar
    3. Tiene aquí una buena respuesta, entre muchas otras que podría alegar: "Porque Galdós no se muestra superior a sus lectores, siéndolo tanto, pueden éstos, en vez de agradecerle ese rasgo de buena educación, desestimarle, si no menospreciarle". Son palabras de Luis Cernuda, que algo de literatura sabía. Y, del mismo artículo ("Galdós", 1954, que puede usted encontrar en su colección "Poesía y literatura"), éstas otras: "Si algún escritor español moderno tiene la talla y las proporciones de nuestros mayores clásicos, ése es Galdós. Por él se da el hecho raro de que un país como el nuestro, sin grandeza ya ni fuerza, pueda todavía engendrar a un escritor de los que sólo ocurren, si ocurren, cuando el apogeo político y militar de una nación". Y habla aún de su "poder creador y su genio irresistible". ¿No será que no ha sabido usted (ni Benet, de paso) entenderle?

      Eliminar
    4. No me atrevería yo a hablar por boca del Sr. Benet para decir si entendió o no a Galdós. A Juan Benet sólo puedo agradecerle que razone en su ensayo los motivos por los que Galdós le disgusta, raciocinio del que carecen las líneas citadas de Cernuda, que se limitan al halago. Buscaré y leeré con gusto el artículo que recomienda esperando encontrar lo que en apariencia le falta. A buen seguro que Cernuda no escatimará en razones, como no ahorra en alabanzas.

      Sobre si uno ha entendido o no algo del resplandor cernudiano de Galdós, hago hincapié en lo ya dicho: mi opinión es irrelevante, y traje a colación el ensayo de Benet con ánimo de conversación, no de toma de posición. Exigencia muy de los tiempos esta de decantarse por una causa a cada sílaba, es cierto, pero de la que uno intenta zafarse por el gusto que le tiene a la charla desgravada de severas intenciones, y por beneficiarse del intercambio bibliográfico entre gente de superior formación que en mucho puede mejorar los ficheros propios, como es el caso.

      Y dicho esto no niego que de entendederas nunca andará uno sobrado.

      Eliminar
  2. La etimología es ciencia que se presta al juego de salón. Distinguía un conocido poseedor de la Blauer Max entre dos formas de etimología, la que se podría llamar darwiniana y otra que bien podría tildarse de orgánica. La una es fiel a los preceptos formales de la lengua y tiene por finalidad y sustento el apego a un método saussuriano de establecer filiaciones entre palabras. La otra prescinde de toda formalidad metodológica y acude a la analogía para dar legitimidad a sus derivaciones.

    Si deseáramos sujetarnos a la norma darwiniana haríamos derivar la palabra "majadero" de "maellus" (majo, martillo), siendo majadero todo aquél que por su necedad produjese tanto desorden, ruido y molesta agitación como la que dejan en el aire los golpes del martillo. Si en cambio deseáramos atenernos a la etimología orgánica bien podríamos llamar majaderos a los rabadanes, por hacer uso de las majadas donde guardan sus rebaños.

    La tentación de fundamentar heráldicas bastardas es siempre grande en tiempos de necesidad, más aún cuando las fuerzas majaderas (de cualquier orden etimológico) campan a su aire y escasean barones con ánimo de reconquista. Y eso que si no me salen mal las cuentas son ciento once las baronías españolas, desde la de Abella hasta la de Yecla.

    ResponderEliminar

Comentar