La carrera de cuadrigas, de Alexander von Wagner, 1882. © Manchester Art Gallery |
De cuando en cuando conviene preguntarse si todo lo que parece nuevo es tan nuevo como parece. Suele uno llevarse sorpresas, y en el campo del lenguaje más que en otros. Consultado el diccionario, resulta a menudo que el supuesto neologismo no es sino pervivencia o resurrección lingüística. Otra cautela aconsejable es desconfiar del pansexualismo, tan propio de nuestra obsesa raza. Valga como botón de muestra de nuestra índole maniática el siguiente comentario de J. L. Pensado (en «Una crisis en la lengua del imperio», Salamanca, 1982) a cierta recomendación del maestro Correas: «La obsesión sexual, resultado de la represión eclesiástica, llegaba a aislar en la cadena sonora secuencias de una —OD— más vocal que, por atenuación de la H(o J-) se asociaban al verbo (h)oder». No se sabe quién es más obseso, si el maestro del siglo XVII o su glosador del XX, este último convencido, al parecer, de que todos los clérigos de la historia de España eran unos puritanos pacatos, a modo de maristas de 1940, como si el arcipreste de Hita, Góngora o Tirso de Molina, con su robusta franqueza al llamar al pan pan y al vino vino, no hubiesen sido eclesiásticos.
Veamos, pues, unas cuantas palabras y expresiones que no son lo que parecen, o al menos no son tan sólo lo que parecen. Chorrada (necedad o nimiedad), por ejemplo, suena mal. Pero su origen, según el Diccionario de la Real Academia, es de lo más inocente: «Porción de líquido que se suele echar de gracia después de dar la medida.» Así es que honni soit qui mal y pense.
¡Jo macho! Se toma por vigorosa grosería moderna. El Diccionario de argot español, de Víctor León, 1986, asegura que ¡Jo! es una interjección eufemística, equivalente a ¡Joder! Sin embargo el otro día, leyendo las Premáticas y Aranceles Generales (1610) de Quevedo, me encontré con que éste condena por expresión superflua «a los que, llevando la rienda en la mano, dijeren: Jo, macho, pues le pueden (al macho de tiro o montura, se entiende) tener con ella». Por un instante pensé que el menos eufemístico de nuestros clásicos había caído en el eufemismo, pero enseguida me tranquilizó Corominas: según su Diccionario Etimológico, jo y so, voces ambas para detener las caballerías, descienden por igual de xo. Claro que la etimología es objetiva y la semántica puede ser subjetiva e intencional, pero en todo caso resulta imposible que jo venga del futuere latino, origen de nuestro joder.
«Pérfida Albión (expresión acuñada también por la derecha)», escribe en El País del 22-1-87 don Luis Yáñez Barnuevo. Comprendo que para un hombre de izquierdas sea tentador creer que la muletilla la inventó alguien como Franco o, haciendo un esfuerzo de memoria, algún francés como Pétain. Pero acudiendo a un diccionario de citas se comprueba que la expresión perfide Albion fue acuñada en París en 1793 por el Marqués de Ximénéz, amigo íntimo de Voltaire y progre como el que más.
Negociado distinto aunque cercano es el de las palabras nuevas para designar cosas de siempre, vino viejo en odres nuevos. Salta a la vista un ejemplo curioso de hoy mismo. Siempre hubo bandas de maleantes aficionados a la violencia caprichosa, sin tener siguiera el robo por motivo principal y mucho menos las ideas políticas. Pero vivimos en un siglo tan ofuscado por las ideas políticas como los anteriores lo estuvieron por las religiosas, y se tiende a atribuir a estos facinerosos alguna ideología, en general la contraria a la que uno profesa. Y hemos visto estos días cómo unos grupos de salvajes llamados ultrasur (por el graderío de cierto estadio que frecuentan) u otros denominados jevis (les gusta la atroz música heavy rock) recibían gratuitas etiquetas políticas. Sabido es también que uno de los trucos más habilidosos de Marx fue inventar el término lumpenproletariat para aplicarlo a cualquier clase de pobres reaccionarios o apolíticos. Pero en España el término, hoy de moda, se ha trivializado y a la vez desvirtuado lingüísticamente al dejarlo en lumpen (literalmente andrajos en alemán) y llamar así a los gamberros, como hace el decano de la Facultad de Ciencias Biológicas en carta a El País del 16-12-86, sobre las barbaridades del día de San Teleco.
Si los padrinos de todas estas palabras supiesen historia, comprenderían que la maldad multitudinaria gratuita es aún más frecuente que la maldad multitudinaria política. Aunque a veces ambas bestialidades coincidan, como en Bizancio, con sus dos bandos, los azules y los verdes, forofos de sus respectivos equipos de aurigas y asimismo partidos políticos y sectas religiosas, pero, ante todo, turbas destructivas.
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Uno de los aquí mentados —menos agudo que Quevedo y más respetable que los ultrasur— se sintió ofendido y me lo hizo saber. Le ofrecí añadir a mi artículo su réplica, pero eso no le bastaba. Lástima.
Otro también se picó, pero —poderoso— no dijo nada, me la guardó y me la jugó desde el poder ¡Oh pérfida Coria del Río!
(Este artículo se publicó en el ABC del 14 de Febrero de 1987, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).
Quizá resumí demasiado el uso políticamente correcto del lumpenproletariat. La cita de Don Rafael Hernández, a la sazón Decano de la Facultad de Ciencias Biológicas, en carta a El País (16/12/1986) no tiene desperdicio. Primero se queja con toda razón de la bestialidad de los estudiantes de telecomunicaciones borrachos que invadieron entre otros el campus de Ciencias en la Universidad Complutense, y los llama el lumpen, a secas, suprimiendo toda alusión al proletariado. Pero al final no resiste la tentación de dejar constancia de que él, claro está, es santurrón de la postmodernidad. Termina, pues, con estas palabras:
"Por otra parte, estos etílicos feligreses de san Teleco están, sin ser conscientes de ello, insultando al movimiento estudiantil y a lo que éste representa: un profundo espíritu crítico, solidario e inconformista que, de una u otra forma, ha estado siempre presente en todas las batallas que por los derechos civiles se han librado en la Europa de las últimas décadas".
Da gusto ver que tan tarde como Diciembre de 1986 todavía había profesores que se rebajaban a halagar a los estudiantes salvajes atribuyendo a su tribu de origen "un profundo espíritu crítico, solidario e inconformista".
Claro que aquellos polvos trajeron estos lodos indignados.
Enlaces relacionados:
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Impresionante que este texto, escrito en 1988, siga teniendo tanta vigencia. Precisamente por los ultras del Calderón y los del Depor, por los que hablan del lumpen y de la lucha de clases y hasta por los polvos, los lodos y los pansexuales. En fin, que como diría Amadeo "me parece Da Butti". Por cierto, ¿lo de "turba destructiva" lo dice por la muchedumbre poco atinada o por el estiércol que arde dando más humo que calor? Lo digo porque de comemierdas vende humo está lleno el mundo y bien puede ser el uno o el otro.
ResponderEliminarUn saludo don Santiago
Pues sí, por desgracia sigue la danza macabra y sórdida. Como tantas otras cosas, es producto de la intuición de que "aquí todo sale gratis", bien sea el homicidio o las torturas o el robo. Tan sólo discrepo del diagnóstico de don Jaime en la atribución de la coprofagia a los vendehumos. Los vendehumos no son coprófagos: venden ese producto inmundo a los tontos o a los especuladores listos. No hay más que ir a cualquier museo que albergue la Insobornable Contemporaneidad para contemplar obras de arte coprofílico o cuando menos coprolítico. Con eso y con un pequeño esfuerzo de los marchantes e intermediarios de los artistas, la cosa se pone de moda y todo el mundo gana mucho dinero.
EliminarLo de "aquellos polvos [que no son lo que usted está pensando] trajeron estos lodos" no es más que una versión popular de lo que Herzen al final de su vida dijo con pena, refiriéndose al terrorismo anarquista comparado con el socialismo liberal de su juventud: "esto es la sífilis de nuestras lujurias revolucionarias".
Pero no solamente con las palabras ocurre lo que narra su artículo.
ResponderEliminarCerca de su primera idea viene a mí, esa noción común de hoy, constante, básica y superficial que otorga valor gratuitamente a lo que emerge de un día para otro sin merecerlo la mayoría de las veces.
De acuerdo con usted, preguntarse de cuando en cuando sobre lo “nuevo”, su valía, y su supuesta originalidad, nos puede ayudar a entender que esa gran mentira de que todo lo nuevo es bueno simplemente por serlo, no es más que el lugar idóneo para esconderse quienes poco saben del pasado.
Casi nadie sabe de siglos atrás, y no solamente lo desconocemos; poco nos importa y lo ignoramos sin dilucidar el legado en el que yace la base de la civilización occidental, la raíz de las lenguas que maltratamos hoy, un sistema cultural y una forma de vida. Nada hay por tanto original hoy si no visitamos ese mundo que parece para tantos un universo anticuado e incomprensible.
Los falsos neologismos empleados hoy no son tampoco un halago para nuestra lengua, ni creo que valga la pena animarnos por su uso contemporáneo. Reflejan finalmente que repetimos mal todo y hacemos versiones decadentes de todo lo que no somos capaces de inventar porque quizás todo lo interesante por inventar ya está inventado.