portada
Portada, portadilla y justificación
© Musée d'Amiens
Cuadro al óleo de Carle van Loo, en el Museo de
Amiens. En España es más conocida la versión en aguafuerte de la Calcografía
Nacional, donde aparece escrito que fue pintada por Boucher, dibujada por P.P.
Moles y grabada por Blas Ametller. No consigo averiguar el porqué de esta
misteriosa discrepancia en las atribuciones al pintor original. Parece ser un
error de los grabadores, que también hicieron La pesca del
crocodilo (sic), esa sí obra de Boucher.
En todo caso es un ejemplo más de la cascada de
malentendidos que riega los fértiles campos de la idiotez utópica (idiotez viene
de idioma, de la lengua propia del ignorante, que es muy suyo).
Viene esto al caso pues este ensayo, titulado El
avestruz, totem utópico, podía haberse llamado La caza del avestruz.
O quizá El final de toda utopía, turbada por un vuelo de turbantes.
O incluso De cómo Fukuyama se equivocó al creer en el Fin de la
Historia.
Y a fin de cuentas, Sic transit gloria utopiae.
© Calcografía Nacional
Dedicatoria
El avestruz, totem utópico
Tamarón o el nombre exacto de las cosas
Epílogo
El ensayo El avestruz, totem
utópico es una ampliación del texto que leí como conferencia de apertura
del curso académico en el Centro Universitario Villanueva, en Septiembre de
2012. Fue un honroso encargo que me hizo el claustro académico, que también se
encargó de la publicación de un pequeño libro, muy mejorado con la presencia
del ensayo de José Bernardo San Juan, bajo el título Tamarón o el nombre
exacto de las cosas.
Me he permitido alterar el orden
de los textos, para no sonrojarme pensando en que los lectores van a empezar la
lectura con la sorpresa de un elogio que no me merezco de mi perfil literario.
No me lo merezco pero quizá por eso lo agradezco de todo corazón.
Por último y de nuevo para evitar
tentaciones a los plagiarios y otros ladrones de guante blanco, advierto que no
sólo esta aparición en la Red da fe de que existe este texto, sino que también
existe una versión en papel, con su correspondiente ISBN: 978-84-9920-169-6 y
depósito legal: M-40243-2012. Todo ello en la editorial Encuentro, © El autor,
Centro Universitario Villanueva Madrid y Ediciones Encuentro, S.A.
Postdata
Adrede me he dejado en el tintero las dos cuestiones más curiosas sobre las utopías:
La Utopía por antonomasia, ¿la escribió Tomás Moro (todavía
no era Santo Tomás Moro porque no estaba muerto) como sátira o como modelo a
seguir? ¿O como una mezcla de ambas cosas?
Otrosí, ¿qué pensaba de Santo Tomás
Moro el primer obispo de Michoacán y uno de los hombres más inteligentes de su época,
Vasco de Quiroga?
Lo de adrede es verdad a medias. Necesitaré un tiempo para documentarme sobre este asunto, y no quería retrasar la publicación de lo que antecede.
INTELIGENCIA DAME
ResponderEliminarEL NOMBRE EXACTO DE LAS COSAS
( Juan Ramón Jiménez )
Querido Santiago:
Don Elio Antonio era gran latinista, y de ahí su monumental diccionario latino-español-español-latino. Sabía, pues, la diferencia entre "auctoritas" e "imperium". De ahí que escribiera en su dedicatoria a la Reina que "la lengua es compañera del imperio". Tú mismo, Santiago, te encargas de recordarnos en "El siglo XX y otras calamidades" (p. 16 de la ed. de Pre-Texos): "Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty con cierto desdén- significa exactamente lo que yo quiero, ni más ni menos". Así que este personaje de "Alicia en el País de las Maravillas" tiene un precursor, con siglos de antelación, en don Elio Antonio. Esa dedicatoria que tú te encargas de recordarnos en "El avestruz, tótem utópico" (qué bien chocan las sílabas en este título).
Otro personaje de la escuela de Humpty Dumty -pero este entra ya de lleno en las calamidades del siglo XX - es Goebbels, quien afirmaba que una mentira repetida 1000 veces se convertía en una verdad.
"Imperium" es la fuerza que emana del poder, sea este del Estado o de don Vito Corleone. "Auctoritas" es una legitimación que procede del saber y de la capacidad moral. No es vinculante legalmente, aunque su fuerza moral es grande ("autoridad" es su pálida sombra traducida al español). Se contrapone a "Potestas", poder socialmente reconocido que emana del "Imperium".
Ni Nebrija (que escribió su Gramática española para defender de barbarismos al latín clásico), ni la Reina Isabel (educada por Beatriz Galindo, "la latina") se chupaban el dedo. No ignoraban que lengua y cultura florecieron en su mayor esplendor en la cultura griega y romana cuando las lanzas y espadas estaban ya por abandonadas herrumbrosas. Pero la dedicatoria está escrita al Poder con el lenguaje del Poder. Ni el dedicador ni la dedicataria desconocían los códigos de este lenguaje.
Tu lector, aprendiz -malo- y amigo -bueno-
Fernando Ortiz
La diferencia entre un loco y un tonto está muy bien recogida en las notas 3 y 4 (con sus enlaces) del ensayo El avestruz, totem utópico. Tanto que ningún intelectual ratero va a querer plagiárselo a usted.
ResponderEliminarNECEDAD Y TALENTO
ResponderEliminarDiscrepo con el impecable razonamiento de Wolf Undsoweiter. Porque hay tontos y locos, sí. Pero nuestro Juan Ramón Jiménez inventó un magnífico adjetivo -para eso era un gran poeta- que se corresponde con la realidad: "tontiloco". Y fray Luis de León, traduciendo el Libro de Job, nos dejó este inmarcesible endecasílabo: "a manos de su antojo el tonto muere". Así que el claro talento de Tamarón no está, por desgracia, fuera de las embestidas de la necedad. Esto es triste realidad, a pesar, como dije, de su impecable razonamiento.
Haberlos, hailos, los tontilocos. Pero no abundan. Y para mí tengo que los dos cuyas frases cita Tamarón no son híbridos tontilocos sino que el francés es loco megalómano y el español tonto cursi.
ResponderEliminarEnhorabuena Santiago por tu totémico ensayo cuyo argumento me sugiere esta décima repentista:
ResponderEliminarNo desespera el que espera
sino el ebrio de esperanza
que ha de curar con templanza
su afición a la quimera.
Al humo de adormidera
el edenista se aferra
y exige el cielo en la tierra
como si fuera celeste
nuestra condición agreste
fraguada en perpetua guerra.
A propósito de la anécdota del rey de Francia, resulta llamativo el caso de Italia. Recuerda Menéndez Pelayo que cuando Alfonso de Aragón entró a reinar en Nápoles "tenía cuarenta y seis años, y a esa edad ningún hombre se transforma ni olvida ni puede hacer olvidar su primitiva naturaleza. Así es que nunca llegó a hablar bien el italiano, y rara vez usaba otra lengua que la nativa. La Maestá del Re parla spagnuolo, dice Vespasiano de Bisticci. Y este español no era el catalán, sino el castellano, con dejo aragonés, como lo prueba aquel famoso dicho con que exhortaba al estudio a los jovencillos de su corte, según refiere Juan de Lucena en la Vita Beata: «Váyte, váyte a estudiar»".
ResponderEliminarSiglos más tarde, Víctor Manuel II de Saboya "parlava un ottimo francese, un superbo piemontese e un sdentato italiano". Cavour, que nunca pasó de Florencia en sus viajes por Italia, hablaba francés y piamontés.
Y el siciliano Francesco Crispi, que fue dos veces primer ministro, tenía como idioma familiar el albanés, había sido bautizado en el seno de la iglesia ortodoxa griega, y hablaría el dialecto de la isla hasta que fue a ejercer de abogado a Nápoles.
No por nada en 1806 Manzoni había llegado a decir que el italiano era una lengua muerta, hablada por una minoría de personas cultas, que en 1861, fecha de la unificación, podía cifrarse en un 2,5 % de una población de veinticinco millones de personas.
Si en muchos aspectos la unificación de Italia fue incompleta, imperfecta y sembró la península de abundantes desigualdades e injusticias, en el plano lingüístico fue un éxito absoluto y armónico; en la vida diaria, en la escuela, la universidad, la administración, los negocios y la justicia se habla y se escribe italiano -es decir, el toscano cuya pérdida lamentaba Manzoni-; en el seno de la familia o entre amigos se recurre con frecuencia al dialecto.